¡Nuevo y magnífico rumor escandaloso en los teatros municipales!… bueno, rumor publicado en “El mundo”, que es la primera fuente que he visto que hablara sobre el tema, el resto de las webs a las que eché una ojeada, hacían referencia a esa misma publicación (y todas ellas con un tono no precisamente neutral: recomiendo algunas como: esta en la que se critica la gestión de la alcaldesa, así metido casi con calzador, y ¡sin disimulación alguna!; y justo después, y a riesgo de que nos de un ictus cerebral de tanto contraste, no dudéis en leer esta noticia algo posterior, con el enfoque totalmente contrario, ¡para partirse!, hay que ver lo que hacen los objetivos periodistas con un supuesto hecho ni siquiera consumado… ¡maravillas, maravillas!).
Al parecer Manuela Carmena y Ana Botella podrían tener más en común de lo que se pudiera pensar, pues ambas consideran que actuar a capricho, nombrando y desnombrando directores artísticos, es la mejor manera de gestionar una institución teatral en Madrid, ¡y qué viva el libre albedrío!.
La verdad sea dicha, como comentábamos hace unos meses, Juan Carlos Pérez de la fuente no llegó a tan alta posición precisamente por un quórum unánime, ¡pero pobre hombre, ya que está, déjale trabajar un poco a ver que tal le sale!… y aunque la verdad, lo que hemos visto hasta ahora deja que desear, tampoco ha habido mucho tiempo para juzgar adecuadamente (llevaba año y medio, teniendo en cuenta la espontánea salida del anterior director, Natalio Grueso –también de una forma, cuanto menos particular, aquí últimamente como los emperadores romanos, ninguno acaba bien el mandato-), pues buena parte de ello, seguramente venía ya dado por la anterior directiva.
Por otra parte, como espectador, con sinceridad, no estoy yo muy seguro, teniendo en cuenta los particulares gustos de la alcaldesa de Madrid, de a dónde nos conducirá esta nueva situación… a ver que nos viene encima estéticamente y que acabamos teniendo que soportar en próximas temporadas; ¿lo amaré o lo odiaré?, ¿lo alabaré o lo despreciaré?, seguramente, lo seguiréis sabiendo aquí, en Universo de A. En cualquier caso, yo, que siempre aborrezco los prejuicios, esperaré prudentemente para juzgar con criterio.
Pero si fuera sólo lo anterior, de momento los rumores ya corren como la pólvora y se habla de cambiar, y de reestructurarlo todo de arriba abajo y de abajo arriba, incluyendo cosas como la escisión del Matadero del Español… y a ver si el viejo fantasma de la privatización, la amenaza constante a lo público, no reaparece también, cual monstruito de videojuego que resurge por más veces que creas que se ha eliminado.
En cualquier caso, sí que hay una serie de hechos curiosos y escandalosos, al parecer Pérez de la Fuente sí intentó un inteligente acercamiento a la nueva alcaldía… siendo rechazado; la edil no quiso entrevistarse con él, y la concejala de cultura, Celia Mayer, no se ha dignado a asistir a ni un sólo estreno de la temporada, y el nuevo director de Madrid destino no ha sido precisamente agradable… más frialdad sólo la hay en Siberia. Pobre hombre, que angustia ha debido pasar (¡pero que tiemblen los dirigentes, a lo mejor los denuncian por mobbing! -y teniendo en cuenta el panorama, a mí tampoco me extrañaría demasiado-).
Pero el hecho es que aquí de momento nadie dice ni sabe nada que no sean sutilezas e interpretaciones de frases; eso sí, sólo se habla de cambios radicales (que afectarían incluso a la propia “Madrid Destino”, empresa pública creada en la anterior legislatura, y que por supuesto, también está rodeada de polémica, que controla las cosas más variadas -no te imaginas hasta que punto- relacionadas con la cultura en Madrid) y que Pérez de la Fuente, al parecer no encaja en un futuro que, por otra parte, es una incógnita que nadie despeja (y como ya digo, aquí nadie hace declaraciones claras); hasta Einstein temblaría ante la resolución de semejante ecuación.
