Hace muy poco, en otra crítica, reflexionaba acerca de lo lastimoso que era que hubiese tan poco ballet clásico en cartel, y que en cambio, no parasen de aparecer, cual plaga, espectáculos de danza contemporánea sin interés alguno… y demasiadas veces, por desgracia, la realidad se empeña en confirmar mis palabras.
Se terminan, supuestamente, los últimos coletazos de la pésima labor como director de los teatros municipales de Pérez de la Fuente, entre los que se incluyen el espanto del que hago la crítica abajo… y para terminar de remover, del todo, entre la calamidad absoluta, ese magnífico ejemplo de vergüenza ajena (y sobre todo, falta de ella por parte de sus componentes), que es “Danzad malditos”.
Qué asco y qué repugnancia, esperemos que la nueva dirección no cometa estos espantosos, públicos y notorios errores, que lo único que han conseguido, es llenar el escenario de “artistos”, a la vez que se vaciaban totalmente las butacas de espectadores.
Si es que la gente ya está muy harta de tonterías y de que se tire el dinero de semejante manera, y no es para menos.
Es imposible encontrar un sólo cartel de esta obra en todo internet (o siquiera alguna foto que refleje el espectáculo), por lo tanto, pésima labor de promoción y publicidad… yo me he tenido que conformar con una foto de producción que ni siquiera es de la representación, sino de… yo que sé, ni me importa, el caso es que está en la web del Español. Qué desastre.
La atención al público me resultó sumamente regular.
El programa de mano, es otro magnífico ejemplo de esos que hacen que te apenes de que se hayan talado árboles para no cumplir ninguna misión. Lo dicho, para hacer algo tan pésimo, mejor no hacerlo, acabamos antes. Aunque es muy útil para saber quienes hicieron la obra, cinco veces aparece repetido el nombre de Beatriz Argüello, y seis el de Hugo Pérez de la Pica, no vaya a ser, que no nos enteremos de quienes fueron los tan excelentísimos creadores de tan gran producción como es la que vamos a ver (me divierte, especialmente, el que haya que aclarar, incluso en la portada, quién es el pianista entre paréntesis… no vaya a ser que la gente se confunda y se piense que hay más de un protagonista, estrella única y principal).
Acudí a este espectáculo con reticencias, puesto que, aunque me estaba temiendo una artistada (como efectivamente fue) y la cosa tenía muy mala pinta; también es cierto que deseaba profundizar más en la figura de Isadora Duncan, y que un homenaje que combinara su rupturismo en la danza con algunos toques biográficos, me parecía sumamente interesante… obviamente, no obtuve nada de lo que venía buscando, y muy por el contrario, mis peores temores se hicieron realidad con creces.
-Estaciones de Isadora: al parecer, durante un tiempo (o a lo mejor aún existe, vete a saber), existió una web en la que podías ver gratis los diez primeros minutos de cualquier película de estreno, para así poder saber si te va a gustar… en el teatro debería existir lo mismo, aunque, he de decir, para esta obra no se necesita tanto tiempo de valoración.
Quizás todo se resuma, en que una vez más, en el colmo del despilfarro del dinero público, del inflado y engrosamiento escandaloso del presupuesto para una producción, y el descaro sin medida; nos encontramos con que hacen falta más de catorce personas (contadas del programa de mano, sólo teniendo en cuenta los principales cargos, porque luego, además, hay otras empresas en las que estarían implicadas más personas, que, por supuesto, seguro que no trabajaron por amor al arte -y digo esto como expresión coloquial, no porque en la representación haya nada artístico-) para que una tipa berree chorradas en medio de una sala negra. Eso es, en resumidas cuentas (nunca mejor dicho), “Estaciones de Isadora”.
Si fuera un espectador común y corriente, me hubiera conformado con decir eso, pero como a este blog le encanta de dárselas de hacer crítica artística, pues nada, a seguir escribiendo.
