Revista Cultura y Ocio

Crónica de una “Expedición” personal a los Picos de Europa: Fin de viaje

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por José Javier Vidal

Desde el refugio de Vega de Urriellu me hubiese gustado subir a Torrecerredo, la cumbre más alta de los Picos de Europa y de toda la Cordillera Cantábrica. Y con “patio”, que entre montañeros es la forma de decir que si tropiezas sales volando y ya no tropiezas más en tu vida. Vamos, que acojona un poquito, hablando en plata. Un clásico de los que motiva, en fin. Cenando conocí una pareja guipuzcoana que lo iba a ascender. Podría haber ido con ellos pero Torrecerredo y el regreso a Espinama es apurar demasiado las cosas y ese no es mi estilo. Y no dispongo de más días. Todo el asunto del Llambrión y el plan B me robaron precisamente el día de Torrecerredo. Tengo que renunciar. Hoy, mi último día de montaña, lo que toca es volver, desandando mis pasos de ayer, al albergue, pero desviándome un poquito del camino para hacer otra cumbre: Peña Vieja.

Despertador, desayuno, mochila a la espalda y otra vez en marcha. Algún excursionista, los jous a un lado, laderas y crestas a otro, un cielo limpio, perfecto, sobre mí y un camino bajo mis pies. Eso es, como Robert Louis Stevenson, todo lo que pido. Y hoy lo tengo…En menos de dos horas llego a la base de Horcados Rojos. Ahora tengo que repasar otra vez el cable. No sé qué tiene este collado que me da casi más susto subiéndolo que bajándolo. Ni qué tiene ese cable, que parece ejercer un efecto hipnótico sobre mí: no puedo evitar ir agarrándome de él en vez de ascender trepando por las cornisas de roca. Da la impresión de que así es más fácil que yendo de piedra en piedra. El problema es que el cable tiene comba y se mueve, digo que si se mueve…

Cable de Horcados Rojos y Joy de los Boches

El caso es que, mejor o peor, subo y llego a lo alto del collado. Lo difícil del día, y del viaje, ya ha pasado. Eso pienso, pero no será exactamente así. Lo cierto es que ya estoy aquí arriba. Como es habitual en este sitio, hay bastante gente. Decido acercarme a Cabaña Verónica antes de seguir mi ruta. Cabaña Verónica es un refugio de montaña muy peculiar: una cúpula metálica, recorrida por nervaduras que le dan aspecto de media naranja y que destella en la lejanía. Se trata de la caseta de una batería antiaerea del portaaviones norteamericano USS Palau, que se estaba desguazando en Sestao y que a un ingeniero vasco se le ocurrió poner allí y darle el nombre de una de sus hijas. Tan peculiar, al menos, como el refugio y más digno de admiración fue su guarda más conocido: Mariano Sánchez Madina. Guarda de Electra de Viesgo, monitor de esquí en Alto Campoo y, sobre todo, montañero, en 1983, con 34 años, decide dejar Santander e instalarse en la cabaña metálica. Allí ejercerá como guarda, manteniendo el refugio, acogiendo a montañeros y colaborando en rescates, todo desinteresadamente, es decir, sin cobrar un solo céntimo. En 2008, muere a los 57 años de edad en un hospital de Santander víctima de un cáncer. Este hombre, que llevó al extremo eso de que no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita, no consiguió, porque no los buscó, ni dinero ni poder, pero sí que un centenar de montañeros subiesen a una montaña para esparcir sus cenizas. Eso es auténtica riqueza, tan grande que no se puede comprar con todo el dinero del mundo. Y, sin embargo, parece que todavía nos empeñamos en creer, con gesto triste y resignado, que no puede haber vida fuera de la hipoteca y de la nómina. En fin, Cabaña Verónica, Mariano, la libertad de las cumbres, historias de montaña…

