El Teatro Español está a punto de cerrar la temporada en la Sala Margarita Xirgu (la antigua sala pequeña) con “Sofía” (que intentaré ir a ver); ahora, con el cese definitivo de Pérez de la Fuente, queda la incógnita, que con este último montaje se descubrirá, de si hicieron bien o mal.
Normalmente hubiera promocionado “Sofía”, y la hubiera seguido a través del blog informando sobre lo que pasa… pero teniendo en cuenta como es el teatro español… miedo me da lo que pueden hacer con la Reina Madre.
De momento hay demasiadas cosas que no son buena señal: un título que despoja de toda realeza al personaje; un argumento que deja claro que podría tratarse de cualquier persona; un autor que afirma no ser monárquico ni querer defender a la Casa Real; un argumento que al parecer comienza con la muerte del Rey Padre (vamos, ficción absoluta); un declarado nulo interés en reproducir o mimetizar al personaje histórico y sus ambientes; una actriz muy poco adecuada (por los vídeos que se ven, parece que va a ser una espantosa e irrisoria sobreactuación continua)… etc.
Habrá que esperar a ver para juzgar, pero de momento, el montaje “Sofía” que tantas y buenas expectativas podía levantar, y que tan interesante pudo ser, mucho me temo que podría quedarse, ya no en una estúpida caricatura, sino en ciencia ficción pura, y de la más vulgar. Muy desgraciadamente, ha llegado un momento en que muy poco o nada podemos esperar de los teatros municipales, hasta tal punto ha caído mi confianza. Veremos si se restablece y acabo cantando las alabanzas de esta nueva producción del Español, pues, aunque dudo mucho que tal cosa pase, no sería la primera vez que me retracto, y la verdad, nunca he tenido ningún problema en hacerlo cuando he considerado que debía hacer tal cosa.
En fin, siempre nos quedará el excelente telefilme de Antonio Hernández de mismo título que la obra, que aunque prácticamente sólo se centró en la Boda Real de los que acabaron siendo Príncipes de España, y luego Reyes, ciertamente era tan buen producto como justicia hacía a los personajes históricos, y en especial a doña Sofía.
Y tiene gracia que haya pensado que la parcialidad política podría ser el mayor riesgo para la producción de “Sofía” (lo cual debería ser absurdo, pues la Reina Madre forma parte de una institución no política por excelencia), porque visto lo anterior, me parece que muchos más temores puede haber.
En cualquier caso, y mientras esperáis la crítica de esta obra, tal vez queráis averiguar porque me parece tan interesante y fascinante doña Sofía, a la que, junto a su augusto marido, he considerado uno de mis Grandes Personajes.
Tal vez temía la parcialidad porque ha sido la gran lacra de casi todas las obras que he visto últimamente; y es que es absolutamente asqueroso y repugnante cuando los “artistos” pretenden venderte su ideología y que comulgues con lo que a ellos les da la gana porque sí; y es que me enferma cuando se me ponen parciales de una manera tan obvia, demagógicos con discursos tan manidos, aleccionadores como si yo fuera subnormal o proselitistas como si fuese un borrego más de su calaña… parafraseando a Arturo Pérez-Reverte, señores, tengan menos ideología y más biblioteca, que mucha falta hace… y así a lo mejor, acaban aprendiendo algo y hacen algo medianamente bueno y aceptable que poner sobre las tablas… de acuerdo, eso sí ya es mucho pedir.
La cuestión es que el adoctrinamiento se ha vuelto una gran lacra, insoportable, en demasiados espectáculos que considero que no se debe soportar, porque nadie inteligente (incluso cuando tu ideología coincida) puede soportar que le traten como a un idiota al que hay que enseñarle cosas a través del teatro porque sino no las ve solo… es evidente que a cualquiera con un mínimo nivel mental le va a causar repugnancia que le traten como a un estúpido de una forma tan evidente.
Y a esos “artistos” que quieren enseñar, amaestrar, convertir en púlpitos los escenarios, antes de ponerse a aleccionar, adoctrinar, y decir cuales son las verdades únicas y verdaderas, más valdría que se examinasen a ellos mismos, que no son ni tan intachables y que siempre habla quien más tiene que callar, muy especialmente cuando estamos chupando dinero público.
Atención al público excelentísima. Programa de mano muy regular.
-El jurado: fallida, a demasiados niveles.
La historia es interesante, no en vano está basada en una gran película… pero ahí se queda todo.
