Independientemente de lo que digo a continuación, próximamente publicaré dos críticas de obras que han estado en las Naves y en el Teatro Español, son: “Madre Coraje” y “El minuto del payaso” (que dejo enlazadas para cuando se publiquen). Debido a que fui a verlas muy tarde, ya no me da tiempo de publicar la crítica correspondiente a tiempo para beneficiarlas mientras están en cartel en el teatro público, por lo que retraso su publicación a un futuro próximo; pero como sé que suelen ir de gira, espero y deseo que se vean beneficiadas por mis publicaciones, puesto que ambas obras recibirán, la nada frecuente calificación en este blog (y por tanto, especialmente valiosa), de obra maestra.
Dicho esto, comenzamos a comentar lo que tenía que decir acerca de estas críticas exprés:
Cuando uno va a un determinado teatro con cierta frecuencia, y sus montajes empiezan a llamarle la atención, ya sea para bien, pero especialmente para mal, de repente, comienzas a ser consciente de que no puede ser casualidad tanta coincidencia, de que hay una mano detrás… y entonces empiezas a investigar, para resolver esa inquietante cuestión que se han hecho todos los amantes del arte a lo largo de su vida, durante toda la historia, y esta fascinante pregunta es: “¿pero quién hace estas mierdas?”.
Lógicamente, al principio le echas la culpa al director de escena, que para eso está, y a su pretendido intento de visión de artista; pero cuando el tema se repite mucho, en el mismo sitio, una y otra vez, y con distintos directores, entonces ya la culpa no la pueden tener muchos y hay que buscar un culpable único, un responsable de tanta atrocidad y tan gran magnicidio cultural; así que empiezas a mirar hacia arriba….
Sobradamente, y en múltiples ocasiones, he hablado en este blog sobre la época de Mortier (cuya larga sombra, a pesar de su defunción, aún está presente, y no precisamente en forma espectral -desgraciadamente, eso nos hubiera asustado mucho menos que lo que hemos visto en el escenario-, como hemos podido comprobar en la ópera que abre la temporada, y de la que hago crítica en este mismo artículo) en el Teatro Real, regodeándome en cada cotilleo y escándalo, convirtiendo en lema el hecho de que en ese teatro “hay más drama fuera del escenario que dentro… y eso que se representa ópera”.
Pero quizás, muy probablemente, nunca hubiera sabido nada de lo anterior, si no fuera por lo espantosos que eran los montajes, la pésima elección de las óperas de la temporada, los esperpénticos directores de escena que fueron elegidos… etc; vamos, que estaba harto de ver tanto bodrio.
Igualmente me pasó en alguna ocasión con las “italianadas” del Teatro de la Zarzuela (actualmente, se ha elegido nuevo director, en próximas temporadas veremos los frutos de esta sucesión…).
Y he llegado a ese mismo punto con el Teatro Español, pues me resulta inconcebible tanto desastre junto, porque, confiar una vez en quien no lo merece, pues es lógico, todos nos equivocamos; pero tantas veces (ver debajo la crítica de “El burlador de Sevilla”), tantas chapuzas juntas… eso por fuerza tiene que ser premeditación y alevosía. Y entonces, claro está, buscas responsables de tanta bazofia, empiezas a investigar… y madre de Dios.
Si creía que lo del Real era un culebrón, lo del Español no se queda atrás. Daré una breve perspectiva de mi superficial investigación (que creo que tendré que ampliar en un futuro, pues resulta apasionante… seguramente cuando vuelva asqueado de otro montaje pésimo); lógicamente, comencé a indagar sobre la dirección de este lugar en la página web oficial, para ver un organigrama o algo… ¡y no hay!, ni la más mínima referencia a quien dirige el teatro (según algunos periodistas nadie se ha molestado en dirigirlo en mucho tiempo, y ese ha sido el gran problema… lo que explicaría muchas cosas), como se organiza… etc; superficialidades de historia, calendario y cosas por el estilo, pues sí, todo lo que quieras, pero quién está detrás de todo… ya puedes matarte a buscar: entre noticias antiguas o quizás entre las notas de prensa, y eso esforzándose (con Google consigues más información y más rápida); sea como sea, resulta inconcebible que en la propia página web del teatro (y más siendo público) no haya ni el más mínimo listado de quién trabaja ahí, quién mueve los hilos, dirige el cotarro, o lo que sea (a lo mejor el problema es precisamente ese, que nadie lo hace). Extraño parece, desde luego, hasta que, ya intrigado, profundizas en la investigación de porqué hay ese misterioso secretismo, quién es la mano en la sombra o quién hay detrás de la cortina (como se diría en “El mago de Oz”).
