He de decir que últimamente la mala atención al público parece una plaga, he intentado conseguir unas entradas para el Centro dramático nacional (pues hacía tiempo de mi última visita), y la experiencia ha resultado tan dificultosa y desagradable, que he decidido no volver en bastante tiempo (y para qué mandar una queja, si todos sabemos que eso nunca sirve de nada, les entra por un oído y les sale por otro). Anda que no hay teatros en Madrid y obras interesantes, entre otras muchas cosas que hacer (es lo que tiene una ciudad con una vida cultural tan activa), como para ir a un sitio que no te resulta grato.
O quizás me encuentro yo un tanto susceptible últimamente, pues he de decir que tampoco estoy yo muy satisfecho tampoco con la atención al público en los municipales en mis últimas visitas, entre la gran rotación de personal que hay, y que todos ellos parecen estar muy perdidos y despistados, casi desatendidos, además de un tanto sobrepasados… ¿tan difícil será tener a gente de forma medianamente permanente, conservar a los buenos y echar a los que no valen?.
En cualquier caso, tal vez haya quien piense que ser acomodador es simplemente coger entradas, llevar a la butaca, y ya está (y a algunos hasta eso les cuesta hacer), pero nada más lejos, es probablemente el trabajo más personal del teatro, ellos son los que dan la impresión final de cara al público (en más de una ocasión he alabado la familiaridad que se produce en los teatros de la Zarzuela, y alguna vez también del Fernán Gómez -¿se trató de un espejismo tal vez?-) y la primera muestra de como funciona internamente la institución (de hecho, todos recordaréis que cuando la atención al público comenzó a caer en el Real, fue cuando yo ya dije que a Matabosch el teatro se le estaba yendo de las manos); porque, independientemente de como sea la obra, y de que te guste más o menos, es innegable que a todo el mundo le gusta ser bien atendido; por ello, la labor de cara al público debe ser siempre impecable y hay que asegurarse de que los espectadores se vayan satisfechos y con una buena impresión; puesto que, al fin y al cabo, si ven una obra mala, simplemente dirán “mala suerte” (a menos que ya sean muchas) y muy probablemente vuelvan puesto que, al fin y al cabo, el personal del teatro es quien te recibe y quien te despide, por lo que son la primera y última impresión; pero si al público no les han tratado adecuadamente, aunque lo representado sea una obra maestra, rápidamente se pensará “obras buenas hay en muchos teatros”, o directamente, si no son espectadores frecuentes, no volverán a ninguno (y eso siempre es lo peor que puede pasar, por el bien de nuestras artes escénicas hay que evitarlo).
Todo ello, sin mencionar que los trabajadores llevan unos uniformes horrorosos: una especie de traje azul marino que a la mayoría les quedan fatal, porque parece que les quedan inmensos o muy justos, complementados con una chapa identificativa rellenada a mano (el colmo de lo cutre, como si ya no tuviesen ni tinta de impresora) e ininteligible; que les hace parecer más empleados de supermercado que personal de un teatro… vale que yo soy de los que echan de menos las libreas que tanto lucían en el Teatro Real (y que ya sólo se pueden ver en los conciertos de los Stradivarius del Palacio Real, que por cierto, próximamente publicaré la crítica de otro concierto al que fui aquí), pero una cosa es lo informal, y otra lo zarrapastroso; y en este caso, se percibe como un “quiero y no puedo” con pretensiones.
No quiero dejar de mencionar, sin embargo, como dato positivo de los teatros del ayuntamiento, que prosiguen con su gran labor cultural en la ciudad, con una nueva exposición (que comento en mi artículo recopilatorio con todas las exposiciones que visito de Madrid); teniendo en cuenta que ya es la segunda de este año, ¿conseguirán la necesaria estabilidad para mantenerse como una institución a tener en cuenta?; se verá, si siguen programando exposiciones, sin duda el Teatro Español conseguirá ser la institución teatral de referencia de la capital, y quizás a nivel nacional, como merece y debería ser; algo que ya he comentado en más de una ocasión. Aunque le veo un defecto a esta actividad, su duración (¡en este último caso apenas un mes!) es demasiado limitada como para que la gente se entere y le dé tiempo a visitarla.
El programa de mano de esta representación es muy aceptable, podría ser más completo y menos pretencioso, pero me ha gustado.
