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Crítica el pacto de los lobos (2001), por albert graells

Publicado el 05 diciembre 2020 por Matias Olmedo @DragsterWav3
CRÍTICA EL PACTO DE LOS LOBOS (2001), POR ALBERT GRAELLS
Sinopsis: Francia, 1765. Una terrorífica criatura, mitad lobo mitad león, aterroriza a los aldeanos y campesinos de la región de Gévaudan, causando más de 120 víctimas mortales. Recién llegado de América, el caballero Grégoire de Fronsac es enviado por el Rey Luís XV a Gévaudan para encontrar a la bestia, identificarla y, una vez abatida, disecarla. Le acompaña Mani, un misterioso y místico indio iroqués de la tribu Mohawk que le salvó la vida. 
Mientras investiga e intenta descubrir el misterio de la bestia, Grégoire se enamora de la hija del gobernante local, Marianne, y frecuenta a Sylvia, una prostituta de origen italiano que trabaja en un burdel, pero en realidad es una espía del Vaticano, enviada por el Papa Clemente XIII para investigar si la bestia es una obra del demonio. 
“El pacto de los lobos” es una película francesa dirigida por Christophe Gans (director de “Sillent Hill” y esa obra de culto que es “Crying Freeman”), y protagonizada por Samuel Le Bihan (“Tres colores: rojo”), Vincent Cassell (no hace falta presentación), Émilie Dequenne (“El puente de San Luís Rey”), Monica Bellucci (no hace falta presentación), Jérémie Renier (“Escondidos en brujas”, “Expiación”), Mark Dacascos (“Crying Freeman”, “John Wick 3”), Jacques Perrin (“Los chicos del coro”) y Edith Scob (“Vidocq”). 
En 140 minutos de metraje se nos plantea una historia desarrollada a modo de flashback y narrada por uno de los personajes. Las distintas tramas permiten a Gans mostrar diversos géneros en la película: no sólo el romántico, también el terror, el histórico, el fantástico, la acción, el erotismo, el thriller político, la intriga detectivesca... 
CRÍTICA EL PACTO DE LOS LOBOS (2001), POR ALBERT GRAELLS
De hecho, “El pacto de los lobos” es uno de esos films que propone una investigación detectivesca por parte de alguien que no es detective, como ocurre con el personaje de Robert Langdon en “El código Da Vinci” (Ron Howard, 2006), Martin en “Los crímenes de Oxford” (Álex de la Iglesia, 2008), Kenzo Tenma en “Monster” (Masayuki Kojima, 2004), o Abe Holt en “Verdades ocultas” (Baltasar Kormákur, 2005). Dichas obras ofrecen situaciones en las que los protagonistas, hasta ese momento mera gente anónima con trabajos mundanos u ocupaciones ordinarias, cuyas vidas estaban alejadas de los crímenes y las investigaciones policiales, se ven inmersos en una situación que les empuja a investigar, como si fueran detectives de verdad, para averiguar la identidad del criminal. 
Es el caso de Grégoire de Fronsac, que es un mero naturalista parisino aficionado a la filosofía y las prostitutas, no un policía. Sin embargo, la bestia de Gévaudan y la incompetencia de los soldados rurales le fuerzan a relacionarse con la aristocracia provinciana, vehementemente religiosa, y sobrellevar las supersticiones de los aldeanos y los mitos y leyendas locales. 
Aquí entramos en un conflicto que es el late motiv de la historia y se va mostrando en pinceladas a lo largo del relato: la confrontación entre la ilustración y el dogma, entre la razón y la devoción, entre el modernismo y el conservadurismo. Son muchos los momentos en que los personajes muestran su respectivo posicionamiento ideológico, político y filosófico, y dichas inclinaciones son importantes en el devenir de la historia. La bestia de Gévaudan no es más que la forma natural en la que se expresa el fanatismo religioso y político. Recordar que la película se desarrolla a las puertas de la revolución francesa, asistimos a los últimos vestigios de una sociedad feudal, somos testigos del crepúsculo del conservadurismo devoto. La bestia es un último intento de evitar la transición en el pensamiento colectivo a un modo de pensar racional y filosófico, en vez de categórico y dogmático. La violencia de la bestia es la agresividad de las personas con un poder basado en el tradicionalismo y el conservadurismo y no quieren perder ese poder, es la agresividad del fanatismo político y religioso. 
CRÍTICA EL PACTO DE LOS LOBOS (2001), POR ALBERT GRAELLS
Ese ambiente crepuscular de una época que llega a su fin, los últimos vestigios de una aristocracia decadente y pedante, queda muy bien mostrado tanto en la fotografía como en la dirección artística, en la que se invirtió buena parte de los 25 millones de euros (34,3 millones de hoy) de presupuesto, unos 29 millones de dólares (42 millones de hoy). 
La ambientación lumínica y escenográfica de Gévaudan es la de un lugar frío y deprimente, donde la luz solar no incide directamente, muchas veces está completamente nublado, la tierra está perpetuamente mojada por una persistente lluvia, los colores son apagados y fríos, sólo en los interiores aristocráticos los colores son intensos y cálidos. El escenario en el que se desarrolla el clímax, que está en estado de ruina, define perfectamente el estado en el que se encuentran los antagonistas de la historia, su modo de vida se derruye a su alrededor. 
Musicalmente la película también es espléndida, uno de las mejores composiciones musicales de una película de 2001. Sobretodo es muy recordado el tema de guitarra con el que son presentados los personajes de Grégoire de Fronsac y Mani, que es el tema del lobo. 
Está muy bien trabajada la compenetración entre estos dos personajes. No hace falta que digan al espectador que se respetan y se aprecian mutuamente, resulta visible la lealtad que se tienen el uno al otro. Por ejemplo, Grégoire lucha como Mani porqué ha querido que le enseñara a luchar, y se pinta el rostro como Mani como muestra de lealtad. 
CRÍTICA EL PACTO DE LOS LOBOS (2001), POR ALBERT GRAELLS
El trabajo de los actores en éste film es extraordinario, no sólo la preparación física e histórica, sino también los gestos, las miradas. Hay un momento en que Grégoire debe partir para cazar a la bestia con el nieto de un marqués, un señor que la única familia que le queda es su nieto, y antes de que suban a los caballos, el marqués le lanza una mirada a Grégoire. Ese gesto, esa simple mirada, dice: cuida de mi nieto, no dejes que la bestia lo mate. No hace falta que el personaje lo diga verbalmente, el actor lo dice con la mirada, el actor consigue con una mirada decir eso sin necesidad de hablar. Eso es un gran actuación, y de eso la película está repleta, de miradas que dicen mucho, de grandes actuaciones. 
La película, que recaudó 71 millones de dólares (105 millones de hoy), no es muy recordada cuando se hace memoria respecto a las mejores películas francesas de 2001. Se suele destacar “Amelie”, “El beso del dragón”, “Salir del armario” o “Vidocq”. Pero “El pacto de los lobos” es, sin duda, mejor que cualquiera de ellas; es una propuesta muy notable, de una calidad excelente en todos los aspectos cinematográfico, y demuestra el buen y gran hacer de su director, Christophe Gans, un autor a reivindicar, y mucho.
Mi calificación es:CRÍTICA EL PACTO DE LOS LOBOS (2001), POR ALBERT GRAELLS

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