Critón puede leerse como una especie de continuación de la Apología de Sócrates. Una vez terminado el juicio, Sócrates ha sido condenado a muerte. Las costumbres dictan que la sentencia no puede ejecutarse hasta que no llegara al puerto de Atenas la nave que había salido en procesión conmemorativa a Delos. Mientras tanto, Sócrates se encuentra bajo custodia, recibiendo a sus amigos y esperando la muerte con una serenidad que perturba a cuantos van a visitarle.
Critón es un hombre rico, amigo de Sócrates y no soporta verle en esta situación. Junto con otros seguidores del filósofo, intentan sacarle de prisión, exponiéndole sus intenciones. Debían existir posibilidades de corromper a guardianes y funcionarios en la antigua Atenas, pues la fuga parece cuestión de dinero. Hay paralelismos aquí con la historia de Jesucristo, como líder de un grupo cuyas enseñanzas distorsionan en cierta manera la estabilidad del Estado. Ambos líderes comprenden bien su situación y la aceptan, aunque por motivos ligeramente distintos: Jesucristo, para poder cumplir su función de redentor (tal y como cuentan los Evangelios) y Sócrates para ser un ejemplo hasta el final de virtuoso cumplidor de las leyes de la ciudad. Conmueven las palabras de Critón, que en una situación como ésta olvida todo precepto filosófico y moral y simplemente quiere salvar a su amigo:
"Y en verdad, ¿hay reputación más vergonzosa que la de parecer que se tiene en más el dinero que a los amigos? Porque la mayoría no llegará a convencerse de que tú mismo no quisiste salir de aquí, aunque nosotros nos esforzábamos en ello."
A partir de aquí, haciendo uso de grandes dosis de serenidad y de elocuencia, Sócrates se dedica a convencer a Critón de que su única opción es acatar la sentencia. Si hasta aquel momento él ha sido un ciudadano ejemplar, no por haber sido víctima de una injusticia debe dejar de acatar las leyes, puesto que el procedimiento mediante al que se ha llegado a su condena ha sido ajustado a derecho. Sócrates no se ve a sí mismo como un fugitivo para alcanzar un bien tan irrelevante como el mantenimiento de la propia vida. Más bien parece encarar la muerte con una irresistible curiosidad, ya manifestada en su propio discurso durante el juicio. Tomar cualquier otra decisión sería romper su contrato social con la ciudad en la que siempre ha vivido y de la que solo ha salido para hacer la guerra en su defensa. Su actitud ante tales circunstacias hace de Sócrates el primer gran héroe de la filosofía, tomada no como unos conceptos abstractos, sino como una ética de vida.