Fui a ver esta película al cine Callao y encontré la atención al público sumamente atenta.
-Vaiana: tiene gracia, a veces, las personas que peor se caen es precisamente porque tienen muchos defectos en común, y por eso chocan y no se soportan. El caso de esta película es muy parecido, pretende renegar de todo lo que ha convertido a la compañía Disney en lo que es, y sin embargo, carece de la originalidad para romperlo.
Mucho tiempo lleva la compañía del ratón Mickey intentando crear a la princesa heroína americana perfecta, aquella que quede tan consagrada como lo hicieron las europeas que tanta fama, renombre y prestigio han dado al estudio; pero, una y otra vez, parece quedar claro que EEUU no tiene la magia del viejo continente… o por lo menos, Disney no es capaz de plasmarla en cine de animación. Lo intentaron Pocahontas o Tiana, pero ninguna ha sido rival para Blancanieves, Cenicienta, Aurora, Ariel, Bella o incluso la más reciente Elsa.
También se había experimentado en plasmar la belleza de las islas del Pacífico, concretamente Hawái (y por tanto el encanto de américa, más allá de los deslumbrantes castillos europeos… cosa que tampoco salió muy allá en taquilla con filmes como “Zafarrancho en el rancho”), a través de las acuarelas en “Lilo y Stich” pero el batacazo fue más que notorio (por cuestiones narrativas, nunca estéticas, cosa que casi siempre es perfecta), y supuso la definitiva confirmación de la decadencia y final de la tercera época dorada de Disney que se había iniciado en los noventa con “La sirenita”… y lo que es peor, del propio cine de animación tradicional, que no ha vuelto a levantar cabeza desde aquella época (el escaso éxito de “Tiana y el sapo”, y que John Lasseter, pionero del cine de animación por ordenador con Pixar, sea el jefazo del lugar, ha puesto muy en cuestión que Disney vuelva al sistema de hacer cine que les ha dado la inmortalidad, el lugar que tienen en la historia del cine y su posición en Hollywood).
Sin embargo, mucho esperaba yo de esta nueva película, de la que estoy haciendo la crítica, dirigida por John Musker y Ron Clements, que han sido capaces tanto de hacer grandes obras maestras (“La sirenita”, “Aladdin”, “Hércules”), como grandes fiascos (“Basil, el ratón superdetective”, “El planeta del tesoro”); pero, en cualquier caso, siempre películas que, a pesar de la primera impresión, sí suelen merecer un segundo visionado y una segunda lectura, pues nunca están faltas de originalidad y de un algo más.
Si a eso le añadimos que es un musical, pues estaba como loco… aunque, como siempre, me apenara que fuera animación por ordenador y no tradicional (aunque hay alguna que otra breve secuencia dedicada a esta), como siempre había sido costumbre de estos directores (supongo que no les ha quedado más remedio que plegarse a esa exigencia).
Pero como ya digo, el gran problema de esta película es que reniega e incluso se burla de la fórmula del éxito (y está claro que lo es, porque, por más que no falte quien la tache de cursi, el éxito absoluto e incuestionable de “Frozen” refuta cualquier argumento contrario a esta cuestión), así, la protagonista reniega de ser una princesa (cosa que tampoco es original, ya lo vimos en “Rompe Ralph”), aunque está claro que su posición social sería, como mínimo, paralela; entre otros ejemplos parecidos, como que la acompañe un animal completamente tonto (el gallo), para burlarse de los entrañables amiguitos habituales de este tipo de personajes.
Sin embargo, sin duda alguna, lo que hace que uno se cabree con todo lo anterior, pues ya parece que se están burlando de ti, es que el filme es un plagio absoluto de un montón de cosas anteriores (pues jamás consigue ser una parodia, cosa que, por otra parte, ya logró brillantemente “Encantada”), un refrito de material previamente utilizado, a todos los niveles, tanto el argumental como el estético.
