¡Pues no me dio tiempo de publicar esta crítica mientras tuvo vida útil en cartelera!… así que ahora, mi crítica quedará para el DVD o para cualquiera que se interese por ella en el futuro.
Fui ver la película al Palacio de la prensa, dónde encontré una magnífica atención al público… aunque la verdad, me encanta ir a los cines de la Gran Vía siempre que puedo, son baratos, históricos, céntricos… ¡y están ubicados en un lugar tan bonito! (e incluso a veces, aunque concretamente este no sea el caso, también los mismos cines son preciosos por dentro).
Mucho dudé de si ir a ver esta película, ya que mucho temía a Paul Thomas Anderson, pues, aunque soy incapaz de negar que siempre me atraen las temáticas que trata, también debo afirmar que no es la primera vez que me llevo un chasco muy negativo con él. Sin duda, el primero de todos ellos fue la inmensamente decepcionante “Pozos de ambición”, que me pareció ridículamente difícil e incomprensible. Años más tarde, un tío muy gafapastas (literal y figuradamente, hasta llevaba gafas) que conocí, se dedicaba a cantar las alabanzas, a todo aquel que tuviera la paciencia y el garbo de escuchar sus discursos de erudito a la violeta de segunda, de “The Master”… y ello me desanimó definitivamente a verla (cosa que, hasta el día de hoy, sigo sin hacer)… para mí, no había peor referencia. Ahora, se me ha presentado “El hilo invisible”.
La película de la que hago la crítica, tenía muchos motivos para atraerme pues, aunque es una ficción y no algo histórico o biográfico (que en este caso siempre sería algo que sumaría positivamente); trata temas muy interesantes, como es el fenómeno de la alta costura de mediados del siglo pasado y todo su mundo; todo lo cual, con absoluta seguridad, daría lugar a bellas y estilosas secuencias de gran delicadeza estética.
Así que estaba seguro de que iría a verla… hasta que vi el nombre del director, y me entró una profunda desconfianza dados mis precedentes anteriores. El consultar un montón de críticas profesionales y de aficionados no me ayudó en absoluto, pues me dio a entender, claramente, que las impresiones que había sacado anteriormente sobre él eran absolutamente correctas.
Con todo, decidí arriesgarme (pensando: “bueno, en el peor de los casos, con suerte, la película será estéticamente hermosa, y al menos tendrás el placer de la vista… ya que el disfrutar de una buena narración no es una posibilidad”), y quizás, porque llevaba las peores expectativas, no me pareció tan terrible como esperaba.
–El hilo invisible: por alguna curiosa razón, hacer una película de época ficticia, es aún más difícil que hacer una basándose en la realidad, tal vez sea por el simple hecho de que parece necesario justificar esa decisión, y que no parezca absurda y ridículamente arbitraria, pues, de desarrollar una ficción, lo lógico sería que fuese contemporánea, y no en otro tiempo. De modo que, efectivamente, el filme ya se enfrentaba de primeras a la cuestión de si todo él tenía sentido en sí mismo, debido a una elección que podía condenarlo directamente y sin remisión. He de decir, que, finalmente, la película sí justifica el ser de época, y sí consigue darnos a entender que la historia que cuenta no hubiera tenido sentido ubicarla en otro momento. Primera y más importante prueba, superada.
El guión (que es del propio director), realmente, no cuenta una historia, simplemente describe unos personajes y sus emociones, y más concretamente al protagonista (no hay duda de que todo gira y ha sido elaborado a mayor gloria y prez de Daniel Day-Lewis, que, efectivamente, no ha podido escoger mejor obra para retirarse, aunque sólo sea porque todos los focos se centran en él); de modo que no nos podemos esperar ningún tipo de narrativa clásica; todas las acciones que se van sucediendo no tienen lógica y son completamente arbitrarias… aunque, como en la propia vida, por otra parte. Sin embargo, por alguna extraña razón, funciona y no aburre demasiado. De hecho, quizás por eso el final chirría y es un sinsentido a todos los niveles, se nota que Anderson se estaba dando cuenta de que había que acabar el filme de alguna manera, así que concluye en plan “Black and Decker”, y se queda tan ancho; por supuesto, el desenlace no encaja ni con el resto del filme, ni con los personajes, y desde luego no funciona en absoluto… pero, se le puede perdonar (si dejamos de lado el repugnante concepto del amor que nos está vendiendo).
En cualquier caso, Al menos el guión tiene una estructura bastante lineal, pero eso sí, a los personajes no hay quién los entienda y es casi imposible sentir empatía hacia ellos… todo en el texto sucede porque sí, sin justificación, así hay que aceptarlo… y si no te gusta, no hubieras venido.
La dirección de Anderson es la esperable, la de aquel que se cree muy autor, muy artista, muy “estoy por encima de todo lo que está probado que funciona, y ahora yo solito voy a inventar la pólvora, porque sí hay algo nuevo bajo el sol: y soy yo”. A pesar de todo, resulta bastante soportable y visible, en lo que se refiere a la elección de planos… pero llega a resultar frustrantemente lenta (básicamente, porque, si encima no te está contando nada, pues imagínate la combinación de ambos factores, ¡el completo!).
