Yo podría decir que Frankenweenie es la historia de amor entre un niño y su perro, pero cuando interviene un tal Tim Burton esa descripción se queda en pañales y se convierte en mucho, mucho más. Se podría decir que lo que Burton ofrece al público en esta película es su particular vivencia de la infancia, porque sinceramente, ¿alguien imagina la infancia de Burton de una manera distinta a como nos la muestra en Frankenweenie?
Creo que la respuesta es no, y lo es porque, al igual que en el 90% de las películas que ha dirigido o producido, ha dejado bien plasmado el estilo que lo caracteriza: oscuridad, blanco y negro, luz en clave baja, tenebrismo, muerte, un trazo en los dibujos muy peculiar, tristeza… y espirales, muchas espirales.
Pero tranquilos, porque aunque esta descripción invita a no llevar a los niños al cine a verla lo cierto es que Burton también es un maestro de lo entrañable. Y hasta en la rareza desmesurada de los personajes de esta historia infantil gótica se puede encontrar encanto. Es más, yo diría que el mismo encanto que despiertan en la gente de mi generación las películas ochenteras está presente en Frankenweenie. Para empezar la urbanización americana de extrarradio en la que se desarrolla la historia es la misma que pudimos encontrar en otras obras como Super 8 o E.T., y para acabar el hecho de que una panda de amigos del colegio sean los protagonistas, con sus travesuras y su afán competitivo, recuerda mucho a Los Goonies.
Y ahora paso a explicar el por qué del título. Yo siempre he pensado que Tim Burton habría estado como Pedro por su casa en los años 30 y 40, cuando la pugna entre Universal Pictures y otras productoras como Hammer por abarcar el género de terror era muy intensa. Y lo pienso porque en las producciones de Burton hay mucho de los clásicos del terror como Frankenstein, El fantasma de la ópera, Nosferatu o Drácula, lo que me hace creer que él ha bebido mucho de los grandes directores y actores de esa época. Por tanto mi sorpresa ha sido muy satisfactoria cuando he visto que ha trasladado a toda esa factoría de monstruos a los personajes de esta película. Por dar algunos ejemplos diré que la perra que aparece se llama Perséfone (“la que lleva la muerte” en la mitología griega) y se asemeja a la madre de la Familia Monster, que entre la pandilla de amigos hay parecidos muy razonables con el mayordomo de esa misma familia o con Fétido, de la Familia Adams, o que el apellido de la familia del niño protagonista es Frankenstein.
Para acabar destacaré dos cosas. Una es la labor del compositor Danny Elfman en la banda sonora, algo encomiable teniendo en cuenta que el 50% de la película carece de diálogos, y todo sentimiento que se recrea en la pantalla nace principalmente de la música que suena en ese momento. Y por otro lado la crítica que se presenta en un momento concreto de la película a la aversión y el miedo a la ciencia por culpa de la ignorancia y el desconocimiento.
Lo mejor: cómo se recrea el experimento del Dr. Frankenstein en la buhardilla de la casa del protagonista y la música de Elfman.
Lo peor: que no se sale en absoluto del estilo de Tim Burton, y por tanto en ocasiones es predecible lo que vamos a ver.
Y por si os pica la curiosidad os dejo el cortometraje original que dirigió Tim Burton en 1984, a partir del cual ha creado esta película de animación.