Revista Cultura y Ocio

Crítica teatral de una gata sobre el tejado de cinz caliente.

Por Orlando Tunnermann
Orlando Tünnermann ha compartido su publicación.
La imagen puede contener: una persona, de pieOrlando Tünnermann25 de abril a las 14:05 · "UNA GATA SOBRE EL TEJADO DE ZINC CALIENTE"
TEATRO REINA VICTORIA
CARRERA DE SAN JERÓNIMO 24, MADRID

“Interpretaciones estratosféricas, emociones y pasiones que rebosan paroxismo, actores magistrales, el teatro llevado a cotas de excelsitud).
-ORLANDO TÜNNERMANN-

Mis críticas teatrales anteriores, últimamente, se han dedicado con primor a desenterrar diamantes en bruto que subyacen en las capas terrenales donde habitan las sombras, actores que poco a poco van "silueteando" ya el perfil de algo grandioso, obtenido con esfuerzo, tenacidad y amor por la profesión. Hoy, sin embargo, entro a hurtadillas en los exclusivos páramos celestiales, donde se esculpen con perlas de oro los nombres sagrados de aquellos paladines de los escenarios que han llevado su efigie y su rostro a los más altos estratos, allá donde unos pocos tronos quedan reservados para unos pocos privilegiados. 
Entro a hurtadillas, digo, casi pidiendo perdón, pues me siento polizón escribiendo sobre tan dignas eminencias del arte escénico, así, con mayúsculas y doble subrayado. Escribir es mucho más fácil, sobre todo cuando lo haces desde la casilla de seguridad que me otorga la máscara del "anonimato" tras la cual cincela cavilaciones este servidor, donde apenas se vislumbra el color de mi alma y los rasgos de mi faz. Interpretar, subirse a un escenario, vomitar emociones y transferírselas al espectador: eso es magia en estado puro.
Amelia Ochandiano coloca sobre el escenario las llaves maestras que garantizan el éxito incontestable de esta revisión del clásico de Tennesse Williams "Cat on a hot tin roof" ("La gata sobre el tejado de cinz") que ganara en el año 1955 el premio Pulitzer y que tres años después sublimaran en los inmortales anales del celuloide Elisabeth Taylor y Paul Newman. "Una gata sobre el tejado de cinz caliente" ha llegado arrasando como un tifón, análogo en temperamento y virulencia al que desembuchan los personajes de esta desgarradora historia de soledad y amores llevados al paroxismo que perecen sin remedio en la ribera del desdén y la indiferencia. Es una historia de estallidos y tormentas y fuegos artificiales emocionales, la emoción descarnada que mana en bocanada, volcanes en plena erupción. Una historia cruda y feroz con personajes que morirían por sentirse vivos y otros que morirían por dejar de sentir. Ambición, pasión incomprendida, soliloquios
desgarradores, interpretaciones con una capacidad transmisora tan portentosa como para carbonizar montañas, bosques y nubes de colores. Emociones y pasiones contenidas que ocultan un dolor insostenible, atrapadas entre los pliegues permeables del alma, que vibran haciendo equilibrios en alambres de funámbulo, que están a punto de arreciar y romper los diques que las contienen para gritar. Exabruptos furibundos, mendacidad (mentira), catarsis, verdades como puños, dramatismo que lenifica (atenúa) su arañazo con toques fabulosos de humor.

Vamos a las estancias intrínsecas de la sinopsis. Una fiesta de cumpleaños donde las palabras son dagas envenenadas y el alborozo es tóxico. La onomástica del padre de familia opacada por el rencor, la amargura y una tensión en el ambiente como para alumbrar un desierto en Mongolia. Uno de los hijos y su esposa, cuyas miradas, teñidas de ambición, parecen enredadas en las madejas de la herencia del padre que se muere, que se agota su vida, que no puede más...
Brick, hermano menor del codicioso Gooper, esperando a que la vida le pase por encima y erradique de una vez por todas su acerba existencia. Su esposa, Maggie, mendigando amor y la madre, atropellada por la revelación de la muerte del esposo a quien creía recuperado de su enfermedad, expedito (libre) de amenazas mortales...
Hasta aquí llega el señuelo, la pista "forestal" de este desafío monumental que Amelia Ochandiano maneja con la pericia del ilusionista. Ahora llega el turno de los "cirujanos" que llevan esta obra al éxtasis de la interpretación. Brick (Eloy Azorin), subyugado a los mandatos del alcoholismo, la amargura y la depresión existencial. Un hombre de belleza turbadora y perturbada, extinguida su mirada en sus ojos de piedra, donde se asoma un atisbo de llanto inconsolable. Perdulario, indolente, canalla, belleza salvaje que intoxica y atrae como un imán, distante, inalcanzable, gélido como un glacial, parece orar el advenimiento del silencio perpetuo tras la muerte. Eloy es en sí mismo como un joven sistema solar que estalló deprisa y cuyo rango de onda aún está por descubrir qué nuevos horizontes conquistará. 
Begoña Maestre (Maggie), ¡Por los clavos de Cristo! Esa mujer no es de este mundo. Lo hace todo bien, tan bella, impecable, imposible hallar defectos ni con prueba de algodón incluida. Sobrenatural Begoña en sus ademanes convulsos y la paranoia de su actitud, monólogos sinceros que atraviesan el alma como cuerpos celestes. Dicción magistral, manos que caen flácidas o se revuelven como serpientes, la pose de elegante belleza, frágil, sutil, insinuante su mirada sugerente, sicalíptico el recorrido de las manos por ese cuerpo curvilíneo, desespero en estado puro, vehemencia en la pasión con que reclama amor. Una actriz todoterreno. El padre de familia, Juan Diego, es nuestro Anthony Hopkins. Maestro de maestros, un honor verle en escena como un león en su territorio. Domina a su antojo la emoción, la interpretación, un privilegio ver cómo su estela te impregna de felicidad, eso emanan los artesanos de este oficio tan apasionante como complejo. Sólo un apunte que afea mi ditirambo (elogio). Estimado Juan Diego: en ocasiones puntuales tu dicción ha quedado enfangada como un murmullo, como una farfulla que dificultaba el entendimiento de las palabras. Yo estaba en primera fila y pude apreciar ese matiz inconveniente. Por lo demás, prodigioso Juan Diego.
A Ana Marzoa la conocía de antes, un tren de largo recorrido que jamás defrauda ni aminora el ritmo. Natural en su interpretación, parece tan sencillo cuando ella nos regala su oficio. Cariñosa y entregada cuando toca repartir afectos entre la familia, locuaz, divertida. Pero también devastada y sobrecogida cuando conoce el alcance real de la enfermedad que está apagando la vida del esposo.
Marta Molina (Mae) está perfecta como comparsa secundaria y gracias a su buen oficio nos muestra a una actriz que merece más minutos en escena, protagonismo, espacio para expandirse. José Luis Patiño discurre por la misma senda. Perfecto en sus registros, brilla con luz propia y deja entrever que tras esa fachada aparentemente secundaria hay un actor consolidado, que no defrauda y que merece mayor recorrido y presencia. Para todos ellos mi afecto y una ovación que se escuche desde Madrid a Oahu en la lejana Hawai.

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