Revista Cine
LA CINTA BLANCA Michael Haneke
Alemania, 2009
Escrito por Carlos Esquives
Preámbulo al holocausto
Tratar de entender desde dónde surge la violencia, no implica se hable sobre la violencia misma. Tanto los deseos, sentimientos o pasiones, se pueden albergar en los espacios y las formas más distintas y extrañas, inimaginables por sus génesis que, suponemos, son distintas a sus huéspedes. Estudiar o entender dichas manifestaciones es un camino para entender la esencia del concepto.
En gran parte de su filmografía, Michael Haneke habla sobre los gérmenes de la violencia, más no directamente sobre la misma. Funny games (1997) podría ser una de las películas en que esta temática se ve enfrentada tal y cual la imaginamos; cruda y perversa. El resto de sus filmes son mecanismos psicológicos, estudios sociales y culturales sobre el pensamiento moderno y actual del sujeto respecto a la violencia. Haneke sabe diferenciar el miedo de la perturbación, esto tratando de explicar las causas del porqué la violencia rige y reina en nuestra cotidianeidad. Es por eso era de esperarse que, como todo buen estudioso de un tema, Haneke se anime a realizar un filme remontándose al pasado, siendo la historia una respuesta a la realidad de nuestro presente, cuál pudo haber sido el origen de la violencia.
En un pequeño poblado de campesinos ha ocurrido un accidente que no tiene justificación ni sospecha. El médico de pueblo ha sufrido una caída a caballo luego que alguien deliberadamente colocara un alambre a entrada de su morada. Así como ocurre en otros de sus filmes, La cinta blanca parte de una fórmula ya empleada por Haneke. La violencia embiste de repente y sin motivo aparente. El lugar menos imaginado es cuna de sucesos oscuros y llenos de odio perturbando a sus habitantes ajenos a un mundo violento. Es víspera de la Primera Guerra Mundial, y un tradicional poblado ubicado en Alemania, es preámbulo de lo que está a punto de estallar.
La cinta blanca – un cuento infantil alemán, (título completo del filme) es la historia centrada en las vidas de un Barón, un pastor, un médico, un campesino y un profesor, narrados por este último en su etapa de madurez. Haneke perfila toda una estructura social conservadora para poner en manifiesto una de las principales razones que motivan los sospechosos accidentes dentro de un poblado. La imagen de lo que es un pueblo modelo, es nada más que la representación de un patriarcado establecido por las fuerzas del orden, familias donde la imagen de la madre es privada u opacada, sea por la dominación paternal, lo que representa este dentro del pueblo (la religión, el poder) o por su ausencia física (una muerte natural o planificada). Se entiende, mediante lo dicho, que la presencia de estos personajes está conducida bajo un estereotipo conservador, omitiéndose así la identidad de cada uno. No es gratuito que ninguno de los personajes adultos no tengan nombre propio, siendo más bien los infantes los que sí lo tienen.
Haneke irónicamente otorga nombres a quienes serían los más reprimidos dentro del pueblo. La imagen autoritaria del padre, además de la presencia de la religión, históricamente como una doctrina represora, son constantes en la vida de estos jóvenes que, tanto dentro de sus hogares como fuera de estos, se ven fiscalizados por una imagen física o divina, víctimas de juicios y castigos diarios que forman parte de su realidad y que, como era de esperarse, responden (o liberan) con violencia. La cinta blanca que para el pastor simboliza el recuerdo de la pureza y la inocencia perdurable, es nada más que una marca de propiedad o un recordatorio de ideas impuestas que someten u obligan al individuo a no comportarse respecto a sus deseos naturales, los sexuales por ejemplo.
La cinta blanca es un estudio genealógico sobre el peso de los pecados paternos heredados a los hijos, aquellos que no se resisten a transgredir las normas, aquellos que a pesar de haber sido criados bajo reglas patriarcales, no temen en desafiar a sus padres o las mismas ideologías por ejemplo, abandonando el cuerpo inerte de un ave a intemperie de los demás o retando a la muerte al suspender por un ligero madero. Se entiende entonces que la violencia no es acción, sino reacción. Cada trampa maniatada por este grupo de descontentos responde a una insatisfacción puntual, sea dentro de su círculo familiar o de su círculo social. Tanto la imagen del padre como la autoridad popular son víctimas de los castigos que, después de todo, fueron provocados a largo plazo por sus mismas acciones.
Michael Haneke en todo el largo del filme no deja de brotar ese aire perturbador provocado por la incertidumbre de no confirmarse el promotor de aquellos sucesos que van ocurriendo en ese pequeño pueblo. Una reminiscencia a El pueblo de los malditos (1960), con ciertas aspiraciones a la estilística de Ingmar Bergman, el ambiente en La cinta blanca parece erradicar de un cuento trágico extraviado en el tiempo, dinamizado por su tonalidad monocroma que otorga un significado tan cercano a las películas de terror como La noche del cazador (1955) o La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), donde la soledad de pueblos apartados de la ciudad no dejan de ser mudos inclusive en los momentos más dramáticos.