Así, Vaiana es idéntica a Tiana físicamente, y de carácter es como Anna de “Frozen”; su abuela es una réplica perfecta, a todos los niveles, de la Abuela sauce de “Pocahontas”; el padre no es muy diferente del Rey Tritón de “La sirenita”; y el personaje de Maui es físicamente como Hércules o Gastón de “La Bella y la Bestia”, y de carácter como el príncipe Naveen de “Tiana y el sapo”. Todo ello, sin mencionar la dirección artística, que copia a la perfección la de “Lilo y Stich” (de hecho, si no estuviera hecha por ordenador, hasta diría que reciclaron cosas)… y fíjate tú que casualidad, la mayor parte de las películas que he nombrado, fueron dirigidas por Musker y Clements… ciertamente, Picasso calificaba el tener, potenciar un estilo propio y característico como una forma de autoplagio… ¡pero es que estos dos directores se han pasado!; ¿falta de ideas, de creatividad, de imaginación?, todo parece indicar que ese es el síntoma principal que aqueja a esta película.
Y ello lo confirma el guión, con una historia ya no demasiado original (en resumen: un viaje necesario para solucionar un problema que desemboca en el redescubrimiento personal de uno o varios personajes… madre mía, lo nunca visto, ¿a que sí?), que se desarrolla mal, pues se incluyen todo tipo de tópicos y lugares comunes archivistos en el cine de animación (y el que no lo es), tanto en las situaciones que se viven (la mayor parte de ellas forzadas, absurdas y poco verosímiles) como en los personajes secundarios que van saliendo al encuentro de los protagonistas (algunos sin sentido o definición alguna -bueno, en realidad, casi todos los personajes están pésimamente o muy tópicamente definidos-, como el Océano o una especie de piratas con forma de cocos que les atacan por el medio de la película, vaya usted a saber con qué objetivo o porqué)… incluso el giro final era de esperar, y poco sorpresivo, en estos directores, que ya utilizaron recursos parecidos en producciones previas. Por su parte, los diálogos también parecen un copia y pega de productos anteriores, da la impresión de que esas frases, discursos y reacciones, ya las hemos visto antes. Todo ello, sin mencionar la buscada y rebuscada emocionalidad forzada, que impregna de forma desesperada cada fotograma, y que se acaba tornando tan artificiosa como repulsiva, pues se nota, se percibe asquerosamente manipuladora, además de que se hace más que evidente que se está siguiendo un modelo, una plantilla prediseñada, un cálculo matemático… pero, por suerte o por desgracia, en el arte 2+2 casi nunca son 4.
Para la música, tan vital en un musical, tratan de combinar el estilo más tribal y popular, con el pop y el musical más tradicional… y por supuesto, fracasan, no ya porque muchos cocineros estropeen el caldo (hasta tres compositores hay, uno de ellos ganador de premios Tony -Lin Manuel Miranda- y otro vinculado a varios grandes títulos de la casa Disney -Mark Mancina, aunque exceptuando “Oliver y su pandilla”, casi siempre trabajó como colaborador-), que también, sino porque los ingredientes que se usan son de un estilo muy diferente, y por tanto, difícilmente combinables… así, aunque la banda sonora de “Vaiana” es pegadiza, lo cierto es que no deja poso emocional, las canciones no llegan a impresionar o llegar al punto más álgido de la emoción, siempre se quedan a medias, como un orgasmo que nunca se termina de alcanzar.
Y respecto a la animación, lo ya dicho, es bella, estética (al igual que la cuidada fotografía), pero poco o nada original; no nos aporta nada que no hayamos visto; ninguna imagen nos impactará porque tenemos la permanente impresión de estar viviendo un déjà vu continuo, y todo nos recuerda a algo o varias cosas anteriores muy parecidas o idénticas.
En cuanto al doblaje español, es más que correcto; aunque quiero exceptuar de ello la excesivamente característica voz de María Parrado (conocida popularmente por ser la ganadora de un reality show), usada para las canciones de la protagonista, pues resulta especialmente molesta, y poco o nada apropiada para el personaje que interpreta.
En definitiva “Vaiana” rompe la posibilidad de vuelta a una cuarta época dorada de Disney (que parecía anunciar de forma esperanzadora “Frozen”, con ciertos importantes precedentes en ese aspecto, como fue “Enredados”), y, sin duda, esta película de la que hago la crítica, terminará siendo considerada uno de los clásicos menores de la compañía Disney, y de sus directores.
