Revista Opinión

Crónica de un desencanto

Publicado el 11 agosto 2019 por Manuelsegura @manuelsegura

Crónica de un desencanto

“Me llamo Miguel, nací y crecí en Linares y tengo veintitantos años. Como algunos sabéis, soy graduado en Historia y Periodismo por la Universidad de Navarra. Historiador nunca me consideré, aunque durante bastante tiempo sí que mantuve alguna esperanza en el que Gabriel García Márquez consideró el mejor oficio del mundo. Hoy escribo esto para anunciar que lo dejo”. Así comienza un doloroso artículo de Miguel G. Barea, escrito el pasado 8 de agosto, y que en Twitter se ha hecho viral. Es un cántico al desencanto por una profesión que dejó de apasionar a mucha gente hace ya bastante tiempo. El periodismo que hoy conocemos, y casi me atrevería a escribir que padecemos, se despojó de sus cualidades más excelentes cuando, como se viene denunciando por activa y por pasiva, por ejemplo, los clics empezaron a importar más que la veracidad de la información en sí misma.

“¿Cómo te preparas para un puesto de trabajo en continua transformación? Leer y escribir mucho y bien no basta cuando se valoran más los clics que la ortografía. Insisto: no me agrada, pero es lo que hay”, se pregunta y concluye el autor del artículo. Si algo han dejado patentes las redes sociales es lo mal que algunos escriben. Y el papel fundamental que jugaba la figura de los desaparecidos correctores en los periódicos. Qué pérdida más irreparable en las redacciones. Confieso mi decepción ante determinados colegas al contemplar sus limitadas dotes ortográfico/gramaticales.

Sobre la precarización y los sueldos que soporta el oficio, en el que sigue pesando la losa de una crisis que hay quien se atreve a asegurar que ya fue superada, Miguel G. Barea se muestra tajante: “Trabajamos para vivir, no nos queda otra. Eso implica pagar un alquiler y unas facturas. Creo que no resulta nada quisquilloso exigir un sueldo que cubra los gastos mínimos que toda persona tiene. Ningún salario debería forzarnos a vivir en la casa de nuestros padres ni a ellos a enviarnos dinero todos los meses. Y cada hora de más debería significar algunos euros de más, digo yo”, concluye.

Sin ir más lejos, como antes hicieron otros grandes medios, la empresa del diario Heraldo de Aragón, el buque insignia durante tantos años de la prensa aragonesa, acaba de aplicar un demoledor ERE al 20% de su plantilla. Y, según sus trabajadores, este no ha afectado a un solo de los jefes. La infantería, también en el periodismo, es siempre la avanzadilla ante las catástrofes que se desatan.

Barea pide a sus excolegas, ante todo, humildad, algo de lo que siempre ha adolecido esta profesión. “El cuarto poder se ha acabado”, señala convencido. “No somos tan influyentes. Al final del día, el ciudadano medio rara vez recuerda algo de lo que ha visto, leído u oído, mucho menos en una página web. Un periodista es un proletario. Esto nunca fue algo malo; es un trabajo tan digno como el de un carpintero, un fontanero o un agricultor. Pero nunca fuimos mejores que nadie”.

Hay una muy válida recomendación también en ese escrito para los lectores y usuarios: “Seamos críticos y no “militantes”. Todas las cabeceras aciertan y se equivocan de vez en cuando. Todas están sometidas a presiones externas y ofrecen contenido de garrafón para tapar sus agujeros, incluidas tus emisoras favoritas. En serio, se aprende mucho mirando más de una cadena. Y si en alguna no piensan exactamente como nosotros, mejor”. Es evidente que, desde la etapa de la Transición, en España la gente quiere leer, oír y ver lo que le suena a políticamente correcto. Es más, lo que se adapta a sus convicciones ideológicas, con informaciones que se creen a pies juntillas aunque se trate de eso que ahora denominamos tan modernamente ‘fake news’.

Para finalizar, Barea escribe que se queda con todas las personas buenas que ha conocido en estos años. “A los mediocres les encanta chupar cámara y hablar para no decir nada; sin embargo, la gente sencilla es maravillosa. Los camareros que trabajan findes y festivos, quienes limpian las calles o se suben a un andamio en invierno y en verano, los maestros y médicos de aquellas zonas a las que nadie quiere ir. Ellos son los responsables de que nuestro mundo funcione. Ojalá protagonizaran más a menudo las páginas (de papel) de nuestros diarios y revistas”. Y, concluyo, como Miguel G. Barea hace en su formidable artículo, que ojalá algún día volvamos a creer todo esto posible. De no ser así, y viendo además cómo está el panorama político, nos encaminaremos al fracaso colectivo de esa sociedad que legaremos a nuestros hijos.

[eldiario.esMurcia 10-8-2019]


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