Revista Cultura y Ocio
Durante estas semanas he optado por parar el blog, pese a que tuve algún momento errático en el que incluí alguna entrada porque me resulta imposible estar sin leer. Sin embargo, entendía que de poco sirve recomendar un libro cuando todas las librerías estaban cerradas. Ya sé que uno podía pedir un libro, pero a mi no me terminaba de convencer eso de hacer salir a una persona mientras yo me quedaba en mi casa por precaución. Con el tiempo he visto que ese miedo a poner en riesgo a nadie se ha ido perdiendo y que repartidores y palomas eran los habitantes más comunes de las ciudades. Así que me atrincheré en mi casa tras hacer una compra como para alimentar a todo marte, recogí mis libros pendientes y los que quise comprar el día A, y me dispuse a pasar dos semanas que se han convertido en cuarenta y tantos días.
En este tiempo en el que las noticias culturales pasaban muchos días por una sección similar a las necrológicas he podido ver que mucha gente se rasgaba la camisa pidiendo que el libro, ese alimento para el alma tan importante, fuera considerado tan necesario como el pan. Queda muy bonito marcarnos como un país intelectual lleno de lectores. Es más, hubo unos días en los que no había videoconferencia sin librería al fondo. Yo me imaginaba esa casa en la que vivían dos o tres personas, con móvil todos ellos, esperando turno para colocarse ante la librería igual que hace unos años se esperaba ante el único teléfono fijo del domicilio. Pero sigamos con los libros... La gente parecía necesitar leer en las redes, en twitter lo reclamaban (curiosamente, tres mensajes después, o tal vez antes lo mismo da, algunas de estas personas se lamentaban de no poder concentrarse para leer mientras recomendaban tal o cual serie de alguna plataforma) hasta que los libreros empezaron a explicar que no tenían muchas ganas de exponerse a un contagio y que tampoco tenía mucha lógica abrir cuando la población estaba confinada. Los libros, en fin, esos polémicos objetos. La trama avanza, como tiene que ser, y los lectores reclaman ambas cosas. Ahora queremos que el libro sea el pan del alma pero también queremos cuidar a nuestros libreros y vamos todos a apoyar a las librerías cuando salgamos (que algún librero me diga el apoyo de junio, cuando pase el mes) y así fue como pasamos de querer llenar las redes de cultura para ponerlas bonitas a organizar un apagón cultural para que se fastidien. Véase aquí que efectivamente leer aporta madurez y sensatez. Las editoriales, que también existen, comenzaron con iniciativas culturales que iban de abaratar libros o incluso ponerlos gratis en su versión digital, cosa que algunos vieron como regalar (genios ellos ya que era gratis) o bajar el valor de algo tan importante, hasta donar una parte del precio a la librería en la que lo hubieras comprado. Iniciativas a montones y cada una con sus quejas, porque si la grande puede y yo no, que si ponen esto de este modo porque se aprovechan de, que si el niño no me come y que si la abuela fuma. El culebrón nos tenía en un sin vivir. Los críticos no criticaban y las páginas culturales se llenaban de planes para el confinamiento que, a su vez, contenían museos y obras de teatro clásico y películas de cine europeo porque todas estas cosas son, como bien sabemos, el top del entretenimiento. ¿Y qué pasa con los escritores, dónde están? Pues en casa, claro. Ya lo vimos a medida que empezaron los directos (yo he llegado a pensar que los directos de instagram eran como la réplica de un terremoto pero aplicado a la pandemia) en los que nos hablaban de sus libro, nos recomendaban otros y nos daban su opinión sobre la pandemia. Ahí hubo una segunda división: ahora escribo porque cuando lo hago es como estar confinado y Dios mío, quién puede escribir así. También dieron su opinión sobre el tema porque escribir parece que faculta para dar opiniones con más sentido, como también lo hace, por ejemplo, ser un famoso futbolista. Lo que nadie les preguntaba era qué iba a pasar con sus novelas paradas, sus ingresos detenidos y su situación sin fecha a la vista. Y si se preguntaba era de esa forma en la que incluyo que tengo ganas de leerte, no con interés por el bienestar. Una pena, podría uno pensar, pero uno resulta que es lector.
Y, entre todas estas cosas, el lector también ha sido olvidado y su disponibilidad económica ya no contemos. ¡Ayudemos a este, al otro y al de la moto! ¡Venga, compremos libros que son el pan del alma! Y oye, que sí que vale, pero que habrá que comprar pan. Del de siempre, digo.
Y ahora, ¿qué nos queda ahora? Pues ahora parece que todo el engranaje literario se ha puesto en marcha, ya hay fechas y catálogos nuevos. Ahora toca que los que querían librerías abiertas cumplan y que quienes hablaban de buenos libros los publiquen. Porque la mejor manera de atraer a un lector, es con un buen título, y es más fácil matar a un alma lectora por intoxicación que por inanición. Y respecto a esto.... ya hablaremos.
Gracias.
PD: Aunque nadie me pague, esta no crónica seguirá no vayan a pensar nuestros queridos recomendadores, por ejemplo, que su silencio ha provocado que nos olvidemos de ellos.