Mucho busqué y deseaba ver esta película, y aunque, las críticas que leía me causaban auténtica desconfianza (no por malas, sino por demasiado buenas y por lo mucho que resaltaban ciertas cuestiones que, si uno lee entre líneas, pronto se da cuenta de que están describiendo un filme con muchas pretensiones artísticas pero que, en realidad, es un bodrio que no gusta a nadie de verdad), pero Luis XIV de Francia es uno de mis personajes históricos favoritos, y yo estaba empeñado en ver esta película, fuera como fuera… y cualquiera que me conozca sabe que poseo una tenacidad espectacular (o testarudez, depende de como se mire).
En cualquier caso, el hecho de que apenas se haya estrenado en este país (lo que tampoco era la mejor de las señales), y que los pocos sitios dónde se encontraba era en Andalucía, hacía peligrar mi intención… así que fue una sorpresa descubrir que también la podía encontrar en Madrid… en sólo un cine.
Más motivos para desconfiar, un sólo cine la estrena, así que rápidamente ya imaginas cómo será y que panorama te vas a encontrar… pero la vida siempre depara sorpresas, ¡ahí está lo divertido!… por decir algo.
Así pues, me decidí a acudir al único lugar que tenía la película, un cine llamado “Artistic metropol” de reciente aparición en la villa y corte. De la experiencia que supone acudir a tan “fascinante” lugar (siguiendo esa tradición de hablar de los sitios a los que acudo) voy a hacer algunos comentarios a continuación, antes de la crítica.
En fin, como decía, investigué que sólo se podía ver “La muerte de Luis XIV” en este lugar, así que decidí saber más… y uff, primeras sorpresas, no hay sesiones todos los días ni en muchas horas, como es lo acostumbrado, sino extremadamente repartidas, de modo que, en vez de lo habitual, que es que el cine se adapte a ti, en el Artistic Metropol tú te tienes que adaptar al cine (ejemplo: a lo mejor sólo hay una sesión diaria, y esa es, en distintas horas, dos o tres días a la semana)… y cómo tampoco tienes más opción, porque tienen el truco de que las películas que hay allí, no las hay en ningún otro sitio, ¡pues hala!, ¡o vienes cuando a ellos les convenga o no la ves!.
Por supuesto, también tenía que descubrir dónde estaba el local, y… ¡más sorpresas!, cerca del rastro, en una zona que no falta quién califique de “quinquilandia” (si alguien se pregunta porqué, le sugiero que inspeccione las salidas del Metro Embajadores, el cercano parque del Casino de la Reina… o la okupada Tabacalera); lo que nos faltaba, menuda localización escogieron para un lugar autodenominado como “la primera sala de Madrid especializada en cine independiente, gestión cultural cinematográfica y servicios audiovisuales”, no me parece a mí el ambiente más intelectual, pero bueno, también la Casa encendida está en la misma zona, y el jardín de El Capricho estuvo rodeado de chabolas, y no por ello merecía menos la pena… así que juzgar por el emplazamiento puede ser un error (en algunos casos), y eso lo sé.
¡Además, da igual, porque yo soy un temerario!, ¡y tozudo como una mula!, pensaba ver la dichosa muerte de LuIs XIV en el cine ese, ¡aunque tuviera que morir yo también el proceso!, así que modifiqué, adapté toda mi agenda para acudir a la única sesión que tenían aquel día… y me aventuré por “quinquilandia” adelante, el Madrid profundo… y que conste que no lo sentí por mí, sino por el pobre Luis XIV, ¡si levantara la cabeza!.
El exterior del lugar, absolutamente discreto y escondido, pues sólo se encuentra fijándose con atención, de lejos parece una tienda más, y de cerca, un videoclub decadente… tampoco inspira demasiada confianza el que todo el cristal esté lleno de carteles, que hacen que temas lo que vas a encontrar dentro… si lo ocultan tan concienzudamente, por algo será.
Pero da igual, yo aquel día estaba dispuesto a todo, así que allí entré… y no tardé en encontrarme con el público habitual y predecible que suele acudir a este tipo de cosas: muchos gafapastas, aspirantes a bohemios con aires pseudointelectuales que sólo van a este tipo de sitios para decir y presumir de que son muy diferentes o de que tienen un pretendido nivel cultural (y esto no es sólo una suposición, antes de entrar, me encontré a una señora que pareció hacer una llamada exclusivamente para decirle a alguien que estaba “otra vez, como siempre, en el Artistic”)… y a los que les falta tiempo para comentar, a quién quiera oírles, todo lo último de arte y ensayo que han visto, y lo mediocre que es el resto.
