Revista Cultura y Ocio

Crónica de León de Cartagena (1)

Publicado el 12 junio 2019 por Rubencastillo
Crónica de León de Cartagena (1)
En 1990 Santiago Delgado publicó este “compendio épico-mitológico”, como él mismo lo llama en la contraportada, que dedica a Aurora Gil-Bohórquez, su mujer. El número 1 que acompaña al título nos remite de una forma inequívoca a la existencia de un posible segundo tomo, que jamás ha salido a la luz.Esta primera entrega pública se inicia con la presentación del protagonista, León de Cartagena, Abad de las Jaras, que vive recogido en la paz de su celda “al pie del monte Miral, en la cora de Teudemiro”. El personaje declara ser hijo de Justo de Bizancio, quien desde la lejana Constantinopla se vino para España. El novelista decide que su personaje supere el siglo de existencia, con lo que logra dos efectos de gran vigor: por un lado, la extrema longevidad le ha permitido atesorar en su memoria miles de anécdotas, vivencias, lecturas y conocimientos, que lo habilitan para escribir la proyectada crónica; por el otro, esa anómala perdurabilidad lo aureola de un nimbo mítico, casi vencedor del tiempo, lo que conviene al tono legendario de estas páginas. El anciano León ama tanto a su Cartagena que se dispone a componer la crónica de esta ciudad, manifestando su deseo de que llegue a ser una especie de Ilíada o Eneida de la misma.La estructura global de este magno proyecto está claramente organizada y prevista. El primer tomo (el único que hasta ahora hemos tenido oportunidad de leer) se compone de una primera crónica dividida en dos libros (“Libro de Gerión” y “Libro de los Combates”), una segunda crónica centrada en la eficaz venganza de Heracles (“Libro de Hércules”) y una tercera crónica centrada en el mundo romano (“El río del dios de oro”). El segundo tomo, todavía sin entregar a los lectores, se encuentra formado por la crónica IV (“Libro de Justo de Bizancio” y “Libro de la Destrucción de Cartagena”), la crónica V (“Libro de Constantinopla y Alejandría” y “Libro de la Gnosis”) y la crónica VI (“Libro de la pérdida de España”). Como bien se puede apreciar, un vasto fresco imaginativo donde se recorren los inicios míticos de Cartagena, uniéndolos a nombres célebres de la Mitología y la Historia.La obra hace gala de un poderío verbal e imaginativo tan extremado que produce asombro. Santiago Delgado, con las armas que le da su larga dedicación a la literatura, compone en esta Crónica de León de Cartagena (1) uno de los volúmenes más ambiciosos y logrados de su trayectoria, que probablemente alcance mayor altura cuando nos sea otorgado leer su segundo tomo. A lo largo de la historia de la literatura ha habido una enorme cantidad de escritores que han inventado mundos en los que ambientar sus producciones (por ceñirnos estrictamente a los dominios del idioma español, podrían recordarse la Comala de Juan Rulfo, la Santa María de Juan Carlos Onetti, la Vetustade Clarín, la Olezade Gabriel Miró, la Sinerade Espriu, el Macondo de Gabriel García Márquez… o las murcianas Hécula de José Luis Castillo-Puche, Myrtia de Salvador García Jiménez, Feliz Gobernación de Miguel Espinosa o Diosondo de Salvador García Aguilar). Pero Santiago Delgado ha elegido, en esta novela, una posición sin duda más complicada y llena de riesgos: la de construir, desde los datos históricos y con el auxilio de su cultura y de su imaginación, una hipótesis sobre la fundación histórico-mítica de la ciudad de Cartagena. Y lo ha hecho manteniendo un difícil equilibrio entre la fantasía y la mezcla de culturas. Santiago ha llevado a término un esfuerzo ciclópeo, en el que revisa e inventa las vidas de Asdrúbal, Teodomiro o Publio Cornelio Escipión; ha hecho que Heracles, Ortro, Arlio o Mastia ingresen en la realidad; le ha regalado entidad corpórea a figuras míticas como Gerión; ha resumido algunos fragmentos del Ramayana; ha fabulado con el origen remotísimo de las chirigotas gaditanas; ha urdido bromas “atlánticas” que sólo alguien del estilo de Erich von Däniken leería sin sonreír; ha mezclado técnicas del cuento, de la novela, del teatro e incluso del poema; ha elegido fórmulas literarias realmente ingeniosas (como cuando dice en la página 79 que los albañiles, con la argamasa, consiguen “solidarizar ladrillos”); y ha trabajado con la sintaxis y con el vocabulario, hasta lograr extraer de cada párrafo, de cada fragmento, de cada adjetivo, toda la música posible.Raro será el lector que no perciba en esta obra el mimo extraordinario con que la cuidó el autor. Por su lenguaje, por su tema, por su construcción misma, se adivina que Santiago fue consciente, mientras la estaba escribiendo, de que habría de convertirse en el futuro en una de sus obras de referencia.

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