¡Qué desmesuradamente mal funciona la web del Teatro de la Zarzuela!: se atasca de repente, tarda una eternidad en cargarse o no lo hace… y total para nada, porque, encima no hay ni siquiera una sola foto del cartel o de la función. Menudo desastre, ya pueden ir mejorando, pero es que mucho, a ese nivel.
También parece haber una intencionalidad de mejora y recuperar lo de las decoraciones en el vestíbulo y el ambigú… pero están yendo bastante mal, porque de momento sólo hay un cartel de la obra que se representa en las puertas y gracias… ¡qué lejos han quedado los tiempos en los que parecía que todo el teatro era una extensión del escenario!, ¡al final vamos a echar de menos al italiano! (el anterior director).
Trato al público muy bueno.
Antes de meterme a la crítica, no obstante, hay algo que quiero comentar; y esto es, la falsa idea que existe de que un montaje con estilo ultramoderno atraerá gente joven… eso es una soberana estupidez, por expresarse de manera correcta, y una completa gilipollez hablando en plata. Una puesta en escena incomprensible y difícil, por moderna y vanguardista que resulte, asustará más a cualquier público joven, que el más acartonado de los decorados con el vestuario más rancio que pueda haber.
Y por si mis palabras no son suficientes, echemos una ojeada a la realidad, ¿cuántos espectáculos con puestas de escena arriesgadas triunfan entre la juventud?, ¿cuántos hacen que vengan en masa a ver una representación?, cero, señores, nunca lo olvidemos (y para muestra, un botón, no olvidemos el caso del Teatro Real); y es lógico, porque, si no estás acostumbrado a ir al teatro o a estar rodeado de arte de las últimas tendencias (y la mayor parte de los jóvenes no lo están, ni tienen porqué, que para eso están formándose), ¿de verdad alguien espera, siquiera, que puedan comprender o asumir una obra del pasado planteada en términos actuales?… sin mencionar que a ningún clásico le hace falta ser renovado, por eso es un clásico, sino, no lo sería.
Pero siempre hay muchos, demasiados, “artistos” que se han creído que ellos van a descubrir algo nuevo bajo el sol, y lo único que hacen es estropearlo todo. No nos equivoquemos, si queremos gente joven en el teatro, los montajes pretendidamente vanguardistas no son en absoluto la medicina, sino más bien el veneno, no dan la impresión de modernidad, sino de bodrio infumable… para conseguir el objetivo mencionado, se necesita de otros modos, otras maneras distintas que tienen menos que ver con las producciones programadas y más con la gestión de la comunicación, entre otras cosas. No hace falta ser muy listo para verlo.
Decir, no obstante, que me encanta que organicen múltiples actividades paralelas e incluso funciones específicamente pensadas para discapacitados.
-Iphigenia en Tracia: la pasada temporada, me faltaron alabanzas y halagos para el programa doble barroco que se estrenó (y que, curiosamente, es un artículo que sigue siendo muy visitado), no es para menos, creo realmente que deben de recuperarse esas piezas mucho más desconocidas para el gran público pero sumamente interesantes dentro de nuestro bagaje musical (sin ir más lejos, esta de la que haré la crítica, sus partituras estaban en la magnífica biblioteca del Escorial), en vez de centrarse tanto en el XIX, que sin duda fue vital para el género y su resurgimiento… pero difícilmente habría tal cosa ni tendría tal nombre si no fuera por las obras del XVII.
Así pues, me parece una iniciativa muy digna de alabanza (y cuando se ha hecho, no he dejado de laudarlo), el que en cada temporada se programen zarzuelas de diversas épocas, algún título conocido, y otros recuperados del olvido para su puesta en valor (como también se hará esta temporada, una vez más, con la revista musical española, como ha digo, otra razón de elogio hacia las funciones de esta institución). Por otro lado, no hay duda de que esa debe ser la función de esta institución pública, sino, ¿qué otro sentido tendría?.
Por ello, me alegré muchísimo cuando supe que este año podríamos disfrutar de “Iphigenia en Tracia”, y teniendo en cuenta los recientes precedentes, ya no cabía en mí de gozo… pero este acabó en un pozo; no por la zarzuela en sí, que es maravillosa, sino por la producción.
Aunque, antes de nada, he de decir que no se entiende que haya sido programada tan pocos días (¡sólo cinco!) frente a lo que es habitual, y más cuando se ha visto y comprobado que este tipo de zarzuela tiene afluencia y éxito de público (sin mencionar que supone una oportunidad única)… yo soy incapaz de comprenderlo.
De hecho, la música de José de Nebra es absolutamente barroca y deliciosa (María Bayo dijo que tenía influencias del clasicismo, yo tampoco lo descarto), yo la disfruté muchísimo.
En ello tuvo muchísimo que ver la excelentísima dirección musical de Francesc Prat, acompañado de una orquesta en estado de inspiración, que consigue darle a las melodías barrocas toda su pompa y grandilocuencia características, consiguiendo un sonido muy auténtico y de época.
Del libreto de Nicolás González Martínez, no podemos esperar mucho, muy propio de su época, temática mitológica con cierto toque adoctrinador… y sobre todo muy mal trazado y narrado, con toda probabilidad, porque se le da mayor importancia y preeminencia a que haya múltiples arias de lucimiento que a contar una historia, cosa que, de hecho, se hace muy superficialmente, por no decir, directamente, que el argumento simplemente es una excusa para escuchar música; de hecho, el espectáculo casi se ve como un concierto.
A esta última cuestión, ayuda muchísimo la espantosa puesta en escena, la cual, sino fuera porque hay un tal Pablo Viar acreditado, hubiera dicho que no hubo, porque eso de poner una locución entre las arias, para después tener a los intérpretes en posición de canto, parados como estatuas, o moviéndose de vez en cuando como si fueran piezas de ajedrez de un lado a otro del escenario, es horroroso y de vergüenza ajena. Sobra decir que no hay actuaciones de ningún tipo, y que sólo ves a unos cantantes entonando y en ningún caso a un personaje.
A ese esperpéntico desastre, contribuye mucho la ridícula escenografía de Frederic Amat, que resulta tan simplista como innecesaria. Y me da igual todo lo de moda que esté como artista; es más, afirmo categóricamente que esta es otra cosa del presupuesto que seguro que costó exageradamente cara y de la que se hubiera podido prescindir para mejor.
El vestuario de Gabriela Salaverri, aunque vistoso y estético (también es lo único a lo que se puede calificar de tal en toda la producción), es totalmente inapropiado.
En definitiva, nada en la puesta en escena ayuda a contar una historia, si se hubiese hecho en versión concierto, se hubiese ahorrado muchísimo dinero, esfuerzo, y encima, hubiese quedado mucho mejor.
En lo que se refiere a los cantantes, cumplieron muy bien su función, aunque no me impresionaron, ni siquiera María Bayo.
Concluyendo, considero esta obra recomendable para unos sectores de público determinados: es imprescindible para todos los amantes de la música barroca; también es un imperdible para aquellos que quieran conocer más la zarzuela; desde luego es muy aconsejable para todos aquellos que amen la historia y el arte (por la música, exclusivamente por eso, en absoluto por el resto de la producción, es más, resulta hasta aconsejable cerrar los ojos para que el deleite auditivo no se vea perturbado por lo que hay sobre el escenario)… y se acabó; básicamente, porque el resto del público encontrará aburrido un espectáculo sin más alicientes que los anteriormente mencionados; tal como es esta producción, difícilmente puede ser de otro modo.