Mucho he criticado a Helena Pimenta (directora de la Compañía nacional de teatro clásico) en este blog, sin embargo, con estas nuevas obras que he visto en el Teatro de la Comedia tengo que decir algo muy a favor de ella.
Verdaderamente, no sé si de forma consciente o inconsciente, buscándolo o no, ha hecho todo un descubrimiento (pero las formas poco importan frente al importante resultado): el musical historicista. Sí, historicista, puesto que el subgénero del musical histórico ya existía (es decir, cualquier musical que se sitúe en una época anterior a la contemporánea en la que fue escrita la obra); así pues, ¿cuál es la diferencia entre ambos?, pues bien, que el musical historicista, no sólo ubicaría la acción del libreto en el pasado, sino que, además, la música trataría de evocar también el estilo melódico de la época en la que transcurre (prescindiendo, o no, de pequeños recursos modernos que mejoren el conjunto final)… en definitiva, una auténtica genialidad.
Con toda seguridad, esto se ha debido al gusto de Pimenta por la música, y, en particular por que esta se haga en directo, cómo bien se puede apreciar en muchas de sus obras.
Aunque, curiosamente, si uno profundiza un poco en todo esto, quizás nos encontremos con algo un poco más profundo e incluso más interesante… ¿le está la CNTC haciendo la competencia al Teatro de la Zarzuela?; pues bien es cierto que, el musical historicista (como he dado en denominarlo), por textos y estilo bien se podría acercar al género de la zarzuela… así pues, ¿está haciendo Pimenta zarzuelas contemporáneas?. Interesante cuestión, y más sabiendo que el teatro del género lírico nacional estrenará, en no demasiado tiempo, una zarzuela contemporánea (creo no equivocarme diciendo que es la primera en muchas décadas)… así que no faltarán las oportunidades de comparar quién ha estado más acertado en su resurgimiento: Pimenta o Bianco (el director del Teatro de la Zarzuela). Aunque, para ser honestos, la primera juega con cierta ventaja, sus libretistas son los mejores dramaturgos de nuestra literatura… lo que también nos lleva a concluir que difícilmente se podrían llamar zarzuelas contemporáneas, ya que el libreto no lo es; y en el caso de la obra que estrenará el Teatro de la Zarzuela sí.
Sea como sea, pongámosles el nombre que les pongamos, musicales historicistas o adaptaciones zarzuelísticas; lo cierto e innegable es que consiguen un muy buen y sobresaliente resultado, que garantiza el triunfo de la belleza a través de la unión de todas las artes.
También tengo que decir a favor de Pimenta que, verdaderamente creo que está cumpliendo con la función de la CNTC como teatro público, pues con estas dos obras, nos descubre a autores no tan conocidos y representados, lo que es importante, pues este tipo de instituciones también deben dedicarse a investigar, descubrir, además de arriesgarse y apostar por lo no tan conocido, si no, ¿qué sentido tendrían?, sí, sin duda, las instituciones teatrales públicas deben descubrirnos nuestro propio patrimonio, asegurarse de que no se pierda y darlo a conocer al gran público… ¿qué también hay que programar algo más comercial?, sin duda, pero una temporada da mucho de sí para poder programar de todo. Y debo de admitir, si hacemos cierto análisis de la temporada, que Helena Pimenta claramente ha hecho los deberes… Felicidades por ello. Es algo que no suelo decirle en Universo de A, pero viendo lo que veo, simplemente no puedo callármelo (pues hay que decir tanto lo bueno como lo malo); así pues, como dice aquella vieja cita bíblica “a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”.
Por su parte, he de decir que el programa de mano (pues califico los de ambas obras igualmente ya que no hay diferencia en la calidad), es muy malo, ¿tan difícil sería que expertos escribieran sobre los autores, las obras, su origen, gestación, la época… etc?, ¿de verdad sería tan complicado hacer un buen documento que querer guardar y no que tirar según se salga del teatro (o incluso antes)?… francamente, así al menos el papel se aprovecharía.
