Por lo general, una cinta se adapta totalmente a nuestro gusto o bien es repudiada por todo lo que entendemos como ‘’buen cine’’. En tales ocasiones, se nos ofrece un producto cinematográfico que se ajusta a los cánones de lo que entendemos por el séptimo arte. Si buscamos reírnos, iremos a ver una buena comedia; si buscamos sentirnos vivos, nada como el terror o la acción para disparar nuestra adrenalina. Un guion lógico y compacto, una interpretación correcta y voilá, la magia del cine una vez más. Sin embargo, la cinta dirigida por Matthew Vaughn y escrita por este y Jane Goldman, inspirada en la serie de comics Kingsman creada por Dave Gibbons y Mark Millar, tal y como hiciera su predecesora, Kingsman: servicio secreto, contiene ese espíritu de acción sin límites, violencia que a veces llega a ser sangrienta, salpicada de momentos de comedia y otros de sorpresa agridulce, que no siempre encaja totalmente con los gustos preestablecidos y sobreeducados del público.
Lo primero que se destaca de la cinta es el mismo magistral juego de cámaras que se mueven a gran dinamismo, rodeando toda la escena de acción y violencia, disparando las pulsaciones del público, cuyo ojo casi parece incapaz de seguir toda la acción que percibe. Este truco de cámara ya la vimos en la primera entrega de esta saga de espías modernos, y nos agradó su frescura y originalidad en su ejecución técnica, por lo que la vuelta de esta técnica podríamos considerarlo ya una firma de la casa. Podría, y de hecho lo es, resultar excesivo que para ejecutar a un secuaz en lugar de un disparo haya que dar tres volteretas y cinco patadas voladoras, pero también es necesario educarse y saber qué se va a ver, cuál es el estilo del director, y aprender a disfrutar de él, sin cuestionarse o comparar, simplemente apreciar.
En cuanto al guion, los personajes arquetípicos y disparatados de los villanos y sus secuaces pueden parecer extravagantes, pero, tal y como se mencionaba en la propia primera entrega, Kingsman: servicio secreto, dónde se jactaban de que las películas de espías actuales eran demasiado serias, carentes de villanos con verdadera personalidad, Vaugh ha querido retornar a esas primeras cintas de 007. Aquellas en las que el secuaz principal del villano tenía dientes de hierro, o un sombrero que cortaba el cuello de estatuas al ser arrojado, mientras el propio malo malísimo era un carismático doctor acariciando su minino blanco. Así, tenemos a una sublime Julianne Moore como una dulce psicópata narcotraficante obsesionada con los años cincuenta con dos temibles perros robots, y un secuaz cibernético, al que da vida Edward Holcroft y que posee un brazo robótico.
En esta nueva entrega se alejan del cuento de la cenicienta espía de la primera para ofrecer un acercamiento a la variante americana de Kingsman, los Statesman, cowboys espías con nombres clave de bebidas alcohólicas ocultos bajo un negocio de destilería que apoyarán a los supervivientes Kingsman en su nueva misión. No se pude decir que la intervención de los Statesman sea demasiado determinante, y sorprende que el personaje del cada vez más popular y sublime actor Pedro Pascal adquiera tan vital importancia frente al de Channing Tatum, fugaz pero que se entrevé mayor importancia en una posible tercera entrega de la saga, si llegara a haberla.
Por su parte, interpretaciones como las de Jeff Bridges, Halle Berry, Taron Egerton, Mark Strong y Colin Firth dan a la cinta la fuerza que necesita, especialmente por supuesto la de Moore, que encarna a la villana cuya personalidad y razón de ser da sentido a toda la película. A destacar también la intervención de Elton Jhon, sorprendentemente protagonista, quizás demasiado, que se convierte en un personaje bufón de la cinta. Fugaces desapariciones que huelen a falta de imaginación (o posibilitan futuras sorpresas en próximas entregas) y giros de guion que no son del gusto de todos y dejan un sabor agridulce, casi repetitivos de la primera entrega, así como una historia de pareja ni demasiado romántica ni demasiado cómica y que chirría desde el inicio por su falta de explicación son las notas de inflexión de una cinta que, aunque no reciba críticas demasiado favorables y a veces estire demasiado sus rasgos de identidad, supone una arriesgadísima apuesta por la innovación.
Una película que a veces ofrece acción, otras veces comedia, y otras salta a la parodia y lo irreverente. Este valiente juego de emociones supone una nota de riesgo para el espectador, alejada de lo tópico, lo esperable, lo que siempre encaja y viene mascado. Aplaudimos esa voluntad de arriesgarse y abrir nuevos caminos, aunque los primeros pasos, como siempre ocurre, traen más tropiezos que aciertos.