Llego tarde para publicar estas críticas a tiempo de que estén en cartel, pero no me preocupa porque ambas se repusieron alguna vez, así que no será de extrañar que vuelvan a reaparecer en la cartelera.
Levemente aceptable atención al público en el Teatro Fernán Gómez.
Programa de mano de las obras, pésimo, cada vez peor.
Por otra parte, me gustaría comentar que la técnica del JOBO de aficionar a los jóvenes a los teatros municipales parece que está empezando a dar sus frutos; pero la pregunta es, ¿volverán si lo que encuentran no les gusta?, y es que no sólo es necesario proporcionar el acceso al producto, también hay que proporcionar calidad, pues, lo peor de todo es que, si se es joven, no se tiene experiencia y mucho menos paciencia o curiosidad (características demasiado comunes en el mundo en el que vivimos), las primeras impresiones lo valen todo, y siendo así, muchos podrían quedar desalentados de por vida del acto de ir al teatro y no serán capaces de comprender la importancia y la utilidad de salvaguardar este arte (pero no me voy a extender en cómo deberían ser evitados cierto tipo de montajes pues sobradamente lo hice en esta otra crítica).
-Solitudes: muy seriamente pensé en darle a esta obra una crítica completa, pero me encontré en una fuertísima disyuntiva, por una parte, lo innegablemente original que era a todos los niveles, pero, por otra, lo mucho que me había aburrido… aunque respecto a esto último, no sé hasta que punto el producto tiene la culpa, pues últimamente siempre me siento muy cansado a esas horas, a saber por qué.
En cualquier caso, procedo a analizarla:
Es innegable, que Kulunka teatro ha inventado otro tipo de teatro, o al menos que le ha hecho un buen lavado de cara, puesto que su obra es absolutamente singular.
Ello se basa en unas inusitadas elecciones estéticas y narrativas que ahora pormenorizo:
Para empezar el uso de las máscaras (en principio, viendo fotos y cartelería de la obra, podrían parecer títeres, pero no lo son, son personas con una máscara -muy particular y fascinante, eso sí- todo el tiempo), que, si bien ciertamente no se puede decir que inventaran la pólvora con ello (recordemos, por ejemplo el teatro griego), sí que es algo poco habitual de ver hoy, al menos en el teatro occidental; y que, consigue darle un aspecto diferente a la obra, una especie de encanto especial que la hace diferencial.
Y la otra elección clave, es hacer la obra en mudo, sí, tal cual se lee, sin una sola palabra; probablemente, ahora muchos quieran recriminar que esto tampoco es el colmo de lo insólito, puesto que desde siempre ha existido el teatro gestual… como también es cierto que casi siempre se ha utilizado para la comedia y no para el drama, además de que casi nunca cuenta historias verdaderamente complejas; así pues, realmente, el hecho de hacer, tal y como se ha realizado, la obra enteramente de manera gestual, eleva a “Solitudes” a una categoría similar a las grandes obras del cine mudo (pero en teatro, lo que supone un gran mérito, innovación y ruptura), las cuales también gozaban de una gran y profunda complejidad, belleza, además de calidad narrativa y en todos los frentes.
En definitiva, tras lo anteriormente descrito, podemos entender, que, en realidad, y especialmente en la creación artística, raras veces importa el “qué” (puesto que casi no existe nada nuevo bajo el sol), sino el “cómo” y el “quién”… porque, al final, el buen resultado de algo realmente depende íntegramente de ello. Dicho de otro modo, la idea no es tan importante como el desarrollo.
Así pues, nos encontramos con un argumento verdaderamente actual, triste y fascinante, que capta con gran sensibilidad la realidad. Probablemente, los mayores fallos narrativos están en concederles demasiada importancia a ciertos gags innecesarios que retrasan y entorpecen el buen desarrollo del argumento y que resultan demasiado tópicos de este tipo de teatro, lo que en ningún caso beneficia al producto final; y, además de eso, ciertas pequeñas tramas que no aportan nada a la general, y que tampoco ayudan a crear un entretenimiento, lo que produce aún más hastío.