Pero ahora, antes de pasarme a la crítica, comentaré un poco la temática de la obra.
Tiene gracia, pero la vejez nos fascina, puede parecer una tontería pero es así, tal vez porque es algo inevitable a lo que, tarde o temprano, casi todos llegamos (si no nos quedamos por el camino, cosa que para nadie suele ser preferible), probablemente, quizás por ser el reverso de la juventud, ese momento vital que también nos cautiva por lo pasajera que es; y es que, aún siendo dos caras opuestas, sigue siendo una misma moneda, y esta es necesariamente, en su conjunto, apasionante.
La prueba de que la ancianidad nos resulta interesante se puede ver a lo largo de todo el arte (e incluso mezclando todos los conceptos antes dichos, como en la tan repetida iconografía de las tres edades de la mujer); e incluso, si buscamos ejemplos en los últimos años también lo comprobamos en películas que son abordadas por actores con una edad considerable (tal vez porque estamos hastiados de tanta juventud y tanto veinteañero suelto), pongamos por ejemplo la ganadora del Oscar “Amor”, o la saga del hotel Marigold que precisamente abordaba el tema de como afrontar la jubilación y los últimos días.
En definitiva, la vejez es un tema que interesa, ¿pero entonces, si siempre es un éxito, porque no se aborda con más frecuencia?, bueno, una teoría podría ser porque, mientras la juventud nos produce una fascinación armoniosa; la que nos produce la vejez es en cambio morbosa y escatológica; como cuando pasas por delante de un accidente y eres consciente de que puedes tener una visión muy desagradable pero, sin embargo, no puedes dejar de mirar; y al fin y al cabo, que no veas algo, no significa que no exista.
-La zaranda el grito en el cielo: lo curioso de esta obra es que tiene muchos méritos, pero también muchos defectos por igual.
El mejor ejemplo es el texto de Eusebio Calonge, y este hombre, aunque posee una capacidad de observación magnífica y realmente espectacular, pues es capaz de plasmar perfectamente todas las frases típicas y tópicas, es absolutamente genial captando la esencia de cualquier situación cotidiana, tiene una magnífica intuición innata para percibir lo que le rodea y sabe dramatizarlo… lo cierto es que es un pésimo escritor, a nivel narrativo su texto es totalmente atroz, apenas tiene estructura, y la que hay, está haciendo aguas por todos los lados; es incapaz de definir bien a sus personajes (trabajo que acaba quedando en manos de los actores, si el reparto hubiera sido un desastre, imagínate como hubiera sido); no es capaz de escribir buenos diálogos, sólo sabe unir frases inconexas y sin demasiado sentido… en definitiva, su idea, y su talento para captar la situación de la tercera edad en la actualidad es absolutamente perfecta… pero no está cualificado para plasmarlo en el papel. De ese modo, el texto, aunque se está percibiendo todo el rato lo extremadamente inteligente que es, sólo puedes intuirlo, puesto que el escrito final deja mucho que desear.
La dirección de Paco de la Zaranda es hábil, no muy novedosa, pero sí apta. La realidad es que era un proyecto muy difícil de sacar adelante por muchas razones (temática, el texto original, contar con un buen reparto…); así que se puede decir que este director hace lo que puede, y no sale mal parado.
Con toda seguridad hubiéramos apreciado más una escenografía más realista y menos sintética, pero tampoco el texto, con sus pretensiones ultramodernas y vanguardistas, permite mucho esas licencias.
Comentar también que la música estaba excesivamente alta, especialmente al principio, ¿es que nadie hace pruebas para comprobar estas cosas antes de empezar?.
