Publicado por Nacho S
Cuando llegamos a la estación de autobuses de las afueras de Isfahán ya íbamos con la mente hecha a que tocaba negociar y entenderse con los trabajadores y, efectivamente, no nos equivocamos.
Empezó el juego de trileros que era ir de ventanilla en ventanilla intentando comprender dónde y a qué hora podíamos coger el autobús hacia Yazd. Nos mandaban de una a otra: unos decían que no salía ninguno y había que ir a otra estación, otro que estaban todos llenos, otros que quizás había plaza en el de las cuatro de la tarde… Aquí terminamos de aprender que había que ser persuasivos y que, aunque parecieran todos trabajadores de la misma empresa, había que preguntar a unos y a otros hasta que uno te asegurase plaza.
Tras una dura negociación en un compendio de inglés, farsi (me aprendí los números) y lenguaje corporal , todo parecía indicar que en dos horitas teníamos plaza. Mientras tanto salimos a dar una vuelta y encontramos un gran supermercado, el único que vimos en todo el país de esas características. Allí compramos algunos útiles y nos dieron nuestras primeras monedas de vuelta tras pagar. Las monedas se usan poco debido a su escaso valor.
Un hecho interesante para negociar y hablar de pasta en Irán es que ellos nunca cuentan en riales. Ellos cuentan en tomanes. Un tomán son 10 veces menos. Es decir, 100 tomanes son 1000 riales etc. Como se suele decir: son sus costumbres y hay que respetarlas (pero hay que estar atentos).
Tras ponernos las botas de comer en un comedor que había enfrente de la estación por poco más de 8000 tomanes cada uno por fin salió nuestro autobús.
Después de algo más de tres horas de viaje llegamos a la histórica ciudad. Yazd tiene una historia que se remonta más de 5000 años atrás y su localización la convierte en uno de los puntos más secos del país, ya que se encuentra entre los desiertos de Kavir y Lut. Yazd es el referente del zoroastrismo en Irán. Después de la conquista árabe, la ciudad permaneció fiel a su religión si bien es cierto que el Islam se ha convertido gradualmente en la religión mayoritaria. No obstante quedan importantes referentes como el templo del fuego, con su “llama eterna”, y las espectaculares torres del silencio.
Cuando llegamos ya había anochecido. Conseguimos un taxista y le dijimos que nos llevara a algún hostel guapo. El tipo lo clavó por completo. Nos llevó a una vieja casa de adobe con un jardín y una fuente en medio. El chico que llevaba aquello nos dijo que no quedaban habitaciones pero sí “dormitories”. Muchas veces usan esa palabra para hacer referencia a cuartos donde básicamente sólo hay los colchones peculiares que usan allí y poco más. Que no tienen baño dentro ni armario ni nada vaya. A nosotros con eso nos sobraba y le dijimos que perfecto. No hizo falta ni regatear el precio cuando nos comunicó que dormir en esa encantadora guesthouse nos saldría a 150.000 riales por cabeza (~3.75€). Tras enviar unos e-mails a la familia usando el, una vez más, lento y desesperante WiFi, salimos a disfrutar de la cálida noche.
Llegamos al complejo Amir Chakhmaq, que lucía espectacular por la noche. No había mucho ajetreo por la zona y acabamos entrando en uno de los clásicos locales de comida rápida iraní que había cerca. Tras pedir un kebab de pollo y otro de ternera, el hombre nos trajo un plato lleno de pan plano (nan), el que siempre acompaña las comidas, y después de hablar y ventilarnos varios dooghs y Coca-Colas respectivamente esperando mucho tiempo los platos, nos dimos cuenta, sintiéndonos un poco estúpidos, que bajo el pan que nos había traído al principio se escondían las célebres tiras de carne. El tipo debió pensar que éramos idiotas.
Se nos hizo tarde y volvimos al hostal. Nos relajamos tomando el té que había para servirse en el patio y nos sentamos a disfrutar de la noche y del ambiente mientras interactuábamos con otros viajeros. Al día siguiente tocaba madrugar.
Por la mañana decidimos perdernos por las callejuelas de la ciudad vieja. Era una pasada. Extenso y todo hecho de adobe, con muchas callecitas laberínticas. El color tierra de las casas brillaba con el sol achicharrante; todo tenía un color a arena, a desierto, siempre con el cielo azul impoluto sobre nuestras cabezas. La homogeneidad sólo se rompía cuando nos cruzábamos en esas calles desiertas con alguna mujer vestida con el tradicional chador negro.
Visitamos distintas mezquitas, madrazas y edificaciones reseñables. Uno de los elementos más característicos de Yazd, es la gran presencia de badgirs. Son captadores de viento cuyo uso se ha conservado a lo largo de los siglos. Aconsejo leer sobre su curioso funcionamiento.
