-La hija del regimiento: normalmente, en una crítica express, paso directamente al tema y si tengo algo que añadir cualquier cosa acerca de otras cuestiones, lo hago al final, pero es que el comportamiento que se ve en taquilla me parece tan intolerable, que bien merece ser un punto central de este artículo y su comienzo, para que sea algo ineludible al leerlo.
Ya no es la primera vez que hablo del mal ambiente que hay entre los trabajadores, y que rápidamente se traslada en la atención al público, pero es que cada vez es peor, y la situación ya clama al cielo. Yo no entiendo, soy absolutamente incapaz de comprender como se explica que en un teatro como este, tan de pretendidos altos vuelos, se permita un trato al cliente tan desmesuradamente malo y que los taquilleros se comporten como funcionarios en el peor sentido del término; me parece inaceptable.
Y cada vez peor, puesto que se ven unas cosas, a cada cual más inadmisible: les piden un programa, dicen que no hay, y cinco minutos después se lo dan a otra persona. Luego hay un movimiento de personal continuo, aunque nunca parece ser para beneficio del espectador, puesto que mientras los taquilleros veteranos se dedican a bostezar, y ver las horas pasar con cara de aburrimiento, dejan que los novatos lo hagan todo; por supuesto, estos no se enteran de nada, por no saber, no saben ni como hacer funcionar un datáfono, aunque eso no es lo peor ni de lejos… lo terrorífico es como ves que se lían con lo que van a vender, de modo que tanto podrían cobrarte un abono en platea como una entrada para la ópera en cine; y mientras, tú y tu bolsillo os echáis a temblar pensando en que, como el tipo titubeante se equivoque, la compra perfectamente te puede salir entre 6 y 600 euros, ¡sorpresa, a lo que salga!, ¡viva la ruleta de la fortuna! (aunque tú nunca vayas a ser el ganador de este tétrico juego).
Por supuesto, como al final acaban todos nerviosos, terminas recibiendo malas contestaciones debidas a su propia inutilidad e incompetencia inadmisible que, en el colmo de la poca profesionalidad, pagan con el cliente, haciendo gala de una antipatía escandalosa (aunque es peor cuando se ponen en plan falso). Y por supuesto, ni te molestes en hacer preguntas, como no se enteran de nada, o te mienten, o todo lo tienen que preguntar a otro que, frecuentemente, tiene aún menos idea, o peor, ninguna gana de contestar; mientras la costumbre comienza a hacer que ya ni te extrañes de un comportamiento tan increíble como inadmisible.
Y yo no dejo de preguntarme cómo es posible que pase esto, porque me parece absolutamente inconcebible, más en este teatro, y especialmente siendo público; pero en serio, de verdad, ¿tan díficil es encontrar gente competente, amable (o tan siquiera educada) e incluso ligeramente simpática?, ¿de verdad es tanto pedir, una exigencia tan desmesurada?, ¿realmente es una misión imposible encontrar gente apta de cara al público? (cosa en la que este teatro fracasa de la manera más miserable desde hace años, a que va a resultar que no fue sólo Mortier el que redujo la compra de los abonos). Me parece una situación vergonzosa que clama al cielo, muy especialmente cuando, y más tal y como están las cosas, estoy seguro de que habría cientos de personas que harían felizmente ese trabajo, encantadas de la vida, de la mejor manera, y que, sin embargo, están injustamente desempleadas; probablemente a vosotros se os ocurran algunas, porque a mí también, lo que hace que te sientas especialmente indignado. Teniendo en cuenta eso, esta penosa situación me parece especialmente intolerable, y soy absolutamente incapaz de entender como no se le pone solución.
Sin mencionar que hay algo que no se está organizando bien, porque no se concibe el como antes nunca había sitios libres en ningún sitio, y ahora, a pesar de que te dicen que no hay tal butaca, luego la ves vacía, a mí me resulta absurdo y no soy capaz de comprender el como puede haber tan mala organización, que hayamos pasado de que haya lleno absoluto continuamente, a que no se vendan entradas por pura ineficacia. Lo dicho, yo no lo entiendo, ni creo que lo entienda jamás.
Y ya no mencionemos a los acomodadores, que ni están ni se les espera, una misteriosa presencia que sólo aparece cuando ya no hacen falta; no sé si es falta de personal o pura incompetencia, en cualquier caso, es un fallo.
Pero en fin, vamos a hablar de ópera, que de eso va una crítica.
