"No solía nevar tan cerca del mar. Pero aquella nevada de diez años atrás fue antológica. Los niños y los adultos de Punta Caliente amontonaban la nieve recién caída como si quisieran acapararla para llevársela a casa".
Fue entonces, hace diez años, cuando cayó aquella terrible nevada a orillas del mar, cuando tal vez empezó todo. O empezó una parte. O quizás fue antes, en los años cincuenta, cuando una pareja argentina emigró a Alemania. O años después, cuando volvió de nuevo a la Argentina para encontrarse con la traición y el destino.
No lo sabemos, pero para el inspector Germinal Ibarra todo pudo haber comenzado en Málaga en el verano de 2007, cuando tuvo que investigar la desaparición de Amanda, una niña de diez años a la que terminó por encontrar muerta y violada y cuando, preso de la rabia y la impotencia, mató a su asesino a golpes de pistola "Sacó la Beretta y golpeó con la culata al hombrecillo en la cabeza. Una, dos, tres, cinco veces consecutivas… pero la rabia no aflojaba. Así que siguió golpeándolo una y otra vez, con saña, como si se tratara de una venganza. No pensaba ya en esa niña asesinada. Pensaba en otro niño, en otro lugar y en otro tiempo. Un tiempo lejano pero que lo atormentaba cada día de su vida".
Pudo haber comenzado entonces, pero en realidad empezó mucho antes, en un bosque gallego cuando el ahora inspector no era más que un niño, también de diez años, también asesinado y herido y renacido del dolor para volver a recaer en él tantos años después.
Para Germinal Ibarra todo pudo terminar esta madrugada del 20 de agosto de 2010 en que, como tantas otras noches, "abre la boca y abraza el estremecimiento que provoca el metal al entrar en contacto con la lengua. Muerde el cañón para que no tiemble e inclina la mano que sujeta el arma. Un disparo, un fulgor y el fundido al negro".
Pero, también ésta, como todas las noches, acaba por soltar la pistola e increparse a sí mismo su cobardía.
Ahora Germinal Ibarra lleva tres años en una comisaría de A Coruña a donde pidió el traslado tras el caso de Amanda.
Faro de Punta Nariga. Costa da Morte
La novela sigue una técnica similar a la de otra que reseñé hace poco, "La luz que no puedes ver" de Anthony Doerr. En unos capítulos se va narrando el presente que transcurre todo en una noche, la del 20 de agosto de 2010. En otros, se cuentan unos hechos que comenzaron tres meses antes, a principios de junio en Punta Caliente, un pueblo de la Costa da morte, y que, poco a poco, irán avanzando hasta llegar al amanecer de dicho viernes 20 de agosto. La distribución de dichos capítulos es aquí más aleatoria que en la novela de Doerr donde se alternaban rigurosamente.Los acontecimientos de Junio nada tienen que ver, en apariencia, con los de agosto. En esa noche de finales de verano Germinal Ibarra se encuentra con una mujer herida que es como un fantasma de su pasado. Averiguar lo que le ha sucedido a la mujer, le enredará con un asesinato cometido esa mañana en Barcelona.
En Punta Caliente, en junio, se dan cita Paula, una mujer que viene huyendo de algo y de alguien, conduciendo desde muy lejos; Dolores la dueña de la Pensión donde se aloja Paula, una mujer con un pasado triste que se inicia en Portugal y un presente más triste aún que tendremos que descubrir; Martina, la hija de Dolores, una extraña muchacha; Daniel Luján, un joven cuyos padres y hermano murieron hace dos años en el incendio de su casa; Mauricio, el abuelo de Daniel que vino desde Argentina para hacerse cargo del menor, al que no conocía, cuando éste abandonó la clínica "La primera imagen que tenía de su abuelo era la del día que este vino a buscarlo a la clínica. Un asistente social le comunicó a Daniel que aquel hombre con un sombrero de película era su único pariente vivo y que, en adelante, sería también su tutor. Hasta entonces, Daniel apenas había oído hablar de él"
Con estos personajes iniciaremos una historia que irá avanzando hasta encontrarse con la noche del 20 de agosto. Iniciaremos una historia hecha de muchas historias, cada una con su herida, su dolor, sus deudas que cobrarle a un pasado más o menos lejano. Varias décadas, en el caso de Mauricio, una década, dos años... Historias con sus paralelismos, con sus simetrías; pérdidas que se repiten como en un espejo, dolores simétricos de otros dolores.
Además de los acontecimientos del 20 de agosto y de los que se suceden a partir de junio, de cada personaje se nos va contando su pasado, las peripecias que los han arrastrado hasta el punto en el que los encontramos, remontándonos a hechos sucedidos hace veinte, treinta, cuarenta años. Todas las historias acaban encajando en el mismo puzzle porque todas son parte de una historia más grande que las comprende y las engloba a todas.
El autor Víctor del Árbol.
Pero sin embargo... no sé, hay algo que no me ha acabado de convencer en esta novela. Quizás la enorme cantidad de cosas que pasan, quizás las similitudes de algunos episodios que superan lo que se le puede permitir a la casualidad; quizás la coincidencia de tantos personajes enfermos, locos, asesinos, traumatizados. Y a la vez todas esas cosas, son las que hacen que la novela resulte apasionante. Me cuesta calificarla. ¿Cómo poner pegas a algo que me ha proporcionado tanto placer y disfrute?Con esta novela, Víctor del Árbol, nacido en Barcelona en 1968, obtuvo el Premio Nadal 2016. Yo no lo conocía de nada y puede que hubiera seguido sin conocerle de no ser por este premio y, sin embargo su obra, sin ser demasiado extensa, tampoco es escueta. Otras cinco novelas han sido publicadas por el autor desde 2006. Tiene además el Premio Tiflos de Literatura de la ONCE 2006 por su primera novela, "El peso de los muertos". Con su segunda obra, "El abismo de los sueños" (que permanece sin publicar), quedó finalista del Premio Fernando Lara.
Reseña +Rosa Berros Canuria