Partimos de Venta de Baños el viernes a primera hora de la tarde. El grupo era más reducido que otros años, aun así, la expedición contaba con 11 miembros, entre corredores y acompañantes: Sigu, Rubén, Fer, Toñín, Juanma, Romo, Juan Carlos, Piku, Charo, Silvia, la pequeña Alba y un servidor. A la llegada a Irún, se unirían nuestros anfitriones, Alberto y Mónica.
Como en pasadas ediciones, alquilamos una casa rural, esta vez, con menos lujos que sus predecesoras, pero con la ventaja de estar muy cerca de la salida. A pesar de su enclave en pleno monte y de tener una carretera de acceso un poco complicada, llegamos sin ningún tipo de problemas, ya que Alberto, que está en todo, había echo las labores de reconocimiento, días antes.
Tras una breve toma de contacto con la casa y el correspondiente reparto de habitaciones, salimos disparados hacia uno de los eventos más esperados del fin de semana: cena en una típica sidrería vasca. Como novedad este año, cambiamos este homenaje gastronómico al viernes (siempre se había echo la noche del sábado), para que así, los corredores pudiéramos explayarnos un poquito más a la hora de degustar la deliciosa sidra o sagardoa, como allí la denominan. Estuvimos en Astigarraga, donde está situada una de las sidrerías más famosas de San Sebastián: Petritegui. En este enlace podréis curiosear su página web, donde explica su historia, sus tradiciones, menús, como llegar, etc. Nos lo pasamos genial catando los diferentes caldos escanciados directamente de las cubas. No sólo bebimos, también comimos su típico menú de sidrería, que consiste en: bacalao cocinado de diversas formas, un chuletón a la brasa y de postre, queso con membrillo y nueces . Si tenéis oportunidad, os recomiendo que la visitéis y si es en grupo, mucho mejor.
Alba se lo pasó en grande en Petritegui (y el papá ni os lo cuento)
Al día siguiente, recogida de dorsales en el velódromo de Anoeta, donde estaba situada la feria del corredor. Al ser una prueba tan multitudinaria, esta gestión, nos hizo perder prácticamente toda la mañana, por lo que sin apenas descanso, acudimos a la segunda cita culinaria del fin de semana: como viene siendo tradición, fuimos al restaurante Iriberri en Oiartzun, donde en ediciones anteriores, los más "tragaldabas" del grupo, daban buena cuenta de una gran alubiada. Este año se quedaron con las ganas, ya que por un cambio en la carta, habían desaparecido del menú. Pese a ello comimos de lujo por apenas 15€.
Para rematar el día y como si de un capítulo de "Crónicas carnívoras" se tratara, para cenar, preparamos una barbacoa en la casa rural, a base de las excelentes carnes de la zona, (lo que viene siendo una sobredosis de calorías en toda regla) que para mi estómago, acostumbrado a la dieta baja en grasas, que hago durante la preparación del maratón, resultó una bomba. La noche la pasé prácticamente en blanco, por los reflujos y por la tormenta de agua y aire, que por momentos parecía que iba a derribar la casa. Pese a ello, me levanté con ganas de correr y exento de presión, porque dada la cercanía del maratón de San Sebastián, desde hacía tiempo, había decidido no salir a disputarla; de echo, le había prometido a mi gran amigo Alberto, que le acompañaría de principio a fin en su bautismo en la distancia, lo que me permitiría disfrutar al máximo de la carrera y de la compañía.