La verdad es que esta situación ya parece una especie de “Cluedo” en el que te preguntas quién será el próximo en caer… en fin, yo me lo tomo con humor (que remedio, ah, la risa, esa gran salvadora en la vida), pero la cosa es seria.
Nuevamente, los municipales vuelven a destacar porque sus dramas más interesantes… suceden fuera de escena, si es que la realidad siempre supera a la ficción. Bueno, por eso y porque su publicidad sigue siendo espantosa, a ver si empezamos a diseñar algo que sea mínimamente grato a la vista siquiera (muy especialmente el Español y el Matadero, cuya cartelería y fotografías promocionales llegan a dar vergüenza ajena).
En fin, supongo que seguiremos informando.
Comenzar comentando, como cotilleo, que al parecer (se dice, se comenta) los Reyes acudieron a una representación… pero de una forma muy rara, puesto que no ocuparon el palco real sino unas butacas laterales; por lo visto la cosa fue tan discreta que nadie se dio cuenta ni de que habían entrado hasta que terminó la función (hasta el punto de que hay quien se aventura a suponer que no llegaron hasta pasado el entreacto).
Personalmente considero que este tipo de falsas modestias son ridículas y están fuera de lugar (básicamente porque todos sabemos lo que cuestan las butacas en el Real), si hay un palco destinado para ellos, ¿por qué ir a las butacas?, ¿por qué renunciar a algo que ya está hecho y construido?; todo ello, sin mencionar que le quitan el sitio a alguien, y más en esta producción, en la que era casi imposible conseguir entradas.
Entiendo que quieren dar una imagen, que en España vende más la cercanía… pero yo siempre creeré que unos Reyes tienen que comportarse como tal, y tener cierta aura regia, si no es así, ¿qué sentido tiene?, considero que la monarquía debe crear siempre un necesario factor diferenciador frente a otras opciones de jefatura de estado, pues ello siempre la beneficia.
En cualquier caso, es absurdo inutilizar tan magnífico y bien situado palco; no es práctico ni inteligente… Aunque también creo recordar que para esta producción se ocupó el lugar de algún modo por una razón técnica (lo recuerdo muy por encima, mirando el palco una vez), así que a lo mejor tiene que ver con eso. Vete a saber.
Aunque sí hay cosas de toda la cuestión anterior que apruebo, como el reducir esa excesiva, inútil e impopular vigilancia (sin mencionar lo antipáticos e ineficaces que son los de seguridad de Casa Real) que hay cada vez que vienen los Reyes padres, de modo que parece que se convierte el tema en un evento de estado, tratándose sólo de una asistencia al teatro… pero de ahí a renunciar al palco real, hay un abismo.
En fin, vamos a hablar del funcionamiento del teatro, como siempre: una vez más, comentar la terrible ineficacia de las taquillas del Teatro Real, especialmente por parte del que atiende el mostrador preferente, que da igual que haya gente o no, él se va a tomar un café alegremente, y que trabaje el resto, la mayoría de los cuales, bastante les cuesta enterarse de lo que tienen que hacer porque son nuevos. Pocas veces he visto mayor desvergüenza en mi vida, el tipo ese debe ser el hijo del propio director general, porque no se explica tanta incompetencia; sin mencionar que siempre tiene un problema con algún cliente. En definitiva, dado que donde se venden las entradas todos son nuevos y el único que hay que pudiera saber algo es completamente inútil en el trabajo que debería desempeñar… no cuesta imaginar cual es la atención al público.
El resto de las personas que están de cara al espectador lo hacen o mal o de aprobado raspado.
