Revista Comunicación

Crítica exprés: Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano

Publicado el 12 febrero 2016 por Universo De A @UniversodeA

Procedo pues a realizar esta nueva crítica express, aunque, como todos sabemos, en este momento en Madrid, e incluso a nivel nacional, sólo se habla de una obra de teatro… ¡de títeres! (que ya es popularmente conocida como “los títeres de Carmena”, y que ha causado una auténtica conmoción, además de estar haciendo rodar cabezas políticas -no sin falta de razón- y creando una polémica espectacular a todos los niveles…) que no es precisamente la broadwayesca “Avenue Q”… y como a mí me encanta hablar de toda cuestión cultural, ya he dejado mis impresiones sobre el tema (y sobre todas las celebraciones del carnaval, como hago tradicionalmente) en el artículo recopilatorio correspondiente de los eventos; porque, como siempre, el debate también está abierto en Universo de A (que apropiado decir esto cuando vamos a hablar de un filósofo justo a continuación).

Crítica exprés: Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano

¡Hacía tiempo que no iba a la nave 1 del Matadero y que ganas tenía de volver!… una pena que haya sido con esto.

Mario Gas, el director de la obra, es, sin duda alguna, una de esas personas que no merecen estar donde están; no tiene ningún mérito para ser calificado como artista, ni debería volver a ningún medio audiovisual: es un malísimo director, un pésimo actor y aún peor dramaturgo si cabe. Y por mis fugaces impresiones en un acto en el que él era figura principal, como persona tampoco es mejor: un pedante, altanero, soberbio, absolutamente incapaz de entender o asumir una mala crítica o cualquier tipo de equivocación por obvia que sea; mi impresión después de contemplar un par de desaires que hizo a ciertas personas que no le hicieron halagos baratos, fue que se lo tenía muy creído, y lo peor de todo es que, concluí, no tenía ninguna razón para ello, absolutamente ninguna, pues no posee ningún talento del que poder presumir; con lo cual, tanta arrogancia resulta entre ridícula e irrisoria.

Pero ha tenido suerte, ese tipo de fortuna inmerecida que eleva a determinadas personas a posiciones que no les corresponden y las deja permanecer ahí… con el tiempo, frecuentemente la historia arregla esa cuestión y les condena al olvido que merecen y del que nunca debieron salir en su propio tiempo.

Como actor es muy malo: poco natural, monotonal, carente de recursos y de una gesticulación adecuada… etc. Como dramaturgo, bueno, ya detallaré en la crítica. Su faceta más conocida es como director de escena, en la que se muestra academicista, jamás original, caligráfico y totalmente carente de la capacidad de innovación o de creación, la mejor prueba de ello es que tuvo dos Sondheims en sus manos, y ambos los destrozó (Sweeney Todd y Follies). Todo ello, sin mencionar su terrible y vergonzosa incapacidad como gestor teatral en los municipales, que como no, estuvo llena de polémica por todos los lados (quizás, es el precedente de los escándalos actuales).

¿Qué hasta cierto punto vende y qué para algunos es garantía de no encontrarse con algo demasiado horroroso?, bueno, yo siempre dije que un modo de hacer clasicista es el disfraz perfecto de la mediocridad (y este un buen ejemplo de ello), y si uno es conformista y no tiene demasiadas aspiraciones ni ambiciones como espectador… bueno, el señor Gas, como dice el refrán “en el país de los ciegos, el tuerto es el Rey”… una pena que, en este caso, sólo se trate de un ciego que simula ser tuerto.

Probablemente todo lo que digo resultará polémico, siempre lo hace cuando hablas de esa manera sobre una persona consolidada, que cuando están en determinada posición se vuelven intangibles e intocables… pues mira, a Universo de A eso siempre le ha dado muy igual, y no han faltado ocasiones en las que lo demostrara.

Además, ¿no dice el señor Gas en su dramaturgia que debemos decir la verdad y ser fieles con nosotros mismos?, pues vaya si lo voy a ser, aquí va la crítica:

-Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano: sopor… adormecimiento, letargo, somnolencia, modorra; voy adelantando las palabras y sinónimos que poblarán la crítica que voy a escribir, porque yo podré decir y describir mucho, pero al final, todo se resume en lo anterior.