Y para mi sorpresa descubrí que iba a ser difícil descubrir un responsable de los delirantes (por utilizar un termino halagador) montajes que aquejan al Español, puesto que una historia muy digna de escenificar en sus tablas había tenido lugar; lo tiene todo (sexo incluído, sólo hay que ver algunos de los últimos montajes…) para una historia emocionante: intrigas políticas de alto poder, influencias, corruptelas, divismos artísticos, esperanzas frustradas… etc.
El caso es que Ana Botella, cuando aún era alcaldesa, nombró a Natalio Grueso director del Teatro Español, que para eso podía, por gobernar la ciudad, ser el teatro municipal y haber vencido en las urnas sin mayor problema. Grueso venía del Centro Niemeyer, que había revolucionado e internacionalizado (o al menos eso se creía en ese momento, ahora sólo se habla de que las cuentas no cuadran y de las supuestas responsabilidades que tendría su anterior director), y se esperaba que en Madrid, una capital ansiosa de destacar mundialmente, de ser olímpica, relevante turística y culturalmente, hiciera lo mismo… tras dos años, las expectativas no se cumplieron, no se ha visto ningún fruto de la gestión esperada, y se dice que lo máximo que se ha conseguido ha sido un proyecto conjunto con Iberoamérica que ha dado un resultado bastante penoso a nivel artístico (como bien recordaremos); hablando claro, un completo y decepcionante desastre.
El caso es que Grueso decide que lo suyo es escribir y no dirigir teatros (aunque no falta quien diga, con malicia, que ese fervor literario le ha venido, muy oportunamente, con el descubrimiento del asunto Niemeyer), algo en lo que, teniendo en cuenta algunos de los montajes de los últimos años, he de coincidir; y deja a la señora alcaldesa con la misión de elegir un nuevo director, y mal lo tiene esta, puesto que el cargo ya le pesa, y la España que la eligió no es la misma que la nueva, que empieza a dirigir sus vistas a partidos que no son los tradicionales; así que decide hacer un esfuerzo de unión y concordia (porque se le acaba el mandato, y después de tanto tiempo, ahora sí hay un temor a las urnas) y que entre todos elijan a un candidato apropiado en el pleno… como gesto es precioso, ¿aunque para qué si tampoco es obligatorio y puede hacerse a dedo?, pues eso, Juan Carlos Pérez de la Fuente, a pesar de ser el candidato menos votado, entra a la dirección del Teatro Español por obra y gracia de la actual ex-alcaldesa y con la oposición de la mayoría de la oposición (que para eso está, para oponerse, aunque no le sirva de mucho), por redundante que suene. A día de hoy, el nuevo director del español, elegido por minoría absoluta, sigue en la poltrona, que ni siquiera el vendaval político-electoral que azota España, ha movido (muy en parte, debido a un contrato muy concreto que por primera vez, establece la temporalidad del nuevo director en el cargo). Cuando pienso en esta historia como un posible argumento, no sé que género le va más, si comedia, suspense (en plan cine negro), o tragedia (la de una nación, con Cataluña o sin ella).
Pero sinceramente, los escándalos y tejemanejes políticos a mí me resultan irrelevantes en última instancia, yo siempre he sido partidario que la política y la cultura deben estar separadas, como el agua y el aceite, y que la una perjudicará siempre a la otra invariablemente. A mí lo que me importa es ver un espectáculo de calidad, sentirme cómodo y feliz, y en definitiva, que me merezca la pena ir al teatro y que quiera seguir volviendo.
