Publico esta crítica in extremis, esperando conseguir llegar para un poco antes de su segunda y última función esta misma tarde… si es que no me da el tiempo para nada.
No obstante, no quiero dejar de reseñar ciertas cosas maravillosas que hacen que considere que el Teatro de la Zarzuela está destinado a coronarse como la nueva institución pública escénica cultural por excelencia en la capital del Reino, tras la evidente caída de los teatros municipales, a los cuales, con las nuevas direcciones y el nuevo rumbo que han tomado, pocas cosas buenas puedo augurar… sólo el Teatro Fernán Gómez parece escapar de la masacre, y a ver por cuánto tiempo.
¿Por qué hago tales afirmaciones?, veamos: para empezar cumple con la importantísima labor de difusión y puesta en valor de un género muy español (cómo dice el lema del teatro: “único en el mundo”); la programación es muy atractiva y variada; la atención al público es excelente; los programas de mano maravillosos (he encontrado el de “La tempestad” especialmente instructivo e interesante, aunque personalmente no concuerde con todo); realizan diversas actividades paralelas a las representaciones… y además, me encanta la publicidad que han diseñado para esta temporada.
Pero no me entretengo más y voy a la crítica:
-La tempestad: no se ven muchas obras en concierto en este teatro… no sabría decir si ello es bueno o malo: por una parte, librarse de toda la cuestión de la puesta en escena te priva de una buena parte de una obra, algo muy relevante, puesto que aunque asociemos este tipo de arte sólo a la música y, muy por desgracia, casi siempre sea lo único que tengamos en consideración, lo cierto es que son obras que han sido concebidas para ser representadas y no sólo escuchadas… pero su no escenificación también te libra de los desvaríos del director de escena de turno (¡y cuántas veces habremos pensado que cuánto mejor hubiese sido si esta u otra obra hubiese sido en concierto! -como en este ejemplo reciente-), además de que te permite usar tu imaginación para vislumbrar cómo podría ser un montaje ideal.
Sea como sea, normalmente, en la mayoría de los teatros cuando se programa una versión no escenificada suele ser para rebajar los costes que ello supone (lo que también suele rebajar el coste de la entrada para el espectador), además de incrementar los títulos de la temporada (otra ganancia extra para el espectador).
En cualquier caso, y yendo al tema, la obra original (o lo que se intuye de ella, algún párrafo más abajo entenderéis porque hago este comentario), tiene una gran grandilocuencia muy propia de la época en la que fue concebida y se nota la influencia de la ópera extranjera en ella. El argumento resulta interesante y hasta cierto punto original (si nos olvidamos de sus orígenes, o tal vez, precisamente por ello). Pero, sin duda alguna, lo que deslumbra de esta obra es la música, claramente concebida para dejar al espectador anonadado y absolutamente conmocionado… quizás, hasta cierto punto, está demasiado preparada, homenajea demasiado a otros compositores, y sea un tanto manipuladora en el sentido emocional… ¡pero a quién le importa si funciona!, y la verdad incuestionable es que Chapí (uno de nuestros compositores más icónicos) construye un innegable prodigio de fuertísima y poderosa emocionalidad en su partitura… todo lo cual hace que dudemos de esa calificación que dio el propio compositor a su obra de melodrama fantástico.
Pero dejando de lado estas reflexiones sobre el original, y centrándonos en la versión en concierto que en este momento se puede ver en el Teatro de la Zarzuela, “La tempestad” es una obra que vamos a ver en versión resumida, seleccionada, en lo cual sale totalmente perjudicado el libreto de Carrión, del que apenas conseguimos ver un atisbo; así pues, Alberto Conejero redacta una espantosa versión sinóptica del libreto original, que deja en manos de un narrador (dicho de otro modo: adiós diálogos, adiós concepto teatral), con todo lo cual no consigue integrar ni uno sólo de los números musicales; pues el conjunto suena insoportablemente forzado, metido con calzador, y no existe simbiosis alguna entre el texto, especialmente creado para la ocasión, y la música original de Chapí, es más, parece que el uno interrumpe impertinentemente a la otra y viceversa.
