Muchas veces, resulta tentador analizar y explicar los hechos del pasado desde el punto de vista más humano, al fin y al cabo, tiene lógica, puesto que la historia no la hacen dioses o seres infalibles, sino seres mortales con sus virtudes, defectos, fortalezas y debilidades… sí, resulta fácil explicar que la debilidad de Luis XVI facilitó la revolución francesa (aunque hubiera otros monarcas mucho más débiles e inútiles anteriormente en la historia de Francia) o que Carlos I de España se convirtió en dueño de medio mundo por una pura carambola dinástica (aunque los Reyes católicos hubiesen llevado a cabo una muy pensada y astuta estrategia político-diplomática mediante apropiados enlaces dinásticos para aislar a Francia previamente)… etc; pero quizás esto, como tantas otras cosas referidas a la ciencia, sólo lo utilizamos para sentirnos seguros, para poder encajonarlo todo en una perfecta clasificación… cuando la vida es puro azar y nada se puede prever realmente. Decimos que la historia es una ciencia, sin embargo, no es nada exacta… aunque tal vez, no debamos olvidar que el mito de que las ciencias son infalibles, también es eso, un mito, puesto que llevan contradiciéndose y reformándose durante siglos tanto como la religión; tal vez, en el fondo, la ciencia no sea más que eso: otra religión a la que aferrarnos desesperadamente ante el caos y la demostrada incertidumbre de la realidad.
Sea como sea, y volviendo al tema, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda, lo cierto es que si tratásemos de explicar la victoria del Reino Unido contra Alemania en la segunda guerra mundial, a priori resultaría difícil: las democracias habían demostrado su decaimiento contra los totalitarismos (que se extendían como moda y alternativa por el mundo entero) debido a una peligrosa inestabilidad y debilidad en los momentos más cruciales (cosa que se plasma sumamente bien en el filme del que haré la crítica); y las personas que eran el baluarte y la imagen del estado democrático no parecían dar la impresión más tranquilizadora: un jefe de estado, el Rey Jorge VI, que a duras penas consigue hablar sin tartamudear, y que accede al trono después de la escandalosa abdicación de su hermano, Eduardo VIII, el cual sentía una excesiva simpatía por el pueblo germano y, de hecho él mismo (debido al origen de su dinastía, los Sajonia-Coburgo-Gotha, que no había desaparecido de su recuerdo, a pesar del rebautizamiento como los “Windsor” en la anterior guerra mundial) se sentía alemán (sí, lo sé, podemos extendernos también en el famoso matrimonio morganático con Wallis Simpson, pero, sinceramente, yo creo que, teniendo en cuenta el tema que estamos tratando, eso es una pequeñez de la historia). Por si fuera poco, el soberano Jorge VI sólo tiene dos hijas, lo que no es un problema de sucesión en Inglaterra, pero no resulta demasiado alentador. A todo ello, hay que unirle un parlamento dividido, lleno de viejos, y un primer ministro, no menos anciano, Churchill, que llega allí por pura chiripa (los tejemanejes de su partido, que no tenía la más mínima confianza en él), con un pasado de fracasos considerables y unos precedentes políticos que no ayudan a crear una mayor seguridad, sin mencionar un comportamiento personal sumamente excéntrico… y a todo ello debemos sumar el hecho de que jefe de estado (el Rey) y el primer ministro no mantienen una buena relación… en definitiva, parece que tenemos el caldo de cultivo perfecto para el inminente final de las democracias, y concretamente de la monarquía parlamentaria inglesa, que presume ser el sistema más antiguo en su género (la afirmación de su máxima vestustez es un tanto cuestionable -ciertas cortes de la medieval monarquía leonesa me vienen al recuerdo-, pero no me voy a meter en ese tema).
Pero la historia nos cuenta, y nos demuestra, que a pesar de todo lo anterior las cosas salieron bien y las democracias ganaron… tal vez sea porque los nazis tuvieron el mismo problema que todos los imperios: si su política o su idea de superioridad sobre los demás, está basada en el expansionismo, cuando este se colapsa, dejan de tener sentido y caen como una baraja de cartas.
En cualquier caso, de esta película se pueden sacar muchas e interesantes lecciones (no sólo de historia), pero, sin duda alguna, una de las más valiosas es que, a veces, de las personas más inesperadas es precisamente de quienes se obtienen los resultados más extraordinarios… con toda seguridad, si aquellos que vivieron la segunda guerra mundial hubieran hecho una lista de deseos, imaginaria, de grandes personalidades de la historia inglesa de todos los tiempos, que hubieran creído que podrían salvarles de los nazis y sacarles adelante… ni el Rey Jorge VI, ni Winston Churchill estarían entre ellos… y sin embargo, fueron precisamente ellos los que salvaron al Reino Unido, y, probablemente, también al resto del mundo (sería historia ficción preguntarse que hubiese pasado si los nazis hubiesen ganado la guerra… pero podemos estar sumamente seguros de que nuestro mundo hubiese sido muy diferente hoy día, y no para mejor).