El trabajo de los actores es muy especialmente destacable, pues cae en sus manos toda la responsabilidad de hacer creíbles sus personajes, y la mayoría salen aceptablemente parados; exceptuando a los que mencionaré, que consiguen un magnífico trabajo, como: Iosune Onraita, brillante en su papel de personal del geriátrico, con ese tono aséptico, insensible, de falsa cortesía permanente, el estilo de discurso aprendido, ese hastío continuo, reflejo de que no te gusta nada tu trabajo… en definitiva, estuvo perfecta (quizás el único defecto de su interpretación es que se movía con mucha rapidez y ligereza, lo que no le iba nada a una persona de ese estilo, que suelen estar muy hartas de la vida, y por tanto se mueven con mucha lentitud y parsimonia) o Enrique Bustos, que demuestra una gran naturalidad, consiguiendo cuestionar esa regla no escrita del arte dramático que dice que, para ser un gran actor, hay que tener un acento neutro; pues la gracia de este intérprete es que, con un deje profundamente andaluz, resultaba muchísimo más verosímil que otros como su compañera de reparto Celia Bermejo, pues, a la hora de la verdad, todos tenemos un algo identificativo en nuestro modo de hablar y, el “registro” neutro queda sólo para el escenario; de modo que, mientras que Bermejo resultaba afectada y no dejaba de verse a una actriz en escena; Bustos en cambio, parecía una persona real, de la calle.
A todo esto, resultó bastante incomprensible que al final nadie saliera a saludar (ni reverencias ni nada, como si hubiesen representado para ellos solos).
En definitiva, aunque la obra reflexiona sobre temas interesantísimos relacionados con la tercera edad en la actualidad y el lugar que ocupa en nuestra sociedad (entre otros: la dependencia, la disolución de la familia, el individualismo, el falso civismo, la doble moral, la profesionalización de tareas antes naturales, la consideración social… etc); lo cierto es que en la mayoría del resto, hace aguas. Una pena, porque hubiera podido quedar muy bien la creación de un auténtico drama sobre este tema, pero, simplemente no se contó con el talento necesario para ello.
Concluyendo, creo que será una obra que complacerá a los que les interese esta temática. Al resto o los dejará indiferentes, o no les gustará.
¡Qué ganas tenía de ver esta obra!, la última vez que vi una versión, fue la maravillosa película de Garci, y aunque se repone continuamente en el teatro (Mihura vendió en su momento y sigue haciéndolo hoy día, prueba de ello es que todas las temporadas resurge una o varias de sus obras), nunca me animaba a hacerlo… así que según supe que el Fernán Gómez la reponía… ¡allí fui directo!.
Si a eso le sumamos que estaba deseoso de hacer doblete con “Huevos con amor” (sin duda uno de los eventos teatrales de la temporada aunque sólo se haya quedado finalmente en algo aceptable… la crítica completa será publicada próximamente) de los descendientes del colega comediante Jardiel Poncela; por lo que, ¡acudir a ambas obras parecía todo un planazo!, y no había mejor idea que empezar por el pasado para culminar en el presente (hay que reconocer que, a quien se le ha ocurrido programar ambas cosas a la vez, ha tenido una idea absolutamente brillante).
Lamentablemente fue una gran decepción (por las razones que explicaré en la crítica). Indudablemente, la obra original de Miguel Mihura es una total y absoluta obra maestra, y a pesar de las tonterías que dice el director, César Oliva, en el programa de mano (un tanto escaso, por cierto) de que el autor de la obra que él pone en pie era “un escritor de comedias, no un filósofo, ni un teórico de la literatura”, lo cierto es que hay que tener una gran sabiduría para hacer una comedia (la que él no tiene para dirigir, mira tú por donde), es más, múltiples grandes personalidades de la historia han afirmado que el sentido del humor es síntoma inequívoco de inteligencia (y también en otro arte, la fotografía, tenemos un buen ejemplo de ello en este mismo momento en la exposición de Joan Fontcuberta, como comentó en mi artículo recopilatorio al respecto), y es innegable que la comedia se ha usado tradicionalmente, durante toda la historia, como desahogo y para hacer críticas que de otro modo no serían aceptables (no olvidemos casos anecdóticos como que sólo los bufones podían permitirse enfadarse con el susceptible y suspicaz Felipe II, de quien no faltó quien dijera que “su sonrisa está tan cerca como su cuchillo”). El atrevimiento de Mihura al estrenar una obra tan crítica con el sistema franquista es innegable; pero es también lo suficientemente inteligente como para no ser parcial (puesto que una auténtica obra maestra nunca se vende a ningún bando) y no duda en caricaturizar a los “rojos”. A la hora de la verdad, todos tienen lo suyo: los emigrados y los que se quedaron, los franceses y los españoles… todo a través de una magnífica parodia de los tópicos que aún hoy nos rodean, y de la baja autoestima que seguimos sufriendo (hace poco, en otra crítica comentaba algo parecido en relación con la fiesta nacional -temática que por cierto, tuvo gran éxito-).