En cualquier caso, con toda probabilidad, lo que más perjudica a la obra es la dirección de Iñaki Rikarte, que es lenta, plúmbea, no tiene ritmo, permite que los movimientos de escena se realicen con una parsimonia interminable, lo que resulta especialmente insoportable cuando se trata de acciones que se nota que son completamente irrelevantes… etc; de modo que la representación sale perjudicada puesto que acaba resultando terriblemente lánguida a corto plazo, y, al largo, aburrida.
Posiblemente, tampoco ayuda a aumentar el dinamismo la melancólica música de Luis Miguel Cobo.
Así pues, vemos que los dos factores antes descritos se convierten en un peligroso lastre para el resultado final.
El resto, todo son virtudes: en el apartado técnico, por supuesto me encantaron las peculiares máscaras de Garbiñe Insausti, que mezclan realidad con cierto toque de fantasía a lo dibujo animado; al igual que los preciosos decorados y vestuario, muy apropiados, naturalistas, y que se usan muy bien y dando mucho juego.
Por lo demás, ya sólo me queda hablar de los actores, aunque mejor dicho, actorazos, porque son realmente muy buenos… de hecho, yo no estuve seguro de si eran hombres o mujeres cuando interpretaban sus personajes hasta el mismo momento en el que se quitaron las máscaras para salir a saludar al público. Verdaderamente, es asombroso como consiguen evocar los más diversos y distintísimos personajes con una eficacia absolutamente espectacular. Resumiendo, realmente son unos auténticos expertos y profesionales del teatro gestual, que consiguen producir una gran emoción, y mover toda la sensibilidad del espectador. En definitiva: brabissimi.
Concluyendo la crítica: aunque no puedo negar que a mí “Solitudes” me aburrió, del mismo modo, tampoco puedo dejar de confirmar su inmensísima originalidad, su incontestable calidad, además de su máximo interés. En los párrafos anteriores de la crítica tenéis mi detallado análisis de lo que os vais a encontrar, en función de ello, tomad vuestra decisión de si os merece, o no, la pena ir. Queda en vuestras manos la elección, que, con la información anterior, podréis tomar informados y con criterio, según vuestros gustos, intereses y necesidades.
-Las tr3s hermanas, deconstructing Chéjov: paradójicamente (o no tanto, a menudo sucede), lo que mejor define esta obra es una de las frases que dice una de las actrices: “¡qué horror!, ¡qué horror!, ¡qué horror!, ¿cuándo acabará esto?”.
Reconozco que me lo merecía, cual niño malo al que le dicen que no toque el fuego o se quemará, he tenido que poner la mano en la llama para hacerme daño… y aún me escuece la quemadura.
Y Lo peor es que no estoy seguro de haber aprendido la lección. Sí, había investigado superficialmente la obra, sabía que no eran “Las tres hermanas” de Chejov tal cual, sabía que había sido “deconstruída” y reescrita (los propios carteles lo anunciaban), mis señales de alerta gritaban en contra de ella… pero eran “Las tres hermanas”, y era Chejov, no me podía resistir; así pues, me engañé a mí mismo y me dije, que, después del todo, reducir todo el elenco a sus protagonistas y simplificar la obra a su esencia básica, podría suponer algo muy interesante, además de que poner un punto de vista absolutamente femenino (a pesar de ser hombre el autor de la versión) podía resultar sumamente curioso. Así pues, cual polilla hacia la trampa que la matará, allí fui al Fernán Gómez.
El origen de todo lo que está mal (que es el conjunto al completo), es sin duda alguna el texto de José Sanchís Sinisterra, que descarada y desvergonzadamente, se atreve a autoproclamarse el autor de la obra. Sí, sí, tal cual se lee; en el folleto encontramos debajo del título las palabras “de José Sanchís Sinisterra”, y en el interior del programa de mano, encima de su nombre, aparece la palabra “autor”. Tal cual lo leéis, supongo que Antón Chejov (lo cual resulta irónico, pues es su autoría es lo que verdaderamente lleva al público al teatro, pues, aunque no dudo de que Sanchís pueda tener su público… ¡no se puede comparar!) no tuvo nada que ver al respecto, pues, con citarlo a modo de subtítulo con el anglicismo “deconstructing Chejov” llega y sobra. Es increíble que Sanchís no se haya molestado en disimular ni lo más mínimo su procaz autoatribución, nada de “versión de”, “adaptación de”, “inspirado en”… etc, simplemente, y sin más, se atribuye el solito la creación de la obra teatral, así, con dos cojones. Verdaderamente, hay que tener un ego muy desmesurado, y lo que es más importante, mucha egolatría y delirios de grandeza (bueno, en realidad, profundizando en la cuestión psicológica, el asunto está muy cerca de la mitomanía) para tener la osadía de hacer algo así, de una forma tan poco velada, nada disimulada, además de tan extremadamente impertinente e insolente.
