Ese cadáver hubiera sido el de la policía si no se hubiera defendido.
Como se ha explicado, los hechos tuvieron lugar en una comisaría a la que el tipo entró de madrugada vociferando en árabe. Lo curioso del caso es que la familia del muerto ha presentado querella contra la policía; es más, con total seguridad, hay criaturas en todo el país que afean, censuran e incluso condenan la actuación de la uniformada, señalando que debió buscar otras formas de neutralizar al navajero…Lo primero que hay que señalar es lo fácil que resulta opinar sobre situaciones extremas y que duran un instante desde la comodidad y seguridad del sillón de casa, de la barra del bar, del estudio de radio o de la poltrona de la sala de vistas. Además, cuando ya ha pasado todo y conociendo los detalles del suceso se es siempre muy valiente. Así, hay quien señala que el agresor no era estrictamente un terrorista, puesto que en su casa y su ordenador no se han visto evidencias de contacto con los grupos yihadistas y, por tanto, no debió ser tratado como tal… Hay muchos que opinan que el policía, cuando se le echa encima un facineroso armado, enloquecido y vociferante, debe informarse antes del motivo de su actitud: “oiga ¿es usted yihadista o su intento de acuchillamiento obedece a otras causas?” tendría que haberle preguntado, e incluso haberle obligado a rellenar un cuestionario en el que quedaran perfectamente claras sus intenciones. Es decir, ¿está obligado el servidor público a correr un riesgo cierto y elevado antes de hacer uso de sus defensas? También están los que creen que en tales situaciones hay que tratar de capturar vivo al terrorista (para interrogarlo) disparándole a las piernas…, gran estupidez si se tiene en cuenta que no es extraño que el asesino suicida lleve un cinturón de explosivos y espere a estar rodeado para hacerlo detonar. Si esto hubiera sucedido, seguro que muchas opiniones de comentaristas, políticos y ciudadanos serían distintas; en fin, que se es muy valiente, cerebral y razonable sin correr riesgo y desde la tranquilidad, sin que el miedo y la adrenalina intervengan, sin jugarse la vida, vamos. Según ha declarado la agredida, toda la acción duró menos de quince segundos, en los que ella esquivó una primera puñalada y luego el tipo la persiguió cuchillo en alto, es decir, se vio obligada a tomar una decisión instantánea, casi automática, casi un reflejo, una decisión en la que prima la defensa, el instinto de supervivencia. Por otro lado, un criminólogo estadunidense ha enunciado lo que se conoce como la ‘regla de los 21 pies’ (6,5 metros), que viene a decir que cuando un agresor armado con arma blanca se abalanza sobre alguien que tiene pistola al cinto, éste sólo tendrá posibilidad de hacer uso de su arma si el del cuchillo está a más distancia, o lo que es lo mismo, cuando el esgrimista está a menos de 6,5 metros, no hay tiempo para desenfundar, quitar el seguro, apuntar y disparar; hay que tener en cuenta que el atacante tardará menos de 1,5 segundos en recorrer esos 6,5 metros y asestar la primera puñalada. En esa comisaría de Barcelona, la policía y un compañero gritaron al individuo del baldeo, quien siguió avanzando y amenazando hasta que ella disparó. Nadie, por mucho que se diga desde la comodidad y la seguridad, hubiera actuado de modo distinto en aquellas circunstancias. Nadie. Tal vez al revés, tal vez los que ahora se las dan de valientes, llegado el momento dispararían primero y preguntarían después. CARLOS DEL RIEGO