Yo me pregunto que enchufe trifásico tiene Enrique Viana con este teatro, ya que, desde luego, si está en él continuamente no es precisamente por su calidad profesional (a ningún nivel: ni delante, ni detrás del escenario).
Basta ver alguno de sus espantosos espectáculos de Centro cultural; yo me encontré con su “Banalités y Vianalités” hace años… y aún me dura el mal recuerdo de lo vulgar que era, sin mencionar la furiosa competición que se entablaba entre su talento como actor-cantante y su talento como director de escena, pues ambas capacidades rivalizaban ferozmente por ver cual alcanzaba mayor mediocridad y lo podía hacer peor.
Por ello, me sorprendió mucho cuando descubrí que el Teatro de la Zarzuela le puso a cargo de unas visitas teatralizadas que duraron al menos una temporada… y lógicamente, no más, puesto que no iría nadie, y a los que fueron… seguro que se les quitaron las ganas de volver.
Con todos estos nada recomendables precedentes, me horrorizó descubrir el nombre del director de la nueva producción del Teatro de la Zarzuela que tanto deseaba ver… pero decidí no hacer caso, al fin y al cabo, “Enrique Viana” es un nombre sumamente vulgar y miles de personas se pueden llamar de ese modo, no tenía porque ser el mismo… y además, aunque no fuera así, todos tenemos tropiezos, errores; “Banalités y Vianalités” podía ser un buen ejemplo de ello, y quizás tendría la oportunidad de cambiar de opinión.
Nuevamente, mi ingenuidad biempensante me volvió a jugar una muy mala pasada: no sólo era el Enrique Viana que conocía, sino que pude confirmar su mediocridad y falta de talento de forma definitiva y aplastante.
Por supuesto, nuevamente, cuando asistamos no encontraremos nada de decoración específica ni exposiciones; apenas un cartel a la entrada. Desde que Bianco dirige este teatro siempre cae en picado en lo que se refiere a la cuestión de los complementos y servicios paralelos a la representación.
Buena atención al público; excepto en el guardarropa, dónde, a juzgar por su humor, y modales casi groseros, parecía que la mujer llevase una semana alimentándose a base de vinagre y aceite de ricino; a lo mejor lo que le pasaba es que la molestó que la sacase de la interesante lectura de su libro para ponerla a hacer su trabajo… ¡estos espectadores, es que tenemos unos caprichos más tontos!, ¡pretender que alguien haga la tarea para la que está contratada en vez de dejarla tranquila abandonándose a su pasión literaria!, qué extravagancia la mía, ¿no?.
Y fue de este modo como el camino de ascenso al triunfo absoluto que llevaba el Teatro de la Zarzuela esta temporada, se vio truncado justo al final. Que pena.
-Enseñanza libre & La gatita blanca: ya empieza a haber carteles que anuncian que este año es el orgullo gay mundial en Madrid… y el Teatro de la Zarzuela parece querer adelantarse a esta efeméride, pues durante la representación, da la impresión de que estemos viviendo una cabalgata adelantada o una especie de obra aspirante a copia del estilo de Pedro Almodóvar.
Y hablando claro: esta es la típica obra en la que los que forman parte de ella se lo pasan genial haciéndola… pero el público no la soporta.
Todo ello, sin mencionar que también es el tipo de obra que horrorizará a los espectadores habituales de este teatro y que, con toda seguridad, acabará por acumular unos cuantos merecidos abucheos, silbidos y quizás incluso pitidos (como no es la primera vez que sucede por estos lares).
No es para menos: ¿libreto?, para qué… incluso se llega a afirmar que lo de respetar el libreto original está fuera de lugar… ya ves, una vez más, nos encontramos con el típico mediocre que cree que puede hacer algo mejor, y yo le pregunto: ¿qué has hecho tú que haya sobrevivido décadas?, porque, no sobra recordar que la obra que vamos a presenciar vuelve a ser representada porque es del interés del público o porque alguien ha juzgado que puede serlo, y, en cualquier caso, aún sigue en el imaginario popular de muchos… que es mucho más de lo que se puede decir de estos nuevos creadores que, en el mejor de los casos, sólo despiertan hilaridad o compasión.
Así pues, Enrique Viana, demuestra no sólo no tener talento como actor, cantante, director de escena… sino que además no sabe escribir o siquiera hacer la “o” con un canuto. Su “libreto” (necesito entrecomillarlo, porque no tengo valor de llamarlo como tal), es surrealista, vergonzoso, no se sostiene por ninguna parte y demuestra una ignorancia de la narrativa y de sus técnicas más básicas (y todo ello, ya sin mencionar los vomitivos diálogos) que produce auténtica repugnancia.
Me gustaría mucho hablar algo de lo que me pareció la obra original… pero, como ya digo, no me dejaron verla… sólo un espantoso pastiche diseñado por Enrique Viana, que me horrorizó.