Uno pensaría, que tan selecta clientela, tendría que tener un personal a la altura, y eso sería lo esperable… ¡pero ya he dicho que en la vida, lo más divertido, es siempre lo más impredecible!.
El caso es que me pongo a la escasa cola, y en el mostrador que hace las funciones de taquilla (que además, tiene una máquina de palomitas al lado… aunque sea inimaginable que a tan distinguida audiencia se le ocurra siquiera caer en el consumo de un producto que se ha convertido en sinónimo del cine comercial, el cual, con razón, es denostado de “palomitero”… ¿o quizás sí que caen, y resulta que no somos tan intelectuales como vamos diciendo por ahí?) me encuentro a dos hombres, uno de pelo plateado y apariencia respetable… y el otro, ¡ay, Dios mío, el otro!, un tipo con aspecto de poligonero que encajaba tan bien con el propio barrio, que no lo hubieran podido escoger como tópico de habitante de este más ex profeso, ¡lo tenía todo!: tatuajes por todos los lados, el pelo mal teñido (o unas mechas muy raras, y que, en cualquier caso, le daban un aspecto espantoso), piercings, camiseta vieja y de mal tejido ¡en pleno invierno!… vamos, el cuadro completo.
Mis esperanzas se dirigieron hacia el tipo del pelo plateado, ante la cierta inquietud que me producía sacar la cartera delante del joven… pero mis anhelos se desvanecieron completamente cuando el señor aparentemente respetable se marchó, dejando al poligonero al mando.
Pero bueno, yo siempre digo que no hay que fiarse de las apariencias… hasta que se confirman; y los barriobajeros gustos estéticos de aquel joven, en lo que se refiere a su aspecto físico, estaban perfectamente acordes con su actitud y comportamiento de cara al público, así pues, se hizo con uno de los bastones de caramelo (esos típicos de navidad, rojos y blancos) que estaban a la venta, y se puso a chupetearlo con descaro, mientras se le llenaba la mano de azúcar y apenas podía hablar o hacer otra cosa, pues estaba muy ocupado en tan importante actividad no laboral. Supongo que también quería encontrar alguna distracción alternativa a un bohemio, hombre de larga barba negra, que parecía obsesionado con ligar con él (su presencia allí no parecía tener otro propósito, pues ni entró en la sala, ni parecía dispuesto a comprar nada), pues no dejaba de preguntarle cosas como “¿cuál es la última película que más te ha gustado a ti?” o “¿esta película te ha gustado a ti?”, todo ello, siempre acentuando mucho el dar a entender lo enormemente que valoraba la opinión del joven que, a juzgar por la crítica que dio de cierta película comercial en cartel, no era precisamente un avezado cinéfilo. También es cierto que al bohemio barbudo le costaba horrores conversar con él, y que el joven no sabía bien como librarse de tan persistente y oneroso pretendiente… lo ignoraba en todo lo posible, pero tampoco se sentía capaz de mandarle al sitio que le gustaría y dónde no huele bien.
El caso es que por fin me llegó el turno, y el jovencito este me tutea, se dirige a mí como si hubiésemos pasado horas de conversación, y me trata con unas confianzas como si llevásemos toda la vida compartiendo litrona o hubiésemos quedado para el botellón del sábado noche… tuve que controlarme para no dar un paso atrás, que diera a entender claramente, a todos los presentes, que yo a ese señor de los tatuajes, el pelo de un rubio extraño y la camiseta en pleno invierno, no lo conocía de nada, ¡es más, que no lo había visto en mi vida!. Así que hago esfuerzos por entender su dialecto arrabalero, y consigo la entrada, que se queda pringosa del bastón de caramelo… ¡pero todo sea por Luis XIV!.
Así que me pongo a esperar, puesto que este “cine” sólo dispone de una sala (por lo que hay que esperar a que acaben los créditos de la anterior película, que en esta clase de sitio, siempre hay gente que se queda a memorizarlos o Dios sabe qué), y aprovecho para fijarme en la decoración, que posee unas mezclas que la hacen de lo más hortera, todo pintado de rojo evocando el glamour del cine, cartelería mezcla de películas que fueron comerciales en su momento (¿pero no eran tan de cine independiente y serie B?) y otras menos… y hasta venta de figuritas y productos de lo más friki. No se podía esperar menos, por otra parte, visto lo visto.