Al final visitamos la mezquita del viernes, donde conocimos a Ali y al profesor Habib. Era gente realmente cultivada y con mucho interés por conocernos. Ali hablaba castellano y el profesor Habib dominaba el inglés y el italiano, ya que había vivido en Italia hasta ser movilizado por la cruenta guerra entre Irak e Irán durante los 80. Aquello parecía la torre de Babel. Una persona que pasara a nuestro lado podía oírnos charlar en inglés, italiano o castellano dependiendo de quien hablara y quien escuchara. Nos cayeron muy bien e intercambiamos e-mails, de tal modo que quedamos en que cuando volviésemos a Teherán nos veríamos de nuevo todos.
Localizamos en el mapa el templo del fuego y emprendimos el camino hacia allá. A pesar de llegar a la hora en la que se supone abría estaba cerrado, por lo que fuimos a la tienda de enfrente a bebernos unas Coca-Colas para subir el azúcar y el ánimo, y de camino refugiarnos del calor que hacía. Allí el tendero nos explicó que ese mismo día en Irán habían retrasado la hora, por lo que entonces la hora iraní sólo se movía una hora y media por delante de la española. Y así fue el resto del viaje.
Cuando abrieron accedimos a los jardines, allí delante se erigía el templo, con la figura del Creador no creado y deidad suprema del zoroastrismo, Ahura Mazda, presidiéndolo.
Dentro las paredes estaban repletas de oraciones y mensajes zoroastras. También había un cuadro representando al profeta Zaratustra. Como ejemplo de los mensajes que había en la pared os dejo este:
“Cuando aquellos dos espíritus se alcanzaron mutuamente uno creó la existencia y el otro la no-existencia. Los seguidores de lo falso y malvado se enfrentarán al peor de los estados mentales pero los seguidores de la verdad y de lo correcto disfrutarán del mejor estado mental o confort mental. Esta situación perdurará por toda la eternidad”
Detrás de todo aquello, sólo visible a través de un cristal, se encontraba una pila donde ardía la “llama eterna”. Se trata de un fuego que los zoroastras han perpetuado desde el siglo V, soportando cambios de emplazamiento, guerras y otras penurias, permaneciendo siempre encendido.
Tras salir hablamos con un hombre para que nos llevara hacia las torres del silencio, que se sitúan en las afueras. Las torres del silencio eran los lugares donde los zoroastras depositaban a sus muertos para que su carne fuera devorada por los buitres. Una vez limpios los huesos se tiraban al hueco central.
El complejo era espectacular. Había algunas edificaciones tradicionales abajo y luego a ambos lados se alzaban sendas torres. Tenían un aspecto que hacía comprender cuántos siglos llevaban allí, permaneciendo impasibles a todos los cambios que habían ocurrido, incluso al propio hecho de que ya sólo sean el recuerdo de la función que un día tuvieron.
Aquí fue donde más turistas extranjeros vimos hasta ese momento, ya que había un par de grupos organizados de alemanes. El silencio se rompía con el ruido de una moto que conducían montaña arriba y montaña abajo unos chavales de menos de 14 años, que se divertían a costa de los bajos precios del combustible.
Había anochecido y ya consideramos que era hora de volver. Aquella misma noche salíamos en un bus nocturno hacia Shiraz y había que cenar. Nuestro conductor nos esperaba fuera y aún quedaba negociar el precio de todo. El pobre hombre no sabía ni una palabra en inglés, y nosotros que ya estábamos acostumbrados a regatear, lo jugábamos con calma y cachondeo. Al final llamó a un hombre que pasaba por allí que sí chapurreaba para que hiciera de intermediario. Como no nos bajábamos del burro, el nuevo personaje nos preguntó riéndose si éramos catalanes. Aquel extraño giro nos dejó sin habla. Tras unas risas aceptamos lo que pedía y nos llevo de vuelta a nuestro guesthouse.
Cenamos en el agradable patio unos muslos de pollo en salsa con arroz que fueron una auténtica delicia, acostumbrados a comer por la calle como estábamos. Al salir paramos un coche y nos montamos con un par de japoneses para repartir gastos y llegar a la estación. Íbamos con el tiempo justo. De repente, nuestro coche empezó a traquetear y nuestro improvisado taxista empezó con una risita nerviosa a conducir haciendo extraños movimientos. Intuí lo que pasaba y le pregunté si se había quedado sin gasolina. Efectivamente así fue. Hubo que bajarse del coche y empujarlo conscientes de que podíamos perder el autobús pero riéndonos incrédulos de lo que ocurría. Llegamos a una gasolinera y pudimos repostar y llegar justos a coger nuestro transporte hacia nuestro nuevo destino.
Yazd había sido breve pero muy intensa. Una auténtica joya. Ahora tocaba dormir como se pudiera y amanecer en Shiraz.