El primer perdedor
Como si hubiera dejado algunas cuentas pendientes tras su Evangelio según Jesucristo, José Saramago entra ahora en el Antiguo Testamento con la justiciera fuerza del Dios de los hebreos, pero siempre con su ánimo fabulador y zumbón, con esa palabra precisa y ese verbo variadísimo que enviar a los ojos y los oídos de sus lectores, sabedor de que ésos son los dos sentidos primordiales a la hora de reconocer la buena literatura.
Caín, el primero de los perdedores, el primero de los antihéroes, despierta rápidamente las simpatías del narrador, lejos de la tibieza de sus progenitores y de la ñoñería del hermano perfecto. De esa simpatía se alimentará toda la novela, y Saramago la comparte con el lector al tiempo que le muestra a un Creador caprichoso y cruel, constantemente cuestionado por el propio Caín, en unos debates en los que el fratricida siempre sale triunfante, porque utiliza una dialéctica y una lógica siempre aplastantes.
Quienes busquen rigor histórico, textual o sacro, en estas páginas, deben buscarse otros títulos, Saramago sitúa a su Caín en diferentes momentos de la Historia Sagrada, y ahí radica otro de los méritos de la novela, en la facilidad con la que se justifica esa ubicuidad, asumida sin rechistar por todos los personajes que escoltan a Caín. El protagonista, por lo tanto, asiste al intento de sacrificio de Isaac, y detiene el brazo de Abraham ante la demora de los ángeles, también yace tórridamente con Lilith, participa en la caída de Jericó, contempla la destrucción de Sodoma y la ira de Moisés ante el sacrilegio del becerro de oro.
Y siempre acumula, con cada episodio de esta especie de “road movie” a lo divino, numerosas razones para cuestionar a un Dios al que no respeta ni siquiera cuando le mete de polizón en el arca de Noé. Da gloria leer a un Saramago provecto cuya mano literaria sigue rezumando casi el elixir de la eterna juventud.
‘Caín’. José Saramago.
Alfaguara. 189 páginas.