Fui a ver esta película al cine paz (pues ya llevaba tiempo en cartel, y este cine es muy confiable en el aspecto de que las películas tardan tiempo en desaparecer) y encontré la atención al público sumamente amable.
-El ciudadano ilustre : imagínate que esta película es española, imagínate ahora que la dirige José Luis Garci, imagínate por último que es candidata al Oscar a la mejor película extranjera (y lo gana)… vaya, pero si no hace falta imaginarlo, ¡esa película existe y se titula “Volver a empezar”.
En definitiva, aunque esperaba mucho del filme argentino del que voy a realizar la crítica (por todo lo que había leído sobre él, aunque el tráiler no me convencía en absoluto), lo cierto es que al final lo percibí como una versión amarga de la amable visión de Garci.
En realidad, y aunque “El ciudadano ilustre” es una versión más actualizada (lógicamente), que, en ocasiones, se mete en otras temáticas en las que no entraba “Volver a empezar” (como también el filme argentino no trata ciertas cuestiones que sí trataba la película española), lo cierto es que en esencia es exactamente lo mismo: escritor que vuelve al lugar al que, por circunstancias de la vida, llevaba mucho sin volver, que es el origen de su inspiración y de las grandes obras que le dieron notoriedad y prestigio; allí, se encuentra con todos sus asuntos sin acabar, con los viejos conocidos, pero sobre todo, con que nada puede ser igual porque ahora él está a otro nivel y ya no tiene nada que ver con quién era cuando abandonó aquel sitio.
Así, aunque se trata de dar una visión diferente del mismo tema, lo cierto es que ambas versiones son demasiado parecidas; por poner un ejemplo: digamos que ambas son mandarinas, una es dulce y la otra agria… pero ambas mandarinas al fin y al cabo.
Por lo demás, no le encontré nada sobresaliente ni llamativo ni en el aspecto técnico o el artístico… quizás que la fotografía era bastante inadecuada.
En definitiva, aunque “El ciudadano ilustre” sí hace algunas reflexiones aceptablemente interesantes acerca de la fama, los orígenes, la cultura, el arte o las instituciones que se supone que lo patrocinan (pero, sin duda alguna, de lo mejor que deja, es como se debe amar la obra sin tener en cuenta al artista… pues es difícil que el protagonista resulte agradable como persona), lo cierto es que no aporta novedad alguna a lo que ya se ha visto sobre estas temáticas en ningún sentido, y, por encima, como ya he dicho, recuerda demasiado a “Volver a empezar”, en versión desagradable, pero “Volver a empezar” al fin y al cabo.
Fui a ver esta película a los Cinesa Méndez Álvaro y encontré el trato al público apropiado. Me gusta que te pregunten si tienes la Cinesa card, así no pierdes posibles puntos.
-1898, los últimos de Filipinas: sin duda alguna, lo peor y más terrible que se puede decir de esta película de la que hago la crítica, es que la versión anterior (de los años 40, nada menos), apologética de un régimen dictatorial y totalitario, es mucho mejor y más fiel históricamente. Y no soy yo el único que lo digo, internet está lleno de críticas que comentan lo infausta que es la nueva versión; familiares o descendientes de los auténticos soldados se tiran de los pelos o se sienten insultados por el nuevo filme… y en favor del valor histórico de este, apenas se puede argumentar que ya al principio se dice que sólo está basado en la realidad, y que, al menos en esta versión, cosa que no aparecía en la película franquista, sí se deja ver que hubo desertores… mira tú que gran ganancia, que gran fidelidad a la verdad y que gran defensa de la nueva versión.
En realidad, es lógico que esta película no funcione, básicamente porque vivimos en un mundo en el que la forma de pensar de los héroes de Filipinas resulta totalmente incomprensible para la gran mayoría de las personas, muy probablemente porque hemos creado una sociedad egoísta y materialista en la que la nobleza moral se ha convertido en algo de lo que burlarse. Se dice mucho, hoy día, que los jóvenes no tienen valores, cosa que yo no comparto, pero sí afirmo que no tienen ideales… y esta película es el ejemplo perfecto de ello, pues ha sido realizada por personas claramente incapaces de entender ese concepto.