Aunque al menos así, el pobre Chejov se libra del cruento atentado que Sanchís produce contra su honor y sus derechos morales sobre la obra, puesto que su versión (que es eso, porque, repito, la autoría no es suya, por mucho que hubiese reescrito la obra, la idea y el desarrollo es de otro) es algo abyecto e infame.
Sea como sea, el texto de Sanchís está mal a todos los niveles: no es capaz de siquiera perfilar bien a ninguno de los personajes y darles personalidad; además crea una estructura narrativa caótica, incoherente e ininteligible… al final, el conjunto resulta extremadamente soporífero puesto que el dramaturgo es incapaz de conseguir que entendamos nada, que sigamos alguna línea narrativa, o siquiera que comprendamos o sepamos que pintan en todo ello esos personajes que no aparecen en el escenario y que sin embargo desfilan por las palabras de las actrices una y otra vez, sin lograr que el público llegue a imaginarlos, identificarlos o entender quiénes son o qué pintan en todo esto.
En definitiva, la deconstrucción de Sanchís de la obra de Chejov se puede calificar, total y absolutamente, como el más burdo y total de los fracasos; no consigue reducir la obra a su esencia, no da un punto de vista femenino, no crea una mayor intimidad con las hermanas… sólo engendra un caos incomprensible, indescifrable y enrevesado que resulta inaguantable y aburrido.
Por supuesto, tal texto tiene una dirección a su altura (con todas sus consecuencias), la de Raimon Molins, que parece estar convencido de que, cuantos más sinsentidos y extravagancias se hagan en el escenario, más artística y vanguardista parecerá la obra (podría citar ejemplos innumerables: subirse a las mesas absurdamente; la colocación de los elementos escénicos en los lugares más tontos e injustificables; el uso continuo e irrelevante de unos relojes de pared que no aportan absolutamente nada de nada… etc). Lo cual es, por otra parte, técnica típica y habitual de “artisto”, cosa que ya a muy pocos engaña; muy por el contrario, produce aún más cansancio en el espectador que, cada vez menos, intenta hacer un mínimo esfuerzo por comprender aquello que le están proponiendo, pero, se ve obligado a descubrir qué, visto lo visto, y dado que los responsables de la producción están haciendo todo lo posible para evitarlo (técnica típica de aquellos que no tienen talento, disfrazarse bajo una supuesta profundidad que en realidad sólo es vacuidad… el viejo eruditismo a la violeta del que ya hablaba Cadalso), no queda sino rendirse a la hartura, la indiferencia y la apatía finalmente.
El resto del apartado técnico es pésimo, a juego con todo lo anterior. Si salvara algo de esta producción, tal vez serían los elementos de atrezo o el vestuario, pero tampoco resultan originales, así que digamos que sólo pueden llegar a destacar porque “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”.
Sólo queda hablar de las actrices, que van a juego con el resto de la producción: sobreactuadas, exageradas, no se creen el personaje en ningún momento, lo único que hacen es hacer de actriz que hace un personaje dramático… al menos ellas se lo pasarán pipa haciendo la obra, porque lo que es el público… va a ser que no, resulta inaguantable. En definitiva, el reparto artístico en su conjunto supone un total y absoluto desastre, pero tampoco es de extrañar, especialmente, viendo el panorama anteriormente descrito.
Concluyendo, la forma de definir a esta producción de la sala Atrium sería: horrible, mala, inadmisible, insultante, torpe, inepta, desacertada… y todas las definiciones parecidas que se os ocurran. Es decir, el viejo y típico caso de unos “artistos” que se han creído que son mejores que los clásicos, y, como es habitual y de costumbre, sólo han demostrado mediocridad, además de, como añadido, estafar al público que ha tenido la mala suerte de confiar en ellos. Una desgracia, en definitiva.