Bien está que el Teatro de la Zarzuela siga cumpliendo con su función pública programando opereta, que ha desaparecido por completo de la escena actual. Verdaderamente debemos agradecer sus esfuerzos por recuperar esos géneros que parecen estar desamparados por los programadores teatrales actuales y que tanto furor hicieron en su época. Ojalá sigamos viendo (tanto nacional como internacional) opereta y revista musical por mucho tiempo (y ojalá volviera el cine mudo con orquesta en directo)… y por supuesto, zarzuela de todas las épocas, como no, pues, este año nos quedamos sin la ya tradicional zarzuela barroca (ni siquiera en coproducción con la Fundación March), lo que es muy de lamentar.
Encontré maravillosa y muy familiar la atención al público, como siempre. Aunque sigue apenándome el que nos hayamos quedado sin guardarropa, ¿no se puede poner a un sustituto/a?.
Magnífico también me pareció el programa de mano, muy documentado e instructivo, disfruté muy especialmente del tercer artículo, en el que el propio Sorozábal escribía sus impresiones acerca del estreno de la obra cuya reposición íbamos a ir a ver.
En fin, vamos a la crítica de la obra en sí:
-Katiuska: imagínate que llega un director de escena o de orquesta, muy moderno e innovador él, que considera que la zarzuela es algo rancio, y que Sorozábal necesita ser actualizado porque su música ya no hay quién la oiga, que está trasnochada, así que hay que adaptarla a los nuevos gustos, y a los jóvenes (eterna excusa y principales víctimas de tales procedimientos), para no caer en lo anticuado, cuestión que es un temor siempre permanente, pues parece ser lo peor que se puede hacer (de hecho, paradójicamente, siempre es más fácil de excusar montar una mierda que no le guste a nadie, pero que parezca muy vanguardista; y disculparla, apoyándose en la incultura e incomprensión artística del público). Así pues, tal hipotético director, decide que, lo mejor y único que se puede hacer para salvar esas melodías obsoletas de hace más de un siglo, es instrumentar todos los coros como una fusión de música electrónica house y techno, hacer las romanzas a modo de rap, y el resto (tercetos, cuartetos y dúos varios) a ritmo de reggaetón.
Lo que acabo de plantear es una ficción (aunque, lo peor de todo, es que no me extrañaría que estuviese dando ideas, tal vez para el Proyecto zarza, que ya han demostrado ser muy capaces de eso y cosas peores)… ¿o no?, pues si bien la música suele ser siempre bastante intocable, una vez más, debo lamentarme de que no pase lo mismo con los libretos.
En palabras del propio Emilio Sagi, director de escena (a quién, sin embargo, difícilmente podemos considerar un revolucionario teatral) de este nuevo montaje de “Katiuska”, que inicia la temporada del Teatro de la zarzuela: “también me atreví a reducir algunos diálogos extremadamente lentos y obsoletos en una versión actual” (como de costumbre, se subestima, y se da por hecho que el espectador de hoy padece hiperactividad y que no puede soportar nada que no tenga el estilo de montaje de la MTV), ¡toma ya con el atrevimiento!, ¡no creo que el propio Sorozábal recortase (cuando intentaba salvar la obra a la desesperada centrándose en la música) más diálogo en el propio estreno!.
El resultado de la adaptación del libreto de Sagi es que no se entiende una sola palabra de la historia (como mucho se deduce), y la cierta reflexión sobre las consecuencias de la revolución rusa para sus distintos bandos desaparecen casi por completo (al menos se salva la visión positiva del zarismo y se muestran los desmanes del comunismo… cosa extraordinaria en Sorozábal), también desaparecen o se anulan las situaciones más divertidas, las mejores frases son suprimidas de cuajo (el diálogo final original era precioso)… etc, en definitiva, nos vemos forzados así, a ver un montón de números musicales hilados por unos breves diálogos, y no, los unos no son capaces de justificar a los otros en ningún momento, ni siquiera de hacer que el conjunto tenga sentido (común, ni de cualquier otro tipo).
