Horrorizado, espantado estoy con lo que veo en el Teatro Real, dentro y fuera del escenario; no hay duda, este lugar se está cubriendo de vergüenza y desvergüenza a desafortunadas partes iguales.
Es que vamos a peor en todos los aspectos, es muy difícil salvar algo de la experiencia de lo que supone ir allí, que, francamente, comienza a resultar incluso desagradable.
Yo fui el primero en confiar en la nueva gestión del nuevo director artístico, Joan Matabosch, y alabarla en sus comienzos; pero comienzo a no creer ya en ello, pues veo como este teatro es un barco a la deriva cuyo empeoramiento es cada vez más palpable en todos los aspectos, y en el que, hasta las cosas que antes iban bien (¡con Mortier!), ahora ya no.
Aunque, qué se puede decir de un sitio en el que hasta los trabajadores (supuestamente, porque es anónimo, así que puede ser uno solo, la cosa no es muy de fiar) han creado una cuenta de Twitter para quejarse de todo y hablan de despilfarros y abusos. Ciertamente es profundamente vulgar, ordinaria, y siguiendo esa coherencia, con cierta tendencia republicana, pero eso ya da un atisbo de como están las cosas por allí, y la tensión que se respira, que hacía tiempo que nos llegaba a los espectadores como he comentado en más de una ocasión.
En cualquier caso, y dejando de lado cuestiones internas, horroriza lo maltratado que es el espectador y el espantoso trato que recibe; lo que es especialmente escandaloso en un teatro con unos precios tan extremadamente elevados (no olvidemos que la entrada en butaca puede llegar a valer casi 400 euros) y que ha conseguido convertirse en uno de los peores teatros de Madrid.
Con franqueza, yo estoy pensando seriamente en reducir mi asistencia, y por lo que estoy viendo, no debo de ser el único, porque se oyen protestas por todos los lados: en el ascensor, en las butacas, en la sala Gayarre… por unas o por otras, todo el mundo piensa que la situación no podría ser más desastrosa. Hasta se está notando un cambio de público o un descuido por parte de este, la gente ya no va tan bien vestida, los trajes comienzan a desaparecer, y el concepto de la elegancia, y del acto social comienza a brillar por su ausencia… vamos, que el Real va en picado.
Pero comentemos entonces porque este teatro va de mal en peor:
El suplicio comienza en las taquillas (dónde, milagrosamente, esta vez me atendió una chica que sí hizo bien su trabajo, sí que se enteraba de algo y me consiguió magníficamente el sitio que quería), donde han reducido el horario, a saber porqué (no será por lo mucho que trabajan, siempre te los encontrabas: aburridos mirando las horas pasar, hablando de sus vidas personales o de algún programa televisivo, ya me dirás en que ocupan el tiempo ahora que ya ni la taquilla abren…); y dónde, por lo general, encontramos, además de una gran falsedad, mucha gente incompetente que no tiene ni idea de cómo tiene hacer las cosas ya que hay una rotación de personal asombrosa. Todo ello se tiene que deber a un tipo jovencillo, gordo, y rubio que parece que es el que maneja el cotarro porque se dedica a dar ordenes a personas mucho mayores que él con un descaro espectacular (y porque la gente va variando, pero el tipejo ese permanece); y más, si tenemos en cuenta que alguno de los taquilleros le llevamos viendo desde hace años; con razón se les ve amargados, tristes y hartos de la vida; porque cuando te plantan al niñato ese (del que podrían ser padres) que debe de tener un enchufe trifásico, porque si no, es imposible entender como no ha sido despedido ya, o siquiera como ha podido llegar a ese puesto… porque, dejemos de lado el que sea incapaz de mantener las taquillas en orden y a la gente que está bajo su cargo mínimamente contenta o que al menos que sean capaces de poner buena cara al público; que la rotación del personal sea continua y que por tanto los nuevos no se enteren de nada; que se respire un mal ambiente y una tensión insoportable… ¡pero es que el rubio ese hasta es incapaz de venderte una entrada bien! (yo ya prefiero que no sea él el que me atienda, porque encima de tardar una eternidad, es un impertinente). Nauseabundo.