Y el Real sigue con sus especial aficcion por Donizetti (para gusto de los aficcionados de la ópera, todo hay que decirlo), tras su triunfal “Don Pasquale” (que para mí, y otros muchos, sigue siendo una de las más insuperables óperas de este compositor representadas en este teatro) y “El elixir de amor” de las pasadas temporadas, ahora también nos llega otra ópera conocida: “La hija del regimiento”.
Pero no nos dejemos embaucar, a pesar de lo que digan algunos críticos (quizás autoengañándose), esta ópera es puramente propagandística (a todo esto, es increíble la cantidad de veces que en el teatro de entretenimiento esto se ha hecho con ese fin, ya he citado muchas veces el ejemplo del cine musical -y no faltan ejemplos recientes-, pero hasta en ópera se puede encontrar ese tema si lo piensas un poco) y una adulación descarada al pueblo francés, claramente buscada por Donizetti para ganarse definitivamente su favor; y es que, no hace falta repasar la historia de esta ópera y su uso patriótico para darse cuenta de que no es un mito creado a posteriori, está muy pensada para convertirse en un himno, aún llegaré más lejos, es de los pocos casos que he visto en los que la música sea incluso más elocuente que el libreto; pero ya hablaremos más detenidamente de eso.
Sin embargo, a mí el texto me ha gustado mucho, es más, no dejé de pensar que sería un buen argumento para una película aún quitándole la música (y quien me lea con cierta frecuencia, sabe que suelo pensar al revés); es una historia con un personaje protagonista simpático, una comedia de enredos muy bien explicada, diseñada y trazada, algo que no siempre nos encontramos en la ópera; aunque quizás, debamos mucho a la especial adaptación que han hecho para esta ocasión, puesto que, queriendo como querían, representarla como opera comique (es decir, parte diálogo, parte cantada), han adaptado buena parte de los diálogos, sin embargo, hay que admitir que les ha quedado muy bien escrito. Sin duda me hubiera gustado mucho ver el original con sus parrafadas, pero he de reconocer que, como ya digo, la adaptación es muy grata y muy cercana para el público de hoy. No obstante, no sobra decir que hay mucho franco-chovinismo, y un permanente rintintín militarista hasta decir basta, quedáis advertidos, y quien avisa….
Por cierto, esto de las versiones de ópera hablada se está poniendo muy de moda últimamente en Madrid, como también se puede comprobar en el Teatro de la Zarzuela y su particular versión de “Carmen” (a todo esto, parece que Real y Zarzuela se intercambian los papeles… uno ya no sabe ni a que atenerse cuando va al teatro, ¡que descontrol! jajaja).
En cuanto a la música, la verdad, salvando ciertas arias y momentos varios de lucimiento de los cantantes (aunque de momentos colectivos, hay que destacar especialmente el muy brillantísimo final de acto o el precioso trío hacia el final, muy bufo), en general, la ópera parece un concierto militar; de hecho, tal y como oímos tocar a nuestras bandas del ejército fantasías zarzuelísticas (debido a su profundo arraigo popular y su esencia española por excelencia), no me extrañaría nada que en Francia sus músicos tocaran “La hija del regimiento” como parte del repertorio; es más, sorprende, y mucho, como la música es incluso más exaltada, más patriotera que el propio libreto, con una altisonancia tremenda que, dependiendo si te gusta ese tipo de música, podrá agradar más o menos.
En lo que respecta a esta producción en concreto, bueno, aunque supuestamente querían evitar el chovinismo nombrado, como buenos franceses, acaban sucumbiendo al tema inevitablemente. Trasladar la historia a la primera guerra guerra mundial no tiene mucho sentido, pero no choca mucho porque como es de época… pues para la gente es medianamente admisible (si hubieran visto formas geométricas extrañas, rápidamente se hubieran oído abucheos).
Sin embargo, se pueden dar bastantes elogios a la dirección de escena, pero muy especialmente a la bella escenografía: tan simbólica, estética y espectacular, un auténtico deleite para la vista (algo que llevabamos bastante tiempo sin poder mencionar en el Real, todo sea dicho)… lo cual parece deberse muy especialmente a algo que comentaremos luego… cuando abordemos el tema de los habituales comadreos del teatro.