La dirección de escena de Viana, como era de imaginar, se muestra de diletante, plomiza e incapaz de mantener la historia a flote… y con todo tipo de errores: se ha reorganizado todo el teatro de arriba a abajo (cambiando las butacas, el escenario y hasta a la orquesta de sitio… sin razón ni sentido alguno -sólo por llamar la atención-; y perjudicando de forma grave y onerosa tanto al conjunto de la obra como a las partes), consiguiendo que ya no se oiga a los cantantes (y eso que algunos llevan micrófono, toda una vergonzosa novedad para este coliseo) y que la acústica en general sea desastrosa; por otra parte, los movimientos de escena resultan forzados e inconvenientes… y por más vacua y superficial espectacularidad que tenga la representación, no hay manera de engañar a un espectador mínimamente avezado, de que está siendo estafado con descaro y de que todas las lentejuelas, lámparas que suben y bajan, además de brillos y artificios variados del mundo entero, no pueden esconder tan descarada falta de talento, tanta falta de pericia e incapacidad para contar una historia. Todo lo cual, sin mencionar que las referencias de la revista y de los musicales de principios del siglo XX que utiliza Viana son tan torpes que se convierten en malas copias.
Por todo ello, también difícilmente puedo hablar de la música, de la que parte se intuye muy buena, pero hay que concentrarse para captarlo, pues, como ya he dicho, Viana ha diseñado esta obra para que sea imposible degustar lo original, y que él pueda lucirse a gusto con todo tipo de “originalidades” que impiden la adecuada recepción del material original en todo lo sentidos; simplemente, se nos hace imposible.
Y ya no hablemos del diseño de producción, que alcanza el culmen de lo vulgar y de lo hortera; eso lo que es pasablemente original, puesto que una buena parte se percibe como una pésima copia barata de otros productos de calidad de antaño.
En realidad, quizás, una de las conclusiones a las que debamos llegar es que el gran problema de toda esta producción (como de otras tantas de este y otros lugares) es que el sistema que se sigue para realizarlas no es el adecuado: primero se programa y luego el proyecto se ofrece a diversas personas… muchas de las cuales aceptan por motivos ajenos al proyecto en sí mismo. Y es que la gran desgracia que tiene “Enseñanza libre & La gatita blanca” es que Viana desprecia totalmente los originales (es más, incluso se dice durante la función), y cual carnicero matarife extrae lo que, a su gusto (cuya calidad no necesito entrar a valorar, pues a la vista de todos está), está bien, y deshecha el resto para salchichas. Si, muy por el contrario, en vez de seguir este sistema que sólo puede perjudicar a las producciones, se eligiera primero al director, y que este llevase a cabo un proyecto que le ilusionase y con el que hiciese una gran creación; o, al menos, de decidir antes el proyecto, se eligiese a alguien realmente motivado e interesado por hacerlo… otro gallo muy distinto nos cantaría. De lo contrario, así seguimos, teniendo que aguantar las sandeces del iluminado de turno que se cree que sus ideas efímeras, que mañana nadie recordará, tienen más peso e importancia que los clásicos que han sobrevivido al implacable juicio de la historia… y creer lo contrario a esto ya no es soberbia, es mucho más, ¡es estupidez!.
En cuanto a los intérpretes, todos ellos parecen más seleccionados por amiguismo que por talento (y si es por esto último, tal vez sea por alguna habilidad que no se considere decente enseñar públicamente… pero que sea de carácter artístico, lo dudo mucho), y, como ya digo, el reparto (muy especialmente el masculino) en su totalidad parece sacado de una carroza del desfile del orgullo gay (bailarines incluidos). Todos lo hacen muy mal, y francamente, no creo que lo puedan hacer mejor porque no están capacitados ni cualificados para ello.
Para que os hagáis una idea de lo que supone ver esta producción, quizás la mejor comparación que se puede hacer es que es como asistir a cualquier espectáculo de cabaret o transformismo de un bar de ambiente gay de Chueca… sólo que absurdamente inflado de presupuesto y cargado de los delirios y fantasías de un ser mediocre que, al ser incapaz de aportar fondo, se dedica a recargar la forma a ver si cuela… y no, no lo hace.
En definitiva, este último estreno del Teatro de la Zarzuela nos deja con muy mal sabor de boca, dando una mala (casi) conclusión a la temporada; pues la producción que lleva a cabo Enrique Viana de “Enseñanza libre & La gatita blanca” es una obra mediocre, patética, que no sólo no está a la altura del material original, sino ni siquiera del teatro dónde se representa… en realidad, no está a la altura de nada ni debiera de haberse representado nunca jamás; es por tanto, de lo peor que podemos encontrar en este momento en la cartelera teatral de Madrid.