Y ya hablando del magnífico programa de mano (que está mucho mejor encuadernado y las páginas están hechas de otra pasta… ¡el Real vuelve a sus tiempos boyantes!; todo ello sin mencionar que por fin han vuelto los títulos en Español, en vez de los originales que nos había impuesto Mortier), no puedo dejar de comentar que han comenzado las grandes celebraciones del bicentenario del teatro (aunque no deja de resultar ambiguo y curioso el preguntarse cuando nació realmente este lugar, con todas las veces que se construyó y reinauguró), acertada celebración que de momento (a parte de unos interesantes aunque cortos artículos en el programa mencionado su historia) no parece que vaya a trascender mucho, y de la que probablemente no se entere nadie, ni repercuta en la vida cultural madrileña en general, puesto que lo único que se ha hecho es modificar el logotipo habitual y poco más. La verdad es que esta institución debería reivindicar su papel como gran motor cultural de la ciudad, pero me parece que no se va a hacer nada al respecto, que toda la celebración se quedará en sus elitistas muros, y se ceñirá a un par de detalles a modo de toque especial, pero de los que apenas seremos conscientes los asistentes, y sólo porque vamos al sitio. Una pena, una auténtica pena.
Por lo demás, el programa resulta bastante interesante (incluso a pesar de la pedantería desmesurada del texto de Andrés Ibáñez, pero no se podía pedir más del autor del libreto de… “El público”, una de las peores producciones que ha tenido este teatro en toda su historia), aunque se centra mucho en el tema masónico… igual que Jose Luís Téllez, que deja definitivamente de lado la elegancia en el vestuario que le caracterizó en sus primeros tiempos dando las conferencias, para optar por un estilo mucho más de andar por casa; lo cual queda a tono con su conferencia, en la que se transforma repentinamente en un teórico de la conspiración, y defiende a capa y espada todas las teorías masónicas con una parcialidad asombrosa, “¡y para que vas a dar dos versiones con lo cómodo que es aportar sólo una!”, debió de pensar. Afortunadamente, al menos, esta vez su conferencia no fue una fotocopia exacta del programa de mano, aunque sería muy necesario que el orador tuviera a su disposición el texto que se va a entregar a los espectadores antes de preparar lo que va a decir, puesto que a veces da la impresión de que escuchas un disco rayado.
El nuevo número de la Revista del Real es bastante flojo, da muy poco de sí a todos los niveles.
En definitiva, está definitivamente claro que la aparente buena gestión de Joan Matabosch era sólo un espejismo.
-La flauta mágica: tan bien había oído hablar de esta producción, y tanto tiempo hacía que no la veía (de hecho, creo que la última vez fue en el cine, en la espléndida versión de Branagh), que me decidí a ir. Cierto que había muchas cosas que me causaban desconfianza, pero al final, decidí dejar de lado mis escrúpulos, y entre eso, y que las fotos que veía del montaje eran tan preciosistas y estéticas… es que no aprendo.
Efectivamente, no creía que pudiese funcionar ese maridaje entre ópera y cine mudo, y más cuando su base es exactamente la contraria: el cine mudo se basa en la expresión mediante la imagen, y la ópera lo hace con el sonido, es decir, son exactamente lo opuesto; de modo que el tema nunca termina ni de casar ni de funcionar como idea a ningún nivel, siendo un total fracaso desde el principio (sin mencionar que uno no deja de preguntarse como se tomaría Chaplin esta producción, pues siempre defendió el cine mudo como la auténtica esencia de este arte, y se opuso todo lo que pudo al sonoro)
Por otro lado, ya era de esperar, y más teniendo en cuenta que esta es probablemente una de las óperas con el libreto más complejo y retorcido que se hayan hecho jamás (bajo su falsa apariencia de cuento de hadas, y digo todo esto sin meterme en absoluto en las teorías de la conspiración, el rollo masónico y todo el tema… aunque no ha faltado quien lo ha tachado de tener mala calidad, quizás hasta tengan razón, y toda la teoría de la conspiración sólo sea una forma de disfrazar su escaso valor artístico), si a eso le sumamos un montaje que enrevesa aún más las cosas, pues buena la hemos hecho.