En cuanto a los cantantes, dadas las características de la ópera (la media parte hablada) esto exigía que fuesen especialmente buenos actores (algo que en el Teatro de la Zarzuela estamos muy acostumbrados a ver, por suerte y que en el Real se había descuidado demasiado), y, aunque no son ninguna genialidad interpretativa en general, salen muy airosos y consiguen resultar verosímiles
A mi me tocó el día de los “sustitutos” (es que últimamente tengo tanto que hacer que no me da ni tiempo de ver lo que compro, luego claro, me llevo unas sorpresas que vaya), pero eso, aunque en principio pueda no agradar (a todos nos encanta ver a los divos), a menudo puede acabar resultando una sorpresa más que positiva; la razón es obvia, un cantante consagrado no tiene porque esforzarse demasiado, ya no tiene la ilusión del querer salir adelante en el escenario; en cambio uno que no, aquel que aún se está haciendo su carrera y no tiene muchos días para demostrar su talento, además de estar a la sombra de otro, quiere aprovechar su gran oportunidad para lucirse, realmente quiere cantar, con lo que, en estas ocasiones en las que uno ve a los “sustitutos”, puede encontrar voces realmente buenas e inesperadas, descubrir tesoros y promesas que en ningún caso imaginaba que descubriría.
Y tuve la suerte de que sucediera cuando el tenor Antonino Siragusa me llamó la atención por su potente, pura y melodiosa voz que me dejó completamente fascinado; y no fuí el único, los aplausos del final lo demostraron. Aunque quizás la que más ovaciones se llevó fue la soprano Desireé Rancatore, que a mí no me impactó, me resultó correcta, con técnica, pero sin personalidad.
Aunque a nivel interpretativo, quien me acabó fascinando fue Rebecca de Pont Davies, en el papel de la Marquesa de Berkenfield, la cual, hace algo tan curioso como que mantiene durante toda la función sus espectaculares ojos azules abiertos, casi sin pestañear, como si fuesen grandiosos faros, devorando totalmente la atención por la antinaturalidad de una pose que cautiva. La verdad es que llegué a pensar que era así, pero cuando salió a saludar ya tenía una pose normal (y párpados, algo que llegue a dudar), de lo que se deduce, una de dos: o que al cantar se le tensa la cara de esa manera (sobran cantantes -lo cual, por lo general suele deberse a una mala técnica y costumbre- a los que el rostro les adopta gestos espantosos e incluso desagradables al cantar debido a la tensión muscular que les genera) o que buscaba una brillante interpretación en la que hacer ver como la Marquesa era un ser desafasado, trasnochado, autodestruído debido a la degeneración de una endogamia familiar secular… como no he podido preguntárselo, me quedo con la duda.
No se puede dejar de hablar del reparto artístico sin mencionar a la imponente Ángela Molina, y digo imponente, porque, ¡que cuerpazo!, embutida en un espectacular vestido de época que, sin embargo, resaltaba de una manera increíble su talle de sílfide, uno no podía dejar de pensar en lo increíblemente bien que está a su edad y lo envidiable que es que haya conseguido mantenerse tan asombrosamente estupenda.
Por otro lado, su aparición en esta producción es puramente oportunista, supongo que para ambas partes: para ella, porque le da la oportunidad de incluír en su dilatada carrera el honor de haber actuado en el Real; y para el teatro, porque saben que un nombre famoso llama mucho, vende entradas y más cuando es consolidado, con lo que aumenta la curiosidad y el morbo acerca de como lo hará; práctica de la que sabe mucho la Compañía nacional de teatro clásico en sus montajes del Teatro Pavón; aunque en este último caso, siendo teatro hablado, es más posible que salgan bien parados (para eso son actores, aunque cuidado, demasiados casos hemos visto de intérpretes cinematográficos o televisivos que son incapaces de imponerse en un escenario en directo). Sin embargo, una ópera es una ópera (o tienes la voz, o no la tienes, no hay más), y lo cierto es que ya vimos un intento muy arriesgado en ese aspecto hace unos años por parte del Teatro de la Zarzuela con Loles León (que yo diría que no llegó a buen puerto, al menos a nivel de canto) Por otro lado, no sobra recordar que el Real también contó con otra gran figura como Nuria Espert en su espléndida “Ainadamar” de hace pocas temporadas, aunque aquello era la época Mortier en la que todo y más podía pasar (sin mencionar que el papel de Espert fue totalmente hablado, era un personaje desdoblado, en una de esas ultramodernidades tan del gusto del anterior director artístico de este teatro).