Tras conseguir tu entrada, con mayor o menor lucha con los taquilleros, finalmente entras, y más te vale que la entrada te pase bien, porque los jovencitos que las revisan, te empiezan a mirar como si fueras un criminal al más mínimo problema, e incluso utilizan un tono imperativo y nada educado. Tampoco te molestes en preguntarles si hay conferencia o a qué hora es (bueno, ese es un misterio que nadie se digna en aclarar, luego claro, llega todo el mundo tarde, o no llega) porque te sueltan lo primero que les viene a la cabeza, y perfectamente te lo niegan. Desastroso.
En el guardarropa, pese a que, milagrosamente, hemos superado esa época en la que parecía que estabas en la hora punta del metro (yo creo que, básicamente, porque ya muy pocos se molestan en dejar las cosas; y es que, cuando se llega a tal punto de incompetencia, la gente se cansa), pero lo hemos sustituido por trabajadores que parece que han desayunado vinagre (lo que, francamente, se puede aplicar a todos los que están de cara al público en general): ni una sonrisa, ni una palabra educada, ni un gesto de amabilidad… incluso a pesar de ser considerado con ellos, porque hubo una persona que les indicó que le habían colgado mal una prenda (de forma amable y agradable) y que por eso se le había arrugado, y a continuación aconsejó a la chica que si le pasaba otra vez, que no lo volviera a hacer así (con toda su buena intención), y la del guardarropa respondió “vale”, con una autosuficiencia y una arrogancia que no me podía creer; la cara que se le quedó al espectador ante semejante desprecio, es para enmarcar. Horrible.
Luego vas a la conferencia, el pobre Jose Luís Téllez hace lo que bien puede (incluso intenta justificar los desmanes del teatro… si fuera una empresa privada pensaría que tiene acciones, porque otra cosa no se explica…), dentro de sus capacidades, que yo no dudo de que sus conocimientos líricos sean lo más de lo más (aunque está obsesionado con el drama wagneriano, ¡lo ve en todas las partes y en todas las óperas!, ¡da igual cual sea o de que época!), pero, muy desgraciadamente, su capacidad para transmitirlos es más bien limitada; y últimamente aún más, pues se le ve decaído, triste, melancólico ¡y encima lleva unos trajes que le quedan enormes, inmensos!, ¿pero qué le pasa a este hombre?; total, que sus conferencias se vuelven más bien introspectivas, tiene miedo de mirar al público, no se le ve cómodo, ya nunca bromea… etc. Y en cuanto a su discurso, ¡por favor!, deberían de coordinarse él y el que escribe del programa de mano para no hablar exactamente de lo mismo, ¡es que lo dijeron personas distintas y parecen fotocopias!. Espantoso.
Ahora bien, yo sigo alabando la labor del conferenciante, y considerándola imprescindible; sin mencionar lo amable y considerado que es, pues previendo la catástrofe que supone adelantar las conferencias, y que nadie llegue, o que sea tarde, como efectivamente así pasó, decidió empezarlas tarde y así, que no tuviéramos problema en oírla los que llegamos temprano; porque, por supuesto, era muchísimo pedir que alguien nos advirtiera a la entrada de ello, ¡por favor, trabajo tan descomunal y terrible!, ¡cómo pedir tal cosa a esos chicos que bastante trabajo tienen con escrutarte con la mirada a la entrada!… aunque bueno, como ya dije, no son capaces de decir si hay o no conferencia (o se lo inventan), para cuanto más que pretendan informar de a qué hora es. Ominoso.
Por encima (no me extraña, la gente iba que le hervía la sangre en el ascensor) han cambiado las conferencias de hora (a partir de ahora serán siempre a y cuarto en vez de a y media) con el objetivo de que la gente no se vuelva loca para llegar a la obertura (como ya llevábamos mucho tiempo quejándonos); y como no, una vez más, han adoptado una solución penosa a un problema que tan fácil era de solucionar como volver a los salones de Carlos III. La gente, ya bromea con ello (y cualquiera que haya trabajado de cara al público sabe que de ahí a la protesta encendida hay dos pasos) y dicen sarcásticamente que a este paso, ir al Teatro Real va a ser como ir al aeropuerto, y que ya hay que ir no sé cuanto tiempo antes para ver una ópera… etc; todo ello sin mencionar que, veinte minutos entre el fin de la conferencia y el comienzo de la ópera son a todas luces excesivos. Indigno.