En realidad, la concepción de la dirección de escena es en sí misma una auténtica estupidez, que sustituye los escasos diálogos hablados por carteles de cine mudo… y luego a cantar otra vez. Eso ya sin mencionar las animaciones a todo color, dime tú, para que haces algo tan ridículo como procurar que los cantantes vayan totalmente de blanco y negro (el estilo fotográfico de esas películas), para luego poner dibujitos animados todo alrededor con technicolor a todo trapo… irrisorio y un sinsentido total.
Por supuesto, al público más simple y menos exigente, les complació, puesto que la propuesta es incuestionablemente cuidada a nivel estético y satisface a ese nivel… pero también resulta completamente vacía, anodina, e incluso vulgar; y es que las formas jamás sustituirán al fondo, o no al menos para las personas auténticamente juiciosas.
La verdad es que, lo más curioso del todo, es como se la han metido bien doblada al público del Real, puesto que esta ópera sigue la tradición de otras anteriores en las que se hace exactamente lo contrario de lo que dice el libreto, lo que suele causar desplantes multitudinarios o abucheos, pero en este caso, la gente ha quedado tan totalmente hipnotizada por semejante atracción de feria (tanto que las entradas estaban siempre agotadas y conseguirlas era todo un mérito), que no se han dado cuenta de las múltiples y absurdas contradicciones: como que, aunque en el libreto original, supuestamente la reina de la noche representaría el conservadurismo frente al progresismo de Sarastro; en el montaje del que hago la crítica, lo primero que hace este con Pamina es devolverla a la encorsetada moda del siglo anterior, o que los acólitos de Sarastro visten al estilo del XIX (y son de lo más siniestro y oscuro, a pesar de que el libreto no deja de cantar que representan la luz que desvanece las tinieblas…), mientras que las damas de la Reina de la noche son todo un ejemplo de flappers… etc, es decir, exactamente lo contrario de lo que dice el texto original.
¿Qué es un montaje bonito y que se le saca muchísimo partido a unas simples proyecciones que se convierten en una impecable escenografía, elementos de atrezzo y demás durante toda la función?, ¿qué también queda bien y creíble y que en muchos aspectos es un montaje a tomar nota?, pues sí, a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. Pero de ahí a que vaya a comulgar con ruedas de molino, y que vaya a decir que es una buena puesta en escena de “La flauta mágica” hay un abismo.
En realidad, no es difícil entender porque la dirección de escena de Barry Kosky y Suzanne Andrade fracasa tan estrepitosamente, y es porque, claramente, hicieron exactamente lo que les dio la gana; pues este mismo montaje podrían haberlo hecho tanto con otra ópera, como con cualquier otra producción teatral… a ellos les daba igual el material, ni les iba ni les venía, para estas personas lo importante era su visión, su proyecto, ellos, ellos, ellos y nadie más que ellos; así de simple: egolatría y narcisismo puro. Y por eso este montaje es un fallo como nueva puesta en escena de “La flauta mágica”.
Por otro lado, aunque reconozco el esfuerzo de las animaciones de Paul Barritt, con franqueza, no creo que sea un gran dibujante, pues está claro que tiene un mayor dominio del color que de las líneas.
Comentar también como curiosidad que el personaje de Papageno rompe esa norma tan instaurada en el teatro desde hace siglos de evitar el color amarillo… pues sale así vestido de pies a cabeza. Todo un divertido desafío de las normas (aunque, por si acaso, lo hace de un color que tira más bien al mostaza, no se trata de un amarillo puro o brillante).