Visto esto, podríais pensar que la obra queda reducida a ser una especie de versión en concierto, y tendríais mucha razón, si no fuera porque Sagi (al que se le podrán recriminar muchas cosas, pero jamás se le podrá poner tacha acerca de su buen gusto visual y su gran capacidad para la creación de belleza estética en la escena) consigue crear un montaje muy hermoso de ver y con esa clase de momentos que los amantes del teatro esperamos, buscamos y deseamos cual agua de mayo.
Así pues, reconozco que es muy difícil hacer esta crítica, pues parece que la obra haya sido realizada por un director bueno y su gemelo malvado, pues la producción tiene momentos realmente geniales mezclados con otros muy malos.
La escenografía que el propio director del Teatro de la Zarzuela, Daniel Bianco (sí, ya ves, barriendo para casa… aunque supongo que en este caso no podemos hablar de nepotismo o algo parecido… jajaja) crea es un buen ejemplo de las extrañas contradicciones de las que está imbuido el montaje: desde el comienzo del escenario al marco a partir del cual se crea el lugar dónde se desarrollará la acción es algo genial: una especie de basurero de objetos antiguos que evoca las ruinas de una civilización, el fin de un estilo de vida… etc, y el propio marco inestable. Pero a partir de ahí, pierde el sentido: el lugar destinado a la acción dramática es un espacio minimalista (atrezo incluido) y absurdamente empinado que conseguirá que los cantantes bajen varios kilos de tanto subir y bajar la cuesta que se ha creado (eso sin mencionar los que tienen que andar trepando como cabras por los objetos arruinados antes mencionados, debo reconocer que estaba impaciente de que uno se tropezara para partirme de risa)… en definitiva, de todo lo que hay en esa zona, sólo se salvan las proyecciones del fondo como elemento interesante aunque no demasiado original. Por supuesto, podemos evocar todo tipo de teorías justificatorias; como que se está simbolizando la simplicidad o el simplismo del nuevo régimen frente a los excesos del anterior (en todos los sentidos); puede que se quiera hacer referencia a los comienzos de las vanguardias soviéticas y su gusto por que lo práctico es lo bello frente al barroquismo desmandado del final del zarismo… da igual. Sigue sin funcionar. Por otro lado, tan ambiciosas teorías de justificación, caen en picado por las propias declaraciones de Sagi: “acercándome a una estetica cinematografica, planteando a la protagonista como una princesa de película, al estilo de las míticas estrellas de Hollywood de los anos 30”, ¿de verdad alguien se imagina una película de la Metro (o de cualquier otro estudio estadounidense de la época) con unos decorados tan pobres?, ¿con un vestuario tan de saldo, tan de andar por casa?, ¿con una iluminación (o fotografía en el cine) tan descuidada?, ¿con unas coreografías tan cutres (y más en una década en la que existió, brevísimamente, el Oscar a la mejor coreografía -¡qué vuelva, qué vuelva!-)?… repito, ¿de verdad?.
Pero como ya digo, los horrores en la escena se alternan con los momentos mágicos… así que, ¿qué decir?.
Lo mismo pasa con los intérpretes, pésimos actores (uno hasta -acostumbrado a interpretar sus personajes siempre así- hace acento Madrileño del XIX… en una obra que se desarrolla en Ucrania; e incluso Milagros Martín parece perdida en medio del escenario) pero buenos cantantes (por lo menos, se puede decir que están a la altura, aunque no hagan nada extraordinario).
Concluyendo: ¿qué decir? yo no puedo negar que, a pesar de la agresión, violación no consentida y profanación del libreto original (eso sí que merecería acabar en los tribunales), y de los múltiples defectos que esta producción tiene… yo debo reconocer que la disfruté, tanto auditiva como visualmente, tiene muy buenos momentos, es innegable; y aunque no se le puedan (ni deban) perdonar sus múltiples terribles defectos y pecados; sí que se puede dejar ver si te la tomas como una especie de versión en concierto de “Katiuska” (con un estilo exageradamente vistoso, eso sí), y, por supuesto, si no te pones excesivamente purista.