Pero bueno, creo que será mejor que hable de la obra original en la crítica:
-Ninette y un señor de Murcia: el texto de Mihura es una obra maestra incuestionable, y una comedia absolutamente divertida, en la que, como en todas esas en las que se usa un cierto humor absurdo, más cómicas son, cuando lo ridículo más se aproxima a la realidad. Sin duda es la obra reflejo de su tiempo, pero si sigue sobreviviendo, como los grandes clásicos, algo tendrá, y algo le seguiremos viendo. Y lo innegable es que a la gente le sigue haciendo gracia, las risas durante la función fueron la prueba.
Desgraciadamente, la obra original y el actor Jorge Basanta (por motivos que ya comentaré abajo) son lo único bueno de esta producción, el resto es absolutamente espantoso.
César Oliva, que apenas había salido de esta misma sala, pues tuvo “Un espíritu burlón” hasta hace muy poco, (y que hace que nos preguntemos: si no habrá más directores en este país; por qué alguien que evidentemente no es ninguna maravilla en su profesión repite nuevamente; o que grandes contactos tendrá en este teatro para que se le concedan tan magníficos fueros y privilegios sin mérito aparente ni demostrable -al menos públicamente-) confirma que no tiene talento, y esta vez de forma estrepitosa; si en la anterior obra quedaba alguna duda, ahora queda claro definitivamente. Me gustaría antes de nada recordar algunas cosas que dije de él en la anterior producción, y que ahora se confirman e intensifican: “A la dirección de César Oliva le falta dinamismo y ritmo a la hora de llevar la comedia, y una mejor dirección de actores” o “Oliva parece estar lastrado por cierto academicismo, que si bien disimula los fallos, no es capaz jamás de crear una obra maestra, pues no deja de resultar un ejercicio caligráfico”.
Pues bien, en este caso, la cosa empeora, puesto que absolutamente todo lo que se ve en el escenario (salvando lo ya comentado) es completamente horrible.
La dirección da vergüenza ajena, si me hubieran dicho que Oliva se pasó todos los ensayos empinando el codo en el bar que está en el mismo centro cultural, y dejando que la producción siguiese su curso, yo me lo creería, porque da la impresión de que esta obra no la ha dirigido nadie.
Desde luego, ya querer una visión novedosa sería mucho pedir, ¡pero es que esto es escandalosamente malo!: el decorado carece de toda belleza y de toda estética, es más, da la impresión de que no se haya terminado de montar; y para los que sabemos algo de escenografía, nos pasamos el tiempo esperando a que se use la iluminación con las transparencias de un modo revelador en cualquier momento, lo que supone una decepción constante y al final, una gran frustración. Ya no hablemos de la espantosa iluminación, ¡con los focos tirados por el medio del escenario, como si se hubiesen caído y a todo el mundo le hubiese dado pereza volver a subirlos!, ¡qué horror!; y el vestuario parece que se lo hubieran traído los actores de casa. En definitiva, lo que se ve sobre el escenario perfectamente podría haberlo hecho cualquier compañía aficionada en un centro cultural, e incluso mucho mejor.
Y por supuesto, dirección de actores no hay, ¡se hacen unas cosas que llegan a resultar tan de diletante, de un amateurismo tan evidente al permitir determinados movimientos en escena contrarios al conocimiento más básico!; con lo que, por supuesto, nada queda natural y todo resulta sumamente artificial e incluso antinatural, ya ni teatral, en realidad, no sabría decir ni como queda porque es realmente repulsivo.
En definitiva, Oliva firma uno de los mejores ejemplos de como llevar a cabo una dirección clásica, fracasar estrepitosamente y de la manera más repugnante. Si es que lo académico disimulará más, pero jamás oculta la falta absoluta de talento.