Quiero creer, que lo que hemos visto últimamente ha sido fruto de una muy cuestionable dirección artística de Grueso, plagada de pésimas decisiones y elecciones deplorables; y que Pérez de la Fuente (a pesar de su polémico nombramiento) sabrá devolverle la gloria al Español lo antes posible (aunque no debemos esperar algo inmediato, pues las temporadas se planifican con tiempo), así que no queda más remedio que confiar en que el futuro será mejor. Estaremos pendientes.
La atención al público, es excelente como siempre en el Matadero; y en el Teatro Español, aunque en general se puede dar una valoración positiva, depende de con quien topes.
Tampoco parece muy alentador el cambio de los programas de mano: simplificados, con una información muy básica, una estética que deja que desear… mal empieza la nueva dirección; aunque todo ello parecen vulgares maniobras para llamar la atención desde el principio, y hacer ver que ha habido un cambio en la cúspide, una forma de expresar “¡eh!, estoy haciendo algo”; lo que también se percibe muy bien en el cambio del nombre de las salas y las naves (que antes era tan simple con: “pequeña”, “1” y “2”) que ahora, como si fueran calles después de unas elecciones, cambian de denominación a placer. Por Dios, si nos concentráramos más en las cosas relevantes en vez de en las nimiedades disfrazadas de gestos grandilocuentes, mejor nos iría.
-El burlador de Sevilla: Me niego en rotundo a dedicarle más líneas a esta porquería de las que merece, y aún así, seguro que lo hago.
Aunque tampoco puedo, porque, tendría que repetir exactamente, punto por punto, lo mismo que dije de este director llamado Darío Facal y de su trabajo, en mi crítica de su terrorífica versión teatral de “Las amistades peligrosas”, hasta ese punto ha evolucionado. Pero también es cierto que para que suceda tal cosa primero tiene que haber siquiera una base de la que partir.
Es bien sabido, que si a un mediocre sin talento, le das más presupuesto para hacer algo, no crea algo mejor, sino que el tema se le va de las manos y no sabe qué hacer con el dinero (quizás “Carlos Rey Emperador” es un ejemplo televisivo más suave de esta cuestión, especialmente si lo comparamos con “Isabel”). Lamentablemente, eso no es lo peor que se puede decir de Darío Facal, puesto que demuestra una absoluta incapacidad para la originalidad, reproduciendo con “El burlador de Sevilla”, exactamente lo mismo que en “Las amistades peligrosas”, error por error y magnificados. No hay ninguna novedad, simplemente es lo mismo, pero más grande y con más presupuesto; así que digamos que si lo anterior era una calamidad, el nuevo montaje es una gran calamidad.
Lo peor de todo, es que no puedo echarle la culpa a Facal; porque no es su error el no tener talento, originalidad o visión artística… como me extiendo en los párrafos de arriba (antes de la crítica) la culpa es de aquellos que han confiado en él, de aquellos que después de haberle visto presentar semejantes despropósitos desvergonzados mal disfrazados de falaz modernidad y falsa vanguardia, siguen confiándole nuevos proyectos e invirtiendo dinero público (sí, ese que pagamos todos) en él. Ellos son los culpables, él simplemente vive la ilusión de que está creando algo que merece la pena, y probablemente está convencido de ello.
Por mi parte, a pesar de saber quién dirigía (y temerme lo peor… y lo obtuve), no pude reprimir el querer ir a oír los versos de Tirso de Molina… por lo que mi recomendación, para aquellos que sigan imprudentemente mi camino, es que lo mejor es cerrar los ojos y respirar, pues sorprendentemente, algunas interpretaciones son aceptables; si intentas ver la función así, y te lo tomas como una especie de lectura dramática, a lo mejor no te sangran los ojos al final. Sólo a lo mejor.
El resto del público fue bastante menos paciente que yo; mira que estoy acostumbrado a los desplantes multitudinarios en el Real: desde ver como en el entreacto queda vacía más de media platea, a contemplar salidas en masa justo al terminar la función sin el más mínimo gesto de aprobación… etc; pero lo que vi en esta ocasión en el Español, lo supera ampliamente: apenas había pasado un cuarto de hora de la función, cuando comenzó un goteo constante e incesante de gente saliendo por las distintas puertas de todo el teatro (y estaba en un palco lo suficientemente bien situado como para ver todos los pisos) aproximadamente cada cinco minutos; lo más llamativo es que, curiosamente, tal comportamiento se mantuvo hasta el final de la función, incluso cuando apenas quedaban diez minutos para finalizar.
