Si esta hubiera sido una crítica completa (y no lo es por varios motivos: primero, pura pereza; segundo, y ligado a lo primero, porque la web del teatro no me facilita imágenes de la producción y andar rebuscando todo internet para encontrarlas, pues como que no; y tercero… porque la verdad, la obra tampoco me parece para tanto), con toda seguridad, el subtítulo que le hubiese puesto hubiera sido el siguiente “España, con Madrid a la cabeza, saca a relucir públicamente las banderas nacionales; y, por su parte, el Teatro de la zarzuela saca “El gato montés”.
Y es que el asunto independentista catalán (al que debería de dedicarle un artículo algún día) ha traído, con todo, algunos beneficios, así, la gente ha despertado a la realidad de lo que tienen y de lo que podrían perder, y ello les ha llevado a apreciar más sus símbolos nacionales, incluida la Corona, dejándose llevar por un patriotismo libre de recriminaciones.
Y así, como decía, si la mayor parte de la gente ha sacado las banderas constitucionales a su ventana o balcón (porque la republicana, ya se veía de vez en cuando, como algo pintoresco, en algún que otro lugar de muy bajo nivel), el Teatro de la Zarzuela parece haberse unido a esta ola de amor por lo español (teoría imposible puesto que estas obras se programan con mucho tiempo, y el asunto independentista es muy reciente… pero no hay que negar que ha llegado en un momento sumamente conveniente) y programa “El gato montés”, una obra que explota tan desmesuradamente el tópico de lo español, que casi roza la parodia (lo tiene todo: toreros, gitanas, bandoleros, catolicismo castizo… parece un cuadro del siglo XIX).
Todo lo cual tal vez nos debería de llevar a la reflexión… no resulta difícil ver, que el concepto de España se constituye políticamente debido a Castilla y culturalmente gracias a Andalucía (cosa en la que la opinión extranjera, de la que demasiado pendientes estamos a veces, no dejó de tomar parte)… y quizás haya sido un error, el haber negado la multiculturalidad de España, que no sólo es flamenco sino también muiñeira, tal vez nos ha llevado a la situación que tenemos ahora en Cataluña, de desarraigo y sentimiento de falta de integración, que tal vez nunca se hubiese producido si sus elementos culturales fuesen algo más intrínseco al concepto de España; porque, para bien o para mal, tan española es Donostia o San Sebastián como Cáceres; nuestra historia lo dice y la realidad lo confirma. Es necesario apreciar y ver la diversidad no como un problema, sino como una riqueza, la uniformidad, aunque más cómoda, siempre es pobreza.
Y desde luego, no voy a echar la culpa de esto al género de la zarzuela, que, aunque exista el tópico de que es una cosa sólo de Madrid (no en vano, algunas de sus más grandes y conocidas obras maestras se desarrollan en la capital del Reino), lo cierto es que se ha movido por toda la península, reflejando nuestro importante e histórico bagaje musical, porque si bien “La Gran Vía” (lógicamente) se desarrolla en Madrid, “Gigantes y cabezudos” transcurre en Aragón a ritmo de jota, y “La alegría de la huerta” en Murcia al son de rondallas.
En cualquier caso, y dejando de lado estas reflexiones que irían mejor en otro artículo; la realidad es que yo, tras un tiempo alejado de todo por las más diversas circunstancias (quizás en poco tiempo consiga volver al estilo de vida anterior), y aunque aún estoy en proceso de readaptación, me llegó la propuesta de acudir a “El gato montés”, mi plan era no volver a retomar totalmente la vida cultural (porque según empiezas, comienza el frenesí y la vorágine, y ya es imposible parar), hasta que hubiese completado mi aclimatación… pero, para bien o para mal, la proposición era demasiado sugerente: tras tanto tiempo alejado de todo, volver a un Teatro como el de la Zarzuela, cuyas producciones, salvo terribles excepciones, tienen cierta garantía de calidad; con un espectáculo completo y repleto de todas las artes; y por si fuera poco, tan celebrador de aquí, y de la españolidad que yo necesitaba recordar… me parecía demasiado irresistible. Así que me salté todas las normas y acudí; ahora expongo el resultado de ello.
Buena atención al público por parte del personal, exceptuando un acomodador calvo del lateral derecho de las butacas, que parece que dar la más mínima información le cuesta dinero porque si no, no se explica su actitud.
Por otra parte, parece que tendremos que renunciar definitivamente a que se recuperen las exposiciones y las decoraciones especiales (porque un cartelito con el póster -a todo esto, muy buenos los de este año, unos diseños preciosos- a la entrada yo no lo cuento como tal) para cada producción en el teatro, es una pena, pero está claro que tal cosa no va a volver.
-El gato montés: el Teatro de la Zarzuela nos quiere vender esta obra como ópera y no como zarzuela, cosa esta última que muchos defienden; pues bien, yo estoy con los segundos. Tal vez el gran problema que tenemos con nuestro género nacional sea que no ha sido tan estudiado como sí lo han sido otros géneros musicales, el propio Paolo Pinamonti (anterior director del Teatro de la zarzuela y actual gestor del Teatro san Carlo de Nápoles) afirmaba con total desfachatez que no existía ninguna cohesión entre las obras, ni características o puntos en común… sin embargo, a poco que se miren, se encuentran.
