El desafío de la deducción sucumbe bajo la comedia
Nota: 5
A pesar de que la televisión británica nos ha dado muestras de extrema genialidad en forma de sorpresas seriéfilas en lo que llevamos de siglo, con el paso del tiempo estamos viendo que la consistencia es otro cantar. El ejemplo más actual -y que comentamos no hace demasiado tiempo- fue el de Luther y su catastrófica tercera temporada. Mistfits, por ejemplo, tuvo dos primeras entregas geniales para irse a pique tras la sonada salida de su carismática estrella Robert Sheehan. Black Mirror, en cambio, sin llegar a tales extremos, sí marcó una diferencia notable entre su primer y segundo año. Desgraciadamente, esta Sherlock se une a la tendencia con un tercer año difícil de catalogar, casi un seguro para la polémica que nos sabe a traición tras prácticamente dos años de espera. De hecho, esta tercera tanda, sin tener en cuenta a sus predecesoras, podría ser altamente satisfactoria para una propuesta de nuevo cuño, pero no para la que estaba destinada a consagrarse como la mejor ficción venida del país del te y las pastas.
La segunda temporada de Sherlock dejó el listón muy alto con el duelo fratricida entre el detective de Baker Street y su némesis por excelencia, Moriarty. El padre de los cliffhangers hizo aparición y nos dejó a todos con la boca abierta hasta tal punto de que muchos seriéfilos no dudaron en plantear sus propias teorías en la red sobre cómo Sherlock pudo urdir un plan para salir indemne tras precipitarse desde varios pisos de altura. Éste era el primer desafío al que se enfrentaba el capítulo de apertura en la tercera temporada. Por desgracia, The Empty Hearse, escrito por Mark Gattis, nos descolocó irremediablemente por un tono excesivamente jocoso que finalmente se acabaría convirtiendo en la tónica de la temporada, insinuado desde el comienzo gracias a las teorías sobre la muerte del protagonista, como si quisieran que el espectador no se tomase demasiado en serio la artificiosa verdad que había detrás de la ilusión. Y es que finalmente, la respuesta acaba siendo bastante tramposa, con partes que el espectador no pudo ver antes del "suicidio" de Sherlock y, en resumen, presentando una respuesta poco verosímil para una serie que siempre se ha fundamentado en la lógica.
Sherlock nos cautivó ya desde su estreno gracias a unos guiones que se sostenían en la deducción y observación del detective londinense, de la misma forma que nos sorprendió también una realización e infografía que nos permitía observar el mundo bajo la perspectiva del excéntrico detective. Ahora bien, mucho he leído sobre esta temporada en otros blogs, donde señalan que este año la serie de la BBC ha ido a más, evolucionando en torno a la amistad y la comedia en una temporada sublime. Sin embargo, un servidor se pregunta si una serie que hasta hace unas semanas constaba de seis capítulos realmente requería de evolución alguna, y más cuando lo que el espectador busca en esencia es un nuevo reto bajo la forma de un indescifrable acertijo. Y es que gran parte del interés de Sherlock siempre ha estado en los detalles, más o menos explícitos, que nos permitían avanzar la resolución del caso. Sin embargo, este año hemos tenido tanto ruido alrededor de los misterios que difícilmente se puede hablar del género detectivesco. No podemos obviar que la pareja Holmes-Watson debían crecer y ofrecer nuevos conflictos, sí, pero no cuando se asesina por el camino el espíritu de la serie.
El primer capítulo, a pesar de la hilarante manera en la que el revivido Sherlock se presenta ante un bigotudo Watson, como si de un carterista con dotes para el disfraz se tratase; o del cuestionado interruptor en la bomba bajo el parlamento británico, con un sabor muy 'Fawkiano', acaba siendo paradójicamente el mejor episodio de la temporada. Es en el segundo, The Sign of Three (escrito por Stephen Thomson), donde llega el cataclismo al utilizar como eje argumental la boda de John Watson y "Mary" mientras Sherlock se sirve del brindis para relatar varias anécdotas que irremediablemente acabarán por encontrar su nexo en el propio salón nupcial, como si de Asesinato en el Orient Express se tratase. La boda o los interminables y empalagosos gestos de amistad, aderezados bajo el tono cómico permanente, carecen de emotividad alguna, básicamente, porque por mucho que adoremos la serie, la empatía hacia los personajes es inevitablemente menor que hacia otros con los que hemos pasado años y decenas de capítulos conviviendo. Por ello, la segunda entrega resulta tremendamente aburrida, haciendo que el espectador se sienta desconcertado y se pregunte si está ante un programa de sketches o ante un caso policial, como finalmente se revela. Para colmo, su desenlace acaba siendo del mismo nivel deductivo que los casos de nuestro querido Mentalista (¿Tanto le cuesta a Sherlock descubrir quién es la posible víctima cuando sólo hay una persona en la sala que ha sido amenazada de muerte de forma reiterada?).