La logística de la salida fue mucho menos complicada que otros años, porque como ya dije anteriormente, la cercanía de Behobia, nos permitió un margen de maniobra mucho mayor. Aunque todos los pronósticos anunciaban agua y el cielo amaneció encapotado, la lluvia nos respetaría durante buena parte de la mañana; el que no tuvo respeto alguno fue el aire, que proviniente del oeste, alcanzaba rachas de 70 km/h, lo que en ciertas fases de la carrera, dificultaría enormemente nuestro avance. El kilómetro que tuvimos que hacer andando hasta los aledaños de la salida, nos empieza a dar una pequeña noción de la magnitud de la prueba: una interminable marea humana dirigiéndose en tropel hacia el comienzo de un sueño, de una promesa, de una manera de entender la vida; 20 kilómetros por delante, mágicos y maravillosos en algunos momentos y de dolor y sufrimiento en otros, pero con un denominador común: la emoción de estar participando en un evento único.
Dejamos las mochilas en los camiones/consigna. Como todavía quedaban algo más de dos horas para que nuestro cajón saliera y la sensación térmica era bastante fría por el fuerte viento, decidimos tomar un café y buscar un remanso, para hacer la espera más llevadera.
Foto de rigor en la salida.
Sigu y Juanma fueron los primeros en disfrutar del espectáculo de la salida. Tenían el dorsal verde, por el gran tiempo logrado el año anterior, lo que les daba derecho a salir en el cajón inmediatamente posterior al de los atletas de élite. También era el mío, pero como ya expliqué antes, hoy iba a disfrutar la carrera acompañando a mi amigo Alberto.
Poco a poco, los demás miembros del equipo fueron saliendo escalonadamente: Romo, Fer y Monge primero y poco después Toño y su hermano Miguel.
Romo, Monge y Fer en el km 5.
Ya sólo quedábamos Juan Carlos, Alberto y yo, que pese a la larga espera y el frío, nos lo pasamos genial viendo salir a los miles de participantes a través de las pantallas gigantes. Nos acomodamos al abrigo de un numeroso grupo de corredores que estaban en nuestra misma tesitura y junto a ellos disfrutamos del buen rollo reinante en el ambiente y del fantástico espectáculo brindado por los dj's, que no dejaron de animar y de poner "temazos" en ningún momento. La hora de nuestra salida se iba acercando y comenzamos a calentar. Para no dejar solo a Juancar, Alberto y yo, decidimos integrarnos en su cajón, que tenía prevista la salida unos minutos después que el nuestro. Fue así como la dupla se convirtió en terna inseparable, desde Behobia, hasta San Sebastián.
El pulso se acelera, el bello de todo el cuerpo se eriza y la emoción se desborda, cuando llega nuestro turno en la salida; bailamos como locos hasta que la cuenta atrás llega a cero y la multitud comienza a moverse lentamente. En los primeros compases es difícil correr, la aglomeración es terrible y si arriesgas, lo más fácil es que te veas envuelto en una caída, no nos queda más remedio que armamos de paciencia y esperar a que el tráfico sea más fluido, para imponer nuestro ritmo. Alberto quería acabar alrededor de 1h40', así que deberíamos ir a 5 minutos el kilómetro.
Debido a la irregular orografía de la zona, es difícil mantener una velocidad constante. Intento marcar los parciales al ritmo pactado, pero enseguida veo que Alberto se descuelga unos metros cada vez que la carretera se empina. Juan Carlos va muy cómodo, ya que es más veterano y no es la primera media que corre, por ello le insto a que afloje un poco, lo que supone un respiro para el debutante.
En el km 5 saludando a Mónica.
En el cinco, subida en un alto, nos esperaba Mónica, la futura esposa de Alberto, que nos alentó con gran emoción. La saludamos efusivamente y continuamos la marcha. Sin apenas respiro, en el siete, comienza la ascensión al alto de Gaintxurizketa. Aunque la pendiente no es excesiva, se hace bastante duro por su longitud: 1,7 kms. Llevamos un ritmo vivo, pero muy por encima del objetivo. Intentamos animar a Alberto, que da muestras de fatiga cuando las rampas se hacen más duras, diciéndole que ya recuperaremos en las bajadas y que se fije en que no nos adelanta nadie, mientras nosotros no hacemos otra cosa que pasar a decenas de corredores. Los flancos del puerto están abarrotados de gente animando sin parar, echo que es de agradecer, ya que el día es totalmente desapacible. Llevados en volandas por los vítores de los aficionados, logramos coronar Gaintxurizketa; tomamos aire e intentamos recuperar fuerzas durante la bajada, pero ésta, dura poco.
