La saga de resultó una de las pocas franquicias de acción contemporáneas con total prestigio. Esta inclinación se suscita en diversos motivos: aprovechar la figura parca de Keanu Reeves, motivar la venganza a través de una mascota y la creación de un universo reconocible con mafiosos ilustres.
Los elementos vuelven ostensibles su pedestre futilidad cuando rasguñan la superficie de grandes obras del cine de acción (tanto oriental como occidental), con dos primeras partes endebles aunque tolerables. Pero la tercera entrega no solo no consigue palpar las apariencias, sino que doblega el contenido ante todos los artefactos más insustanciales del género.
Aquí John debe huir por romper la regla de no asesinar dentro del Hotel continental, además de ser perseguido por múltiples asesinos que buscan una ingente recompensa. El escape del afamado ¨gangster¨ gozará de paisajismo digital, cansinas luces de neón, resoluciones insólitas y otra serie de operaciones técnicas que se amontonan a medida que avanza la película.
Sumemos un esperpento ¨cool¨ en los subtítulos, que imita cierto rupturismo vetusto para enlazarlo inútilmente con la belleza coreográfica que caracterizó las obras de Bruce Lee, el lirismo violento de John Woo y la inmensa imaginería visual de Johnnie To. Aquí sólo son simples simulaciones inertes de duplicidad (como esos juegos de espejos del final, homenaje explícito a Operación Dragón).
Es notable que el director Chad Stahelski, un doble de riesgo que conoció en profundidad este mundo, no pueda registrar ni un poco de la grandeza cineteca de los golpes. Los efectos especiales son incompatibles en un género en el que se deben priorizar las fuentes ontológicas del espectáculo y la realidad.
Sin esta carga serían mucho más loables los cómicos disparates en algunas peleas, que vuelven a quedar a mitad de camino por el infinito laberinto de cristales de computadora.
Como suma de torpezas, se erige un infame desenlace manipulado por necesidades industriales. La prolongación vital del personaje no es otra cosa que la extensión de un objeto pop de fórmula. El triunfo pírrico de un para bellum virtual.
Por Tomás Manzo