Las zarzuelas, especialmente a partir de su segunda época dorada en el siglo XIX, se representan en español, pero no uno cualquiera, un español absolutamente popular y cargado de modismos, dejes y acentos regionales; y es que en la zarzuela, al contrario que en la ópera, los personajes (o al menos la mayor parte) siempre son del pueblo llano y viven las situaciones naturales de su contexto (volviendo a la comparación con la ópera, en esta, habla igual un rey que un campesino, con versos igualmente perfectos, y el segundo siempre se verá avocado a situaciones extraordinarias y bastante improbables). Por lo general, además, se encuentran partes habladas, y la interpretación dramática suele ser importante (en la ópera se ha prescindido y se prescinde demasiado de ella). A nivel musical (como he comentado más arriba), los guiños a las melodías nacionales (y cuando digo nacionales, me refiero a todos los lugares que formaron parte de España, porque hasta el final del siglo XIX, La habana era tan española como Valladolid… y por tanto, las habaneras como composición musical eran tan nacionales como la copla) y las modas del momento son continuos e importantes. La zarzuela nunca (o tal vez sólo en sus regios comienzos) fue un género elitista, distante o subido a un pedestal inalcanzable, sino que, muy por el contrario, estaba muy pendiente de todo lo que la rodeaba y de su público (tal vez por eso, algunos compositores llegaron a sentir rechazo por ella, era, en todos los sentidos, demasiado populachera y muy poco alto nivel).
En cualquier caso, si uno revisa todo lo anteriormente dicho (y otras cosas que me dejo en el tintero), se observará que “El gato montés” cumple punto por punto todo ello; ¿qué musicalmente hay pretensiones de gran ópera?, ¿qué se hacen muchos gorgoritos?, ¿qué resulta difícil encontrar partes verdaderamente habladas?, ¿qué las comparaciones con “Carmen” son inevitables?, tal vez, pero resulta muy difícil de cuestionar aún así que es una zarzuela, porque todo parece hablar en ese favor… sin duda esa idea viene, muy desgraciadamente, del ya comentado autodesprecio, y rechazo hacia el género nacional, pues no considerándose tal alta cultura como la ópera, prefiere denominarse así (aunque no lo sea) porque siempre parece que es mejor (la vieja baja autoestima española, lo extranjero siempre está a otro nivel al que nosotros siempre estamos intentando llegar).
Por otro lado, como ya he dicho, el libreto de Penella es una celebración orgiástica de lo español, todos los tópicos y estereotipos están metidos en él, aunque, afortunadamente, no se excede tanto que se convierta en una parodia involuntaria, se queda en el punto de exceso justo. Sin embargo, y dejando de lado esta cuestión, no se puede decir que esté bien escrito, pues si exceptuamos el aria del Gato montés (que es una de las mejores definiciones de un personaje antagonista que haya visto jamás), el resto deja bastante que desear, quedándose en una cosa sólo aceptable (narrativa descuidada y torpe en general, personajes desdibujados, situaciones demasiado exageradas…).
Afortunadamente, si Penella no fue un gran libretista, al menos si fue un gran compositor, realzando su deficiente historia con una música que eleva el vuelo a lo más alto y nos mece con gran emoción durante toda la función. La verdad sea dicha, la música es lo que más merece la pena de esta obra.
Respecto a esta producción, es llevada por una hábil y extremadamente ingeniosa dirección de escena de José Carlos Plaza (la austeridad general de la puesta en escena se compensa con un uso muy eficaz de la iluminación y de diversos y espectaculares recursos simbólicos) y una vibrante dirección musical de Ramón Tebar, al que acompaña una orquesta en estado de gracia, que parece tocar con tanta fuerza esperando que sus melodías se oigan todos los días de la representación en Cataluña.
No quiero dejar de destacar tampoco la impresionante dirección artística (especialmente el espejo que baja en el acto final) de Francisco Leal, plagada de un simbolismo implacable y con una gran contundencia.
En lo que respecta al reparto artístico, yo vi el segundo, pero tampoco me importó porque no tenía un buen recuerdo de Andeka Gorrotxategi (https://universodea.wordpress.com/2017/01/29/la-villana/); y los encontré a todos bien a nivel de canto, especialmente a Carmen Solís; no obstante, artistas completos, destacando incluso a nivel interpretativo, sólo puedo mencionar a Alejandro Roy y muy especialmente a Miguel Sola, en una de las más divertidas interpretaciones de un sacerdote que he visto.
Tampoco quiero dejar de mencionar a un eficaz, aunque no siempre bien usado, cuerpo de danza.
En definitiva, “El gato montés” es una celebración de los estereotipos españoles en todo su apogeo, el triunfo y apoteosis de la España de pandereta; que musicalmente resulta muy notable, por lo que como obra lírica no decepcionará; y cuyo reestreno, con toda probabilidad, sea muy conveniente y oportuno para hacernos reflexionar sobre lo que (según los demás y nosotros mismos) hemos sido, somos, y podríamos llegar a ser.