Pero volviendo al tema, hay que decir que, a pesar de que Ángela Molina tiene un papel de figurante, de colaboración especial (que sin embargo disfrutamos en todas las funciones, uno no deja de pensar lo pesado que será para ella ir todos los días al Real para no más de quince minutos de papel), Molina sale muy bien parada, se impone en escena y está muy bien preparada para el teatro, y es que la veteranía siempre es un grado.
También nos encontramos en el reparto con un viejo amigo, Isaac Galán, que últimamente no parece salir de este teatro… lo que nos hace preguntarnos el porqué de tanta y tan gran preferencia, aunque sea en pequeños papeles.
Algo parecido se puede decir de un coro extrañamente interracial que, en algunas óperas debido a eso no pega ni con cola, y más cuando determinadas coristas se empeñan en buscar desesperadamente el protagonismo (a la gruesa mujer negra se le ha unido otra asiática que no parece estar dispuesta a que nadie le haga sombra, se prevé un poderoso y gran enfrentamiento en el coro; que vaya temblando Máspero, si es que no es él quien lo está fomentando). Sin embargo hay que reconocer que las voces suenan bien.
Sólo falta hablar del director de orquesta “sustituto”, Tingaud, que, a pesar de ser muy bueno y conseguir llevar la ópera muy bien y perfectamente coordinada, es un joven ansioso de protagonismo, nunca jamás en toda mi vida he visto a ningún director de orquesta aprovechar tanto la más mínima ocasión para levantar a los músicos y hacer reverencias, resultaría algo casi cómico, si no fuera porque interrumpía el desarrollo del espectáculo.
Al final todo se saldó con múltiples aplausos que también hubo durante la función… pero, ¡eh!, ¡quietos, parados!; también es cierto que el público de ese día no parecía el habitual (por algo era el día de los sustitutos;es más, después reconocí a algunos de los asistentes cuando entraban en el metro), y quizás eso redundó en una mayor vehemencia y facilidad para el aplauso, algo que por otra parte hasta cierto punto está bien, puesto que hay demasiado falso exigente (siempre parecerá que tienes más clase cuanto menos impresionable seas), y ya decía Cocteau, en una frase aplicable a cualquier época, que vivimos en una época en la que parece más sencillo parecer inteligente haciendo una crítica que otorgando un elogio.
En definitiva, “La hija del regimiento” es aceptable pero en ningún caso genial, y, en cualquier caso, muy para gustos, según lo que he comentado, vosotros sabréis.
Y ahora hablemos de los cotilleos del teatro, que es algo que a todos nos encanta, para que vamos a mentir.
¡Ay, señor Joan Matabosch!, nunca hubieramos imaginado que Mortier tenía tantísima razón cuando dijo que esta sería una gestión distinta, aunque contara con su aprobación… ¡y tan diferente!; de momento, ya se está procediendo, sin prisa pero sin pausa, a la reespañolización del teatro que tanto desagradaba a monsieur Mortier; así, vuelven los nombres de las óperas en español (en la anterior etapa, se ponían en su versión original, y de hecho lo confirmaréis en mis críticas, puesto que yo, siguiendo la estela de lo oficial, hice lo mismo a la hora de titularlas) y este idioma vuelve a imponerse en todo; tal vez sería tarde para reimprimir los programas, pero podemos garantizar que el castellano terminará por imponerse nuevamente en el Real, algo que, la verdad es que yo apruebo.
Pero estas cosas superficiales no son las únicas, ahora que Matabosch ya no tiene a un inoportuno y potencialmente molesto “asesor artístico” (si es que ya lo dice el dicho, “el mejor autor es el autor muerto”), puede dedicarse a contentar a los que echaban humo con el anterior director artístico; y los cambios están resultando drásticos, se han acabado los ultramodernismos, y parece que vuelven las cuidadas escenografías y vestuario clásicos; además de cantantes que llevaban años desterrados del Real, y ¡sí, españoles!, a los que tanto asco les tenía Mortier… y no son los únicos, el británico Ivor Bolton puede agarrarse bien a su contrato, pues si Pedro Halffter no consiguió hacerse con la dirección musical del teatro, como tanto insistió el ministro Wert; otro español, Pablo Heras-Casado, se hace con el puesto de “principal director musical invitado”, y parece que se hará cargo de las óperas más modernas… de momento. La cuestión es que ya ha puesto un pie dentro del foso de la orquesta, y seguro que no tardaremos en verle poner el segundo; aunque cuidado, que aquí todos sabemos que el público del Real no traga con cualquier cosa y no tiene ningún reparo en expresarlo (pero seguro que el ser español le da un especial punto a su favor).