Los actores, abominables. Sólo exceptuaré a Jorge Basanta que es el único que consigue colarnos medianamente su personaje, hacer que nos lo creamos y que sonriamos ligeramente, ¿qué sobreactúa descaradamente y que realmente no hace una gran interpretación?, pues sí, pero en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Y es que el resto es, a cada cual peor: Natalia Sánchez (muy conocida por cuando estuvo en “Los Serrano”), se preocupa tanto por hacer una imitación perfecta del acento francés (también es lo único que consigue), que se olvida de que lo más relevante de su personaje es que resulte arrebatadoramente seductor y atractivo; por supuesto, ella tampoco tiene ese tipo de belleza, así que lo tenía muy difícil, pero, en cualquier caso, es imposible creerse que esa tipa consiguiese retener a ningún hombre sin salir a París a por otras, por más de dos noches, tres al máximo. Miguel Rellán, pasaba por allí, como si no estuviera, apenas se le recordará. Julieta Serrano parece incapaz de comprender su personaje; y finalmente, Javier Mora, hace una de las interpretaciones más execrables que he visto en un teatro, cualquiera diría que lo hace mal a propósito, cada vez que se va de la escena te dan ganas de ir al backstage para encerrarle en el cuarto de las fregonas y asegurarte de que no vuelva a reaparecer, porque su sola presencia destroza escenas enteras de la manera más brutal. En definitiva, con total seguridad, este puede figurar como uno de los peores repartos de la historia de esta obra.
En realidad, por desgracia, la producción al completo puede figurar como una de las peores que se hayan hecho sobre la obra maestra de Mihura: yo apenas me reí, llegué a aburrirme (¡y eso ya es imperdonable teniendo en cuenta el original del que estamos hablando!), y valoro el conjunto total como absolutamente aborrecible.
En definitiva, aunque el material original es en sí es muy bueno… la verdad, producciones de “Ninette y un señor de Murcia” reaparecen continuamente, y sino, siempre os queda la versión cinematográfica de Jose Luís Garci “Ninette” (que además os incluye la secuela); y teniendo en cuenta todo esto, francamente, veo muy poco recomendable acudir a ver esta nueva producción.
Y pasamos de lo uno a lo otro, si tanto he alabado el trato familiar en la atención al público, resulta que aquí, en el Teatro de la comedia, han conseguido llevarlo a un punto en que debo criticarlo, porque lo que no puede ser es que se formen unas colas monumentales a la entrada porque el que está cogiendo los tickets se ponga de conversación con alguien; o que la acomodadora esté más pendiente de abrazar a no sé quién que de darle el programa a otra persona (me hizo un gesto de “¡qué inoportuno, déjame en paz, ni que estuviera trabajando!” -aunque yo diría que sí lo estaba, pero bueno-) o de guiar a cada cual a su butaca… si es que pasamos de lo uno a lo otro, esto no es normal. Profesionalidad por favor, una cosa es la amabilidad y dar un trato más personal, y lo otro tomarse confianzas donde no las dan; además de que todo el mundo merece y debe recibir el mismo trato.
Por otro lado, comentar que el coliseo sigue increíblemente lleno (aunque ya no se agotan las entradas como al principio de la temporada), está claro que el recién restaurado edificio sigue llamando mucho la atención de la gente, y todos lo quieren conocer (de hecho, se siguen escuchando comentarios entre el público acerca de su reapertura y de cómo ha quedado).
El programa de mano es escaso, tiene el nombre de Pimenta por todas partes, y encima sólo dice estupideces (leer la crítica más abajo), así que es un completo desastre.
El caso es que acudí a esta obra porque estaba hambriento de teatro clásico… aunque tenía mucha desconfianza, y aunque la experiencia me debería de haber enseñando a evitar aquello de lo que he salido escaldado, como ser humano, tropiezo dos veces con la misma piedra. Y es que no tenía muy buena experiencia con la compañía de Ron Lalá (esta crítica anterior lo ejemplifica, que por cierto, recibió múltiples visitas cuando esta obra de la que hago la crítica se estrenó); ¡pero yo quería teatro clásico!, ¡quería verso!, ¡quería Cervantes!… y allí fui, con todas sus atroces y esperables consecuencias.
Durante la obra dijeron cosas como que nadie leía a Cervantes, pues mira tú por donde, yo lo he leído; que la televisión o la publicidad no aportaban nada, pues bien, la historia del arte dice lo contrario; o que no pensábamos por nosotros mismos, ¿pues sabes qué?, eso es algo que, como demuestro siempre en este blog, hago continuamente; y ahora pienso opinar a mi libre albedrío, a ver si os gusta, porque es lo que tiene la libre expresión, que no tiene porque coincidir con la tuya, y hay que aceptarla igualmente.
