Kevin Spacey eleva el listón de una fórmula demasiado vista
Nota: 6
El pasado 1 de febrero, a partir de la medianoche, los suscriptores de Netflix, la plataforma de vídeo que
ofrece películas y series en streaming a cambio de una cuota de suscripción, recibieron un regalo con la forma de la primera temporada completa de House of Cards, una ambiciosa
serie que viene de la mano del gran David
Fincher y está protagonizada por el carismático Kevin Spacey. Este año la compañía también va a ofrecernos
una nueva temporada de la ex cancelada Arrested Development, mostrándose como
una alternativa a la televisión convencional de lo más válida e incluso beneficiosa. Pero siendo estrictos, House of Cards
representa su primera producción propia y, a diferencia de la cotidianidad
de la televisión tradicional, en este caso ya tenemos disponible toda la primera temporada compuesta
por trece capítulos en lo que es todo un órdago que, dependiendo de su impacto (ingresos), puede cambiar
la cultura o el mercado de la pequeña pantalla tal y como lo conocemos. Pero, ¿está la obra a la altura de la ambición de la propuesta?
De entrada y para atribuir los méritos con propiedad, hay que señalar
que House of Cards no es más que una
copia con algunos matices propios de la serie de título homónimo de John
Guillermin que se emitió en los 90 en la televisión inglesa, reescrita para la ocasión por Beau Willimon (autor de la novela Los Idus de Marzo). A la hora de la verdad, lo que ofrece es un producto de calidad
innegable pero que no sólo bebe en exceso de su fuente original, sino que se traduce en una propuesta que pide a gritos un mayor alejamiento de los personajes y escenarios conocidos a la hora de hablar del thriller político.
Al igual que sucede en El Ala
Oeste de la Casa Blanca, la nueva serie encabezada por la estrella de American Beauty quiere adentrarnos de
lleno en los entresijos que mueven la gran rueda americana. Spacey da vida a Frank Underwood, un perro
viejo de la política que ve como, tras la proclamación de Garret Walker (Michael Gill) como presidente, no se le concede el
puesto prometido como Secretario de Estado, siendo en su lugar elegido el
senador Michael Kern. Underwood, como el mismo se define,
representa el desatascador de la maquinaria, conoce todos los engranajes y sabe
que piezas tocar, por eso la herida en su orgullo no quedará saldada hasta que consiga
derrocar al secretario Kern y
diezmar a la administración Walker, para lo que contará con la ayuda de su esposa Claire (Robin Wright), plenamente consciente de con quién se ha casado.
Después de que Boss
haya cerrado sus puertas definitivamente, House
of Cards viene para suplir ese vacío que la serie de Kelsey Grammer lamentablemente nos ha
dejado. Evidentemente, hay que salvar las distancias ya que la serie de la cadena
Starz tenía un tono más agresivo -y
posiblemente inverosímil- que la propuesta de Netflix. En ese sentido, House of Cards también se aleja del dinamismo irreal de la obra de Aaron Sorkin (El Ala Oeste de la Casa
Blanca, The Newsroom) a pesar de rondar sobre los mismos temas. Su tono es más peliculero, más grandilocuente, más espectacular, pero no más novedoso.
Donde hay que buscar la personalidad propia en la serie de Williamson es en su pura fórmula: los monólogos que entabla el
protagonista con la cámara son una variante de la clásica voz en off vista en otras
obras como Dexter o la desgastada Cómo Conocí a Vuestra Madre, cuyo
aliciente radica en la búsqueda de complicidad con el espectador. En House of Cards, el recurso resulta una herramienta
perfecta para reflejar no ya solo esa doble faceta que existe en la política,
sino también para explotar la faceta cómica que la serie de Netflix incorpora gracias al descaro de su protagonista. Pero que duda cabe que contar con la mano de David Fincher para sus dos primeros capítulos despierta el interés de cualquiera que haya disfrutado de películas tan inmortales como El Club de la Lucha o Seven. No obstante, nos encontramos con una dirección más terrenal a la que Fincher nos tiene acostumbrados. No es que estemos ante una realización mediocre ni mucho menos, simplemente, es más complicado atisbar la huella del director como sí pudimos hacerlo en el piloto de Boss, llevado a cabo genialmente por Gus Vant Sant. Joel Schumacher será otro de los encargados de poner su impronta en esta obra.
La serie producida por Fincher representa
una apuesta pionera en lo referente a su formato, aún así, lo verdaderamente relevante es sí estamos ante una nueva joya
americana o ante otra serie convencional que poca o ninguna huella dejará en
nuestras retinas. Verdaderamente, a juzgar por el piloto es difícil dictaminar
hasta donde podrá llegar House of Cards. Lo que sí es innegable es su impecable puesta en escena y, por supuesto, Kevin Spacey, ese titán. El protagonista de Criminal y Decente se adapta a su satírico
rol perfectamente, un Frank Underwood que promete ser el pilar sobre
el que se sostenga la serie, siendo un personaje cargado de humor negro, mala leche y dios sabe qué más. En definitiva, el primer episodio de House of Cards es
otro disparo de salida para una carrera a largo plazo de la que se antoja especialmente difícil obtener
conclusiones tras sus primeros esbozos. Por lo menos, en este caso no tenemos que esperar una semana para ver qué tendencia mantiene su primera temporada.