Por otra parte, pese a lo malogrado de la producción en general (y aunque han conseguido engañar, de forma que reconozco brillante, a la mayoría de la gente), por primera vez, quiero destacar el trabajo de Ivor Bolton en la dirección musical, que siempre se nos había vendido como un experto en Mozart y el clasicismo, y hasta ahora iba de pifia en pifia (o simplemente era sumamente regular)… por fin su batuta ha dado sus frutos (y le ha costado), me ha encantado como ha conducido a la orquesta.
Respecto a los cantantes, ninguno me llamó la atención; como máximo, de forma negativa, Ana Durlovski, en su papel de la Reina de la noche, a la que costaba escuchar, pese a estar en platea, su voz simplemente no fluía, sonaba forzada y ensayada.
Comentar que los municipales están siguiendo el sabio camino que ya iniciaran tanto los teatros Real y la Zarzuela en asociarse con otras instituciones culturales; en este caso, para unirse a la conmemoración del V centenario de El Bosco… aunque lo hacen de una forma un tanto forzada y absurda (y más con esta obra), pero bueno. En cualquier caso, han colocado a la entrada de la sala, una reproducción de una de sus obras (de la que podemos ver la original en el Prado), dado que hay un descanso (¡ah, esa sabia y maravillosa costumbre que debería haber en todas las representaciones y que a mí en particular tango me gusta!), podremos acercarnos a curiosearla y leer la cartela en la que trata de justificar, como bien puede, tan aleatoria asociación artística… pero que no deja de resultar interesante, pues podemos profundizar en la obra de El Bosco, y por qué no, también comenzar a celebrar el evento cultural que, con toda probabilidad. arrasará en Madrid próximamente.
La atención al público ha resultado absolutamente genial en mi última visita.
Quiero destacar también el gran trato dado a los discapacitados, pues en nuestra función contamos con un espectador extra, un perro guía que hizo las delicias de todos los que estaban a su alrededor y cuyo comportamiento fue perfecto e impecable, ¡todo un campeón! (y más sabiendo que a muchos humanos nos costó bastante resistir esas tres horas). En cualquier caso, no quiero dejar de aplaudir la accesibilidad de los teatros municipales para los minusválidos!, ¡bien por ello!, ¡cultura para todos!.
El programa de mano contiene el típico texto justificatorio recopilando los supuestos méritos de la obra para que nos creamos que esta es buena. Sí, ya, claro, puede que saliera de casa sin los guantes o el paraguas, sin embargo, la perspectiva y el criterio me los traje, gracias de todos modos.
En fin, vamos a hablar un poco de los entresijos alrededor de la obra, que tienen mucho que ver con una compañía llamada Feelgood teatro, que nace, como no, de una producción anterior bastante mala de hace unas temporadas, que probablemente recordaréis (y sino, aquí estoy yo para ello); resulta, por otro lado, sumamente obvio, dado que vuelve a coincidir una parte del reparto y el material es, una vez más, terriblemente pretencioso.
Indudablemente, a quién más hay que destacar de la compañía es a Fran Perea, un chico que resulta divertido por su afán de pretender dejar de ser un famoso para ser actor (todos recordamos su paso por “Los Serrano” o su hit “Uno mas uno son siete” -también fue el único, al parecer sacó dos discos más que pasaron sin pena ni gloria, aún cuando él se metió también a compositor-), cuando sólo tiene talento para lo primero; es lo que tiene el teatro, la cámara televisiva puede llegar a ser complaciente (hay que pensar cuál es su público objetivo) pero el escenario es implacable. Debería por tanto, en mi opinión, dejar de buscar el prestigio que nunca podrá obtener y contentarse con la fama que ha conseguido, porque todas las obras presuntuosas del mundo no conseguirán disimular su falta de talento, y aún lo harán más evidente. La verdad es que no niego que me resultan graciosas sus aspiraciones artístico-intelectuales. Aunque supongo que esta frase anterior bien se puede aplicar a la compañía en general.
-La estupidez: ¡me encanta cuando me ponen tan a tiro las críticas mordaces!; pues vamos allá, lanzo una pregunta:
¿Cuántas estupideces econtramos en esta obra?