Tiene mucha gracia que justo al principio de la obra el actor José María Pou, asegurando que así seremos mejores (menos mal que tenemos la dramaturgia de Mario Gas y Alberto Iglesias para adoctrinarnos y darnos lecciones para que aprendamos a comportarnos, no sé que haríamos sin ellos… a parte de ver buen teatro) nos prohíba, a través del actor protagonista hacer absolutamente todo lo que indica aburrimiento en el público: toser, tener el móvil conectado y usarlo, hablar entre nosotros… menos mal que no dijeron también que no podíamos roncar, porque yo estuve muy a punto. En cualquier caso, el señor Gas no debería preocuparse porque el público haga esas cosas, si lo que nos presenta nos resulta interesante, si capta nuestra atención, seguro que no hacemos ninguna de las cosas que nos veta al principio de su representación… pero el problema es que él ya sabe por adelantado que su obra es un fracaso y va a provocar el aburrimiento en masa.

Fue terrible, estuve a punto de dormirme profundamente varias veces, y diría que di varias cabezadas, no tenía el estómago pesado, y aunque la calefacción estaba un tanto alta, de ninguna manera había razón alguna para que me entrase tal sopor, sino era lo insufrible que era lo que había sobre el escenario.

No es para menos, el texto de Mario Gas y Alberto Iglesias coge una historia tan interesantísima como es la de Sócrates, con todos sus valores añadidos y todas las cuestiones y temáticas interesantísimas que se pueden tratar (la libertad, la justicia, el deber, la sociedad, la hipocresía, la democracia… etc), que son tan de candente actualidad como lo fueron hace miles de años, pues tiene todos los valores para ser un clásico intemporal… y lo convierte en algo extremadamente plúmbeo, intragable e insoportablemente aburrido, hasta el punto de quitarle todo interés, y acabas pensando en cualquier cosa excepto lo que está en el escenario. Así pues, el texto es algo repulsivo carente de todo mérito o talento, y sobre todo, profundamente mal escrito y desconocedor del medio teatral (o al menos de algo que no sea su visión tópica).

Y por supuesto, la obra peca de presentismo (la manera de juzgar el sistema democrático griego, entre otras muchísimas cosas, es atroz y vulgar) y de una gran incultura en general, indudablemente fruto de una investigación superficial, de Wikipedia, y sin la más mínima capacidad de comprensión que ofrece el verdadero y auténtico estudio científico del pasado más allá de los sectarismos y los prejuicios de los estúpidos, que jamás comprenden nada porque son incapaces de salir de los límites que ellos mismos se marcan, y, que encima, pretenden imponer a los demás. Sin duda esta dramaturgia, y el propio Gas, son un magnífico ejemplo de estas últimas cuestiones.

A ello se le une la, obviamente, ineficaz dirección de escena de Mario Gas que consigue convertir un texto ya de por sí pesado y aburrido, en una obra aún más inamovible, carente de ritmo e insoportablemente anquilosada… nada se mueve en escena… ni siquiera el tiempo, que pasa muy, pero que muy muy muy lentamente… hasta volverse insoportable.

Por supuesto, los decorados son infames y de sala alternativa. Que poca vergüenza.

Por supuesto, Gas también ha elegido un mal reparto (como era de esperar, lo raro es que no metiese a su mujercita, Vicky Peña, también con calzador) a juego con la insufrible obra: José María Pou interpreta a un Sócrates tan vehemente y pasota que más parece Torrente que un filósofo (no me extrañaría nada que la primera opción de Gas para este papel fuese Santiago Segura); y el resto sólo son una mera comparsa sobreactuante, que se dedican a hacer teatro del malo, y en los que los conceptos de naturalidad y verosimilitud se les escapan totalmente porque están convencidos de que un personaje histórico es permanentemente consciente de que lo es y como tal hay que interpretarlo; destacar como especialmente malo a Guillem Motos, que, a pesar de cometer errores de principiante total (no sabe que hacer con las manos, se agarrota, no dice una frase bien, llega a equivocarse, se le nota tenso y nervioso… parece como si nunca hubiera pisado un escenario, es vergonzoso), está cobrando un sueldo en un teatro público que debería ser el paradigma de las artes escénicas nacionales y, en esta obra llega a parecer el salón de actos de un centro cultural; desde luego, podemos culpar a Gas de esto, pero no creo que su incompetencia sea tanta como para poner a un actor tan desmesuradamente malo (o tal vez sí) sin que haya otros motivos ocultos… a saber que poderes e influencias tendrá Motos, porque soy incapaz de explicarme su presencia en esta u otro escenario. La única que se salva medianamente de la catástrofe es Amparo Pamplona, que hace un tierno monólogo sobre las madres, el único momento ligeramente salvable de la función.