La adaptación de Luis Felipe Blasco es infame o de risa, lo que prefiráis y menos asco os dé; diálogos estúpidos, pésima gestión narrativa (todo es demasiado oportuno y forzado), personajes estereotipados, ridículos o directamente inverosímiles… un asco en definitiva. Y por supuesto, como no podía ser menos, resulta claramente parcial, es demasiado evidente que el político del que hablan es de derechas y muy seguramente del PP.
La dirección… bueno, tiene gracia, tanto que he despotricado contra usar micrófonos en el teatro, y aquí hasta les hubieran venido bien, la razón es simple: un reparto artístico cuyo medio no es el teatro ni vale para él, y una dirección empeñada en hacer todo tipo de cabriolas que hacen aún más difícil que los sonidos lleguen a los espectadores (mesas que dan vueltas, actores de espaldas o lejos del público)… a mí me costaba escuchar y estaba en primeras filas. Pero en definitiva, la puesta en escena de Andrés Lima es pretenciosa y estúpida, totalmente carente de talento, la típica de una persona que recurre a todo tipo de cosas llamativas porque no tiene ni idea de qué hacer.
El reparto artístico es de reírse por no llorar: una vergüenza y un desastre; rostros famosillos y televisivos, a muchos de los cuales se les llama “actores” por llamarles algo; y todos los cuales hacen una versión, o directamente los mismos, personajes que les hemos visto hacer una y otra vez, sin variación; los, digamos, anónimos tampoco son mejores; así que el conjunto actoral destaca porque todos son absolutamente horribles e inadecuados para los papeles que interpretan.
En definitiva, fue una producción espantosa que nunca más debería volver a verse, y ya de paso, para mejorar las cosas, tampoco a ninguno de los que participaron en ella.
¡Y el Fernán Gómez quiere hacerle la competencia al Teatro de la Zarzuela!… y teniendo en cuenta la falta de competencia (leer crítica de más abajo) tal vez consiga triunfar en su propósito… o al menos su producción era más visible (aunque también en este teatro municipal nos encontramos con precedentes de intentos zarzuelísticos bastante espantosos).
Programa de mano escaso, ridículo y pretencioso (se leen frases como las siguientes: “y como predomina la música rubia el hilo argumental no podrá evitar el recuerdo de cierto afamado quiróptero vienés…”).
La atención al público, depende de con quién topes y de qué humor esté.
-Un brindis por la zarzuela: no es una zarzuela de verdad sino una recopilación de piezas de este género que a alguien le dio por juntar con un argumento que sólo sirve de vaga excusa para empalmar número tras número musical sin orden ni concierto (nunca mejor dicho).
Todo el resto es sumamente regular o simplemente pasable, desde la puesta en escena hasta los cantantes.
No obstante, si no se es demasiado exigente, el resultado final resulta mínimamente aceptable e incluso agradable, especialmente si te gusta el género.
Programa de mano escasísimo, y con aspiraciones de profundidad que se quedan sólo en eso.
Me llamó la atención las múltiples actividades que se hicieron con motivo de la obra, ¡bien por ello!.
La atención al público, depende de con quién topes y de qué humor esté.
-Animales nocturnos: la idea es muy interesante, no se puede decir que no, y trataría temas fascinantes de nuestra sociedad como la soledad, la justicia, el individuo y la democracia, las clases sociales, el racismo… pero Juan Mayorga prefiere hacer su obra maestra, su gran legado artístico que nos deje claro que estamos ante un genio incuestionable, y claro está, llegamos a la conclusión de que estamos ante una vanidad descomunal.
Así, en vez de utilizar la naturalidad para contar la historia, Mayorga opta por rebuscarlo todo, con unos diálogos ridículamente barrocos, unas situaciones absurdamente forzadas, destruyendo toda verosimilitud, frase a frase, escena tras escena, hasta que te das cuenta de que lo único que tienes ante ti es teatro que presume de serlo, es decir, mal teatro.
A ello no ayuda en absoluto la dirección de Carlos Tuñón, que también se ha empeñado en ser un genio, y que rehúye toda posibilidad de una escenografía práctica y de una puesta en escena lógica, pues él es tan brillante que hasta el público debe adaptarse a sus necesidades de ser iluminado por los dioses de la originalidad (hubo que reducir el aforo de la sala puesto que la escenografía sólo podía verse bien desde un punto determinado de las butacas)… y total para nada, más pretensión, más egolatría, más soberbia desmesurada, tan estúpida como sin razón alguna para tenerla.