En cualquier caso, nuestro joven taquillero, por fin tiene la oportunidad de dejar de lado, un rato, el cortejo del bohemio barbudo (asimismo, no abandona la importante actividad de continuar la degustación del bastón de caramelo), para ocuparse de dar paso a los asistentes a la siguiente sesión, marcando las entradas que él mismo ha vendido… y es entonces, cuando tenemos la oportunidad de poner la guinda del pastel, si todo lo anteriormente descrito acerca de este joven parecía insuficiente, cuando ves el resto del atuendo que ocultaba el mostrador, ya llegamos al súmmum total del vestuario poligonero: lleva puestos pantalones de chándal.
Es entonces cuando uno empieza a preguntarse que como es posible que, de todas las personas que hay en la lista del paro, él haya sido precisamente seleccionado para un puesto de cara al público, de atención directa al cliente; que cómo es factible que una persona que carece de todo para tal empleo (presencia, formas… etc), esté allí trabajando. Misterio total, y lo que es peor, habla mucho más de la empresa que lo contrató que de quién está empleado en ella.
Llegados a tal punto, yo ya estaba convencido de que todo aquello que había visto previo a la entrada en la sala era un happening, una performance artística previa a la película, una magnífica broma ofrecida para amenizar la espera previa al visionado de la película… no hay que descartarlo, pensé, al fin y al cabo, aquí todo es tan pretendidamente artístico, vanguardista e independiente, que es mejor no extrañarse de nada.
Pero mucho me temo que no, que no era una guasa, porque si lo era, continuó según entré en la sala.
¡Madre mía!, ahora con lo digital, a cualquier cosa pueden llamar cine, imagínate: una sala poco más o tan grande como el salón de cualquier casa de vecino; con el suelo mal nivelado, y dispuesto de tal modo, que se crea una leve cuesta arriba hacia la pantalla (y normalmente se hace al revés, lógico, para compensar la altura de los de delante), de modo que tienes garantizado pasarte toda la película mirando por detrás de la cabeza de alguien… y lo peor, los medios técnicos: un proyector, situado encima de nosotros (porque no hay cabina de proyección), como podría tener en casa y… ¡ni siquiera había una pantalla!, ¡era un rectángulo blanco pintado en la pared!, ¡inaudito!, ¿pero eso es un cine?, ¿de verdad pretenden llamarlo así?.
Por supuesto, el sentimiento de haber sido estafado se apoderó muy pronto de mí… y no tardé en imaginar al jovencito poniéndonos un DVD que les hubiera pasado la distribuidora (eso, en el mejor de los casos) como hacen en tantos cines de pueblo… cosa que será una proyección, pero desde luego, no es cine.
Y vale que los precios no son más caros que en otros cines (están igualados)… pero da igual, visto lo visto, lo que cobran es absolutamente abusivo, lo mires por donde lo mires (claro que también entiendo que tienen la suerte de poseer un “casi monopolio”, de modo que puede ser difícil escapar de ellos y no acabar cayendo alguna vez si tienes unos intereses cinematográficos variados).
Pero bueno, yo sabía a que venía y a lo que me arriesgaba, así que decidí disfrutar de la película (la crítica abajo) mientras me “acomodaba” (por decir algo) en unas butacas (que no me extrañaría nada que fueran de segunda mano) colocadas de un modo tan poco adecuado que, haciendo una analogía, si hubieran sido dientes, necesitarían una ortodoncia urgente que la misma seguridad social no se podría negar a pagar.
Y comenzó la película, de la cual, parte de mi recuerdo inmortal, será siempre el peinado de la señora de dos filas más adelante, cuya cabeza tuve que andar sorteando, haciendo equilibrios en mi butaca para poder ver algo, aunque nunca conseguí ver la pantalla completa… supongo que en eso consistía el juego y la diversión de ver una película en este cine.
Por si tan amena distracción y reto extra para ver la película fuera insuficiente, a mi lado contaba con el típico gafapastas perroflauta, que debía de leer muchísimo, porque claramente no encontraba tiempo para esa tan prosaica acción cotidiana que es lavarse, lo que le ocasionaba la considerable molestia (o gusto, no sé) de estar rascándose con fuerza, obsesiva y compulsivamente todo el tiempo, de modo que yo llegué a temer que no le quedase nada de piel al final de la proyección (miedo que no me atenazaba tanto como el que me pudiese contagiar chinches -y esto no necesariamente es una exageración, no olvidemos los recientes problemas que ha habido en el cine Doré con estos asuntos-, piojos, la sarna, la peste bubónica… o qué se yo); en cualquier caso, el egregio espectador que acabo de describir, sólo podía descansar de tan noble acción, cuando una o dos personas se levantaban para ir al servicio y nos tapaban definitivamente al resto la poca pantalla que apenas habíamos conseguido vislumbrar hasta el momento. De todos modos, cuando faltaba este último entretenido pasatiempo de conseguir ver algo de la película, siempre nos encontrábamos con el desafío de lograr oír algo del sonido del filme, complicado reto, debido a las toses constantes e inacabables de otro de los ilustres asistentes a tan distinguido lugar.