La obra es, en realidad, una pendantería insufrible, un monumento a la vanidad de sus autores (Hugo Pérez de la Pica, además de la actriz principal y única Beatriz Argüello… que copan todos los cargos principales de la producción, haciendo que nos preguntemos, una vez más, para que estaban el resto de la decena de personas que también cobraron una cantidad de dinero por un supuesto trabajo, ¿cuál fue?, todo un misterio), una forma de decirnos lo mucho que saben y lo cultísimos y artísticos que son… por supuesto, el resto del público, lo que ve es una mierda ininteligible que les genera inmediato rechazo. Y es que los autores se equivocaron, se equivocaron de pleno no queriendo contar nada, dándolo por hecho todo y sólo haciendo vagas referencias biográficas a través del texto y con la coreografía… no se puede esperar que todos los espectadores que acudan a un teatro entiendan y sepan todo sobre la historia de la danza y sus protagonistas, aún diré más, encuentro absolutamente intolerable e inaceptable esa actitud.
Probablemente, la idea que se planteaban del homenaje hubiera salido bien si no hubiesen sido tan desmesuradamente ególatras, tuviesen talento, y no hubiesen querido ser más que los demás, dejándolos a la altura del betún fingiéndose muy artistas (y no pasando de “artistos”)… pero es que al final, cualquiera que no sepa de que están hablando, no entiende nada, y eso, la verdad sea dicha, no es justo en absoluto, no se puede permitir que alguien vaya a una representación, y que salga sabiendo menos que cuando entró, sólo para que los que están en el escenario se puedan lucir, me parece de un narcisismo inadmisible.
Lo único que encuentro salvable es la música de piano en directo (una delicia que ya se está convirtiendo en tradición en los municipales… ¡ojalá que siga así!),
Pero la verdad, no creo que todas las palabras que pudiese emplear para la crítica sean tan útiles como una de mis irónicas reproducciones de cómo es ver este espectáculo:
Comienza la representación, en un alarde de tremenda originalidad, una luz blanca lo ilumina todo (¡madre mía, y para eso se necesita un diseño de iluminación!); mientras Mikhail Studyonov comienza a tocar el piano… lo que, aunque aún no lo sabemos, será lo único bueno de la representación (si lo llego a saber, cierro los ojos durante toda la función).
Entonces aparece Beatriz Argüello, pretendiéndose una avezada bailarina clásica, aunque no consigue siquiera ir al ritmo de la música, tratando de ser un cisne, pero pareciendo más bien uno de los hipopótamos de la película “Fantasía” (no, perdón, eso ha sido cruel e injusto, ¡los hipopótamos de “Fantasía bailaban mucho mejor!, ¡dónde va a parar!). Tras minutos y minutos interminables con la Argüello intentando sostenerse sobre las puntas y destrozando el ballet clásico, por fin, empieza hablar… y casi la preferíamos cuando intentaba hacer danza clásica, al menos te recordaba a Buster Keaton o a Chaplin, pues imaginabas que en cualquier momento se caería, se daría un buen trompazo, y venga a partirse de risa.
Pero no, desgraciadamente este no es el tipo de obra que es tan mala que hace gracia (aunque casi te ríes por no llorar), es más bien del tipo que te cabrea. Así pues, la Argüello se pone a lavarse la cara y a decir tonterías, mientras yo me acordaba de aquella vieja canción tradicional gallega que dice aquello de “¡vaite lavar porcona!, vaite lavar, se non che chega o río, ¡tirate o mar!” (traducción: ve a lavarte guarra, ve a lavarte, si no te resulta suficiente el río, ¡tírate al mar!), porque la verdad, al poco tiempo de empezada la función, ya ni le prestas atención.
A esas alturas, apenas van cinco minutos de representación, y yo, con mis sentidos totalmente alerta, absolutamente espantado de lo que estoy viendo, y augurando, con todo acierto, que va a ser incluso peor, rápidamente, y sin ser capaz de guardar ningún tipo de compostura, me lanzo a buscar el programa de mano, porque necesito saber, desesperadamente, cuanto va a durar la tortura… quiero decir la obra. Respiro con alivio al ver que es una hora y poco… pero también sé que a veces los minutos parece que duran días (y este parece ser uno de esos casos), así que vuelvo a desanimarme.