-1: es una estupidez hacer un texto que cuenta mil historias, cada una de las cuales bien podría ser una obra de teatro en sí misma, y no enlazarlas o que tengan sentido entre sí. Y más, cuando la función dura la friolera de tres horas. El espectador se siente como mínimo estafado.
-2: es una estupidez hacer una obra de teatro tan absurdamente larga, sin género alguno, difusa, y con una falsa complejidad tan ridícula como hipócrita (vamos, que no me venden la moto).
-3: es una estupidez mezclar varios diálogos a la vez, como si fuese una ópera, pero sin repetir ni una sola frase. Bueno, la dirección al completo es una total estupidez.
-4: es una estupidez poner el sonido tan alto que no se escuche lo que hablan los actores.
-5: es una estupidez pretender hacer cinco personajes cuando apenas tienes capacidad para hacer uno creíble (y eso con mucho esfuerzo); y aún es más estupidez no darte cuenta de lo mal que lo haces y que no vales (Toni Acosta es el ejemplo paradigmático de esta cuestión). Sólo exceptúo en esto a Ainhoa Santamaría, que si bien nunca me entusiasmó en “Isabel”, en esta obra le reconozco que ha tenido una auténtica y sorprendente capacidad de transformación (más que Javi Coll, de quien esperaba más).
-6: es una estupidez liar al espectador, ponerle las cosas complicadas y pedirle un esfuerzo constante e innecesario para que desencripte la obra… porque acaba pasando del tema a la velocidad de la luz, y más, cuando se nota a la legua que el producto que se nos ofrece no merece ni el más mínimo esfuerzo porque no tiene ninguna calidad.
-7: es una estupidez ir de intelectual y de profundo; la inteligencia no hace falta demostrarla, se ve, la hay o no la hay, y porque, en resumidas cuentas, y citando a Isabel de Rumanía: “La tontería (¿o debería decir la estupidez?) se coloca siempre en primera fila para ser vista; la inteligencia detrás para ver”.
Ya ves, al igual que ellos, yo también he hecho mi particular homenaje a la Heptalogía del Bosco, con los 7 pecados que comete esta producción (y si sólo fueran esos…), aunque el principal y mayor de todos ellos es que es profundamente soporífera, siempre pecado capital en todo lo que respecte al entretenimiento; bueno, eso para los que se quedaron después del intermedio, porque no faltaron las butacas vacías una vez que hubo la oportunidad de escapar discretamente.
En definitiva, ¿es una estupidez gastar nuestro tiempo y dinero en “La estupidez”?, pues sería una estupidez no admitir que efectivamente lo es. Ya ves, será que yo no soy estúpido y por tanto no me gusta hacer o ver estupideces; y lo digo con toda la dimensión y simbolismo que se le puede dar a estas palabras teniendo en cuenta aquello de lo que hablamos.
Atención al público excelente en el Español.
El programa de mano es escaso y tiene el típico texto justificatorio pretendiendo vendernos la moto. Como si fuésemos tontos.
-De algún tiempo a esta parte: de algún tiempo a esta parte no se recuperan en la sala Margarita Xirgu, y me da que habrá que ser pacientes hasta que vuelva algo decente.
En fin, quizás la mejor manera de definir este montaje, y de hacerle una crítica adecuada, sea citar las estrofas y versos escogidos de una conocida canción:
“Igual que en un escenario
Finges tu dolor barato
Tu drama no es necesario
Ya conozco ese teatro
Mintiendo que bien te queda el papel
(…)
Teatro…
lo tuyo es puro teatro
falsedad bien ensayada
estudiado simulacro
(…)
Perdona que no te crea,
me parece que es teatro,
Perdona que no te crea,
Lo tuyo es puro…
Teatro”.