Y por supuesto la notable aparición de estrellas conocidas para asegurar una mayor afluencia de público e incluso prestigio, en el caso de esta crítica, Ángela Molina, pero también llegaremos a ver a Carmen Maura en un futuro próximo.
Sin embargo, no os creáis que la gestión de Matabosch destaca exclusivamente por su vuelta a lo clásico o por su afán de contentar a los airados asistentes a este teatro… de hecho, parece que se prepara un nuevo escándalo. No sé si alguien se habrá fijado, pero todas las óperas vistas en esta temporada parecen tener en común algo: ser revolucionarias, en el sentido de ir contra una clase pujante, conservadora o aristocrática, umm, ¿está el señor Matabosch queriendo decirnos algo o sólo recibe la envenenada herencia de un Mortier rabioso?, ¿será apreciado este gusto por la revolución social, que se está expresando en los escenarios del Real, por parte de un público mayoritariamente conservador, y que fácilmente se puede sentir reflejado en el hecho de convertirse en los perjudicados por esas ideas revoltosas?… parece que el nuevo director artístico no está dispuesto a que desaparezcan los escándalos que caracterizan a un teatro donde hay más drama fuera de escena que dentro (¡y estamos hablando de un lugar donde se representa ópera!).
Pero no es el único sitio dónde trasciende el gusto revolucionario, pues el conferenciante, José Luis Téllez, está empezando a excederse en el terreno de las opiniones y los comentarios personales, a mí, de momento, no me importa (incluso comparto lo que dice y su defensa del teatro público frente a la privatización que, para nada garantiza necesariamente la mejora de ningún servicio, pretendan lo que pretendan vendernos ciertas personas), pero va por un camino muy arriesgado que quizás no tenga vuelta, precisamente porque no es una persona que posea ni la gracia ni el carisma para arreglar una potencial situación violenta.
Por otro lado, y aunque ha mejorado mucho a nivel oratorio (aún recuerdo sus comienzos, ¡que tiempos maravillosos aquellos en los salones de Felipe V!, dónde no había que volverse locos para volver a las butacas en tiempo record y con los nervios desquiciados ante el terror de que te cerraran la puerta) y también ha rebajado claramente la especialización (siendo especialmente hábil en esto, pues mantiene el hablar de muchos y muy diversos temas, profundizando sólo lo necesario, pero de un modo muy accesible); lo cierto es que está tendiendo demasiado a abreviar sus interesantes conferencias, pues si bien es verdad que estas deberían de acabar entre quince y veinte minutos antes del comienzo de la representación, también es cierto que podrían empezar antes de y media (aunque dando aviso de ello, que si no luego llegamos todos tarde), y de ese modo nos beneficiaría a todos, porque siempre es muy interesante escucharle e invariablemente se aprende algo; siendo junto con, los muy elogiados por este blog, programas de mano, una de esas cosas que realmente legitiman al teatro público, que sabe cumplir con su misión didáctica e informativa, tema en el cual, el Real es el adalid indiscutible de la capital (y probablemente de España), el ejemplo a seguir, el modelo por excelencia del teatro público, cuestión que yo, nunca he dejado de elogiar en Universo de A.
También alabar el que abrieran el balcón, a pesar de ser noviembre, el tiempo está tan agradable, y resulta tan bonito salir afuera y ver las espléndidas vistas en tan buen ambiente….
SPOILER: como curiosidad para terminar, decir que el director de escena llegó a pensar en cambiar el final feliz de la ópera haciendo que una bomba explotase al término de la ópera y los matase a todos, sin duda sería impactante, pero no estoy muy seguro de si las reacciones serían buenas; personalmente, me hubiera gustado ver las dos versiones.
-Carmen: “Carmen” es una de mis óperas favoritas, y además tiene un especial componente sentimental, porque es una de las primeras que escuché y que consolidaron mi aficción por el género lírico; por ello, lógicamente, se merecería una gran crítica en la que hablase ampliamente de ella y de todo lo que rodeó su creación, cosas como: la supuesta historia real, contada por la española Emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo a Prosper Mérimée que la novelaría; el curioso hecho de que Bizet no pusiera un pie en la piel de toro y dejara todo el tipismo a su imaginación; las dificultades para llevarla a cabo tanto en Francia como su posterior y polémico estreno en España… etc. Pero la infamia que se representa en el Teatro de la Zarzuela no se lo merece, y me niego a manchar el nombre de esta insigne ópera con una producción que no sólo no está a la altura, sino que incluso calificaría de indignante. Y ya no es la primera vez que me pasa en este teatro, tuve que hacer lo mismo precisamente con “La verbena de la paloma” que, curiosamente, también estrenó temporada el año pasado.