Respecto a la atención al público, la he encontrado muy buena en todo el Teatro de la Comedia; excepto en el guardarropa, dónde la persona que está ahí para colgar las prendas siempre parece intentar batir records de incompetencia e inutilidad para dar el peor trato posible al asistente al teatro (y ya me ha pasado distintas veces con diversas personas): todo les cuesta trabajo, todo es un problema y una complicación, no paran de buscar trabas, no saben hacer nada, malas caras incluso… vamos, un horror; la verdad, tal y como está el tema, hubiera compensado más que nosotros mismos colgásemos el abrigo o lo guardásemos en una taquilla.
Debo decir qué, aunque me suele gustar la Joven compañía nacional de teatro clásico (de hecho, irónicamente, en ocasiones más que lo que se presenta en la sala principal), lo cierto es que sigue desagradándome esa mala costumbre que tienen de meter actores con cierto grado de consolidación que, claramente y a todas luces, no necesitan estar ahí. Se supone que el objetivo de la Joven es, o debería ser, el descubrimiento de nuevos valores, y dar la oportunidad a emergentes y posibles talentos… y tal y como lo están haciendo no hay manera; pero no me voy a extender en el tema, pues ya hablé de ello anteriormente.
-Los empeños de una casa: una producción difícil de juzgar puesto que defectos y virtudes están muy igualados, pero, finalmente, considero que han ganado las segundas. Para comprender esto, comenzaré hablando de los primeros y terminaré por las últimas.
Empecemos hablando de los defectos:
-La dirección: una dirección compartida entre Pepa Gamboa y Yayo Cáceres (el cual, a pesar de que en su momento di muy buenas críticas a su labor, cada vez tengo menos fe en él… o por lo menos en los proyectos que elige), que es extremadamente poco verista, artificial y sobreactuada; sin mencionar de pésimo gusto estético.
No tiene ningún acierto: una escenografía en esencia pobre, con vanos intentos de esteticismo a través de unas copias de unas pinturas que están siendo enseñadas y tapadas con una tela, irrazonablemente, todo el tiempo… pero, en general, como ya digo, los decorados son penosos; una iluminación muy poco acertada; unos movimientos de escena exagerados e innecesarios que hacen que parezca que los actores están en un tiovivo en vez de en un escenario; y por supuesto, una espantosa dirección de actores, a los que se permite extralimitarse de una manera grotesca en sus interpretaciones.
-El vestuario: merece capítulo aparte por lo espantoso que resulta: parece que se lo hayan traído los actores de casa; da la impresión de que la producción se gastó el dinero en algo que no debía, y cómo no le quedó nada, les pidió a los interpretes que le cosiesen a su ropa normal algún que otro adorno… y listo.
Pero como en el programa asegura que el vestuario lo hizo una tal Lupe Valero… realmente hay que tener valor para presentar en público algo así, ¡qué vergüenza!, esperemos que tal persona no vuelva a trabajar nunca para ninguna producción, porque lo que ha hecho es verdaderamente deleznable.
-Los actores: además de sobreactuados, berrean como si no hubiese mañana, no proyectan: gritan… llega a resultar insoportable. Tampoco tienen unas voces para el canto muy allá, así que se nota que no se ha elegido nada bien el reparto artístico. A reseñar, la oportuna casualidad de que el hijo de José Luis Alonso de Santos (dramaturgo y, fíjate tú que casualidad tan oportuna, exdirector de la CNTC) siga en los repartos de la Joven, ¿casualidad o enchufismo trifásico descarado?, creo que no resulta muy difícil responder a esa pregunta, y más teniendo en cuenta su escasa o nula calidad como actor.
Y finalicemos con las virtudes:
-La obra original: para empezar, siempre es interesante ver una obra clásica escrita por una mujer, tenemos que tener en cuenta que, tradicionalmente, y hasta bien entrado el siglo pasado, el arte era algo puramente masculino, en el que, en muy raras excepciones entraban mujeres (y por ello, las producciones de este tipo son tan destacables en la historia, aunque sólo sea por su calidad de rara avis), de modo que nos encontramos con un documento histórico de primer nivel (aunque, paradójica e irónicamente, la versión la haya hecho un hombre).
