Mi crítica llega tarde para el escaso tiempo (apenas unos días) que ha pasado este espectáculo en el Fernán Gómez, pero he sabido que esta misma compañía suele reprogramar este y otros parecidos, así que creo que mi crítica será útil igualmente tarde o temprano.
Mucho me atraía este espectáculo, no es para menos, lo que decía en los folletos era realmente seductor: “La Bernalina, exquisita cupletista sicalíptica tiene el placer de invitarle a su próxima fiesta clandestina. La fiesta de la que todo el mundo habla y en la que todo el mundo quiere estar. Se ruega máxima discreción”; hoy en día, en un mundo en el que, debido a distintas cuestiones como los medios o las redes sociales, la línea que separa la esfera privada, de la esfera pública es finísima (como en el barroco, ¡qué ironía!, lo viejo se vuelve nuevo); y en la que los secretos sólo lo son a voces… esta idea de la discreción, del secreto, de lo clandestino, aunque sólo fuera un juego, resultaba sumamente divertida y emocionante.
Pero también tenía miedo… harto estoy de espectáculos tipo los de la Tedesco (a la cual no hay quién saque del Fernán Gómez, ni con acido sulfúrico… una y otra vez reaparece en la programación como una plaga, parece que la hayan hecho funcionaria del teatro, ¡y yo no me explico por qué!), que no son sino vulgares conciertos de pub elevados a un escenario que no merecen… y no estaba por la labor de aguantar a otros “artistos” aspirantes a ser algo, por más evidente que sea que no lo serán jamás.
Todo ello, sin mencionar que, tal y como se veía la publicidad… perfectamente podía ser un espectáculo de transformismo… y no sería tan de extrañar teniendo en cuenta la decadencia y caída que han llegado a experimentar a veces los teatros municipales… quién sabe si, ya en el colmo del intento vanguardista, harían algo así. Yo, que ya he visto en esos lugares de todo, ya no me extraño de nada; para qué mentir.
Al final, no me encontré ni con lo uno ni con lo otro, sino más bien, con un término medio, pero eso ya es asunto de la crítica:
-Clandestina: no vamos a mentir, se trata más de un concierto con argumento que de una obra de teatro en la que hay canciones; quizás, involuntariamente, se acercan mucho al género de la revista (muy de la época que representan, por otra parte), es decir, que un ligerísimo argumento es la excusa para introducir múltiples melodías.
De hecho, en muchos aspectos, recuerda a los espectáculos de Olga María Ramos (y con un repertorio muy parecido), sólo que con una narración, y sin cambiar de mantón de manila continuamente.
La verdad es que el texto no está muy bien escrito ni es demasiado coherente, sin mencionar que está bastante mal documentado, además de que no faltan anacronismos y cosas fuera de lugar. Pero, como ya digo, dado que sólo es una excusa para introducir las canciones, pues se puede considerar moderadamente pasable.
Ahora bien, el gran problema que tiene este espectáculo es que la dirección de escena de Nacho Sevilla es muy mala y se adapta pésimamente a las circunstancias; pues es ilógico mantener el formato teatral tradicional si se pretende simular que todo el público está invitado a una fiesta clandestina, porque, la verdad es que, por más que se rompa la cuarta pared y se haga participar al público, en ningún caso se entra en la ficción que se quiere llevar a cabo, ya que, al final, realmente, estamos siguiendo el protocolo habitual.
Sin duda, lo más acertado sería impedir que el público estuviera en butacas, y montar una escenografía tipo la que se hizo para la producción de hace unos años de Cabaret, creando un ambiente más informal y distendido.
Aunque también entiendo, y es muy obvio, que no hay presupuesto, que la compañía que nos trae este espectáculo es sumamente pobre y no cuenta con recursos, así que hacen lo que pueden con lo que tienen.
Ahora bien, el talento normalmente se sobrepone sobre la falta de recursos… pero en esta ocasión, no se da el caso en ningún ámbito.
La coreografía, de hecho, a pesar de que hay alguien acreditado para ello (Luis Santamaría), yo llegué a pensar que era improvisada… que es lo peor que se puede decir, probablemente, de algo así.
En lo que respecta al reparto artístico, pues hacen lo que pueden con lo poco que tienen (talento incluido): Cristina Bernal se pasa la función entera haciendo auténticos esfuerzos por no desafinar (aunque está claro que está preparada para ello, pues lo consigue asombrosamente bien) ya que su voz no está realmente dotada para el canto… y actuar, bueno, digamos que hace de sí misma. Lo mismo se puede aplicar a Ángel Burgos que sobreactúa descaradamente, y además disfrutándolo. Nacho Ojeda, el pianista, no es nada del otro mundo como músico.
Sin embargo, y a pesar de todo ello, la obra tiene sus bondades, pues, aunque no falta más de un anacronismo musical, fuera de lugar en una obra que se ubica en un año muy concreto; lo cierto es que llega a ser un buen repaso por muchas canciones populares españolas de principios del siglo XX; y eso, para el que le guste, más la ambientación extra, es un gran punto a favor.
Y no hay que negar que la función llega a resultar sumamente divertida… dentro del tópico y lo esperable, no nos vamos a encontrar nada ingeniosísimo.
En definitiva, la calidad de “Clandestina” como espectáculo es bastante baja, pero tampoco pretende ser nada deslumbrante, pues en muchos aspectos son conscientes de sus limitaciones y se esfuerzan en superarlas… sin embargo, hay que reconocer su interesante recuperación del género popular, que está prácticamente desterrado del teatro en la actualidad (aunque no han faltado muy notorias excepciones). En definitiva, yo sólo recomendaría asistir si se es un auténtico nostálgico o amante de este tipo de música; de otro modo, me parece absolutísimamente prescindible.