Y no será porque no fuera advertido, ya estuve en la conferencia previa, para ver si me decidía a ir a un montaje que no me acababa de convencer… ¿versión zarzuelera de “Carmen”?, ¡uy, que miedo!. Y aunque la conferenciante no me persuadió en absoluto, la curiosidad acabó pudiendo conmigo, y tuve que acabar viéndola.
Aunque la verdad, acerca de la conferencia (y desviándose un poco del tema), la ponente no me convenció en absoluto, pero bueno, ni a mi ni a nadie, de hecho el momentazo fue cuando una señora, en medio de la charla, interrumpió a la oradora y dijo “perdona, pero eso no es así”, la ponente no podía dar crédito a semejante situación (su cara era un poema), y a una actitud que la cuestionaba tan deliverada y desafiantemente; total, que se pusieron a discutir, y la oradora, para tratar de cortar el tema, y demostrando una clara falta de argumentos y conocimientos profundos sobre el tema del que estaba hablando (y sobre la producción que se estrenaría en el teatro), acabó diciendo que ella hablaba de lo que le habían contado cantantes; la señora dijo que habría que verlo in situ con la partitura, pero que no la convencía en absoluto, ¡menuda escena!; y no conforme con eso, al final de la conferencia se fue refunfuñando con otra amiga acerca de que a ella que no le dijeran algo que no era porque no… si es que en Madrid no comulgamos con ruedas de molino; es que la gente se cree que va a dar una conferencia ante un público de jubiletas ignorantes que no han salido de su barrio o de su pueblo, que van a tragar con lo que sea, y luego se encuentran con que hay mucho sabiondo suelto dispuesto a que las cosas estén claras y el chocolate espeso (a todo esto, debería de aplicarme el cuento jajajaja).
Y hablando de tragar con cosas invendibles, ¿alguien me quiere explicar que pinta como director del Teatro de la Zarzuela un italiano (Paolo Pinamonti)?, es que tiene tanto sentido como si el Ballet del Mariinsky lo rigiera un estadounidense, bueno, en realidad menos; ¿cómo es posible, que el templo del género español por excelencia lo dirija un extranjero, y más en los tiempos que vivimos? (y encima uno que no tiene ni idea de zarzuela, sólo hay que conocer algunas de sus declaraciones), ¿de verdad pretenden que nos creamos que no hay ningún nacional capaz de dirigirlo?, ¡venga por favor, es tan indignante como absurdo!. Ya ves, ahora que nos habíamos deshecho del belga antiespañol del Real (dónde sí era lógico y admisible que hubiera un extranjero, por lo que se representa -que también es mayoritaria e históricamente de procedencia foránea, y por tanto es perfectamente coherente-, y porque el talento no entiende de nacionalidades… hasta que entra la crisis en juego, claro); tenemos a otro que es incapaz de justificar con su trabajo su permanencia en el cargo, de hecho, lo único que considero que ha hecho bien es esas alianzas con otras instituciones culturales, y ese tender puentes, porque el resto está siendo desastroso (y al fin y al cabo es lo que más importa, porque por eso pagamos); pero no nos extendamos más en el tema, puesto que rápidamente se pone uno a pensar en las listas de desempleados, la alta tasa de paro, y se te revuelve el estómago.
Pero hablemos de la obra en sí, a la que se empeñan en llamar versión zarzuelística cuando no lo es para nada, es una ópera comique, una ópera tal cual sólo que sin todo lo cantado. Cosa que por cierto, se está poniendo demasiado de moda últimamente (ver crítica de arriba), y la verdad no lo termino de apreciar en absoluto, aunque se aporta alguna otra información valiosa, por lo general, no ganas tanto como pierdes. Definitivamente prefiero las versiones italianas, las integramente cantadas, pues a pesar de la “obligación”, los compositores daban igualmente muestras de gran maestría.