Comienza un largo tramo de toboganes, con constantes subidas y bajadas, que unido al fuerte viento de cara, hace que no haya fluidez en el ritmo.
En el 14 llegamos al puerto de Pasajes, es la parte más desagradable de la carrera, por la poca afluencia de publico y por un paisaje reducido a una interminable recta llena de naves y grúas, que parece no tener fin. Alberto y Juan Carlos comienzan a tener molestias, el primero en las rodillas y el segundo en el hombro; yo intento animarles diciendo alguna bobada y recordándoles la cercanía de la meta, pero pronto llegará lo más duro del recorrido, el alto de Miracruz, situado a 4 kilómetros de la meta: son 900 metros de subida, con un desnivel considerable, que unido al acumulado en los 16 anteriores, multiplica exponencialmente su dureza. Juan Carlos va a mi par, muy cómodo y juntos no paramos de animar a Alberto, que está pasando por sus peores momentos. De manera agónica llegamos al cenit de Miracruz y les digo que ha llegado la hora de disfrutar, que lo peor a pasado y que el camino hacia la meta es totalmente favorable.
Alberto, sorprendentemente, nos anuncia que ha reservado fuerzas y que puede subir el ritmo. Dicho y echo, nos lanzamos a tumba abierta hacia el Bulevar, donde comenzamos a pasar corredores como si estuvieran parados, las sensaciones eran buenísimas, ya que no es lo mismo acabar con fuerza, que acabar vacío y agonizando. Al fondo se vislumbra el mar, que con un espectacular oleaje, parece querer unirse a la fiesta; giramos a la izquierda y ante nosotros surge la recta de meta, abarrotada de público animando incesantemente, desafiando a todo tipo de inclemencias, la afición guipuzcoana es de chapó.
Los últimos metros son apoteósicos: chocamos manos, gritamos, reímos y sobre todo, disfrutamos de nuestro momento de gloria. Al pasar por delante de nuestros acompañantes y de los que ya habían acabado, levantamos las manos para saludarles y mostrar nuestro agradecimiento, por las tres horas de espera al pie del cañón. Para mí, uno de los mejores momentos de cada carrera: gracias de corazón.
Saludando a la llegada. Unos metros antes de la llegada, espontáneamente y sin haberlo ensayado, nos dimos las manos, las levantamos unidas hacia el cielo y cruzamos la meta, donde tras tomar aire, nos fundimos en un emocionante abrazo: 1h 43m.
Personalmente ha sido una de las carreras de las que más he disfrutado en mi vida: corriendo sin objetivos, en compañía de dos de mis mejores amigos, con un recorrido precioso, abarrotado de público y de corredores, en un ambiente que en todo momento, derrochó buen rollo y deportividad por los cuatro costados. Es una de las pruebas, que todo atleta popular, debería correr una vez en la vida.
En cuanto al resto de los Trotabirras, el primero en cruzar la meta, fue el siempre combativo Alberto Siguenza, con un espectacular crono de 1h 23m. Posteriormente, entró Juanma en 1h 30m, el techo del equipo siempre cumple. En 1h 36/37m entraron Romo, Fer, Monge, Toño y Miguel, que mejoraron con creces sus anteriores registros en esta prueba. En definitiva, gran actuación de los Trotabirras una vez más.
Próxima cita: maratón de San Sebastián 24/11/13. Un saludo a todos los viciosos del running.
Este post va dedicado con mucho cariño, a mi gran amigo Alberto Sigüenza, que ahora mismo está disputando una carrera mucho más importante. Ánimo campeón.