En definitiva, para terminar voy a hacer uno de mis irónicos memorándums de como es ver una función de esta obra:

Sale un actor, hace un monólogo, al principio es aceptable, no brillante, pero tolerable. De repente ves que se está extendiendo demasiado. Poco después no crees que se acabe.

Por fin, terminó, a ver si ahora comienza la obra de verdad, ¡acción, acción!.

Se apagan y encienden las luces, comienza otro monólogo. Dura casi quince minutos.

Sale otro actor más, temes lo que va a pasar… tus peores pesadillas se cumplen, otro largo e interminable monólogo.

¡Un segundo, ahora que el anterior ha terminado su rollo, parece que va a haber un diálogo, una conversación, algo que haga avanzar el argumento!… cruel y vana esperanza, apenas han dicho dos frases y ya está uno de ellos soltando un monólogo (y no, no es de los graciosos… en realidad ninguno lo es… comienzas a sentir claustrofobia, te abrumas y angustias porque eso no acaba…).

Comienzan a cerrársete los párpados, haces esfuerzos por mantener la atención, pero por más que lo intentas, desde el escenario ya sólo te llega una cosa, un “bla, bla, bla, bla” continuo e interminable que tu cerebro ya, ni quiere o siquiera intenta discernir o desencriptar.

Otro actor suelta otro monólogo, todos los cuales alcanzan el mínimo de diez minutos, aunque parecen diez horas cada uno: ninguno es interesante, todo es inmensamente aburrido.

A estas alturas el público, incluso los más aficionados, estamos ya casi fritos, la cabeza ya no se aguanta en la mano, nos hemos reclinado demasiado en la butaca y el cuerpo se prepara para el sueño… a pesar de que nuestra mente cultureta, y nuestro sentido de la compostura intenta luchar contra ello tratando de fijarse en cualquier cosa, hasta en las estructuras metálicas de la nave, tratando de valorar la magnífica restauración y el encanto que tiene estar en un lugar tan histórico y de tan curioso pasado matarife.

De repente ves una manada de vacas fantasmas dando vueltas y botando por la nave como pelotas de playa… te despiertas del sueño, no, no era una pesadilla; lo que sí lo es, es la obra que estás viendo, ¡y además interminable!; te preguntas si te habrás perdido algo, ¡que va!, otro actor está soltando un monólogo, seguro que aún seguimos en el comienzo de la función….

No mucho después, te ves a ti mismo desnudo en el medio del escenario, es un clásico de las pesadillas, pero no te sientes incómodo, porque aún peor es despertarte y ver la representación, así que casi que prefieres estar tal y como viniste al mundo delante de todos. Sí, decididamente eso es mejor que escuchar otro monólogo.

Te despiertas, has dado al menos tres cabezadas y la obra no acaba… oye, ese actor ya había soltado su monólogo, ¿qué hace otra vez a lo mismo?, ¿dirá algo diferente siquiera?, ¿o quizás no terminó desde la última vez que te quedaste sopa?.

Con un escandaloso ruido, probablemente realizado a propósito para despertarnos, se acaba la función… ves como la gente comienza a reaccionar, todos tienen cara de haber salido de la siesta… y comienzan a aplaudir tímidamente porque algo hay que hacer y tus sentidos no acaban de reaccionar… las ovaciones son permanentemente bajas y están en continua decadencia, pero José María Pou se empeña en obligar a todo el reparto a dar la vuelta, una y otra vez en el escenario, para fingir como que los espectadores quieren seguir aplaudiendo, mientras el cansado y aún adormilado público, no ve el momento de que la tortura acabe… según se dan la vuelta definitivamente, los aplausos se apagan de sopetón. Así, sin más, fue impresionante. La gente ha despertado en todos los sentidos, y el sentimiento de estafa se está extendiendo como la pólvora… las caras de somnolencia cambian por las de cabreo, con lentitud pero de forma determinante.

En definitiva esta obra es aburrida a más no poder, soporífera; lo que se debe a su nula calidad a todos los niveles. Tal vez tenga algún valor como somnífero pero, francamente, creo que hay maneras mejores para conseguir dormir en las que no se tenga que sufrir tantísimo (y que además no produzcan un agujero tan innecesario en la hacienda pública).


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