¿Cómo se puede hacer una película sobre un tema como este, tan vinculado a grandes ideales, si estes no son comprendidos?, ¿cómo se puede hablar y dar a entender valores como la lealtad, el patriotismo, la nobleza, el honor, el sacrificio por el bien mayor… etc, si hoy día la gran mayoría de esas cuestiones, a una buena parte de la sociedad, les parecen como mínimo lejanas, por no decir estúpidas, ridículas, sin sentido o como mínimo pasadas de moda y de otros tiempos?, ¿cómo se puede lograr que los personajes que presentamos sean lógicos y coherentes si aquellos que los recrean no consiguen siquiera entenderlos?, ¿cómo justificar acciones y comportamientos si no se sabe el sentido de estos o por qué se llevaron a cabo?… es absolutamente imposible, y por tanto, esta película necesariamente tenía que ser un fiasco, porque no se puede explicar lo que no se comprende… y paradójicamente, la película franquista tenía que ser mejor, precisamente porque sí podía acercarse más al concepto de los grandes ideales… ¿que esta última era totalmente propagandística?, desde luego, pero también, mucho más capaz de captar la psicología y las acciones de las personas que formaron parte del sitio de Baler. Es muy triste y lamentable tener que reconocer esto, pero desgraciadamente es así.
Así pues, nos encontramos con que el guión de Alejandro Hernández es de risa, no sabe qué hacer con el material que tiene, no entiende a sus propios personajes, está totalmente perdido en los hechos históricos, de los que decide pasar o escoger a su antojo que mete y que no… en definitiva, que es una catástrofe completa. Pero si aún fuera esto sólo, pues el guión como drama ficticio tampoco vale gran cosa, porque se obsesiona con un melodramatismo extremo, con crear unos diálogos absolutamente incoherentes, llenos de frases pretendidamente profundas y pomposas, para finalizar autoinmolandose con la incapacidad para definir a los personajes sino es de una manera tópica o estereotipada, y el cualquier caso, siempre desmesuradamente superficial… así pues, no hay profundidad, todo sucede porque sí y los personajes se comportan de l modo que lo hacen porque lo dice el guionista. Obviamente, ningún espectador puede tragar con esto.
Salvador Calvo, en la dirección, intenta darle ritmo a la cosa y que tenga el estilo de una superproducción, pero, con el material que maneja, aunque logra crear un producto medianamente entretenido, como drama ficticio, el resultado final, necesariamente, le explota en la cara.
Lo mejor es la cuestión técnica, que aunque tampoco es todo lo fiel que debería, sí que es visible, me gustaron la fotografía y la dirección artística.
El reparto artístico demuestra, una vez más, lo poco a la altura que suelen estar los actores españoles de una gran producción, y porque nos seguimos viendo obligados a ver sitcoms vulgares con chistes zafios. Todos los actores jóvenes están perdidísimos y tienen una expresión permanente que parece expresar “¿y ahora que tengo qué hacer?”; en cuanto a los veteranos, son incapaces de entender a sus personajes (bueno, ni ellos ni nadie), así que se dedican a fingir, para ellos mismos y para el resto, que saben lo que hacen… mientras, de vez en cuando, en más de un plano, su inseguridad aflora una y otra vez.
En definitiva “1898, los últimos de Filipinas” se quiere presentar como un producto de calidad… pero difícilmente consigue engañar a nadie pasados los cinco primeros minutos (diez máximo); su falta de fidelidad histórica, mirada presentista e incapacidad de trabar confianza con los hechos y personajes que trata, la llevan a un lógico fracaso; terminando por ser un drama superficial, sin mucho sentido, incluso ridículo, y mal interpretado por los actores.