Así que te vas a buscar tu butaca, por tu cuenta claro, porque los acomodadores están de puro adorno, o quizás yo no lo sepa, y su función sea dar respuestas impertinentes al público: vi a un señor pidiéndole a un chico que le ayudara a encontrar su localidad y este se negó a moverse de la puerta de la sala principal, lo que hizo sutilmente dándole largas, e indicándole que “sí, sí, está por ahí”, ¿¡pero esto qué es!?. Ultrajante.
Así que, si luego surge un problema en las butacas, ¡qué lo resuelvan los asistentes por ellos mismos! (¿pero qué abominación es esta?, ¿es que no hay un maldito jefe de sala en todo el teatro?); y no es normal, repito, no es normal, que yo llegara a ver hasta a cuatro personas teniendo problemas con sus tarjetas de abono y con el sitio que les correspondía (pobres ingenuos, a quién se le ocurre comprar un abono para este teatro… si es que aquí hay que ir al día, que te encuentras de cada temporada…); como, por supuesto, nadie se dignó a aparecer para solucionar o siquiera aclarar el problema (estarían muy ocupados dándole una respuesta grosera a otro asistente), los espectadores tuvieron que hacerlo por su cuenta y riesgo, y a la mierda con la organización que no hace nada, a situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Uno empieza a preguntarse que necesidad va a haber de que nadie trabaje aquí, porque está claro que los espectadores podemos solucionarlo todo; y cualquier ayuda ni está, ni se la espera. Abyecto.
Comienza la función… de eso ya hablaremos en la crítica, y desgraciadamente, no es mejor en absoluto.
En los descansos aprovechas para leerte el programa, y descubrir, lo dicho, que no te está aportando nada nuevo; la Revista del Real, claramente desigualada, y cuyos contenidos deberían de ser revisados muy seriamente (no es normal que una sola producción de la temporada cope más protagonismo que todo el resto), también suponen una decepción. Yo que tanto he alabado el trabajo de este teatro como institución pública, que tan bien he hablado de sus programas, revistas, alianzas con otras instituciones… cada vez veo más como todo esto flojea y va en decadencia y caída, de mal en peor; y no parece que nadie vaya a ponerle solución. Terrible.
Todo ello sin mencionar, que también puedes aprovechar para ver el cambio de público comentado, en el hecho de que, comienzas a ver gente escondida en las esquinas con tuppers, bocadillos… etc; como si estuviésemos en el gran bazar de Marruecos o algo así. Tal vez también se deba a que la oferta gastronómica de Ramón Freixa, es cara y deja que desear, porque nadie me negará, que habiendo donde comer en el teatro, que la gente elija traérselo de casa… bueno, eso ya lo dice todo. Aunque eso también se nota en la sala principal, donde ya se han colado los “aplaudidores de movimientos” (vamos, los que aplauden a destiempo y a la mínima, más por protocolo y costumbre que por mérito de lo que están viendo) con indignación de algunos que empiezan a chistarles como locos; siendo todas estas situaciones cada vez más grotescas. Bochornoso.
Y si además le sumamos a todo lo anterior la crítica artística que escribo abajo, debo decir que está claro que aquella luz que empezábamos a creer ver con Matabosch, no ha sido más que un mero espejismo, pues está claro que al nuevo director artístico se le está yendo el teatro totalmente de las manos. Lo dicho, vergonzoso, difícilmente las cosas pueden ir a peor; y por lo que estamos comprobando, a mejor está claro que no van a ir.