Ciertamente, no es difícil montar una ópera en concierto, y resulta relativamente fácil hacerlo así, puesto que la gran mayoría del texto suele estar musicalizado, con lo que, simplemente es la misma representación, sólo que sin escenografía. El gran problema de la zarzuela (o de obras con esas características) es que hay partes habladas largas, y que la música no lo domina todo, sino sólo una parte (aunque sea la más importante, pues, por lo general, rara vez se suele producir una situación de igualdad real entre la importancia de lo hablado y lo musical)… de modo que, para hacer una versión en concierto, se pueden tomar varios caminos: usar sólo la parte musical (con lo que el espectáculo probablemente quedaría muy reducido de tiempo, pues, como digo, no tiene las características de la ópera, no hay un todo musicalizado), hacerlo todo tal cuál está (lo más lógico, natural y respetuoso… que, contra todo sentido común, parece no estilarse nada hoy día) o… lo que hacen en este montaje, hacer un mix absurdo, una chapuza en la que la narración de la historia simplemente no funciona… todo lo cual es especialmente pecaminoso cuando el propio original se autocalifica como “melodrama”, y por tanto la parte interpretada debe ser especial y esencialmente importante.
Y aunque han tenido el buen gusto de poner a un actor para la parte del narrador, lo cierto es que Juan Echanove no consigue la más mínima expresividad o comunicación con el público hasta pasado el descanso, antes, se limita a soltar su texto como si recitase la tabla de multiplicar. Muy desgraciadamente, pasado el intermedio, a pesar de que su actuación gana, sigue sin resultar ni bueno, ni interesante (muy en parte por culpa del texto de Conejero), confirmando que, en lo que a él respecta, ha sido una pésima elección de reparto, y que, claramente, está ahí más por su nombre que por su capacidad para hacer correctamente la labor que se le ha encomendado. Por algo fue el único al que no se le aplaudió directa y claramente.
Muy afortunadamente, la elección del reparto musical ha sido bastante mejor; estando muy bien tanto el coro como la orquesta, acertadamente llevada por Guillermo García Calvo.
Los cantantes estuvieron todos muy bien, pero quiero destacar muy especialmente la educada (quizás demasiado, todo parece excesivamente controlado) voz de Mariola Cantarero; y sobre todo al gran José Bros, que siempre tiene la capacidad de sorprender, emocionar, y que fue, de lejos, el que más impresionaba en los solos con su increíble poderío, verdaderamente sensacional. Tampoco quiero dejar de resaltar la curiosidad de encontrar a Ketevan Kemoklidze, cantante lírica de Georgia, lo cual me llamó la atención agradablemente, pues es muy infrecuente ver a cantantes extranjeros entonando nuestras melodías internacionales… aunque resulta muy halagador y grato, puesto que es prueba de la internacionalización de nuestro género nacional y que este es apreciado fuera de nuestras fronteras.
Como anécdota curiosa, decir que las cantantes femeninas parecían estar compitiendo, no musicalmente, sino por ver quién llevaba la ropa más ceñida y el escote más llamativo… es suficiente con decir que, llegado el momento de las reverencias, ambas ofrecieron todo un espectáculo extra e inesperado, que fue más allá de su exhibición canora, y por el que (creo) no habíamos pagado… aunque si se me permite la humilde opinión, Cantarero ganó de lejos, con un vestido en el que el prolongado escote sólo podía competir con la longitud de la abertura de la falda, que se le descontroló durante toda la función, y que continuamente tenía que reajustar.
En definitiva, independientemente de sus defectos, creo que la versión en concierto de “La tempestad” gustará a todo amante de la lírica, pues tiene todos los elementos para ello.