Esta entrega ya no es tan comedia como road movie de acción y prescinde del alcohol y las lagunas mentales para centrarse en salir del gran apuro en que les meten Chow y Alan.
La tercera resaca ya no es de alcohol, como mucho se referirá el título a (según definición de la RAE) “los residuos que el mar deja en la orilla después de la crecida” o la “serie de consecuencias que produce algún acontecimiento”. Porque en esta tercera parte, el trío formado por Alan (Zach Galifianakis), Phil (Bradley Cooper) y Stu (Ed Helms) no prueban más que una cerveza en Tijuana (!) y dejan secas nuestras gargantas sedientas de locuras etílicas y lagunas mentales post-Rohipnoles.
Aunque ya sabíamos que esta vez se cambiaba la fórmula que sorprendió por su frescura en la primera parte y que se calcó en la segunda, funcionando porque extremaba el lenguaje sexual y el uso de drogas, e íbamos avisados de que aquí habría más acción, uno no espera que los gags más graciosos de la película estén (todos) en el tráiler y que se nos enseñe el lado más aburrido y oscuro de los personajes.
En R3sacón la aventura de “la manada” empieza cuando acompañan a Alan a una clínica, puesto que lleva meses desfasado sin tomar la medicación, y por el camino el villano Marshall (John Goodman) y sus secuaces secuestran a Doug (Justin Bartha) para que el mítico trío localice al Señor Chow (fugado de la cárcel de Bangkok) y devuelva los lingotes de oro que le robó. Las consecuencias de las fiestas pasadas y las malas compañías vuelven a este trío reformado de cuarentones en un filme crepuscular y que, cual conclusión de saga (se supone que es el fin) convoca a secundarios de las otras películas.
En este filme se lleva al extremo al personaje de Alan, relegando a Phil y a Stu a secundarios desaprovechados (sobre todo en el caso de este último, que posee una vis cómica a la altura de Galifianakis). Porque el centro de atención en esta entrega son el sociópata e infantiloide de Alan, con su extraña atracción sexual hacia Phil, y su enajenada “media naranja”, el señor Chow, que muestra aquí un lado oscuro que va desde degollar perros y asfixiar gallos a traicionar sin escrúpulos a los tres protagonistas. Ellos dos concentran toda la parte cómica, aunque fiestas pocas.
Y si algo define a la saga Resacón, así como a las películas que asociamos a Todd Phillips como director o productor, es la inmadurez de sus personajes, masculinos todos, y la búsqueda de esa última fiesta bestial antes de la entrada sin vuelta atrás a la edad adulta. Véase, por ejemplo, Aquellas juergas universitarias, dirigida por Phillips en 2002. Cierto es que hace poco disfrutamos de Project X (2011), producida por el ya mentado Phillips, que era esa juerga salvaje que en Resacón sólo habíamos visto en las fotografías de los créditos finales y quizá por eso el director pensó que la fórmula del desfase máximo estaba agotada. Puede ser éste el motivo por el que aquí Phillips se va al otro extremo y, pasando del black jack y las ruletas, nos muestra esa Las Vegas menos glamourosa y nos pasea por las calles de las afueras, donde no hay hoteles y casinos sino casas de empeños. Ahí precisamente es donde Alan encuentra otra “media naranja”, una Melissa MacCarthy que nos crea la esperanza de que esta saga no ha llegado a su fin, sino, quizá, a un nuevo comienzo, ¿por qué no?, más femenino, donde la mujer no sea mera comparsa o personaje secundario, sino epicentro del desfase. Y esta interprete (Emmy a mejor actriz de comedia en 2011) es buen ejemplo de la capacidad cómica femenina. Recuerden La boda de mi mejor amiga, (Paul Feig, 2011) o Por la cara (Seth Gordon, 2013)
Quizá la aparición de Melissa MacCarthy, junto con la escena final post-créditos (¡enorme!), redima la hora y media soportada y sea una luz de esperanza que nos haga pensar que la saga no ha puesto punto y final y que podremos continuar la fiesta.