Probablemente, cualquiera de estas críticas merecerían, por distintas razones, un artículo completo… pero últimamente, que estoy retomando en serio el blog, me siento tan perezoso… que van a ser express.
Aunque tampoco debería sentirme así, pues mucho me temo que pronto dejaré de ir tanto al teatro como lo hice en otros tiempos; de momento, seguro que no volveré al Teatro Español (tiene gracia, tanto que decía Portaceli que no quería que nadie se quedase sin ir al coliseo que dirige y ya ves… si al final vamos a echar de menos a Pérez de la Fuente), y el resto, ya se verá como va la cosa.
Aún no había yo reconstituido del todo mi vida, cuando me llegó una propuesta que no pude rechazar… y no en plan “El padrino”, es decir, en sentido negativo, sino en plan positivo, y se trataba de ir al Price. Y la verdad, tenía muchas ganas de ir, así que, allí m e encaminé directo.
Mucho tiempo hacía que yo no pisaba este lugar fascinante, que siempre me ha parecido interesante puesto que un circo permanente parece ser una interesante y deliciosa contradicción, pues acaso, ¿no es propio de esta clase de espectáculo el estar en gira permanente?, ¿no parece imprescindible el que sus artistas se curtan con la carretera?… sea o no sea así, lo cierto es que el Price sabe que el circo debe y ha evolucionado, puesto que, aunque tradicionalmente haya sido “el mayor espectáculo del mundo”, hoy en día, con los medios con los que contamos es difícil impresionar a nadie. Ya no es suficiente con mostrar animales exóticos (prácticamente desaparecidos de cualquier circo), o hacer espectaculares cabriolas… ahora se debe hasta incorporar una historia, y otros medios técnicos logrando que sea un espectáculo completo además de otras novedades que tratan de dejar boquiabierto al espectador. ¿Se consigue?, unas veces mejor que otras, pero está claro que el género circense, si quiere sobrevivir, necesitará de grandes talentos que sepan enfocarlo por el camino correcto.
Por lo demás, encontré una atención al público sólo pasable en el Price, aunque me desagradó en extremo que pretendieran cobrar en el guardarropa, ¿dónde se ha visto eso en un teatro público?… bueno, en realidad tenían una política sumamente extraña respecto a esa cuestión, se cobraban abrigos pero no mochilas… ridículo.
También me pareció mal que no diesen ningún tipo de programa de mano… no te digo que, teniendo en cuenta lo que íbamos a ver, fuesen necesarias grandes digresiones escritas, pero algo, algo sí que se debiera haber dado.
-Los viajes de Marco y Pili: como digo arriba, encuentro verdaderamente necesario que, en un tiempo en el que todos lo hemos visto todo, debido a los medios que están a nuestro alcance, el circo se renueve como espectáculo, vaya más allá, y se convierta en una experiencia completa… pero también afirmo que para llevarlo a cabo se necesita gente de talento, no es para menos, al igual que para hacer un musical se necesita gente con la habilidad y herramientas suficientes como para que la música encaje sin chirriar con una trama, tampoco es menos difícil meter números circenses en un espectáculo con argumento. Muy desgraciadamente, “Los viajes de Marco y Pili” no es un ejemplo exitoso de esto último.
Y es que la historia y el texto de esta obra es verdaderamente vulgar, estereotipado y demencial en general… en realidad, no tiene argumento alguno, sólo es una excusa para meter muy malamente con calzador los distintos números circenses, que bien se hubieran podido presentar igualmente sin necesidad de una trama tan innecesaria como tonta. Todo ello, sin mencionar los diálogos, que dan vergüenza ajena; además de que los personajes resultan de lo más antipáticos (responsabilidad, muy en parte, de unos actores incapaces de hacerse querer por el espectador).
Sin duda, no faltarán los que argumentarán que esta obra está enfocada prioritariamente a un público infantil, y dejando de lado esa discusión, la verdad es que hay muchos padres, cada vez más, a los que no les gusta que traten a sus hijos como si fuesen tontos… y mucho menos, además de ver como insultan a sus vástagos, tener que sufrir un aburrimiento mortal cuando acuden a cualquier acto de entretenimiento supuestamente dedicado a los más pequeños. Hablando claro: que aunque pretendas escribir para niños, no significa que tengas que redactar como tal.
Sin embargo, y muy a pesar de lo anteriormente comentado, no se puede decir que “Los viajes de Marco y Pili” carezca de cierto encanto y belleza estética, que sí está ciertamente cuidada. Por supuesto, nos encontramos también con los habituales números de acróbatas que probablemente poco nos sorprenderán, pero sí hay unos cuantos momentos que valen la pena, especialmente el de la rueda cyr y el de los malabares horizontales (se notaba mucho el truco, pero aún así, tenía atractivo).
No obstante, no puedo dejar de reseñar el molesto fallo de ver continuamente a los técnicos cambiando el escenario, resulta muy poco apropiado y es un error enormísimo de dirección de escena que se hubiera podido evitar y solucionar fácilmente y con un mínimo de habilidad.
