Revista Cine

Crítica Nuestro último verano en Escocia

Publicado el 03 junio 2015 por Cineenconserva @Cineenconserva
Crítica Nuestro último verano en Escocia
El encanto de la sencillezPor María José Agudo @Mary_Agurod

Las feel good movie o películas de buen rollo no suelen tener muy buena prensa, aún cuando por lo general, consiguen llevar a su terreno a numerosos espectadores. Se les critica su tendencia al buenismo y su calculado manejo de emociones, algo que ya un grande como Capra dominaba a la perfección. La realidad es que en un mundo cada vez más obsesionado por ser feliz, este cine de naturaleza optimista viene a ser como una cura para el alma, un alivio para nuestros a veces maltrechos corazones, la auto confirmación de ese dicho tan popular que dice "Dios aprieta pero no ahoga". El efecto que estas películas provocan a la salida del cine suele ser de una vitalidad contagiosa, algo que no viene mal en tiempos de hipermedicación contra la depresión. El cine, como ya saben, es a veces la mejor y más sana terapia contra esos días rojos (como diría Holly Golightly) que todos tenemos. 

Sin abusar del azúcar y con mucho humor negro, llega a nuestras pantallas Nuestro último verano en Escocia (What we did on our Holiday), el último ejemplo de film que podría encajar dentro de este subgénero, una encantadora comedia que fue Premio del Público en la Seminci de Valladolid, y que tiene en su dirección de actores una de sus mayores fortalezas. Prácticamente todo el reparto está estupendo y creíble en sus respectivos papeles, incluida una Rosamund Pike que aún perdura en nuestra memoria por su brillante composición de Amy en Perdida, un rol totalmente diferente al aquí mostrado (mucho más complejo), pero que es indicativo de lo camaleónica que puede resultar la actriz británica. 

Pero si el plantel adulto da la talla, muy especialmente el entrañable personaje del abuelo (interpretado por el veterano actor escocés Billy Connolly), hay que llamar la atención al espectador sobre los tres retoños del matrimonio que conforman Doug y Abi. A día de hoy no es fácil dar con unas interpretaciones infantiles como las que aquí se consiguen: naturales, divertidas y nada repelentes. Junto a sus diálogos, otro de sus puntos fuertes, aquí los niños (salvo algún momento crucial en donde parecen demasiado mañosos) parecen de verdad niños: con sus ocurrencias, su fantasía desbordante, su capacidad para poner a los adultos en un aprieto o su insospechada madurez. Esta última característica está subrayada a lo largo de diferentes escenas, y se diría que hay momentos en donde los niños son más sensatos que los adultos que los rodean, demasiado pendientes estos de salvaguardar las apariencias y empecinados en salirse siempre con la suya. Los tres hijos son por tanto cruciales en la trama escrita por los británicos Andy Hamilton y Guy Jenkin (responsables de la serie inglesa Outnumbered) creadores acostumbrados a trabajar con tiernos infantes, algo que sería la pesadilla de Alfred Hitchcock. Ellos son el motor de una película que se pasa en un suspiro y que no deja de ser un canto a la vida, la vida de cualquier mortal, la que tiene buenos y malos momentos, la que incluso cuando muestra su peor cara, como dice el personaje del abuelo, no quieres que se acabe

Algunos lectores pensarán que me he dejado llevar por el almíbar o el mantra del "carpe diem" que rezuman este tipo de películas, pero nada más lejos de la realidad. Aunque Nuestro último verano en Escocia coquetee con la sensiblería y algún que otro tópico, sabe ser ácida, locuaz y también crítica con los comportamientos de aquellos que ya hemos sobrepasado la infancia (al menos en apariencia).


Lo mejor: El reparto, como han trabajado los directores con los niños (otorgándoles libertad en muchas de sus frases), los diálogos más punzantes y negros, el momento de la cuñada (una suerte de ama de casa perfecta que lleva en potencia una Beverly de Los asesinatos de mamá).Lo peor: Cierta ligereza en algunos personajes secundarios y situaciones más previsibles o tópicas que buscan incidir en el mensaje final.
Crítica Nuestro último verano en Escocia

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