Cabaña Verónica

Cabaña Verónica

Me desvié hasta la cabaña con la idea de tomarme un refresco bien frío, pero, mala suerte, no tenían. Se les habían acabado. No me quedaba más que tomar un trago de agua y volver a mi camino. Bajando por la misma ruta por la que subí el día anterior llego en unos minutos a la Aguja Bustamante, donde tengo que tomar el ramal a izquierda. Justo en ese punto me aborda una pareja que me pregunta si sé cuánto se tarda en alcanzar desde allí Peña Vieja, precisamente mi objetivo montañero de la jornada. Les respondo que no lo sé pero que lo tengo anotado en mi ficha de itinerario, que me den un momento para consultarlo y se lo digo: una hora y media. Hacia allí voy yo. También ellos quieren subir y me proponen ir juntos. Acepto encantado. Ya he dicho que me gusta el excursionismo y el montañismo en solitario pero no soy ningún superhombre. Las cumbres en terreno abrupto y desconocido se agradece hacerlas acompañado, lo reconozco. Así que tiramos para adelante. Por el acento supongo que son gente del Sur. Me lo confirman. Es un matrimonio de profesores sevillanos, ella de primaria y él de secundaria, a los que les gusta la naturaleza y la montaña. Han recorrido buena parte de las cordilleras y sierras españolas. Este verano tocaban los Picos y aquí están. En un rato ganamos el collado de la Canalona y, una vez superado y con nuestro objetivo ya a la vista, Peña Vieja, nos cruzamos con un pequeño grupo de montañeros de vuelta de la cumbre.

Peña Vieja

Peña Vieja

Nos advierten que la subida y la bajada son delicadas. Hay que tener cuidado. Ella decide que no es tan montañera y que prefiere quedarse allí tranquilamente sentada mientras su marido y yo seguimos adelante. Así lo hacemos. Primero por un amplio sendero, después por una vereda menos clara pero marcada con hitos. Llambrias, sí, pero mucha pendiente y piedra y tierra suelta. Veremos a la bajada. Llegamos a la cumbre. La segunda de este viaje que me llevo en la mochila. Estoy contento pero ahora hay que bajar y a mí, lo recuerdo, los descensos no se me dan muy bien. Pensaba en Horcados Rojos, lo decía antes, que lo difícil había pasado. La guía con la que he preparado estos días en los Picos dice que Peña Vieja es una cumbre “fácil, sin dificultades técnicas”. Y es verdad que no es una montaña técnica, pero lo que sí tiene es una pendiente resbaladiza que impone. No me lo esperaba, pero en la montaña, ya se sabe, por mucho que digan los libros o veas en fotos, hasta que no estás sobre el terreno, ni idea de lo que te vas a encontrar. Ese es uno de sus atractivos. Hay que bajar, qué remedio, y lo hago a mi estilo, no muy elegante, pero efectivo y seguro: arrastrando sin pudor ninguno el culo. Unos cuantos metros y minutos deslizando cuidadosa y decididamente mis posaderas por estas nobles montañas y estoy, por fin, de nuevo en el sendero. Ahora sí, por fin todo lo que queda es conocido y fácil. Ya erguidos, mi compañero y yo continuamos por el sendero, recogemos a su mujer y seguimos sin contratiempos hasta el teleférico. En el camino hablamos de trabajos que en su día llenaron y que ahora aplastan, de las ilusiones que se perdieron, de miedos y de libertad, de otras formas de vivir, de los por qués por los que ellos siguen en sus trabajos y por los que yo dejé el mío. Hablamos, en definitiva, los tres tenemos ya unos años, de la vida.

Y con esto de la vida, llegamos al teleférico que nos deja en Fuente De. La pareja tiene la amabilidad de llevarme en su coche a Espinama. Me ahorran cuatro kilómetros a pie por el arcén de la carretera con la mochila a cuestas. Después de cuatro días de pateo, de subidas y bajadas por el monte, es de agradecer. Ellos tienen que seguir, duermen en Sotres, un pueblo asturiano, y yo me quedo en el albergue. Nos despedimos.

Mi humilde y personal aventura en la montaña acaba. El viaje, todavía no. Me quedaré un día de descanso disfrutando del albergue y del Valle de Liébana. Lectura y paseos por los hayedos que rodean Espinama. Ahora soy un hombre libre y puedo hacer con mi tiempo lo que me apetezca. No estoy sometido a ninguna disciplina de empresa pero sí tengo compromisos profesionales y familiares en Granada. De no ser por ellos me hubiese quedado algún día más.

De vuelta, otra vez autobuses, paisajes desde la ventanilla, estaciones, transbordos y los compañeros de viaje que el azar ha querido poner a mi lado. Vuelvo contento con mis dos cumbres y todo lo que he descubierto de los Picos, pero lo mejor, como siempre, ha sido el viaje. Da casi igual que sea a Japón o a Lugo. La aventura, recordad, está en el corazón de quien la vive.


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