-Los miércoles no existen: soy muy tonto, lo reconozco, muy tonto… leo la más mínima insinuación de que algo es un musical, y allí voy, cual zombi; al fin y al cabo, nunca se sabe, este género es siempre muy difuso a la hora de promocionarse, o se hace a bombo y platillo o todo lo contrario; y quien sabe, uno de los mejores musicales españoles de los últimos años no reconocía serlo tampoco (y yo nunca entenderé esa denominación de película con canciones)….
En realidad, nada bueno me auguraba esta película, con unas críticas más bien malas (tanto las profesionales como las amateurs); el propio autor-director calificando su propia obra de “dramedia con números musicales” (traducción: no tengo ni idea de qué va lo que he escrito; y si tú mismo no sabes de que género es lo que has creado, a ver como vamos a saberlo los demás…); el saber que tiene una duración de más de dos horas, que ya es muy difícil de sostener en una comedia y sólo grandes maestros lo han conseguido (y desde luego Romano no lo es)… etc; no pronosticaba nada bueno.
Pero lo dicho, yo soy muy tonto, y me empeñé en ir a verla, y, por supuesto, salí trasquilado.
Desde luego no es un musical, pues la inclusión de unas pocas canciones conocidas (sí, pretende ser un musical de recopilación, y con lo poco exigente que hay que ser con estos, ni siquiera unos requisitos mínimos supera…), en forma de, algo parecido a un número musical (ya me explicaré más al respecto), sin orden, concierto, coherencia o cohesión, de una forma tan totalmente arbitraria como sobrante nunca será capaz de crear un musical; lamentablemente, estos detalles anteriormente comentados, son los que definen a toda la producción.
En cualquier caso, los números musicales (llamémoslos así, al menos hasta que se invente un término para definir lo que se ve en esa película, ¿payasada, a lo mejor?) son realmente de vergüenza ajena; dejemos de lado ya lo mencionado de que ni pintan nada, ni aportan absolutamente nada a la historia o que incluso no tengan ningún sentido; no tengamos en cuenta tampoco los bochornosos intentos de coreografías que parece que los ha hecho el profesor de educación física de un instituto de secundaria (en colaboración con el de música y literatura)… y aún olvidando y perdonando todo lo inolvidable e imperdonable, nos quedará el prodigio de máximo indecoro de que los actores sean incapaces de cantar y de dar una sola nota bien o en su sitio; de verdad os lo juro, parece que es a propósito, es inconcebible que se pueda desafinar tanto en tan poco tiempo y de maneras tan espantosas. Horrible, parecía un concurso de a ver quien cantaba peor. Los únicos que se escapan un poco de eso son Carlos Noriega e Inma Cuesta, y sólo porque su parte es casi un recitativo, porque según hay que empezar a entonar… empiezas a preguntarte en que cajón guardaste esos maravillosos tapones para los oídos, y por qué tan imprescindible objeto no va contigo a todas partes.
Lo que se dice de lo anterior bien puede aplicarse al resto de la película, añadiendo además que apesta a teatro independiente, supura sala pintada de negro, emana teatralidad por todas partes… y es que el creador (pues es autor de la obra teatral original -que está, por supuesto, en un teatro pequeño y cuya obra se pone, en las peores horas del día y muy de vez en cuando-, guionista y además director de la película) de tan inefable producto es incapaz de entender las diferencias de lenguaje que existen entre teatro y cine; porque, por si no se había dado cuenta, sustituir una pared negra por un montón de localizaciones fantabulosas, no hace que un texto teatral parezca una película, ¡uy qué sorpresas te da la vida!, ¡hala que fuerte!, ¿no?, pues ya ves.
Y ya no hablemos de la escasa calidad del texto original, refrito de mil obras anteriores, y que ya sólo en cine tiene un precedente mejor respecto a esas temáticas (española para mayor escándalo, y además buen musical como aumento de humillación) en “Los dos lados de la cama”.
Eso sí, lo mejor de la película (lo único bueno de la película más bien) son las localizaciones, para quien ame Madrid, el filme es una auténtica carta de amor a la capital del Reino (y ni siquiera en eso está bien dirigida, pues quien conozca la ciudad, verá unas incoherencias en los itinerarios que siguen los protagonistas por los barrios del centro, completamente absurdos y ridículos, de hecho, te pierdes con tanta vuelta y tanta incoherencia de planos de cine y urbanística)… por desgracia, y como ya digo, es lo único interesante que tiene esta película (y como ya he comentado, ni siquiera está del todo bien).
Así pues, Peris Romano, que ha sido absolutamente incapaz de adaptar su propia obra de un teatro cutre a la gran pantalla (ni demostrar ningún otro tipo de talento, ya puestos a decir las cosas), difícilmente conseguirá dirigirla, y efectivamente, así sucede; no es capaz de mantener el ritmo, y el metraje es insoportablemente aburrido, tedioso, irrelevante, insoportable, insufrible… pero como ya digo, como el problema ya está en el propio guión, mucho me temo que por más cambios y tijeretazos que diéramos en el montaje (y son muy necesarios, así como la eliminación de personajes, tramas innecesarias… etc), seguiríamos igual. Y como además está muy mal dirigida, la película seguiría careciendo de ritmo, interés… etc.
Los actores van a juego con el resto del filme: están espantosos (sin mencionar la humillación que se les hizo a algunos de la versión teatral, al no incluirlos en la versión cinematográfica). Al igual que el director, que es incapaz de distinguir entre teatro y cine, todo el reparto parece estar convencido de que tienen que llegar, y ser vistos, hasta en la última butaca del anfiteatro, y que la mejor forma de conseguirlo es sobreactuar cuanto más mejor, pero… ¡qué sorpresa, si en el cine hay algo llamado plano medio, primer plano… etc!, ¿no es sorprendente?; y lo es aún más cuando sabes que, a pesar de que todos los actores del reparto (que claramente han sido seleccionados por su fama, para desprecio, como ya digo, de los originales de la obra teatral) cuentan en sus currículums con experiencia tanto en televisión como en cine, parecen estar absolutamente convencidos de que están en el teatro (obviamente en eso ha influido mucho una pésima dirección de actores), o al menos eso es lo que reflejan sus interpretaciones.
Todas las actuaciones son auténticamente terroríficas; pero vamos comentar algunas especialmente: William Miller, que es capaz de alcanzar el paroxismo de la mala interpretación, tiene que dar dolor mirarte a ti mismo haciendo eso, porque a los demás si nos lo produce, es un auténtico martirio en el que no puedes hacer más que preguntarte, ¿cómo es posible que nadie, nadie, pero es que nadie le dijera que lo estaba haciendo tan mal?; Gorka Otxoa, hace lo único que sabe hacer, dar grititos y saltitos, menuda novedad (aunque sí llama la atención lo extremadamente delgado que está); María León, en apenas unos minutos se nos descubre sin talento alguno y únicamente apta para papeles de maruja barriobajera… etc.
En definitiva, es un producto pésimo destinado a diluirse en la cartelera y desaparecer sin rastro, y lo peor de todo es que lo merece, puesto que semejante producto jamás debió estrenarse, no tiene absolutamente ningún mérito para ello.