Cuando me preguntan qué me pareció Lima; respondo que no estuve en Lima sino en Miraflores, una zona de la ciudad a la orilla del mar donde las áreas verdes están impecables, las calles limpias y atestadas de un tráfico furioso de Toyotas y Kías; los perros y gatos cuidados por la municipalidad. Edificios altos, tiendas enormes, restoranes: eso es Miraflores, el distrito de Lima donde a cualquiera le gustaría vivir, aún a pesar de los muros y las cercas eléctricas.
Participé invitada por el Instituto para la Libertad en un seminario sobre periodismo digital y tecnologías de la comunicación, conferencias de lujo con personas muy calificadas en su campo. Fui a aprender y aprendí muchísimo; también tuve la oportunidad de conocer gente maravillosa; me sentí rara con tanta amabilidad en los mercados, restoranes, tiendas, en la calle preguntando una dirección.
Se atisba otra Lima en Gamarra; un perímetro comercial impresionante que solo debe tener equivalencia –si la tiene– en alguna megalópolis asiática. En Gamarra se escucha crecer el dinero; ese rectángulo peatonal factura más que la economía de muchos países. Tanto trasiego produce vértigo. Desde allí veo no muy lejos un cerro incrustado de casitas y pregunto. Es una zona pobre donde no se atreve la policía, donde la receta de la prosperidad liberal no se cumple. Hay que salir de Gamarra antes que se haga de noche.
Hubiera querido rastrear el bar de Zavalita y Ambrosio de Conversación en la Catedral; pasar por la Universidad de San Marcos y ver si queda un busto, una placa al menos del paso de Vallejo por allí. Tuve que conformarme con el puente y la alameda de Chabuca Granda en Barranco, una zona antigua muy hermosa, y con un delicioso paseo en un bus turístico de dos pisos hasta el centro de la ciudad.
Los cubanos siempre terminamos hablando de comida, pero ir a Perú y no hablar de su comida es pecado de lesa omisión. Inolvidable el seviche –que se escribe lo mismo con c y con b— en el mercado de abastos, las humildes papas a la huancaína, El maíz de dientes enormes y dulces.
Dejo aquí constancia de que no lo soñé, que en una apretada semana hice nuevos amigos que estarán conmigo para siempre. Y la ciudad, que pretendí reconocer aun cuando el Miraflores de las novelas de Vargas Llosa no se parece a este residencial opulento y moderno.
Para Carlos Ríos y Juan Carlos Linares, mis divertidos y gentiles compañeros de viaje, y para mi gente de Piura.