Ya como curiosidad final, comentar la famosa medida que ha tomado el ayuntamiento de ceder su palco; una propaganda (y lo llamo así porque bien que se han encargado de que se supiera y de darnos el adecuado enfoque de lo caritativa que es la alcaldesa), en mi opinión, tan ridícula como populista, porque las butacas cedidas en esa zona siguen valiendo más de 200 euros (y la publicidad de los programas es de Chanel, y otras marcas por el estilo… etc); así que, una vez más, un falso y absurdo gesto que no cambia nada. Cuando el palco del ayuntamiento valga un precio que la mayoría de la ciudadanía pueda pagar sin tener que pensar en de qué otras partes de su presupuesto lo van a tener que quitar, entonces, tal vez podamos hablar de toda una acción por parte del ayuntamiento y de la alcaldesa; entre tanto, sólo demuestra el desinterés del municipio por el tema operístico (y no me extraña, visto lo que tenemos que aguantar), y de no querer figurar en sociedad; pero desde luego, no es una medida en favor de nadie.
Si es que en este teatro nos toman por tontos a todos los niveles.
-Alcina: indudablemente, una de las peores propuestas teatrales del momento en la ciudad; veamos el porqué (A parte de por todo lo comentado arriba que ya crea un ambiente poco o nada propicio para disfrutar de la experiencia teatral).
En primer lugar, decir que yo fui a uno de los días con el reparto de los sustitutos… pero francamente, no creo que haya gran cambio.
La obra original es muy de su época; así pues, no podemos esperar un libreto muy potente, que de hecho, no lo es, y menos para una ópera de tres horas; por lo tanto, hay mucha, pero que mucha paja en forma de música porque el argumento es más bien escaso. Afortunadamente, la música es de Haendel.
Me atrevería a decir, que este material original, en las manos adecuadas, podría ser algo muy bueno… pero desgraciadamente, no lo ha estado.
Comencemos hablando de la dirección musical; la música de casi cualquier época, puede ser dirigida de formas muy distintas, de modo que incluso puede llegar a evocar cosas casi totalmente diferentes; en el caso del barroco, en mi opinión, eso se nota mucho más; así, ya puede ser el estilo más triunfalista del mundo, o también el más melancólico… desgraciadamente Christopher Moulds opta por esto último; así que os podéis hacer una idea de lo que supone escuchar una orquesta languideciendo durante cuatro horas seguidas…. Y si eso fuera lo peor la orquesta va a su bola y libre albedrío, tapa a los cantantes, los ignora… en definitiva, hacen lo que les da la santa gana (excepto a una de las cantantes que debe de ser la favorita del director porque era la única a la que este se dignaba a mirar y dar indicaciones -muy evidentes- con la batuta y con una gestualidad facial que podría interpretar cualquiera sin el más mínimo conocimiento musical).
De ese modo, en poco tiempo, consiguen hundir la partitura del gran compositor barroco sin muchas posibilidades de reflotarla… se intuye su calidad, pero hay que buscarla, profundamente, debajo de todo el espanto que estás viviendo.
Y como en los cantantes no nos encontramos ninguna maravilla (y está claro que han sido fatal dirigidos), sólo voces aceptables, pues difícilmente la ópera puede brillar, ¡qué digo difícilmente!, ¡imposible!.
Y para rematarlo todo, para alcanzar el paroxismo de la inefable e inenarrable monstruosidad de lo que vimos, llega el director de escena: David Alden; que por lo visto está por primera vez en el Real, y esperemos que, también, por última.
Yo estoy casi seguro de que el Alden este se burló de nosotros, nadie me sacará del convencimiento de que este señor se estaba riendo de la gente de las butacas; es que vamos, es como si lo viera; me pasé media función imaginándolo detrás del escenario partiéndose la caja, descojonándose vivo del público, mirando sus reacciones a través de los bastidores y desternillándose a mandíbula batiente, carcajeándose como una hiena enloquecida en pleno éxtasis… y cuanto más se apoderaba de mí ese pensamiento, esa seguridad, más me encabronaba, porque cuando pienso que el dinero público se ha gastado de una manera tan abyecta; cantidad seguramente tan alta como escandalosa, ya sólo teniendo en cuenta la innecesaria monumentalidad de los decorados, el vestuario y atrezzo hecho a medida y a propósito para la producción, lo que costaría traer esta porquería desde Burdeos, ya no pensemos en los sueldos de los cantantes y demás prole… es que no vomite allí mismo no sé porqué, puesto que el estómago se me estaba revolviendo muy seriamente.