Pero yo creo que, más que cualquier crítica que pueda hacer, lo más ilustrativo de cara a entender como es ver esta película, es que haga una de mis irónicas reproducciones de lo que supone su visionado, que tantas veces he hecho para la sección Teatro (aviso, tiene SPOILERS):
Comienza el filme, Álvaro Cervantes, con un intento de acento extremeño que le viene y se le va arbitrariamente, según la secuencia, nos comenta que luchan por mantener un imperio y los Filipinos por la libertad (sí claro, como si con nosotros no fueran libres… que luego lo han sido mucho más), dejando claro el tono de la película: los españoles eramos una mierda imperialista y los filipinos unos santos y oprimidos varones que sólo luchaban por la justicia… a tan peculiar visión (especialmente siendo el filme de nacionalidad española, y subvencionado por este mismo país) se une la mirada presentista y absolutamente ligada a determinados valores actuales que nada tienen que ver con la época que tratamos, ¿qué esa no es manera de juzgar la historia?, bueno, como pronto descubriremos, según las ideas de los creadores de este filme, la historia está para pasársela por… etc.
Llegan los soldados al pueblo, con la típica secuencia, que no puede faltar, de la gente cerrando puertas y mirando de reojo, ¡que tensión!, ¡y qué originalidad!.
Se nos presenta, por decir algo, a los personajes:
-Hola, soy Luis Tosar… esto… Martín Cerezo, ¿y usted quién es?.
-Yo… pues el militar psicópata y sanguinario… -contesta Javier Gutiérrez- mira que cara de misterioso pongo, ¿a qué parece que tengo un secreto y doy miedo?, ¡se nota que soy fundamental para el desarrollo de la trama!.
Primer plano de la reacción inexpresiva de Álvaro Cervantes
-Mentira -responde contundente Tosar/Cerezo-, tú eres Satu, el de “Águila roja”, que te veía siempre en la primera de televisión española, ¡a mí no me engañas que soy muy listo!.
Primer plano de la cara de Álvaro Cervantes, cuya inexpresión mataría de envidia a la esfinge mitológica.
-Ya, claro que sí -responde Gutiérrez-, ¿y tú para ser extremeño, no tienes mucho acento gallego?.
-Vamos a dejarlo -replica Tosar.
Interviene Eduard Fernández:
-¡Ay maricones!, dejad de pelearos, que aquí la única reinona que hay soy yo, que para eso soy el capitán. ¿Habéis visto que perrito más bonito me he traído a la guerra?, ¿y que, misteriosamente, no tiene nombre?, todo el mundo en esta película se va a referir a él como el perro… bueno, voy a darle la mitad de las provisiones, que lo mejor tiene que ser para mi ricura.
-Todo esto nos pasa porque las palabras vuelan, pero los escritos permanecen -afirma un chico.
-¿Pero qué dice, soldado? -grita Tosar/Martín Cerezo en la película.
-No sé -replica el chico-, intentaba decir una frase profunda, ¿es ese tipo de película, no?.
Un sacerdote, interpretado por Karra Elejalde, se acerca a otro soldado, interpretado por Álvaro Cervantes:
-¡Eh!, ¿quieres colocarte?, ¡tengo una mierda que flipas!, ¡si quieres ir al cielo, lo tengo yo!.
Álvaro Cervantes le mira de forma inexpresiva. Elejalde continua:
-Quien calla otorga, ¡vamos!, tú tranquilo, nadie se va a dar cuenta de que vas puesto hasta las cejas, incluso a pesar de tus ausencias continuas o de que todos compartamos unos pocos metros cuadrados.
-Es verdad -dice Tosar-, no nos damos cuenta de nada, estamos muy ocupados buscando una personalidad.
Aparece una filipina y se desnuda delante de todos.
-¿Pero qué haces putilla? -pregunta Javier Gutiérrez.
-Pues no lo sé -responde la mujer-, pero es lo que hay que hacer, al fin y al cabo, esta película es española, ¿no?… y ahora voy a cantar, ¡porque sí!, ¡sin más!, ¡como si esto fuera una película de Marisol!.
-A todo esto, -pregunta Tosar- ¿por qué nos odian los filipinos?, ¿alguien lo sabe?, ¿cuál es el contexto histórico en el que estamos?.
Todos se quedan con cara de incógnita, excepto Álvaro Cervantes, que mantiene la misma pose inescrutable que hubiera hecho furor entre los seguidores del estoicismo.
