Raúl Blanchet
especial para G80
Crónica de combate para Humberto Vargas Calderón, ”Beto”
A Beto lo conocí en su departamento de la Población El Pinar al comenzar 1984. Ese departamento que funcionaba como casa de seguridad para los más variados efectos, cuando daba sus primeros pasos el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Solo tres semanas antes habíamos realizado el primer apagón nacional, partida de bautismo de la organización. No recuerdo todos los detalles, pero muchos son imborrables. Como por ejemplo la primera impresión –que siempre es tan importante en esos trajines-, provocada por el rostro duro de aquel muchacho, pero que se tornaba afable con puro sonreír, o al mirar de frente y revelar un corazón bien dispuesto a la lealtad, al afecto intenso y a desafiar cualquier peligro sin pensarlo dos veces. A partir de entonces una cascada de acontecimientos se dejó caer de manera ininterrumpida, los cuales nos forzaron a encontrarnos en muchas ocasiones, porque eran tiempos en que todos teníamos que hacer casi de todo. Así lo ví distribuyendo medios de diversa índole o en los preparativos de una recuperación. Era el combatiente irreemplazable en la ejecución de las labores logísticas, pero siempre dispuesto –como lo hizo-, a sumarse directamente a una operación armada.
Nos reencontramos en la Cárcel Pública de Santiago en julio de 1984, cuando fue apresado. Al salir de su período de incomunicación conversamos largamente, pasando revista a muchas cosas. Me contó, entre otros asuntos, que la CNI me amenazaba de muerte por haberle mentido y también de que asesinarían a mi hija mayor. La prisión lo golpeó duro, pero luchó intensamente para resistir el minado constante del encierro y mostró que su espíritu rebelde era más fuerte que los muros y las rejas. Por eso se lucía jugando beibifútbol cada vez que teníamos acceso a la cancha y también podía pasar horas serenamente haciendo artesanía mientras oía la música que le fascinaba, con su infaltable cigarrillo y tomando mate; o leyendo sobre los más diversos temas. Todo sin descuidar sus compromisos con la Organización de Presos Políticos, que nos reunía a todos. Su celda se convertía en lugar de encuentro de muchos, que pasaban a charlar y compartir un mate. Como la casi totalidad de los prisioneros políticos, enfrentó también conflictos y desencuentros, pero nunca dejó de ser el compañero querido por la inmensa mayoría. Integró la dirección del Partido Comunista en la Cárcel en momentos difíciles y si bien no siempre permaneció incorporado orgánicamente a las estructuras del Frente o del Partido en prisión, jamás dejó de ser el revolucionario totalmente comprometido. Así lo demostró cuando se requirió de su colaboración durante la construcción del túnel que nos sacaría del penal. Teníamos severos problemas con la ventilación de la excavación que alcanzaba ya varios metros de extensión y por la misma razón, no llegaba aire suficiente a lo más avanzado de ella. Pese que contábamos con un fuelle operado por alguno de los compañeros del turno, la inyección de aire no bastaba y padecíamos de unas cefaleas enormes todos los que bajábamos a excavar. Se había agregado un tubo confeccionado con envases plásticos de bebidas grandes, el que se complementó con una manga de polietileno que llegaba hasta lo más avanzado del túnel, cuyo extremo superior permanecía en la boca de la excavación para captar aire. Pero tampoco era suficiente. Entonces el Chino ideó un sistema capaz de bombear aire de manera eficaz hacia el interior. Una hélice que en su movimiento giratorio al interior de un cubo hermético, tomara aire por una bocatoma perforada en uno de sus extremos y por el otro, lo impulsara a través de una salida a la que se conectaría el tubo de botellas y polietileno. La idea era impecable, pero requería de un motor que la hiciera funcionar. Además debía ser un motor que hiciera muy poco ruido. Alguien informó que Beto disponía de un excelente motor –especialmente silencioso- con el que se ayudaba en la fabricación de artesanía para apoyar económicamente a su familia. Había dos posibilidades: sustraer el motor con total desconocimiento de su dueño, lo que acarrearía un grave problema de seguridad, además de perjudicar a un compañero; o hablar con él y reclutarlo para la operación de fuga. Se optó por la segunda y quienes hablaron con él encontraron la máxima disposición del combatiente. Obtuvimos el preciado motor y el Chino armó su invento, que fue un verdadero portento. Puesta en funcionamiento esta “bomba de aire”, se acabaron los dolores de cabeza y podíamos permanecer por más tiempo sin dificultades trabajando en el túnel. La contribución de este paso se tradujo en una aceleración de las faenas y por tanto, en abreviar el tiempo de excavación.