En cualquier caso, y dejando de lado su interés como curiosidad histórica, hay que reconocer que la obra es muy buena, divertida, además de perfecta y totalmente a la altura de los más grandes dramaturgos de nuestra historia literaria, ¡bravissima sor Juana Inés de la Cruz!.
-El uso de la música: siempre me ha gustado la música en directo en las obras… pero aún me ha gustado más el como se ha montado esta obra, pues, como es bien sabido, poesía y música siempre han tenido una cierta unión… ¡así que qué mejor que convertir una obra en verso en un musical!, verdaderamente, no llega a haber muchísimas canciones, pero sí las suficientes como para que llegue a parecer una obra del género rey.
En cualquier caso, tal cosa se hace con sumo buen gusto, queda maravillosamente, y realza aún más la obra. Ha sido pues esta, la elección de convertir la obra clásica en un musical, una magnífica elección, con toda seguridad, la mejor que se ha tomado en toda la producción.
Conclusiones:
A pesar de sus importantes y muy destacables defectos; debo reconocer que el nuevo montaje de la Joven compañía nacional de teatro clásico, “Los empeños de una casa” de Sor Juana Inés de la Cruz me ha gustado mucho, y no puedo sino recomendarlo, es un clásico musical que resulta delicioso, y que puede acercarse con facilidad a los más variados sectores de público, incluso, a los que en principio este tipo de teatro no les interesaría; no hay duda, por tanto, de que merece mucho la pena y es una muy buena elección en la cartelera.
Me encanta la publicidad de esta obra, con ese estilo que recuerda tanto a los bodegones de época e incluso a Giuseppe Arcimboldo… la verdad es que ya promete mucho desde el principio. Sin duda han estado de lo más acertados con la elección de la identidad visual.
-Comedia Aquilana: sin duda alguna, esta producción está bendita y a la vez maldita por la misma persona: Ana Zamora. Por una parte, ella es la responsable de que la obra haya llegado a la escena (lo cual, como se leerá hacia el final de la crítica, es algo bueno); pero, por otra parte, también es la causante de todos sus desatinos (tema que en el que me entenderé en las próximas líneas).
Zamora, que desarrolló (según información del propio programa) todo el proyecto en la Real academia de España en Roma, con una beca que concede la Real academia de bellas artes de san Fernando, la cual, en su habitual inutilidad y carencia de significado hoy día, sigue demostrando que se dedica a desperdiciar el dinero en supuestos artistillos… los cuales, por cierto, a día de hoy, ninguno ha hecho nada digno de mención realmente; prueba, una vez más, de la incapacidad de la institución para ver el talento, apoyar a las personas adecuadas o tener la suficiente visión como para apreciar cualquiera de las anteriores cosas. Muy buena prueba de ello, es la anual exposición (aquí un ejemplo, con la crítica de una de hace un tiempo… a mí me ponían tan enfermo estas muestras, que simplemente deje de ir) de los becados en la propia sede de la RABSF, que siempre suele dar vergüenza ajena, bueno, eso poniéndonos en el mejor de los casos, y de la que siempre sales airado por que ves como el dinero se tira y despilfarra tan alegremente….
Pero dejando de lado este tema, y centrándonos en la cuestión, lo cierto es que las vacaciones pagadas… quiero decir, la beca que Zamora recibió fue tan inútil como era de esperar (el talento no surge mágicamente, da igual dónde estés, en Roma o en Tokio); y, por supuesto, la chica fue incapaz de redactar una versión de la obra de Torres Naharro siquiera aceptable.
Porque yo pregunto, pero vamos a ver, si te empeñas en versionar algo, en no dejarlo tal y como está (contradiciendo el concepto más básico de la razón de la existencia, permanencia y pervivencia de los clásicos), entonces, al menos, ¿por qué no haces algo mejor que sea tan siquiera inteligible y accesible, coño?.
Así pues, el texto de Ana Zamora resulta nulamente eficaz narrativamente, se interrumpe constantemente, y no permite que el espectador capte aceptablemente lo que la historia original quiere transmitir, ni empatizar con los personajes… es como si hubiese una permanente barrera entre tú y la narración. Y, por encima, hay que hacer un auténtico esfuerzo para seguir y entender el argumento. En definitiva, una muy mala versión y peor texto teatral.