En definitiva, salvando la preciosa y muy adecuada escenografía de Nicolás bueno, y por supuesto, el apropiado vestuario del gran Lorenzo Caprile (diseñador talentoso donde los haya); el resto, es todo puro teatro, pero en el mal sentido.
El texto de Max Aub parece un compendio de como eliminar todo momento de clímax en un texto, básicamente porque no hay un sólo maldito momento de descanso en toda la obra, ni uno, toda la obra se desarrolla en un monólogo en el que la protagonista no deja de contar como su vida es peor, y peor, y peor, va de Guatemala a Guatapeor, y cada vez le pasa algo aún más trágico, de modo que al final, ya no sientes nada, puesto que de tanto que te han pretendido golpear dramáticamente, te han agotado la empatía, te has inmunizado totalmente al dolor y sólo te queda la indiferencia; el humano funciona así, si no dejas tiempo a que actúe el escozor, luego no se sienten los golpes. Por otro lado, a pesar de su corta duración es absolutamente aburrido y resulta largo.
Todo ello, sin mencionar que el mensaje que envía, es bastante desagradable, pues, al fin y al cabo, la palabra que se oye de forma incesante es “odio”, una y otra vez. No me voy a poner a dar lecciones de moral (hasta ahí podíamos llegar), pero me parece ridículo y un mensaje de principiante (en todos los aspectos); al fin y al cabo, se gasta mucha energía odiando, nunca compensa y al final no sirve de nada; lo cierto es que cuando tienes suficiente experiencia vital, acabas descubriendo que la oportuna capacidad de olvidar es, en muchos casos, la esencia de la felicidad.
Sea como sea, el texto de Max Aub es insoportablemente teatral, de la cabeza a los pies, no se puede concebir de otra manera, y de un ultradramatismo que suena falso, ridículo y que por momentos llega a aburrir de tan afectado y falso que es.
La dirección de Ignacio García, por su parte, se dedica a llamar la atención de forma continua, insistente e impertinente sobre sí misma, para que a todo el mundo le quede, muy pero que muy claro, que las obras no se dirigen solas, y que hay alguien detrás del escenario esperando recibir aplausos, con un mérito que quiere desesperadamente ser reconocido… y es que todo lo que te puedas imaginar que se pueda hacer en un monólogo (y lo que no, también), se hace; y con creces, da igual si viene a cuento o no, lo importante es lucirse, a toda costa, y que quede meridianamente claro que Ignacio García dirigió una función que dejó a todos pasmados con tanta pericia escénica… y pasmados nos deja, sí, pero de tanta pretensión, pedantería y presunción descarada. Y por supuesto, para ir a juego con el resto, la dirección escénica está plaga también de teatralidad.
Llegado este punto, no hay que dejar de destacar el mérito de los técnicos, que se debieron de volver locos con tanto revuelo innecesario de luces y sonidos cada dos frases. Ya los imagino flipando durante los ensayos.
No se queda atrás, siguiendo el estilo de todo el montaje (¡faltaría más!) la actriz principal y única, Carmen Conesa, que en su última aparición por los teatros municipales tampoco salió muy bien parada, y que aquí se dedica a hacer teatro, a vivir su tragedia intensamente… ¿qué no se lo cree nadie?, ¡qué mas da si ella se lo pasa bien!, ¡viva el melodrama barato!, ¡con lo divertido que es ponerse a chillar y enrabietarse como si no hubiera mañana!, chico, tiene que acabar de un descansado tras cada función… al menos esta obra servirá para que esta mujer se vaya más desahogada a casa, ¡lo que ahorrará en masajes!, ¡qué alivio! (para ella, claro).
En conclusión y haciendo recopilación de todos lo dicho en la crítica, vuelvo a citar la canción de La Lupe:
“Perdona que no te crea,
me parece que es teatro,
(…)
Tu drama no es necesario
Ya conozco ese teatro“.
Pues eso.
Demasiado lo conocemos, y además, estamos hartos de él.