-Cervantina: antes de comenzar la crítica, me gustaría citar literalmente el programa de mano, redactado al parecer, por el director del montaje Yayo Cáceres: “Cervantes es esfera. Su obra es esférica. Gira. Se transmuta. Se transforma sobre sí misma. Su círculo se cierra en todos sus personajes. Todos flotan en esa mágica, leve y perfecta esfera donde cada y no es lo que es (…) Cervantes redondea como un alfarero apasionado su esfera-universo donde todo y todos giran”, y mi pregunta es: ¿creéis que se puede redactar esto sin estar muy fumado?.
Pues con lo anterior, os podéis hacer una imagen de como es la obra: una extraña, horrible y deleznable alucinación, una pesadilla surrealista y paranoide producida por un extraño estupefaciente que nos hace ver como se infama a Cervantes de la manera más vil e innoble (y sólo comparable a lo que hicieron con el Otelo de Shakespeare en el Matadero hace nada), y donde se mezcla parcialidad política, adoctrinamiento, propaganda, y se manipula descaradamente al pobre Miguel de Cervantes para poner en sus labios o pluma cosas que él jamás dijo o soñó expresar siquiera.
En realidad, te da la impresión de que estás viendo una obra tota infantil, pero enfocada hacia adultos, como si fuésemos estúpidos, necesitásemos que nos explicasen la vida y la realidad bien mascadita porque somos subnormales, y fuéramos a comulgar con cualquier cosa, sólo porque lo digan encima de un escenario.
El texto, si es que se puede decir que lo haya, es una especie de deleznable collage en el que se mezcla la más vulgar rima consonante (los versos parece que los ha compuesto un niño de primaria) de Ron Lalá, que no tiene ningún talento para la escritura, con escasos fragmentos del propio Cervantes, en su mayoría malamente versionados.
Por supuesto, no hay absolutamente ningún argumento que seguir, en realidad, la obra al completo es una sucesión de una especie de sketches a cada cual peor que el anterior, en los que se burlan sádica y descaradamente de las mejores obras del escritor hispano por excelencia.
Algunas de las canciones son aceptables, pero las hay realmente insoportables; ¿si vienen a cuento o aportan algo en esta obra?, por supuesto que no, era ya mucho pedir. Eso sin mencionar que algunas de ellas perfectamente podrían acabar en los tribunales por plagio, el mejor ejemplo es la última de todas, dedicada al título de la obra, pues tanto a nivel temático como musical, tiene un parecido, cuanto menos sospechoso, con “La bilirrubina” (¡si hasta copian con toda desfachatez la palabra “aspirina” para rimar!), o, como mínimo, con el estilo de Juan Luis Guerra.
La dirección de Yayo Cáceres, una vez más, es lo único que sale bien parado en esta producción; sin embargo, no dejas de preguntarte si el hombre podría manejar más recursos y un presupuesto de verdad, o si sólo sabe quedarse en esa sencillez puesto que no da más de sí. Porque la puesta en escena no podría ser más simplista, perfectamente la podrían haber hecho unos aficionados: no hay decorado y el vestuario y atrezzo no desentonarían en una función escolar.
En lo que respecta a los actores, son a cada cual peor, ¡es horrendo!, es como si estuvieses viendo a los de “Muchachada nui” haciendo un clásico, con sus latiguillos y sus gracietas; como si hubiesen formado el reparto con “Cruz y raya” y “Martes y trece”, es algo realmente perverso y repugnante a partes iguales
Y encima me aburrí, terriblemente, reconozco que tuve que hacer ingentes esfuerzos para no dormirme, porque encima tenía el estómago pesado, ni siquiera buscando distracción en el preciosismo del Teatro de la comedia pude encontrar refugio al insoportable sopor que me provocaba la obra, y al escape que el subconsciente me exigía, a través de mi entrada en el reino de Morfeo, para librarme de algo tan horripilante, si es que, expresado en el lenguaje de la época. “no se puede sufrir tanta bastardía”. Eso en los mejores momentos, en el resto o me sentía indignado o insultado (sentía que afrentaban mi inteligencia y al pobre Cervantes).
En definitiva, para mí Ron Lalá se ha convertido en sinónimo de salir corriendo, nunca jamás, por desesperado que esté, vuelvo a una obra de esta compañía; porque o son malas, o muy malas… y en el caso de “Cervantina” ha resultado ser lo último.