Así que, en lo que a esta producción respecta, de zarzuela olvidense, es una versión “light” de la ópera, aunque ese no es el único engaño publicitario. También dicen que es la misma que se estrenó en el teatro en donde se representa por primera vez; mentira, básicamente porque se debutó en Barcelona, y la versión que vemos tiene más que ver con la que se hizo posteriormente que con el libreto original usado en el de la Zarzuela por primera vez… pero vamos a dejar las menudencias y la falsa publicidad que ha rodeado constantemente a esta producción, porque si eso fuera lo peor… bien estaríamos.
El libreto en español es algo abyecto e innombrable, y eso que es una revisión moderna de todas las versiones hispánicas, tratando de coger lo mejor de cada una e incluso incorporando y mejorando cosas propias contemporáneas… pero llega a resultar ridículo, algunos versos son para empezar a reírse y no parar el resto de la función. Tal vez, alguien pudiera argumentar que lo que pasa es que estamos demasiado acostumbrados a la versión original francesa, pero ante eso, yo digo que (y creo que he hablado de este tema más de una vez en Universo de A) yo siempre he sido un gran partidario del doblaje (bastante industria extranjera devora nuestras carteleras -aunque no es de extrañar, tal y como está la nacional-, sin que le saquemos alguna rentabilidad), y que siempre me han parecido bien, y he aprobado, las traducciones de los musicales en teatro (cosa que no falta gente que critique); por lo cual no se puede decir que yo sea un purista de la versión original… pero lo de esta versión es algo espantoso, sin mencionar que hasta los cantantes son traicionados por el original francés, pues debido a la mala traducción y fatal adaptación de la ópera (que yo comprendo, extremadamente difícil, la música lírica es sumamente compleja… ¡pero si no se puede, mejor usar el original antes que hacer un desastre, por favor!), así, cambian la acentuación de las palabras continuamente, incluso peor, no llegaremos a escuchar, en toda la función, una sóla vez el nombre “Carmen” pronunciado a la española, sino a la francesa “Carmén”. Quizás la única alabanza que se puede dar al libreto, es que hace algunos cambios localistas, como el de renombrar a “Lilas Pastia” (¡a saber de donde salió ese nombre!) como “Curro Flores”.
Como afortunadamente la mayoría nos sabemos el argumento, pues decidímos pasar de los ignominiosos diálogos y centrarnos en el resto de las cosas positivas de la producción… desgraciadamente, apenas las hay.
Una de esas pocas es Yi-Chen Lin, que aunque dirige igual que los niños cuando juegan a ser director de orquesta, no le da mal resultado, aunque tampoco es nada brillante, simplemente mantiene un nivel mínimo (pero la salva su escasa vinculación cultural con el tema, al fin y al cabo, ya la RABSAF el año pasado nos enseñó el como la reinterpretación oriental de los temas de occidente podía ser de lo más interesante); aunque quizás se deba a mi impresión de que la orquesta me pareció escasa, a mi me suena haber oído “Carmenes” más sonoras.
Y ahí se acaba lo bueno, a continuación comienza el desastre completo, hasta tal punto que puedo asegurar que, por momentos, olvidaba que estaba en un teatro público de pago, y en el más representativo de un género de todo el país, y me parecía que estaba viendo una función gratuíta dentro de un centro cultural, o incluso una representación de instituto de fin de curso. Juro que hubo momentos en los que sentí auténtica vergüenza propia y ajena; por poner un ejemplo: el momento en que se simula que el teatro es una plaza de toros (uno de los momentos más famosos de la ópera, especialmente a nivel musical) que en esta versión se escenificaba con los coristas con monteras haciendo de saltimbanquis por el medio del patio de butacas… todo lo cual culmina con la llegada de Carmen y Escamillo, como si fuesen Paquirri y la Pantoja posando para las revistas del corazón, con sombrero y gafas de sol incluídas por parte de ella. Es un momento muy triste… y no creo que se deba a la falta de medios, sino de talento.
Ello tiene que ver casi totalmente con la nefasta dirección de escena de Ana Zamora (la cual, como no, a juego con el director de la institución, ni tiene experiencia ni conocimientos sobre zarzuela… en serio, ¿pero quien elige a esta gente?, si vas a escoger a alguien que no tenga ni idea, ¡al menos que tenga talento, por favor!) que resulta tan pedante, engreída y redicha como falta de talento, gracia o agudeza. Esta mujer se ha debido de creer que los demás somos tontos, y que con poner citas en griego sacadas del libro original, o de mujeres ilustres, previas al comienzo de los actos la gente se lo va a tragar, pues va a ser que no. Su intento de ver al personaje desde un punto de vista feminista o de mujer adelantada a su tiempo es una ridiculez, de hecho, la razón por la que Carmen es tan fascinante, es precisamente porque es puro instinto, no es racional sino pasional, y el propio personaje, si existiera, rechazaría todas esas ideas de cabezas de estudiosos (raza odiosa, como decía cierto autor) a los que les ha hervido la cabeza de tanto pensar, así que sólo dicen tonterías.