Hablaría de los actores, pero me cuesta decir que haya tal cosa, pues están haciendo teatro todo el rato, sobreactuando de formas ridículas, cuando no haciendo de sí mismos, totalmente inverosímiles y carentes de toda naturalidad… insoportables en definitiva. En esta producción además, nos encontramos de nuevo con Pablo Gómez-Pando, que ya había lucido su afeminamiento y afectación en este mismo teatro hace unos meses, y que nuevamente vuelve a confirmarse como un actor pésimo que no hay quien se crea como heterosexual.
En definitiva, un fracaso que pudo haber sido un brillantísimo éxito si se hubiese hecho de otra forma muy distinta y con personas muy diferentes, más humildes y menos convencidas de su propia genialidad… pero esa es la historia de tantos proyectos….
El programa de mano es una chorrada, la sinopsis y punto, no sé ni para qué nos lo dieron.
Atención al público muy regular.
Cuando pienso que esto se ha subvencionado en Galicia, cuando pienso en el dinero de los pobres gallegos tirado en estas porquerías en vez de en cosas tan útiles y necesarias para esa comunidad autónoma… qué asco y qué rabia.
En fin, voy a hacer una crítica absolutamente sarcástica, que ya me he hartado de escribir impresiones sin más:
-Palabras malditas: ¡qué maravilla!, ¡qué prodigio de originalidad!, ¡nunca se ha visto cosa igual!, ¡de Galicia a Madrid, y de Madrid al cielo!, ¡o incluso más lejos!.
Y no es para menos, para empezar, la obra escoge un tema que nunca jamás de los jamases se había tocado en nuestra historia del arte, ¡en ninguna disciplina!, un momento total y absolutamente desconocido de nuestra cronología, sobre el que todo el mundo debería saber más porque a nadie se le ocurre tratarlo nunca jamás: ¡la guerra civil española!.
Atontado me quedé ante tal atrevimiento, tanto ingenio brillando ante mis ojos, tras la elección de un tema que a nadie se le hubiese ocurrido jamás antes… y por si fuera poco, ¡se hace desde la perspectiva del bando republicano!, ¡qué logro!, ¡qué audacia!, ¡qué gran ocurrencia nunca antes vista!, ¿de dónde sacan estas ideas tan únicas e insólitas esta gente?.
Por si el texto tuviese ya pocas virtudes y méritos, lo complementa con unos personajes absolutamente planos, que ayudan a comprender mejor sus forzadas motivaciones y lo mucho que sufren porque los falangistas son supermalísimos, no tienen nada de bueno, y son el demonio encarnado (¿para qué hacer personajes con aristas o complejos?, ¡que tontería!, el público se liaría innecesariamente y… ¡pensaría!, y es mejor evitarles tal molestia, ¡que gran sabiduría la del autor del texto!), ya que los protagonistas, la puta y el maricón, son superbuenos por el sólo hecho de serlo y además sufren mucho la posguerra; sin mencionar lo intelectuales, artísticos e inteligentísimos que son; hay quien podría calificar esto de tópicazos, pero parte de la brillantez de este texto es mascarle el mensaje bien al público, porque sino podría no enterarse, ni darse cuenta de que, en la guerra civil, como en la vida real, no existían los grises, sólo los blancos y los negros, ¡y para qué reflexionar más cuando ya está Eduardo Alonso (autor y director del texto) para hacerlo por nosotros!, ¡que absurdo!, ¿no?.
Otra gran ventaja de este texto es su escasa documentación, pues no se complica la vida indagando sobre la realidad, cuando puede plasmar tal cual lo que él piensa y con lo que quiere adoctrinar al público; pues sin duda, otra de las cosas más interesantes de este escrito es su cuidada demagogia, proselitismo y parcialidad, sin duda otra gran novedad aportada por esta producción al mundo del arte, y que ayudará a enseñar al público lo que está bien y lo que está mal, pues ellos solitos jamás podrían saberlo, ¡pobres!.
Por otra parte, Alonso, como director, también tiene la sabiduría de no dirigir a sus actores y dejarles sobreactuar a su gusto, ¡así son más expresivos!, ¡y tan teatrales!, porque digo yo, si estás en un teatro, ¿por qué vas a ocultarlo?; todo lo cual complementa con forzados movimientos de escena que los actores no naturalizan porque sino alguien podría creérselos, y se estropearía la tan cuidada falta de verosimilitud con la que brilla la obra.