Para Beto tuvo un costo económico inmediato, pero se las arregló sabiendo además, que había una cuenta regresiva para su permanencia en la Cárcel y que no llegaría a cumplir ninguna de las penas que le pedían fiscales militares y ministros en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago por las más variadas causas: desde porte y tenencia ilegal de armas y explosivos, hasta secuestro. Pero además, ¡oh sorpresa!, no sé si por vocación logística o por quizás que proyectos que tendría elaborados, en los preparativos finales de nuestra evasión, sin hacer ningún tipo de alarde, con la actitud calma y reservada que le conocíamos en las tareas del Frente, Beto aportó unos cuantos gramos de explosivo industrial y algunos otros medios que nos permitió a un grupo de los futuros fugitivos, confeccionar algunas granadas de mano, para el caso de que las cosas se pusieran feas durante la fuga.
Pasaron cerca de 13 años antes de reencontrarme con el Beto desde la noche de la evasión. En 2003 llegó hasta mi casa con Daniel, otro excavador e inventor infatigable de ese proyecto de locura que fue aquella fuga, para construir la reja que actualmente protege mi hogar (vaya paradoja: ex presos políticos evadidos, construyendo rejas).
Transcurrieron nuevamente los años, siete u ocho, y nunca más volvimos a vernos con el Beto. Hasta que el pasado 27 de diciembre me avisaron de la inesperada partida de Humberto Vargas Calderón. Tributo que, no tengo dudas, le cobró la lucha, pero sobre todo, el hecho de que su espíritu estaba hecho para la construcción de otra sociedad, una que el Beto se merecía como millones de compatriotas, pero a la vez más que muchos y por lo tanto cosechó la deuda que tiene nuestro país y su sociedad, para con los miles que se batieron contra la dictadura y por una salida superior a la rastrera negociación que lo ató y lo asfixia hasta ahora con la institucionalidad del genocida.
Desconozco los detalles de la despedida que le habrán brindado quienes acudieron a su sepelio en Chillán. Pero mi homenaje, con el corazón abrazado de amargura, se queda en aquella noche feliz del 29 de enero de 1990, cuando apenas se asomaba la luna sobre el sitio eriazo que era entonces, el terreno donde antes se encontraban los rieles del patio de maniobras de la vieja Estación Mapocho. Habíamos salido del túnel hacía solamente algunos minutos y los compañeros que nos fueron a recibir a la salida, nos condujeron hasta las ruinas de lo que pudo ser en otro tiempo una pequeña casa de trabajadores o cuidadores u oficinas. Todo el grupo evadido se reunió allí a la espera del siguiente salto. En silencio observábamos a nuestro alrededor. El Beto permanecía en cuclillas, al igual que varios. Me acerqué a él y emocionado le palmoteé el hombro. No recuerdo si me estrechó la mano o me devolvió las palmadas. Intercambiamos miradas de alegría y complicidad. Me agaché junto a él observando el entorno que no alcanzaba a revelar la luna creciente. Se oyó la voz de avanzar y emprendimos una marcha silenciosa en dirección al puente de la carretera Nortesur sobre el Río Mapocho. El Beto corrió con el grupo el tramo final, para subir a la liebre que llegó rauda y que nos alejó del sector.
Raúl Blanchet Muñoz
San Bernardo, 30 de diciembre de 2010