Afortunadamente, no estoy solo en tan difícil situación, pues la señora de la butaca de al lado ya está empezando a comentarle a su amiga que esto tiene que ser una broma, que en cualquier momento aparecen los del SAMUR y se llevan a la loca del escenario con una camisa de fuerza, porque eso no puede ir en serio, luego aparecerán los del Teatro Español y nos dirán que todo fue un error, una grave equivocación… ¡ay señora, lea usted este blog y ya verá cuantos errores y graves equivocaciones ha habido en los municipales en los últimos años, sin que el SAMUR tuviese la inteligencia de sacar a nadie del escenario con camisa de fuerza!.
¡Y lo que nos queda por descubrir!, el momentazo es cuando la Argüello, completamente desatada, decide salir corriendo de la sala y ponerse a aullar en el pasillo que da acceso al lugar, llegando, incluso, o eso pareció, a abrir las puertas a la calle y ofrecer parte del espectáculo a la plaza. Entre tanto, los que estamos en las butacas, ignorados, pero con entrada pagada, nos dedicamos a oír la función a distancia o a imaginárnosla… algunos, esperanzados de que se hubiese terminado, incluso empezaron a recoger sus cosas… pero no, yo había mirado el reloj y sabía que aún quedaba más de la mitad, y no estaba dispuesto a dejarme engañar por una falsa esperanza o intentar huir en vano, ¡la actriz principal había bloqueado la salida!, ¡esto es lo último en vanguardia teatral, retener al público a la fuerza!.
Tras cerca de diez minutos, cuando la Argüello se digna a volver a la sala, decide seguir pasando del público como de la mierda… y ligar con el pianista; ¡pobre señor Studyonov, obligado a tocar con una sola mano mientras Argüello le soba y besa de una manera que es digna de una demanda judicial por acoso sexual.
Para ese momento, la de la butaca de al lado ya está comentando a su amiga que hay un tipo que debe ser crítico, pues ha venido solo, y que es imposible que alguien venga a aguantar esto si no es por obligación.
Yo, por mi parte, redescubro la sala, entre otras cosas, que hay unas placas en el techo, en las que no me había fijado, que tienen sus correspondientes interruptores cada una para un foco… con lo que siento la terrible tentación de ponerme de pie sobre la butaca, saltar hacia los interruptores y… ¡apagar, encender, apagar, encender!, afortunadamente, mi sentido de la compostura me frena… no consiguió lo mismo otro señor de unas butacas más a la izquierda, que ronca como un bendito.
Para ese momento, la Argüello ya está dando vueltas alrededor de la sala con una tela mal cortada, que necesitó, nada menos, que de tres personas para ser realizada, dos de las cuales, también se ocuparon de tenerla a punto para la importante misión que he descrito, ya que fueron, inclusive, ayudantes de vestuario y todo; afortunadamente no tienen que lavarla, puesto que la actriz, aprovecha para hacer la colada en vivo y en directo.
Llegados a este punto, mi compi de al lado, ya se está tapando la cara e intentando contener la risa, esforzándose constantemente en ello, hasta que llega a llorar de lo que le está costando… explota finalmente, cuando Argüello afirma “elegí el fracaso”, y ella ya se ríe, silenciosa aunque sin reparo, mientras afirma con la cabeza.
Para finalizar, suena “Pompa y circunstancia” (en grabación, por alguna extraña razón, no la toca el pianista), no sé muy bien porqué, tal vez porque Argüello hace referencias a una coronación con su texto (y tales marchas de Sir Edward Elgar se adaptaron para tal función en Inglaterra)… o porque a los espectadores se nos ha quedado cara de circunstancia; mientras la Argüello monta la pompa por su cuenta en el escenario, cosa que no sabemos si es porque se lo ha pasado bomba (también ha sido la única) o porque se está riendo de nosotros en nuestra cara, elegid vosotros.
En cualquier caso, el pianista tiene que sacar a la Argüello en volandas de la sala (literalmente) para que pare de hacer reverencias y podamos largarnos. Obviamente, salgo corriendo, sin mirar atrás, no vaya a ser que se vuelva a bloquear la salida.
En definitiva, este es el típico y tópico espectáculo que esperemos que no se vuelva a repetir jamás con el cambio de dirección. Amén.