En definitiva, este espectáculo puede tener cierto encanto si somos benevolentes con él y no le exigimos más de lo que pretende o de lo que puede dar; no es mala excusa para volver al circo y recordarnos porque puede ser algo fascinante… pero está muy lejos de ser la solución que necesita este género para su supervivencia además de triunfar de nuevo, y desde luego, no pasa de ser un montaje aceptable, pasable, que simplemente se deja ver (insisto, si somos complacientes) sin mayor trascendencia ni consecuencia.
No he encontrado muy allá la atención al público en mi vuelta al Fernán Gómez.
Lo único interesante del programa de mano está en las palabras del autor de la versión, porque luego se añade, en hoja aparte, un insoportable panegírico dedicado al director de la obra de la que hago la crítica (que hace falta tener poca, ya no modestia, sino falta absoluta de vergüenza para incluir tal cosa en la información destinada al espectador) escrito por su (presumiblemente) amiguete Yayo Cáceres (director de escena sobre el que este blog ha hecho más de una crítica); logrando que Gómez-Friha pierda la poca credibilidad que pudiera tener, y es que, las odas y adulaciones baratas se han quedado muy desfasadas, y demos gracias a Dios por ello.
-Casa de muñecas: tenía ganas de ver esta obra de Ibsen (todo ello sin mencionar que recordaba un muy excelente y reseñable precedente en esta misma sala), y además, el póster me llamaba la atención.
Afortunadamente, no me molesté en indagar de manos de quién venía, porque, sino, nunca hubiera ido (todos sus responsables habían hecho obras dignas de mis peores críticas como esta o esta)… pero a veces, se da un milagro, pues, a pesar de los responsables de esta producción, ella resulta ser muy recomendable.
No sé porqué será, ¿tal vez por la fuerza innata del texto que Pedro Víllora no ha conseguido destruir en su versión?; ¿quizás se deba a que la torpeza y falta de talento de Gómez-Friha como director (lo cual se muestra en sus pésimas elecciones, tanto de movimientos de escena, como dirección de actores o uso de elementos escénicos -sin mencionar lo horteras que estos resultan en la cuestión estética-) no ha conseguido anular la potencia de una gran historia y de unos personajes inconmensurables?… no me lo explico, pero este montaje de “Casa de muñecas” me ha gustado mucho y tengo que recomendarlo ya desde el principio.
Sorprendentemente, la versión redactada por Pedro Víllora funciona, es respetuosa, y el final es incluso más efectivo y realista que el original (al que no desprecia en absoluto).
Como ya he dicho, la dirección de José Gómez-Friha es terriblemente torpe e inepta (algunos errores que puedo citar: el piano nunca llega a funcionar como elemento escénico; lo de mantener a los actores en la oscuridad, pero a la vista de todos, al lado de las butacas, resulta ridículo y de teatro aficionado total… etc), pero al menos no chirría demasiado ni se empeña en llamar la atención sobre sí mismo, lo que, teniendo en cuenta sus capacidades, habilidad y talento, es de lejos, lo mejor que puede hacer.
Aunque también puede ser que yo me haya equivocado anteriormente con estas personas y los haya juzgado precipitadamente… bien, quizás haya que seguir sus nuevos proyectos para llegar a una nueva conclusión, y, de ser así, desdecirme de mis anteriores palabras, cosa que, de estar equivocado, jamás dudo en hacer. Pero tal cosa muy rara vez me ha pasado, y no creo que esta ocasión sea una de esas escasas ocasiones.
Lo que sí vuelve a resultar muy bello y estético (aunque no siempre apropiado, quizás es excesivo para esta obra y lo que se cuenta) es el vestuario.
En cuanto a los actores, están absolutamente descontrolados, y, con la excepción de una contenida Elsa González (que, para su desgracia, a pesar de ello, carece totalmente de presencia escénica), todos sobreactúan desbocadamente, como si no hubiese mañana… en realidad están haciendo mal teatro, pero hasta cierto punto se les perdona y se les permite por el contexto en el que estamos, al fin y al cabo, ¿no es la exageración algo muy teatral?, pues eso; y no se puede negar que, si nos esforzamos, conseguimos creernos los personajes que interpretan.
En definitiva, aunque la suma parcial de esta producción de “Casa de muñecas” revela unas deficiencias enormes clarísimas, lo cierto es que la suma total arroja, misterios del arte y del teatro, un resultado muy positivo: la representación funciona, es entretenida, muy buena y absolutamente recomendable; ¿qué ha sonado la flauta como en la fábula de Iriarte?, seguramente, ¿pero a mí que me importa mientras suene bien?, pues eso, tal vez sea una actitud muy cínica, pero yo, ante todo, prefiero salir satisfecho del teatro, pues, en el fondo, eso es lo que más valoro (como casi, por no decir todo, el mundo).