Y tiene gracia, porque Facal declaraba que quiere que su montaje sea polémico como lo fue en su tiempo, pero, lamentablemente, lo único que resulta escandaloso es lo insufriblemente aburrido que es.
Creo que he dicho lo suficiente y no me extenderé más, sólo añadir que el montaje que estrena la temporada en la sala principal del Español es un perfecto manual y catálogo de todos los errores que no se deben cometer jamás en una producción; y tal cátedra, abarca brillantemente en su temario, desde la dirección de un teatro hasta los detalles artísticos más mínimos. Todo un caso de digno de ser estudiado en escuelas con la máxima y exhaustiva atención para aprender de todo lo que no hay que hacer. De acuerdo, rectifico, si la finalidad de esta producción era mostrar como hacerlo todo absolutamente mal, entonces, sí, es una obra maestra incuestionable (exceptuando a los técnicos del teatro, ¡pobres mártires inocentes, lo que tienen que llegar a aguantar con toda la fuerza de su increíble profesionalidad!).
Si es que al final, esta gente, estos “artistos”, de quien deberían aprender es de los que fueron sus vecinos de la Sala Margarita Xirgu, que en “El minuto del payaso”, se han burlado (ya ves, “El burlador”, burlado) de la forma más brillante e inteligente, de su falso vanguardismo, neofilosofía barata, y de sus ridículas estulticias.
-El arquitecto y el emperador: con un texto surrealista (en el mal sentido de la palabra) y evocador de una vanguardia y un estilo totalmente pasado de moda; la obra se desarrolla pésima y plúmbeamente durante una hora y media que parece una vida entera (o incluso dos). Llega con decir que pasados sólo cinco minutos, ya sabes que la obra va a resultar insoportable, y lo es, vaya si lo es, superando ampliamente toda expectativa.
Podría decirse que si se hubiera seguido la idea de como la soledad enajena a las personas hubiera dado un resultado muy interesante… pero si nos dedicáramos a analizar siempre lo que hubiera sido en vez de lo que es, no llegarían todas las bibliotecas nacionales del mundo entero para almacenar tanta hipótesis. Y tampoco sirve de nada.
Las amaneradas y sobreactuadas interpretaciones resultan repugnantes; y lo único salvable es una cuidada estética y quizás la dirección; pero nada de ello puede salvar un conjunto tan esperpéntico e insufrible.
-Roberto Devereux: Matabosch parece haberse dormido y el fantasma de Mortier vuelve al Real, porque esta nueva producción, nos recuerda a los mejores tiempos del anterior director artístico de esta institución.
Lo único maravilloso es, faltaría más, la deliciosa música de Donizetti (y también menos mal, porque el libreto da vergüenza ajena, ya sin tener en cuenta los desvaríos pseudohistóricos -y es esta una denominación muy halagadora- que nos pretende colar, sino porque argumentalmente no tiene ni pies ni cabeza), que se alza con toda su fuerza, a pesar de estar interpretada por una orquesta y cantantes simplemente aceptables.
La dirección de escena es espantosa, desagradable, vulgar, y otro de esos intentos de postmodernidades y de visiones artísticas supuestamente originales de pretendidos artistas que se han creído que tienen algo que transmitir (y desgraciadamente, no es así); y no es incomprensión, porque yo entiendo a la perfección todo lo que quiere decir (la tarántula como analogía de los amores de Isabel I, uff, pero que original, has debido de quedar agotado después de imaginar tal revelación artística… por favor), pero simplemente, no comulgo con ello, n-o d-a r-e-s-u-l-t-a-d-o, con todas sus letras.
La atención al público en taquillas, penosa, a veces parece que ni se enteran de lo que venden; y encima han reducido el horario de atención al público, sin mencionar que no han impreso suficientes programas de la temporada, ¿pero qué pasa en este teatro?; tanta crítica que he hecho a Mortier, pero esto con él no pasaba… al final, vamos a acabar echándolo de menos, al menos su gestión administrativa (que no artística).