La permacultura es un ejemplo claro y útil de lo que pueden lograr las personas cuando, en lugar de luchar en contra de algo, crean un sistema que demuestre cómo desean que sean las cosas.Antonio Scotti, 2002.
Huerto con asno (1918) de Joan Miró
Si bien comparto la cita de Scotti, también es cierto que la permacultura por sí sola o sin anarquismo (anarcocomunismo, anarcoindigenismo, etc.), especialmente en aquellos casos en los que se desliza hacia el conservadurismo libertario o cuando adopta una variante quizá menos radical o más reformista que la original (como es, en mi opinión, el caso de la agricultura regenerativa cuando se define como "una reformulación del sistema, de la gestión…", o cuando propone "hacer que los precios de los productos BIO o ecológicos no sean excluyentes para la mayoría de la gente"), corre el riesgo de mantener por acción u omisión algunos de los viejos esquemas mentales y estructurales que nos han traído hasta aquí (y que, por la inercia acumulada, probablemente nos seguirán llevando a situaciones similares en el corto y medio plazo), así como de minar su propia aspiración integradora y derivar en ecologicismo, un reduccionismo en el que la ecología, el "manejo holístico", el rendimiento económico de las granjas y unos "precios incluyentes" para el consumidor pasarían a acaparar casi toda nuestra atención, desatendiendo otros aspectos de la realidad como pueden ser el binomio libertad-igualdad, el apoyo mutuo, la crítica de la tecnocracia, la idea de revolución, la dominación de clase o la lucha contra el Poder sea cual sea su forma (el trabajo, la política, la familia, la escuela, la tradición, la comunidad, el tiempo, el propio lenguaje...).
Si bien las diferencias son aún muy pronunciadas, una nueva cultura del cuidado de la tierra que no sea hoy lo suficientemente crítica, igualitarista y liberadora podría ser absorbida mañana por una suerte de ecofeudalismo cuya principal preocupación fuese la administración sostenible del suelo y la continuación del proletarismo. De ahí la importancia de promover la recuperación social de la tierra y de unas determinadas técnicas al mismo tiempo que se cultivan las humanidades, las ciencias sociales y el método científico (no todo lo que suena científico, como algunos postulados de la agricultura biodinámica o del manejo holístico, está necesaria o suficientemente probado).
El poeta tumbado (1915) de Marc Chagall
En otras palabras, la acción positiva y optimista (estar a favor de algo, embarcarse con ilusión en un proyecto, como propone acertadamente Scotti) sin cierta dosis generosa de crítica negativa, escéptica y pesimista (estar al mismo tiempo en contra de algo, "decir NO", como diría Agustín García Calvo, nombrar y teorizar sobre aquello a lo que nos oponemos), es decir, un hacer con maña y buena intención pero sin sacar a la luz la génesis, las interconexiones y los trapos sucios de las instituciones con las que nos hemos criado, no es desde luego ningún asunto baladí, pero a mi juicio es insuficientemente sistémico. Y viceversa. En mi opinión, todas las versiones de la permacultura tienen mucho que aportar al pensamiento anarquista (especialmente en aquellos casos en los que este se encalla, quizá demasiado, en el politicismo, el urbanismo y el sindicalismo), al hacer hincapié en empezar a cambiar las cosas desde la tenencia y cuidado de la tierra. De momento pacíficamente y no contrariando mucho al Sistema, pero en el futuro y bajo condiciones más apremiantes no es descartable una vuelta forzada al zapatismo de principios del siglo pasado. En cualquier caso, me consta que el enfoque colectivista y rupturista de David Holmgren o el enfoque aún más radical de Derrick Jensen, sin caer en el irracionalismo de tirar al bebé junto con el agua sucia, aúnan y simultanean bastante bien ambas posturas (por cierto, este último autor no solo se opone al capitalismo desbocado de los últimos siglos, como se hace en mayor o menor medida desde posiciones decrecentistas, sino que se remonta más atrás en el tiempo y pone seriamente en cuestión la trayectoria misma de la civilización y sus orígenes neolíticos, de ahí que se le pueda considerar un exponente del anarcoindigenismo).
Por el contrario, el anarcocapitalismo o distributismo chestertoniano que de alguna manera es parte constituyente del pensamiento de Joel Salatin puede casar a corto plazo con la preocupación por los ecosistemas, la soberanía alimentaria, el consumo local y cierta distribución de la riqueza, pero a largo plazo y pese a sus virtudes tiende a prolongar consciente o inconscientemente la sacralización o absolutización de toda una serie de antiguas instituciones sociales y económicas como pueden ser: la propiedad privada ilimitada y las desigualdades que generaciones después se derivan de ella (la tierra no sería para quien la trabaja o la necesita sino para quien la ha comprado o heredado, tanto si son las dos peores hectáreas del pueblo como si son las doscientas mejores), la concentración de capital (ya sea natural o financiero), el trabajo asalariado (si los medios de producción y subsistencia como la tierra y las herramientas no están en manos de todos por igual, y en un sistema de mercado natural lo más probable es que este requisito moral no se cumpla, no nos preocupemos, siempre podremos trabajar "libremente" en la finca de otro a cambio de un salario, al menos hasta que un día desobedezcamos una determinada orden del propietario o una recesión económica nos haga prescindibles), el comercio o intercambio en general (incluido el trueque) y el monetarismo en particular, que abarca también su versión más amable y distributiva conocida con el nombre de "moneda local" (como dice José Manuel Naredo siguiendo a Ramón Margalef, "esa convención social que es el dinero permite llevar la desigualdad en las sociedades humanas mucho más lejos de lo que la territorialidad y la jerarquía permiten en las sociedades animales"), el individualismo, incluido el familiar (necesario hasta cierto punto pero el cual, sin cortafuegos, tiende a enfrentar a los individuos y a las familias en favor de los grandes capitalistas y monopolistas que consiguen su dominio gracias a nuestra división, desigualdad, competitividad y ánimo de lucro), la domesticación y su relación con la violencia (podemos contar con los servicios ecológicos y nutricionales de plantas y animales no humanos sin necesidad de disponer de sus vidas a nuestro antojo), el sedentarismo (León Felipe nos invitaba a que, en la medida de lo posible, no se nos acostumbre el pie "a pisar el mismo suelo / ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos / para que nunca recemos / como el sacristán los rezos / ni como el cómico viejo / digamos los versos / (...) nunca cantemos / la vida de un mismo pueblo / ni la flor de un solo huerto / que sean todos los pueblos / y todos los huertos nuestros"), la agricultura y su tendencia, si bien no siempre inevitable, al productivismo (según el Savory Institute, "la agricultura es la base de la civilización y de cualquier economía estable", pero lo segundo es cuestionable habida cuenta de la estabilidad económica de las sociedades forrajeras, y lo primero sugiere que el concepto de civilización es bueno e indubitable), el natalismo, la división del trabajo, el patriarcado, la religión, el Estado, el Progreso, las leyes, el liberalismo, el Ejército, las fronteras, etcétera, etcétera.
En fin, todavía hay mucho que añadir, matizar y debatir al respecto (algunas de estas instituciones no son malas en sí mismas, sino su exageración y aceptación acrítica), así que entiéndase este post más como una aclaración personal y provisional (en parte escribir es eso, aclararse uno mismo para ir tirando) que como una conclusión universal y definitiva.
Una isla (1939) de Ivan Generalić