Me gusta ir al cine, he de confesarlo, me gustan la sensaciones que se viven en él: la sala enorme, con pantalla grande y sonido envolvente, me encantan las butacas, el estar rodeado de gente y oír sus reacciones, me gusta cuando el lugar se queda en la oscuridad, como el proyector crea un haz de luz que va directo a la pantalla, me gusta ir solo y con gente para comentarlo antes y después… y a veces, la verdad, voy más por ir, que por el filme en sí.
Esto último suele ser un craso error casi siempre (como en un caso anterior nada lejano en el tiempo), porque yo suelo investigar lo que voy a ver, y de la última de Amenábar no tenía exactamente buenas referencias, de hecho, más bien negativas; pero yo me empeñé, tenía que ir… y no hay como escarmentar para en un futuro pensarte mejor como invertir mejor tu tiempo y dinero.
-Regresión: la verdad sea dicha, a mí Amenábar nunca me ha parecido en absoluto ningún genio, pero supongo que como todos, alienado porque hay que considerar como tal a una persona que escala hasta ciertos puntos y que consigue ciertos éxitos, también lo vi durante un tiempo así. Pues la venda se me ha quitado.
En realidad, frecuentemente sus películas me decepcionan (el último ejemplo del que hice crítica), y viendo esta he entendido el porqué: Amenábar no es original, no es en absoluto ningún genio, en absolutamente ninguna de sus facetas cinematográficas. En realidad, se puede atisbar en su primer corto “Himenóptero”, y como he comentado recientemente, quien no demuestra talento con un escaso presupuesto, jamás lo conseguirá con uno mayor; pues, y no me cansaré de decirlo, el dinero no sustituye al talento y viceversa.
Para empezar, sus ideas no son originales, la verdad es que siempre va por los mismos temas, y a estas alturas se ve todo demasiado trillado, es como si fuera incapaz de tener nuevos intereses.
Sus guiones son tópicos e incluso con errores de principiante en múltiples cuestiones narrativas.
Su dirección es clásica, académica… y como ya he comentado otras veces (ya fuera en cine o en teatro), no arriesgarse, no ser vanguardista puede hacer que pases por bueno, pero eso no significa que lo seas, eso sí, disimula mucho mejor la falta de talento.
Porque lo dicho, a la hora de la verdad, Amenábar no es original, no aporta nunca nada nuevo, no dice ni expresa algo especial… etc. En definitiva, es profundamente común, vulgar, ordinario (aunque haya tenido mucha suerte en la vida, eso hay que reconocérselo).
Desgraciadamente “Regresión” cumple todas estas máximas que he comentado e incluso las empeora… mucha gente no entiende que este director haya hecho esta película, pero es que no puede hacer otra, ha seguido un proceso lógico, como he comentado antes, y ahora, se ha hecho evidente.
Y es que el nuevo filme de este director bien podría ser un telefilme de sábado por la tarde, y por desgracia, ni siquiera de los buenos; y esto a todos los niveles, tanto en las cuestiones más específicas como en la apariencia del conjunto general de la película.
Por mencionar sólo algunas de las múltiples catástrofes: el guión es realmente desastroso, incoherente, tramposo y no resiste el más mínimo análisis. Las situaciones climáticas que deberían causar terror, llegan a provocar risas, pero a mandíbula batiente, la gente era incapaz de contenerse. Los actores sobreactúan que da miedo (de hecho, desgraciadamente, es lo único que asusta de la película); y por encima, no eres capaz de entender como es posible que haya ido dinero español a una producción claramente extranjera a todos los niveles, en la que todos los intérpretes lo son, y también buena parte de los técnicos, y todo eso, sólo porque el director es de este país, aunque parece renegar de él (lo que no deja de resultar irónico sabiendo que vive en la Torre de Madrid); y después del asunto Trueba, uno ya se lo espera todo (aunque la gran diferencia del primero con el segundo es que, este último, independientemente de sus declaraciones, ha hecho una filmografía de temática claramente española y que debe mucho a la cultura patria, es más, su obra es incomprensible sin ella; cosa que de Amenábar difícilmente se podría decir).
En definitiva, yo creo que es suficiente con contar que, tras muchas risas generales, al final de la proyección, un grupo de niños que no superarían los trece años, se pusieron a gritar: “¡estafa, estafa, estafa!”; porque lo peor de todo, lo que habla más elocuentemente acerca de la escasa calidad de esta película, es que mentes tan jóvenes, con tan poca experiencia (cinematográfica, y en general), tan impresionables y predispuestas a tragarse cualquier cosa, decidieran no hacerlo. Realmente este detalle es más elocuente que cualquier otro refinado e hiperanalizado argumento de crítico que yo pueda dar.