Por otro lado, y ya para finalizar, no está de más señalar, para recordar a aquellos ignorantes proselitistas (más por puro interés y maldad que por un pensamiento razonado… no podía ser de otra manera), que son incapaces de entender que monarquía y democracia no sólo no son conceptos opuestos sino que en la mayoría de los países civilizados van unidos, que fueron monarquías parlamentarias las que derrotaron a las dictaduras, que crecieron bajo formas de repúblicas, eso sin mencionar las que se entregaron sin oponer demasiada resistencia a los nazis, véase Francia, Austria… etc (para quién me quiera argumentar el caso de Italia: Víctor Manuel III llegó a cesar a Mussolini, y los Saboya huyeron a Bari para ponerse bajo la protección del bando aliado). En cualquier caso, la cuestión de la de la importancia de la monarquía para el buen funcionamiento democrático, concretamente el británico, queda bien resaltada en este filme.
-El instante más oscuro: es eficaz y entretenida, pero… se queda en eso; tienes todo el tiempo la impresión de ver algo banal que han elevado a la altura de grandilocuente superproducción sin merecerlo en absoluto, con el único propósito de arrasar en premios cinematográficos y de alcanzar unos objetivos (al más viejo estilo del comercial teleoperador).
Quizás el problema esté en la propia historia, que se centra en un pequeño hecho (si el Reino Unido pacta una paz con Alemania o no) demasiado trivial, entre otras cosas, porque jamás llegó a suceder, y porque, en el fondo, todos sospechamos que no hubiese sido verdaderamente determinante en el transcurso de los hechos históricos posteriores (en el caso de que Inglaterra hubiese pactado, y de que Alemania hubiese aceptado esa paz… Hitler hubiese roto rápida, fácil e inmediatamente tal tratado, como había hecho antes continuamente, y la guerra hubiese continuado otra vez, dejando a Inglaterra en una situación que resulta difícil determinar como hubiese acabado… y en cualquier caso, intentar hacerlo sería pura historia-ficción).
Sea como sea, hay que reconocer que todo lo anterior está sumamente bien disfrazado gracias a un guión bastante impecable, académico sin duda, pero lo suficientemente inteligente como para no dejarse llevar por el piloto automático todo el tiempo, y trufar la historia de suficientes cosas interesantes y suculentas, además de organizarla muy bien.
A ello ayuda mucho la dirección de Joe Wright (que ha demostrado ser más que solvente y eficaz, incluso con productos que bien podrían ser sumamente tópicos y plúmbeos, de estar bajo otras manos, como “Expiación” o “Anna Karenina”), pues le da un gran dinamismo a la película, no permitiendo descanso alguno desde el momento en que nos sentamos en la butaca. Cierto, no aporta una gran originalidad, pero cumple mejor que bien su función.
Sólo alabanzas se puede decir del cuidado apartado técnico, que no en vano, se ocupa muy bien de engalanar cada secuencia y de recordarnos que estamos ante un producto de empaque: dirección artística, vestuario, fotografía, las localizaciones escogidas… todo nos envía el mensaje de que estamos ante una de las grandes superproducciones del año, y de que estamos viendo un producto muy bien hecho, merecedor de premios, en el que todo está muy cuidado y se ha invertido una considerable suma. Nada chirría, todo es perfecto y apropiado para el espectador… tal vez demasiado, pues no se percibe el más mínimo riesgo; tampoco se busca, como ya digo, este filme tiene un objetivo muy claro, y no es precisamente innovar o producir una revolución audiovisual.
En cuanto a los actores, todo el mundo ha alabado la interpretación de Gary Oldman (más de un crítico ha calificado esta película como “excusa para darle un Oscar a Oldman”), y no es para menos, a pesar de estar embutido en un montón de prótesis, consigue darle un verismo a su interpretación completamente alucinante, hace una imitación perfecta… bueno, no es ni una imitación, está tan metido en el personaje que se llega a confundir con el auténtico Churchill, se ha conseguido una reproducción perfecta y absoluta de este… ciertamente, no puede extrañar que Oldman arrase en todos los premios cinematográficos (ya no sólo por sus méritos, que los tiene, sino porque ha seguido todos y cada uno de los pasos oficiales para hacerse con ellos).
Por lo demás, en cuanto al resto del reparto, contamos con actuaciones más que buenas y destacables (quizás, con la excepción de Lilly James que no es una actriz de verdad, pues siempre hace el mismo personaje), aunque, a la hora de la verdad, todos sabemos que sólo están ahí para darle la réplica a Oldman y hacer que su estrella brille más… no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta la clase de filme que es y cómo se ha organizado.
En definitiva, “El instante más oscuro” tiene todas las virtudes, y todos los defectos, de la típica superproducción biográfica; y, aunque sabe tapar aceptablemente los segundos, en el fondo, todos sabemos para qué ha sido hecha esta película, con qué objetivos, y que, en el fondo, no deja de resultar un producto más industrial y de fábrica que algo único y artesanal… a todo lo cual habrá que darle la debida importancia, siempre dependiendo de qué cosa queremos ir a ver al cine.