Pues bien, con tanta presunción como poco talento, nos encontramos a una mujer incapaz de dirigir bien, ni a los actores, ni al coro, o siquiera de hacer una escenografía que valga la pena ver durante casi cuatro horas (y el pobre elenco subiendo y bajando todo el rato por la dichosa escalerita que domina el escenario… que insoportable pesadilla de lo predecible), esto ya sin mencionar el vestuario (parte de él, evidente reciclaje de producciones anteriores), a juego con el resto; todo lo cual, no se diferencia mucho de obras que he visto en centros culturales o institutos. Todo esto no implica que el pretencioso e intelectualoide mensaje que pretende transmitir no se capte, pero como ya digo, la forma de comunicarlo está tan mal hecha que da igual; puesto que, cualquier visión, por buena que sea, no sirve de nada si no se sabe llevar a cabo correctamente.
Y es que lo peor de esta producción es que no parece profesional, si me hubieran llevado a ciegas sin saber de que va el tema, estoy seguro de que hubiera pensado que es un montaje amateur; juro que acabas indignado y con ganas de reclamar ante una tomadura de pelo tan alevosa y osada.
En cuanto a los intérpretes, casi ninguno es adecuado para su papel porque todos son demasiado viejos (incluído el coro, a veces la situación da risa, sobre todo cuando hablan de las bellas cigarreras, y descienden las que descienden; o los bandoleros que en vez de ir a pasar contrabando parece que van a ir a pedir la jubilación…), y la pasión es para los jóvenes (¿de verdad también pretenden hacerme creer que no hay nuevas promesas capaces de llevar a cabo esos papeles?); esto no importaría si las interpretaciones fueran buenas, pero todos, sin excepción, son malísimos actores (destacando especialmente a José Ferrero en el papel de don José, que es incapaz de decir una frase con verosimilitud -aunque quizás podamos excluir de esto a José Vicente Ramos en el papel de Curro Flores, no digo que sea una genialidad interpretativa, pero al menos lo que hace le va al personaje-; aunque todo esto, afortunadamente, es excepcional en este teatro); todos hacen lo mismo: o no saben que hacer con las manos, o las ponen en bandeja estirándolas a más no poder cuando su canto se pone especialmente dramático.
Parecía que se salvarían de la quema María José Montiel o Sabina Puértolas, pero tampoco. La primera consigue salir muy adelante con su papel de Carmen, a pesar de su edad, en contraposición con la juventud de la segunda, que interpreta a Micaela; lo cierto es que Montiel es muy atractiva (que no guapa, son cosas muy distintas) tiene carisma, resulta seductora y sensual, excita, te la crees como Carmen… hasta que vienen los momentos dramáticos del personaje, y todo se cae cual baraja de naipes.
Por fortuna, cantan bien (sólo faltaría, algo bueno tenían que hacer), pero no te encuentras ninguna joya excepcional, sólo algo pasable.
En definitiva, la única virtud de esta mediocre producción es la música de Bizet, que encima, ni siquiera está completa, y que parecen tratar de hundir por todos los medios. Así pues, dado que ese único mérito no es precisamente de este montaje; pues bueno, no creo que haya mucho más que decir.
Y mejor no hablar de la vergonzosa actuación de esta institución como entidad pública, al darnos ese espantoso programa de mano, que los he visto mejores en teatros privados; o no ofrecer ningún otro tipo de prestación adiccional (como las exposiciones que hacían en el ambigú o aquellas maravillosas conferencias con piano…). Realmente esto y todo lo anteriormente comentado, son el tipo de cosas que cuestionan la utilidad de un teatro público, y en estos tiempos, eso es muy pero que muy peligroso
Para finalizar, decir que el Museo Thyssen se ha volcado bastante más con el tema de lo que lo hizo anteriormente la RABASF (Real academia de bellas artes de san Fernando, el anterior colaborador) en lo de la cooperación cultural con el Teatro de la Zarzuela; pequeña exposición y ciclo de cine sobre Carmen, nada menos.