De los actores ya está todo dicho: ¡qué grandes sucesores de Sarah Bernhardt y de Aurora Bautista!, sin duda la sobreactuación es la nueva naturalidad, y estamos ante unos pioneros de esta nueva ola del arte dramático, en la que lograr la falsedad absoluta del papel que interpretas es hacer un gran trabajo; ¡bravo, bravo, bravo!, ¡qué vivan los precursores!.
En definitiva, como eres tonto, necesitas que te eduquen, no tienes tus propias ideas, y los “artistos” saben lo que te conviene, porque tú solito no podrías alcanzar tan gran sabiduría como tienen ellos, deberías haber acudido a ver esta obra, que sino vas a estar muy perdido en la vida y sin enterarte de nada, ¿o es que aún no sabes que los teatros están para enseñarte lo que debes pensar?, ¡ves como eres tonto!.
Excelente y familiar atención al público, pero ello ya es tradicional.
Nuevamente, el Teatro de la Zarzuela cae en picado, ya no sólo por la espantosa obra que voy a describir a continuación en la crítica; sino porque sigue sin haber programas de mano decentes y desaparecen las exposiciones (aunque, no voy a mentir, teniendo en cuenta como era esta última producción, no hacían ninguna falta, eran un gasto inútil).
Y yo pregunto, ¿por qué esa manía de hacer esa mezcolanza con las zarzuelas por horas?; ¿por qué nunca las podemos ver tal cual fueron concebidas?, ¿de verdad es tanto pedir?, ¿por qué hay tantos genios sueltos que se creen mejores que los clásicos, los cuales han sobrevivido más de lo que ellos lo van a hacer nunca, y a los que no les llegan a las suelas de los zapatos?; bien es cierto que en el mismo caso con la “Gran Vía” hace unas cuantas temporadas salió bien, pero esta vez….
Aunque eso ya se veía en el nivel del público: tenía a los lados gente tarareando, otra abanicándose sin parar… y prefiero no comentar como iban vestidos; además de que aún oí a uno implicado con la compañía decir que estaban “regenerando el género”, ¡maldito idiota!, al género no le hace falta ninguna que lo regeneren, sólo que los estúpidos no metan sus manazas en él y no lo destrocen de mala manera.
Sin mencionar que hay que tener valor para programar esta inmundicia tanto tiempo… en fin, vamos a la crítica:
-¡Cómo está Madriz!: nauseabunda; el Teatro de la Zarzuela pone en escena una de las peores producciones de su historia; algo repulsivo y repugnante a todos los niveles, el peor fin de temporada posible e imaginable (lo cual es especialmente triste cuando contó con algún que otro muy notorio gran éxito); salí de la función completamente de los nervios, tan absolutamente asqueado y desagradado por lo que había visto que me había llegado a producir dolor de cabeza y remover el estómago de lo hediondo que era lo que había presenciado en el escenario… en realidad me alejé del teatro a correr, cosa que no suelo hacer y menos al final de temporada, pero no soportaba pasar ni un segundo más allí.
Lo mejor será describir lo que pasa:
Comienza la función, la orquesta hace su papel aceptablemente, y entonces, de repente, sin aviso, ¡horror, espanto total!, aparece en el escenario Paco León, ¡sí, Paco León! (el ¿”actor”? televisivo), ¿Que coño hace el tipo ese aquí?, te pregungas, ¿cómo se ha metido en un templo de la cultura?, ¿qué hace paseando su vulgaridad y estupidez por el escenario del brillante trono de la lírica?, los que leáis a menudo este blog ya sabéis lo que pienso de este tipejo y su familia… y de repente empiezo a tener los más funestos augurios, las más terribles premoniciones empiezan a llegar a mí como si fuese la película de “Destino final”… aunque trato de tranquilizarme repitiéndome: “no te preocupes, es el Teatro de la Zarzuela, sus montajes suelen ser de calidad, siempre lo dices, León será una molestia pasajera y luego todo se arreglará”.
Pero no, no se arregla, de hecho va a mucho peor, y los más terribles augurios y premoniciones no pueden competir con el espanto y esperpento que se ve sobre el escenario, pura basura, de la más infecta, hecha teatro.
Es suficiente con decir que el libreto es parcial, demagógico, adoctrinador, político, vulgar, obsceno, esperpéntico, inculto, proselitista… y no se puede hablar de su calidad narrativa porque no hay tal cosa, sólo se hilan números musicales con más números musicales sin ningún sentido, con la única intercalación de interminables propagandas panfletistas tan evidentes como asquerosas y nauseabundas.