Por supuesto, todas las proyecciones son en versión original subtitulada, no vaya a ser que la delicada sensibilidad de tan eruditos asistentes sea dañada por algo tan infame como el doblaje… supongo que tan doctos espectadores, olvidan (o más bien ignoran por completo) la gran tradición que hay de traducción en este país desde hace siglos, que muy escasas películas se hacen con sonido directo… y un largo etcétera de argumentos que podría dar a favor del doblaje y sus profesionales, ¡pero es que queda tan chupiguay, tan culto decir que ves películas en versión original!, si es que eso de facilitar el acceso a la obra artística o entender las cosas a la primera es para la chusma.
En fin, cuando se terminó la película, salí de allí con la convicción de haber asistido a un happening, a una performance artística… y que había pagado por eso. Supongo que alguna justificación tenía que encontrar mi mente a semejante traumática vivencia, aunque sólo fuera para evitar la indignación y el cabreo; si es que ya lo dice la canción “tomar la vida en serio es una tontería, hay que gozarla y hay que reír”.
Ahora bien, muy desesperado tendría que estar para volver al Artistic Metropol, pero muy desesperado. Esto me ha hecho gracia una vez, dos sí que no.
-La muerte de Luis XIV: si esta película poseyese una locución con una voz seria y profunda, no se la podría llamar de ficción, sería un docudrama de forma evidentísima.
Y es que, la realidad es que difícilmente podemos considerar este filme como una ficción, ya que, exceptuando las escasas y puntuales reflexiones acerca de la medicina y sus profesionales en tiempos pasados, el resto no es más que una exhaustiva relación de hechos históricos, más o menos adecuadamente contados, mejor o peor dramatizados, pero sin estar contando una historia de verdad, la película nos hace una crónica y se queda tan ancha.
Todo ello se debe a que, como era de esperar, los guionistas (entre ellos el director) prescinden de toda estructura dramática clásica porque, según los falsos vanguardistas, eso de introducción-nudo-desenlace es para paletos (o para quienes saben narrar historias de verdad, que es lo que piensa el resto de la humanidad); así pues, se meten en el supuesto reto de contar los hechos reales tal cual fueron… pero desgraciadamente, la vida no tiene una buena linealidad narrativa, y por tanto, el guión se pierde en cosas totalmente insustanciales, provocando que las casi dos horas de duración se hagan largas, y seas absolutamente consciente de que todo lo que te están contando, se hubiera podido relatar en apenas una hora.
Yo he de decir que, personalmente, la aguanté toda por puro interés en el tema, y aún así, me cansó.
Así pues, el director, Serra, muestra absoluta torpeza en la elección de planos, ritmo, montaje… y todo en general.
Sin embargo, en el resto del apartado técnico hay que repartir muchas alabanzas, así, aunque no se ha grabado en Versalles, consigue disimularse muy bien a través de una eficaz dirección artística (y está claro que ha sido una película barata, así que esta cuestión tiene especial mérito -aunque también es cierto que todo el argumento se desarrolla en apenas una habitación-), a lo que ayuda que Serra haya estado muy acertado, hay que reconocerlo, empleando primeros planos de forma permanente (con los que intenta vampirizar, a la desesperada, las poco latentes emociones de sus actores), con lo que hace que sea difícil asegurarse o distinguir, en una primera impresión, si se ha rodado allí o no. Tampoco se puede dejar de mencionar un no menos notable vestuario. La fotografía también es muy bella, y su estimulante colorido recuerda a los artistas del barroco.
En realidad, no puedo dejar de reconocer que, con toda seguridad, la cuestión estética es uno de los puntos fuertes de este filme, pues está cuidadísima y todas las imágenes poseen una gran belleza plástica.
En cuanto al reparto artístico… la verdad, yo no vi interpretaciones (y me da igual cuantas alabanzas haya recibido el protagonista por la crítica oficial), vi, al igual que en la mayoría de los docudramas, a actores soltando frases o haciendo gestos, sin creerse en absoluto sus personajes.
En definitiva, dejando de lado el que sea un filme carnaza para pseudointelectuales que quieren creerse muy diferentes; creo que también podría gustar a todos aquellos interesados en el período histórico-artístico que trata. No es una película maravillosa, no es imprescindible, no es algo genial; pero puede llegar a tener su gracia y encanto verla… una vez.