Acto seguido, comienza el asedio.
-¡Ay maricón, que mal me siento! -comenta Eduard Fernández, que supuestamente, interpreta al capitán las Morenas-, ¡menos mal que los filipinos están muriendo todos!, no se sabe cómo, fuera de la iglesia dentro de la que estamos nosotros encerrados, ¡qué gran muestra de valor estamos dando todos aquí dentro!.
Álvaro Cervantes pone cara de poker.
-¡Es verdad! -afirma un soldado-, incluso aunque nuestro país sea una mierda imperialista, las guerras no tengan sentido y morir por la patria sea una estupidez… sin mencionar que todos nuestros gobernantes son corruptos, incompetentes o tontos del bote… pero… oiga, teniente, si todos pensamos eso, ¿por qué estamos aquí pasándolas putas y cagándonos en todo?.
-¡Porque me da la gana, joder! -replica Tosar-, he perdido a toda mi familia, soy demasiado joven para prejubilarme, no tengo nada mejor que hacer… ¡y esto es lo más parecido que me ha ofrecido el ejército a unas vacaciones pagadas!, ¡así que yo no me muevo de aquí hasta que me ponga moreno!, ¡por mis cojones que en este lugar nos quedamos!.
-¡Claro! -vuelve a decir el chico de las grandes frases, siempre certero en su análisis de la situación-, ¡lo que pasa es que hay hombres que quieren Pinakbet, y otros que quieren volver a comer tortilla de patatas!.
-Pero el gilipollas este, -brama Tosar/Cerezo- ¿que se cree con esas frases grandilocuentes?, ¿que está en una gran película épica?.
-No creo que nadie piense eso -afirma con dificultad el cura, interpretado por Elejalde, sin apenas poder sostenerse en pie de lo ciego que va, y con las pupilas tan dilatadas que apenas se le percibe el iris.
-¡Los voy a matar a todos! -murmura Gutiérrez-, ¡a los filipinos, al perro, al capitán, al cura, al teniente… pero sobre todo al soldado de las frases profundas!, ¡me da igual, yo lo que quiero es matar, matar, matar!, ¡¡que gustirrinín me da!!… pero de momento, voy a mirarles mal y a hacerme el interesante.
-Yo no me preocupo -reacciona otro soldado- porque tengo aquí mi medalla, de plata de ley, de la Virgen de las Alpujarras del Toboso que me va a proteger de todo mal por siempre jamás… -se oye un tiro, el soldado que acaba de pronunciar esta frase está desangrándose y comienza a decir sus últimas palabras- ¡mierda!, ¡ya sabía yo que el que decía este tipo de frases muere siempre!, ¡si es que no aprendo los tópicos que me salvarían! -el soldado muere.
Álvaro Cervantes reacciona a todo esto con tal impasibilidad, que ríete tú de las imágenes religiosas del románico.
Unas cuantas secuencias y varios tiroteos después….
-¡Esto es terrible! -grita exhaltado Carlos Hipólito en el papel del médico-, ¡estamos todos enfermos!, ¡a los que no se les ha clavado una astillita de madera en el dedo gordo del pie, les ha entrado polvo en el ojo!… ¡y yo no tengo tanto betadine!.
-Tú tranquilo que yo ya tengo las hierbas medicinales que lo solucionan todo -comenta el cura que interpreta Elejalde.
-¡Aparta drogata!, ¡no me extraña que los soldados deserten ahí, delante de nuestras narices, y que nos dé igual!… bueno, los que no ha matado y se ha comido el militar psicópata, claro… que aquí no se desaprovecha nada. A todo esto, Álvaro Cervantes… estooo, ¡perdón!, quise decir, soldado cuyo acento extremeño viene y va, dime una cosa ¿cómo es posible que hagas unos dibujos tan bonitos y tan detallados si nunca pones el lápiz encima del papel?, y lo que es más importante, ¿de dónde sacas el tiempo y las fuerzas?, ¿pero no estamos en un asedio?.
Primer plano del rostro hierático de Álvaro Cervantes, que ya lo quisieran para sí las esculturas del antiguo Egipto prehelénico.