La música no la pude disfrutar debido al bajo nivel del público que acudió, como comenté más arriba… y tampoco hubiera conseguido mucho más, puesto que la orquesta no hizo ninguna maravilla ni tampoco los cantantes eran nada excepcional.
La puesta en escena fue vergonzosa, de aficionado total, con una dirección que era más que evidente que no sabía lo que hacía; me horrorizaron decorados y vestuario, la iluminación me pareció pésima… horrible, todo fue horrible.
Fue realmente terrible, pero terrible, terrible; mira que en el Teatro Real se han llegado a ver cosas espeluznantes a nivel lírico, pero nada, absolutamente nada peor que esto, muy pocas cosas podrían superar algo tan horroroso… fue de las pocas veces que pensé seriamente en irme en el entreacto, porque juro que me estaba resultando absolutamente insoportable, totalmente insufrible.
Yo llegué a sentir arcadas, se me revolvió el estómago e incluso tuve dolor de cabeza ante tanto esperpento, despropósito y repulsiva asquerosidad. Sin mencionar que acabé nerviosísimo y terriblemente desagradado, con auténtico mal cuerpo tras tan irritante experiencia.
En definitiva: vomitiva (literal y figuradamente); una de las peores producciones que jamás haya tenido este teatro (quizás la peor junto con aquel “El barberillo de Lavapiés” republicano), una auténtica pesadilla que jamás se debería volver a repetir, una tortura que nadie tendría que sufrir nunca, de hecho, deberían cancelarse el resto de funciones aunque sólo fuera por respeto a los espectadores, o siquiera a los derechos humanos fundamentales, a los que burla con una crueldad desmesurada (¿o no prohíben la tortura acaso?).
A puntito estuvo esta obra de tener una crítica individual y completa para ella sola… pero finalmente no pudo ser, las razones, abajo.
Programa de mano en el que se echa de menos una mayor longitud, pero tiene la sabiduría de incluir opiniones tanto del autor como del director, de modo que tenemos mayor perspectiva.
La atención al público, excelentísima.
-Tierra del fuego: algún día (a saber cuando, pero se hará, pues ya está esbozado) publicaré un artículo en el que explico y desmenuzo qué características suelen reunir las consideradas obras maestras, los grandes clásicos; pero ya adelanto, que una de ellas es, sin duda alguna, la neutralidad y la imparcialidad, la capacidad para estar por encima ideologías y proselitismos.
“Tierra de fuego” está muy cerca de ese objetivo, de hecho, trata de conseguirlo, y la verdad, casi lo logra, pero al final, te das cuenta de que hay una cierta preferencia pro-palestina (a la hora de la verdad, toda la justificación de los judíos reside en que ellos fueron víctimas de los nazis); realmente es muy disimulada, probablemente casi imperceptible para ojos menos escrutadores que los míos, pero aún así está ahí, y eso me impide considerar el texto una obra maestra.
Ello no significa que sea muy sobresaliente, pues si bien no puede ser un 10, no hay duda de que es un 9 con todos los derechos: posee dramatismo, pasión, interés, fuerza, capacidad para emocionar, tratamiento de grandes temas… es incuestionable que, en muchos aspectos, la obra escrita por Mario Diament es muy buena, y que consigue combinar una gran claridad que ayuda a su comercialización de cara al público, con una impresionante profundidad que tanto satisface a las mentes intelectuales… y por supuesto, trata temas de hoy y de siempre, que no pierden actualidad porque, por suerte o por desgracia, forman parte de nosotros, y da igual que se nos plantee este u otro contexto histórico, pues no nos resulta fácil asociarlo a otros o incluso a vivencias personales, pues hay ciertas emociones universales, propias del ser humano; y el texto de Diament consigue plasmarlas sobre el papel. Tal vez la hábil traducción de David Serrano haya ayudado mucho a eso
Desgraciadamente, ahí se acaban todas las virtudes de esta producción: la puesta en escena es tan absurdamente simplista, tan confiada en el minimalismo, que le arranca al texto mucha parte de su pasión, fuerza y heroísmo.
Indudablemente, mucha culpa de eso tiene el director, Claudio Tolcachir, al que el texto claramente le viene grande, y no sabe qué hacer con él, de modo que no dirige a sus actores adecuadamente e impone unos movimientos en escena absurdos e innecesarios, forzando además una ridícula presencia permanente de los actores en el escenario, que no sólo no aporta nada sino que estorba. La verdad es que lo que mejor define su labor es que se trata de un director que no merece el texto que dirige y que no está a su altura. Una pena.