Por lo demás, la historia original de Torres Naharro (bueno, lo que bien se puede intuir de ella), incluye ciertas cosas novedosas e interesantes, así que sí puede tener su interés conocerla.
Tampoco está mejor en la dirección la misma Ana Zamora, en la que se muestra torpe, además de que se empeña en hacer las cosas más extravagantes, en meter unos movimientos de escena y una gestualidad que sacan al espectador continuamente de la historia, de modo que te pasas toda la función viendo actores y no personajes. Por otro lado, su escasa pericia llega a hacer que la historia se pueda volver lenta, y en algún que otro momento, incluso pesada y aburrida.
Los actores están muy mal, todos sobreactúan que da miedo; intentan hacer varios personajes, pero a penas se distinguen entre sí (la verdad es que se produce un lío colosal); y lo dicho, estás viendo actores todo el rato, casi nunca personajes.
Y tras haber hablado de todo lo que está mal, que no es poco ni una minucia, hablemos de lo que está bien.
Lo cierto es que si una virtud se puede, y debe resaltar, de esta producción, es su increíble elegancia, su buen gusto, su gran belleza estética… que se logra con una mezcla de moderno y clásico de lo más encantadora.
La realidad es que, en ocasiones, la obra llega a parecer un bellísimo “tableau vivant” (cuadro viviente) de una hermosura cautivadora.
A todo ello contribuye una preciosísima escenografía y vestuario (que han sido diseñados brillante y hábilmente de una manera simbólica, para que, según convenga, vayan a juego) cargadas de referencias a la época, pero sin renunciar a lo contemporáneo (a destacar especialmente, del vestuario, y de este las originales coronas vegetales… aunque, la verdad, las ropas oscuras de hoy día -y especialmente los zapatos marrones que no desaparecían en ningún momento y que resultaban de lo más irritantes-, estropeaban mucho el efecto del bello colorido que producían la evocación de los vestidos de época)… creando una mezcla absolutamente perfecta, y de una belleza absolutamente fina y hermosa… una auténtica maravilla, vamos; de hecho, es suficiente con decir que merecería la pena ver esta obra sólo por la hermosura estética del montaje, de verdad os lo digo, pues su sola contemplación resulta de lo más placentera.
Sólo queda hablar de la música, en este caso especialmente importante, pues verdaderamente esta obra podría entrar en esa definición de musical historicista que he comentado anteriormente (o de adaptación zarzuelística); ya que, con maravillosa música en directo, tocada por fantásticas reproducciones de instrumentos de época, se evoca totalmente el estilo musical renacentista; a través de algún pequeño solo, pero especialmente con interesantes coros (una pena que se note demasiado que los intérpretes no son cantantes y no tengan talento para ello -verdaderamente no ha sido una buena elección de reparto-, sin mencionar que claramente no tuvieron tiempo, o no practicaron lo suficiente para conseguir una buena cohesión coral -cada voz va por su lado, sin conseguir en ningún momento una unicidad-); todo ello, resaltado por una oportuna coreografía, evocadora de las danzas del momento.
También decir que la obra es extremadamente corta, apenas una hora, pero francamente, tal y como ha sido elaborada (en lo que se refiere a la parte narrativa), conviene que así fuera, porque de lo contrario hubiese sido una auténtica pesadilla (no se puede vivir de belleza estética permanentemente).
Para finalizar, decir que, según me marchaba, escuché a múltiples personas, en distintas zonas del teatro, decir que les había gustado, con lo cual, además de mi opinión, tenéis otras cuántas más positivas como añadido.
En definitiva, a mí esta producción de la “Comedia Aquilana” me ha parecido muy grata y muy bella estéticamente, y, en general, agradable de ver. Cierto es que a ciertos niveles es un completo desastre (como detallo en las líneas anteriores); pero no puedo negar que disfruté con ella, y creo que toda persona con cierta sensibilidad artística lo hará igualmente. Por otro lado, tal vez estamos contemplando la consolidación del musical historicista o de la adaptación zarzuelística, así que, puede que estemos ante un subgénero totalmente nuevo y por tanto digno de analizar y descubrir. Sea como sea, yo realmente la recomiendo.