Ya era muy mala señal cuando empiezas a leer en el programa que su visión de la ópera es un “negativo del original” (vamos, que va a hacer exactamente lo contrario de lo que dice el libreto, en palabras llanas)… pero es algo tan horroroso, tan penoso, tan repulsivo… que por supuesto, no da resultado de ninguna manera y que produce esa desagradable sensación de guerra civil entre el argumento real y lo que vemos en escena, que tan horrible ya vivimos en “Alceste”; y el aburrimiento que produce “El público”; sin duda, algunas de las peores producciones de los últimos años.
Por encima, es demasiado evidente que Alden no confía en la obra original en sí misma, puesto que está obsesionado con crear todo tipo de ridículas distracciones visuales que no vienen a cuento mientras los cantantes están haciendo su trabajo, y todo tipo de estupideces para llenar el vacío del escenario que resultan, a la par, irrisorias y repulsivas.
Pero, nada de lo que yo diga puede ser tan ilustrativo acerca de su nulo talento, y el pésimo resultado de su dirección, como las gilipolleces que dice en la Revista del Real, atención por favor:
-Haendel “ofrece una visión ligeramente distante e irónica sobre nuestras vidas, tal vez el rumor de que era gay tenga algo que ver con eso”; o sea, que según esa idea, ser distante e irónico es patrimonio exclusivo de los homosexuales… y ayuda a definirlos; si esto no merece una denuncia del Cogam….
Aunque lo mejor es cuando reflexiona sobre su trabajo, criticando el de los demás (al parecer esa es la mejor manera de defender tu montaje), diciendo que:
-“Parecen estar de moda las óperas puestas en escena por directores de teatro y de películas, por artistas visuales, por abogados, por cocineros… en fin, yo prefiero no seguir por ese camino”.
Y así, aunque rechaza la conjunción de las artes, no duda en decir que en su concepción de Alcina se inspiró en “la película de Woody Allen “La rosa púrpura del Cairo”; tal vez Alden ignore que el cineasta neoyorkino también ha dirigido ópera, y uno de sus montajes llegó al Real precisamente el año pasado… a ver si hay suerte, y también llegan los de los abogados, cocineros… etc, que él asegura que se hacen, pues seguro que serán mejores que los suyos.
Y todas estas payasadas rivalizan con su pedantería y egolatría con declaraciones de este tipo:
-“Sobre todo me inspiré en mi propia historia”, claro chico, es que eres tan fascinante, de verdad….
o
-“voy siempre un paso por delante del reparto, y a menudo también del director musical”, ¡es que eres tan sublime, tío!, ¡qué raro que los dioses no te hayan llevado ya al Olimpo con ellos entre los cantos de las musas!.
Y esto son sólo algunos pocos ejemplos, porque os puedo asegurar que el resto de la entrevista no tiene ningún desperdicio.
Así pues, nos encontramos, desgraciadamente una vez más, con otra de esas producciones del Real en las que es casi mejor ni mirar al escenario; dado que a nivel musical tampoco destaca excesivamente… al final va a ser mejor quedarnos escuchando el CD en casa (o viendo el DVD de una producción decente).
Y yo me pregunto, ¿¡pero qué está haciendo Matabosch!?, ¿cuánto tiempo cree que van a tardar en reaparecer los abucheos o los desplantes en masa? (bueno, de eso ya está empezando a haber); o se espabila, o no sé que va a pasar aquí, porque ya tenía el caldo de cultivo bastante mal… y no me quiero ni imaginar la reacción de la gente cuando se acabe toda la paciencia, y no creo que falte mucho para eso.
En definitiva: lamentable; el Real ha conseguido, debido a lo que pasa dentro y fuera del escenario, convertirse, probablemente, en el peor teatro de la ciudad; una deshonra absoluta.