-Este chico es el típico soñador con aspiraciones que se truncan en el desenlace -replica el militar psicópata interpretado por Gutiérrez-, para que el público llore y salga del cine creyendo que todo esto ha sido muy injusto y una cabronada, ¡qué bien está vendiendo el mensaje el guión!, ¡no se nota para nada la descarada manipulación emocional!.
-Es que las miserias de la guerra -afirma el soldado profundo con voz trascendente, digna de la gran frase que va a decir-, miserias son, y en miserias se quedan.
-¿Pero tú no te habías muerto ya? -berrea Martín Cerezo/Tosar-, ¡mira, por favor, deserta ya o te juro que te pego un tiro!, porque no puedo esperar más a que te maten los filipinos… que están muriendo todos ahí fuera, a saber cómo… a lo mejor de aburrimiento, porque otra cosa, ¡no me dirás!.
Por fin, se acaba el asedio, pues Luis Tosar descubre que periódicos, cartas, palomas mensajeras, telegramas, burofaxes, correos electrónicos… y hasta la propia Reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, que se desplazó ex profeso para convencerle de que entregara la plaza (y a la que Tosar/Cerezo expulsó a patadas, calificándola de farsante, pues todo el mundo sabe que las Reinas siempre llevan corona… y esa vil embaucadora ni siquiera tuvo la decencia de ponerse una capa de armiño, aunque sólo fuera para disimular un poco), ya que Filipinas había caído en manos de EEUU… era todo auténtico y verdad; pero sólo se da cuenta de ello, porque no le ha llegado la última entrega de “Barcos embotellados” la colección por fascículos que estaba haciendo, lo que, sin duda alguna, certifica con absoluta seguridad, que España ha perdido Filipinas.
-¡Vaya!, con lo bien y tranquilos que estábamos todos aquí, ¡qué pereza volver a España!, ¡pero que asco le tengo a la madre patria, de verdad! -exclama Tosar en su personaje de Martín Cerezo, tras haber anunciado a sus soldados que abandonan la iglesia.
Álvaro Cervantes, que ha perdido uno de los dedos centrales de la pierna derecha, se muestra inexpresivo, a pesar de que vive la gran tragedia de que nunca podrá realizar su anhelado sueño de ser modelo de pies.
-¿Cuántos han muerto al final? -pregunta Javier Gutiérrez.
-Pues no sé, entre los que has asesinado tú, y los que han fallecido por diarrea… es que estos viajes a lugares exóticos, es lo que tienen… pues no sé que decirte, además, yo en la iglesia siempre contaba la misma cantidad de figurantes -responde Carlos Hipólito-, pero no te preocupes, la película asegura al final, en los créditos, que murieron más filipinos… aunque no sé como.
-Así empezó la caída del imperio español… -exclama dramáticamente el soldado profundo- ¡porque sólo se puede destruir a una gran nación, cuando ella misma se ha destruido interiormente!.
-¡Oye! -dice otro soldado-, ¡esa frase ni siquiera es original!, ¡es de otra película, de la de “La caída del imperio romano”!.
-¿Y qué esperabas de un intento de imitación de superproducción como este? -responde Tosar/Cerezo.
-¡Pero qué cansinos! -grita el general filipino-, ¿queréis marcharos ya, pesados?, ¡que se acabó!, venga anda, que aunque me halláis matado a mitad del ejército, os acompañamos con honores a la salida del país, ¡que no se diga que somos unos maleducados!.
-¡Ay, pues muchas gracias!, ¡qué detalle!… pero por favor te pido, que antes de irnos, mates al soldado profundo, porque por Dios te juro que no voy a ser capaz de aguantar más frases rimbombantes… que tenemos mucho viaje a España -responde Luis Tosar/Martín Cerezo.
En la última secuencia, el ejército se aleja del pueblo de Baler. Primer plano de la cara inalterable de Álvaro Cervantes, que ha conseguido no cambiar de expresión en toda la película.
Fin.
¡Pues hala!, con esta descripción que os acabo de dar, ya no os hace falta ni ver la película… y lo que es peor, seguro que os divertirá bastante más mi escrito que el filme.