En lo que respecta a los actores, llama mucho la atención que una parte de ellos tengan carreras importantes en el cine y en la televisión, puesto que aquí se sueltan de tal manera, pierden toda contención de tal modo, que están totalmente descontrolados y sobreactuados (sin duda eso se debió a la mala dirección de Tolcachir también); muy especialmente Alicia Borrachero, que interpreta a su personaje como si fuese una diva.
Sin embargo, y a pesar de los defectos mencionados, debo reconocer que tengo que recomendar esta obra, pues a la hora de la verdad, la calidad del texto se impone sobre todo, y la verdad es que funciona: tiene fuerza, emoción y magia teatral… cierto, no es perfecta, pero ya quisieran muchos tener algunas de esas virtudes que acabo de comentar.
Otra obra que a punto estuvo de tener su crítica propia… tal vez es que estoy vago y no tengo tiempo.
Como siempre, muy buena atención al público en el Teatro de la Comedia.
El programa de mano fue pretencioso e inútil, con un texto del director del montaje que no aportaba nada.
En cualquier caso, me alegró volver a ver otro montaje de la Joven compañía nacional de teatro clásico (creo que el último que vi fue este), pues suelen sorprenderme para bien… ¡y siempre es maravilloso ver como las nuevas generaciones se interesan en este tipo de teatro!.
-La villana de Getafe: bueno, no voy a perder tiempo diciendo maravillas del texto de Lope de Vega porque es lo de siempre, efectivamente el gran maestro del teatro español, de nuestro siglo de oro, se tenía bien ganada y merecida su fama (mal que le pese a nuestro también inmortal Cervantes) por su gran imaginación, ingenio y gran capacidad para fabular todo tipo de historias enredadas y emocionantes, divertidas e inteligentes… yo de hecho, y sabéis que soy sincero y no digo las cosas por decir o quedar bien (¡por eso el blog es anónimo, para decir lo que me dé la gana!) no consigo recordar una sóla obra de él que no me gustara… cierto es que también me encanta ese estilo de las comedias de enredo, y que tal vez Lope de Vega no se salga demasiado de ese terreno… ¡pero es que se le da tan bien!, ¡y consigue hacer unas maravillas de una originalidad!, cierto, muchas veces la base será parecida… ¡pero el desarrollo siempre te sorprende!.
Indudablemente “La villana de Getafe” no es la excepción que confirma la regla, y vuelve a resultar otro texto tan brillante como divertido e inteligente. Y afortunadamente, esta producción que le hace bastante justicia.
La verdad es que la traslación desde el siglo de oro a la actualidad, la modernización del montaje se hizo con una gran sabiduría e inteligencia, quizás con unos cuantos tópicos, pero considero que se llevó a cabo de buena forma y con ideas sumamente ingeniosas.
Y ahí se acaban las virtudes de este montaje.
La dirección de Roberto Cerdá, a juego con su texto del programa de mano, es pretenciosa a más no poder, obsesionada con fijar la atención en su trabajo y que nadie se olvide que hay alguien dirigiendo… y como está tan concentrado en centrar la atención en sí mismo, pues se olvida de dirigir a los actores y los deja hacer todo tipo de tonterías y sobreactuar de las maneras más espantosas.
Respecto a los actores, pues les faltan muchas tablas, se nota demasiado que el escenario del Teatro de la Comedia les viene muy pero que muy grande, están totalmente perdidos porque el director se ha negado a dirigirlos de la forma adecuada, y a ayudarles a que saquen lo mejor de sí mismos, por lo que por general fracasan en todo lo que intentan (ejemplo clave y definitorio: están tratando de hacer todo tipo de acentos o imitar formas de hablar y sólo consiguen hacerlo durante dos frases seguidas, pues rápidamente se vuelven a su habla natural, ya que no consiguen mantener el personaje o la idea que estaban trabajando).
En definitiva, a pesar de sus importantes defectos, la nueva producción de “La villana de Getafe” de la Joven compañía nacional de teatro clásico, es una deliciosa maravilla que hay que tratar de ir a ver, pues es divertida, entretenida, y uno de los mejores ejemplos de porqué ir a ver teatro del siglo de oro es tan ameno, gratificante y sigue siendo totalmente actual. Absolutamente recomendable.