Revista Comunicación

Crítica exprés: Vientos que nos barrerán

Publicado el 15 julio 2019 por Universo De A @UniversodeA

Vientos que nos barrerán

Llego tarde para publicar la crítica pero poco importa, de hecho, al menos que tenga la utilidad de cubrirme la publicación de un mes futuro, porque, como explicaré, no creo que esta obra pueda tener mayor ni mejor uso (bueno, por supuesto, servirá para prevenir a otros si se vuelve a reponer).

Encontré muy bien la atención al público en el Fernán Gómez. El texto del programa de mano era lo que me había atraído a ver la obra (se puede leer en la web del teatro)… y es mejor que esta, con eso lo digo todo (caso típico del tráiler que es infinitamente mejor que la película e incluso engañoso).

-Vientos que nos barrerán: me niego a invertir más tiempo del que no merece esta obra, así pues, para variar, trataré de ser conciso:

-Texto: un cliché insoportable y un vulgar pastiche carente de imaginación: frases tópicas, lugares comunes por todos los lados… y una insoportable tendencia al culebrón que acaba convirtiendo la historia en una comedia o un solemne aburrimiento, según decidas tomártelo (la gente se partía de risa en los momentos en los que supuestamente era el clímax).

-Dirección de escena: pedante imitación del tipo pretendidamente vanguardista que lleva décadas haciéndose; de modo que intentan vendernos como nuevo, lo que ya de viejo es anticuado.

-Actores: teatrales en el mal sentido. Maiken Beitia alcanza el colmo de la sobreactuación. Andrea Trepat, como hace de sí misma, es la que mejor parada sale del reparto… pero sólo porque en el país de los ciegos el tuerto es el rey.

Al final, llegué a la conclusión de que, quizás, la auténtica obra a ver eran el resto de los espectadores (es lo bueno de esa sala, que se puede observar tranquilamente a los demás), y descubrir como también se morían de aburrimiento: toses, bostezos, un señor que se dormía… sí, en esa sala se vivió un drama, pero no en la escena, sino en las butacas, dónde en las caras de los asistentes se podía percibir que se hacían preguntas existencialistas del tipo: ¿cómo he llegado aquí?, ¿cómo he podido acabar en este lugar?, ¿cuándo se terminará esto?, ¿me perdonaría mi pareja antes una infidelidad que haberla traído a soportar este bodrio?, o, habiendo tantas papeleras, ¿por qué he tirado mi dinero en esto?… etc.

En definitiva, insoportable. Como curiosidad, decir que mi olfato para detectar lo infumable fue especialmente cruel, pues si bien no me previno de lo que me esperaba, una vez allí, según escuché exactamente tres frases (y os juro que no exagero), supe con absoluta certeza (que nada tardó en confirmarse cruelmente) que aquello iba a ser completamente insufrible.


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