El tercer capítulo, surgido de la pluma del propio creador de la serie, Steven Moffat, supone el ultimo clavo del ataúd en un sinfín de insensateces impropias del nivel que se le presupone a esta serie. Mr. Magnussen por fin se erige como villano de la temporada tras apariciones sibilinas, suponiendo el primer desafío real en este tercer año para el intelecto de Holmes. Lamentablemente y debido a toda la pirotecnia de la que ha estado rodeada la temporada, no ha terminado siendo así y nos hemos tenido que despedir forzosamente de un personaje que no tenía plan alguno y que además podría haber dado más de si. Por su parte, Mary, la mujer de Watson, es otro de los ejes de la temporada, protagonizando un giro de guión más inverosímil que la carrera de Taylor Kitsch. Todo finalmente queda justificado con la trabajada coartada de un Watson que busca el peligro sin ser consciente de ello, llevándole a encontrar mujeres ex-espías de la CIA de pasado truculento y sin pudor a la hora de intentar asesinar a su mejor amigo. Pero todo queda olvidado porque, al fin y al cabo, lo hizo por amor (¿Alguien puede explicar fehacientemente por qué no mató a Magnussen y por contra casi lo hace con Holmes?)
Por otro lado, el palacio mental del protagonista siempre ha sido un recurso para trasladar al espectador directamente a la mente del talentoso detective. Sin embargo, lo que empezó como un detalle de agredecer, termina por ser finalmente la base sobre la que se sustenta gran parte del último capítulo. Porque hay veces que es mejor dejar algo para la imaginación en vez de resultar tan gráfico o fusilar el Inception de Nolan. Durante los últimos minutos descubrimos sorprendentemente que Holmes no es el único que posee esa habilidad, ya que el propio Magnussen, para infortunio de la pareja de detectives, no es que tenga en su poder la versión 7.0 de las Google Glass, sino que utiliza una técnica mental similar. Es entonces cuando llega un final más propio de 24 o Homeland, terminando por lo sano, con un tiro a bocajarro al pérfido gurú de los medios, que ocasiona el momentáneo exilio de Sherlock ante su crimen. Un final que va contra toda la lógica sobre la que se sustentaba la serie y que presupone la supremacía de la violencia sobre el intelecto, sin que provoque además cambio alguno en la personalidad o dinámica de la pareja protagonista y haciendo una especie de tabla rasa para la cuarta temporada.
En conclusión, tras dos años de triunfo indiscutible, Sherlock se despide en 2014 dejando a muchos de nosotros no sólo altamente decepcionados, sino también cabreados por aguantar fielmente dos años de larga espera sin recibir a cambio una recompensa en forma de calidad mayúscula. Tres capítulos de hora y media cada uno que se han vuelto incluso largos, adoleciendo de un relleno descarado y sin un filón que nos sirva de imagen clara sobre lo que nos han querido contar. Si queremos ver una sitcom de 90 minutos protagonizada por el inmortal personaje de Arthur Conan-Doyle, para eso ya vendrá Telecinco y hará lo propio con Resines y Bonilla. Afortunadamente, el cliffhanger con el que nos volvieron a dejar a expensas de la ya requeteconfirmada cuarta temporada, que incluye el posible retorno de Moriarty, no ha podido sino aliviarnos ante la posibilidad de que quizás aún haya esperanza para una serie que este año, eso sí, ha roto los medidores de audiencia con más de 9 millones de espectadores en su país de origen.