En lo que se refiere a la cuestión estética, está mucho menos cuidada de lo esperado, y francamente, no llega a resultar ni tan agradable ni tan bella o estilosa como debería haber sido. Hay muchas razones para ello: en primer lugar, una fotografía oscurantista, que introduce una tiniebla permanente innecesaria que nos priva de apreciar todo lo que vemos; por otra parte, los decorados son demasiado simplistas y poco elegantes; para finalizar, lo más importante de todo (debido a la temática del filme): el vestuario, que simplemente no está a la altura: no es bonito, no es elegante ni distinguido, no tiene gusto, clase ni personalidad; Entiendo que el diseñador de vestuario, Mark Bridges, se inspirara, e incluso casi copiara el estilo de la época para intentar evocar la alta costura de aquel tiempo… pero se ha pasado, sus diseños no parecen sino desvaídas copias de unos originales que sí impactaron, cambiaron el rumbo de la historia de la moda, marcaron, y aún hoy en día son tomados en cuenta y tenidos como referencia; claramente, el gran problema de Bridges es que no estaba capacitado para hacer un vestuario de este nivel (había participado en múltiples de los filmes anteriores de Anderson, para los cuales no se necesitaba nada del otro mundo a nivel de vestir), no tenía ni la capacidad creativa ni la imaginación para ello, por lo que ha fracasado escandalosa y tristemente en su vano intento.
Sólo queda hablar de los actores, y a pesar de que en el reparto hay bastantes, la realidad es que, tal y como ha sido hecha la película, todo se puede resumir en los dos protagonistas (con mucha más atención sobre él que sobre ella), pues el resto quedan como irrelevante comparsa, como unos meros figurantes con frase que pasaban imperceptiblemente por allí o están en un indiferente fondo desenfocado. Así pues, no me queda más remedio que hablar únicamente de:
-Vicky Krieps: su única y auténtica función en el filme es darle la réplica a Daniel Day-Lewis, o producir acciones que redunden en lo interesante y complejo que es el personaje del modisto, y, por supuesto, en mostrar lo buenísimo que es el actor que lo interpreta.
Si no estuviera la actriz, no sería nada difícil readaptar la película como monólogo de dos horas y diez minutos, a mayor gloria del oscarizado actor. Pero está; y, como tal, Krieps interpreta su personaje con una gran frialdad e indiferencia.
Por otro lado, Krieps es una ininteligible elección para el papel: no posee ni belleza ni estilo. Se supone que el modisto queda fascinado porque el personaje de ella posee un “je ne sais quoi” (un “no sé qué”) que nadie del público es capaz de ver en todo el filme, por lo que nos pasamos toda su duración intentando indagar por qué el modisto pudo haberla elegido, sin ser capaces jamás de averiguarlo, y de hecho, finalizamos la película con la frustración de darnos cuenta de que nos han estafado en ese aspecto. Sin duda alguna, la elección lógica de la actriz, debería pasar por elegir a una que, o poseyese una belleza despampanante que en los primeros minutos se ocultase o disimulase con los rasgos y actitudes típicos de aquellas personas a las que no les importa su porte físico o ignoran su propia belleza; o, al menos, coger a una intérprete desmesuradamente atractiva o con mucho estilo (aunque no fuese una belleza clásica), que, desde el primer momento, dejase claro al espectador que es lo que ha visto el modisto en ella, y porqué considera que es un diamante en bruto que merece la pena ser pulido.
Lamentablemente, no se ha hecho nada de ello, y, teniendo en cuenta el resto de los rasgos y características de esta producción, mucho me temo que se ha seleccionado a esta Krieps, que es más bien feúcha y ruda, sólo con el objetivo de que, ¡de ninguna manera!, se distraiga la atención de dónde debe estar: el actor protagonista.
-Daniel Day-Lewis: el papel ha sido escrito para él, y se nota, de hecho, demasiado, pues resulta ridículamente obvio que todo está configurado para su mayor glorificación y enaltecimiento… hasta alcanzar un punto de narcisismo de lo más desagradable.
Así, Day-Lewis, un actor extremadamente sobrevalorado, vuelve a interpretar por milésima vez al tipo atormentado, con mucho mundo interior, y, por supuesto, con las típicas y tópicas reacciones irascibles que se le atribuyen al genio creador.
Dicho de otro modo, no veréis nada de él que no hayáis visto hasta ahora: los mismos gestos, reacciones, maneras, caras, etc… hablando claro: ¿le habéis visto actuar antes?, pues más de lo mismo, señores.
Concluyendo, quienes conocen el estilo de Anderson ya saben con qué se van a encontrar (aunque tal vez este filme es especialmente accesible) y quienes no… pues no se pierden nada. Puede tener su gracia visionarla, pero, la verdad, es ver y olvidar, no os va a dejar mayor poso, a pesar de su pretencioso estilo.