Revista Opinión
Vayan por delante algunas cosas:A) No quiero que nadie me compadezca, la compasión es un sentimiento que mancha indeleblemente al que la tributa y al que la recibe, prefiero la alegría de mis enemigos porque contra ella puedo luchar, una vez más, maldiciéndolos con todas mis fuerzas y constatando lo que son, lo que siempre serán, unos malnacidos repugnantes que no merecen siquiera respirar el aire que inhalan porque son unas ínfimas alimañas que sólo viven para alegrarse de las desgracias ajenas; triste vida, pues, la de esta gentuza, la de estos canallas que se dicen de izquierdas cuando constituyen la peor de las ultraderechas del mundo porque, como ese PP que, de repente, se anuncia como el partido de los trabajadores, ellos llevan siglos escribiendo como si fueran rojos furibundos siendo como son ultraderecha pura y dura puesto que mienten cotidianamente y son los tipos más injustos que yo haya visto nunca y, como tengo tantas veces dicho, la búsqueda de la verdad y la realización de la justicia son las señas de identidad de la izquierda;B) a lo peor, lo que voy a contar no sólo alegra a mis enemigos sino que les proporciona nueva munición para atacarme, lo prefiero, es más, estoy dudando de si no es precisamente lo que, en el fondo, pretendo porque yo estoy hecho para la lucha, para el combate, que es lo que, desde que me reconozco como persona, vengo haciendo, luchar a muerte contra los que considero mis enemigos, entre los cuales ocupan un lugar de preferencia ellos, los que me distinguieron para siempre llamándome, o consintiéndolo, desde “vieja prostituta loca” a “travesti octogenario”, pasando por hijo de puta, siendo como soy el más heterosexual que conozco y el mejor de los hijos de la mejor de las madres, ojalá se ahoguen tragándose su propia lengua, malditos, malditos sean para siempre, repugnante canallas;Y, ahora, por favor, vayamos al tema: crónica de dos muertes definitivamente anunciadas: ayer, mi doctora de familia de la SS trató de aclarar el horizonte de mi vida diciéndome que, si decidía no operarme, ella, mientras la dejaran, se encargaría de recetarme todos los días los analgésicos necesarios para combatir uno de los dolores más terribles que he sufrido en mi vida, y estoy operado 6 veces en 3 años de la laringe.
Porque la opción de operarme la he desechado definitivamente ya que, seguramente, me produciría una incontinencia fecal, lo que me convertiría en una especie de retrete ambulante, cuya convivencia seria absolutamente insoportable. Ella, la doctora trató de animarme diciéndome que los 4 días mal contados que me quedan de vida, de ahí el título de este trabajo, los podría sobrellevar recetándome ella todos los analgésicos que fueran necesarios.De modo que ya somos dos los que hemos empezado a morir en esta casa, dado que mi mujer, enferma de alzheimer, avanza hacia el final a marchas forzadas.Y, ahora, como no, hablemos un poco de economía, porque, como decía el puñetero Marx todo no es sino una simple cuestión económica.Mi pensión de la SS son 1.486 euros mensuales, después de 50 años de durísimo trabajo. Antes de proseguir, debemos de proclamar, para que los que no lo saben lo aprendan, que esos euros se los debo a ese sr. antes citado, Marx, el denostado Marx, poco menos que el Diablo para toda esa gentuza de la ultraderecha, precisamente por eso, porque sus ideas y la lucha posterior que inició para imponerlas fueron la razón, la única razón, para que ahora, todos los trabajadores del mundo, que no estamos unidos, tal como él nos pedía, tengamos reconocido que toda la riqueza de las naciones se debe a la plus valía acumulada de nuestro trabajo, que se almacena lejos de nuestras manos y que las clases explotadoras invierten y reinvierten constituyendo esas ingentes masas de capital que dominan el mundo despiadadamente pero que no han tenido más remedio que admitir, como inexcusable parte de su contraprestación esa SS que palía poco pero que lo hace, el tremendo estado de necesidad que aflige a los trabajadores, sobre todo, cuando dejan de serlo.Pero como se está perdiendo la gran batalla, quizá la definitiva, por la increíble desunión precisamente producida en las filas de los trabajadores, con una ingente multitud de éstos que parece realmente incapaz de comprender que la rapacidad y avaricia de unos empresarios desbocados no tiene límites y no se va a detener, tal como lo estamos comprobando, con el actual estado de cosas, sino que va a continuar luchando, con todas las ventajas de su parte, para que la batalla encarnizada que realiza concluya como según ellos debe de acabar: con la victoria total sobre todos nosotros, o sea, con una división del mundo en dos mitades irreconciliables, en una, estarán ellos, más fuertes que nunca, invencibles, ya, realmente, y en otra, todos los asalariados reducidos por su avaricia y falta de solidaridad a una masa infinita de esclavos inermes por su falta de visión histórica, que no podrá hace otra cosa que aceptar las condiciones de trabajo y remuneración que aquéllos establezcan, porque los trabajadores habrán perdido para siempre cualquier posibilidad de lucha, en contra de los que piensan, erróneamente en nuestra opinión, que es preciso que las masas asalariadas acaben de hundirse en la pobreza y en la desesperación para que se produzca una rebelión incontenible que, como un tsunami, arrase toda la estructura económica actual, obligando al mundo y a la gente que lo habita a empezar de nuevo y de otra manera.Esto no es ya que sea el sueño de una noche de verano ni tan siquiera la horrible pesadilla de una noche de invierno sino la tragedia real que intentaron pergeñar esos tipos que, como Orwell y Husley, pretendieron avisarnos de cómo puede llegar a ser nuestro poco halagüeño futuro.Y todo porque no habremos sabido comprender que la solución definitiva a todos nuestros problemas ya la apuntaba aquel genio barbudo que logró sobrevivir gracias a la ayuda de un buen amigo y que nos dijo que había que lograr entes políticos que se organizaran bajo la máxima de obtener de cada uno de nosotros según nuestra capacidad para así poderle dar, a cada uno también, según su necesidad.Si el mundo y la sociedad estuvieran ya constituidos sobre estos dos grandes principios del marxismo, mi mujer y yo no contemplaríamos horrorizados como se acerca ese momento de nuestras vidas que yo, imitando al gran Gabo, he titulado hoy como “Crónica de dos muertes definitivamente anunciadas”.