En un fondo de arquitectura mozárabe con pilastras y arcos extremadamente lujosos, una cincuentena de globos y muchas serpentinas, confetis y una horda de niños, todo muy vintage (incluido los niños), proclaman que me encuentro de polizonte en un cumpleaños infantil. Solo que algo anda mal. Este cumpleaños está ocurriendo cuarenta años antes que yo mismo naciera y no soy precisamente Marty McFly. Solo me hace falta voltear la mirada para encontrarme con una jungla de trípodes, monitores, reflectores, un micrófono boom que cuelga sobre mi cabeza y los rieles para la cámara con los que casi me tropiezo mientras trato de no desconectar alguno de los mil cables que llenan el lugar. Al mismo tiempo, una treintena de adultos de producción se mueven de un lado para otro al compás de la primera toma del último día de grabación de la película Un mundo para Julius.
Es raro estar en el detrás de cámaras de una película. Y es aún más raro estar en una que es precisamente la adaptación de una novela que he leído. Es como estar en la fantasía de una fantasía. O para ser más precisos, el mundo de Bryce recogido en la imaginación de otro lector, en este caso la directora Rossana Díaz Costa. Cabe decir aquí una opinión. No es como lo imaginé, es mucho mejor.
La directora. Rossana Díaz Costa, gran amiga de Alfredo Bryce, también dirigió Viaje a Tombuctú (2013).
Estoy en el patio con fuente del segundo piso (¡patio con fuente en un segundo piso!) de la ex Embajada de Argentina, una locación que más parece el sueño de un sultán persa. Hay como cincuenta personas moviéndose de un lugar a otro. Nadie está quieto. Están los de producción fijando ángulos de cámara entre preocupados y divertidos, las maquilladoras retocando a los actores entre serios y sonrientes; los niños que hacen de extras entre divertidos y aburridos de llevar ya seguramente la primera hora sin celular de sus vidas. Y lo llevan bastante bien: aprenden a jugar en modo offline.
Estamos en el cumple de los primitos Lastarria. Los primos de mierda como los llama Bryce en la novela. No hay una descripción física de ellos en la novela pero saco a primera vista al más chinche de los primitos. Rafa. Apenas lo veo lo reconozco sin lugar a dudas. Que mal me cae su ñoñez con pantalones cortos y calcetines hasta las rodillas. En serio, que buen cast. El otro primito, callado, tranquilo, con la mano apoyando la mandíbula que se cae de esperar a que comience todo, es la imagen clavada de César Vallejo. Julius y su hermanita corren alrededor de la fuente persiguiéndose. Entonces ¡plam! La niña cae al suelo. Dos segundos de susto para todos. Pero falsa alarma. Todo bien, ella tranquila, pero fácil casi un ataque cardiaco para la mitad de todos los presentes puesto que todo el día se va rodar con ella.
La locación es prácticamente una guardería. No dejan de reventar los globos y pasan los minutos y las horas y los niños se aburren. Es el último día de grabación y lo que se va a grabar mientras los actores esperan es uno de los episodios al comienzo de la novela. Encuentro a Gonzalo Torres, el papá de los primos Lastarria, divagando mientras espera a que inicie el rodaje. "¿Qué, era más flaco?", me responde cuando me imaginaba a su personaje del libro como alguien flaco. En el libro no es descrito pero uno se lo imagina según su capricho y "todos tenemos distintas imágenes de un libro" me añade Gonzalo quien no termina de saberse parte de todo esto: "Ser parte de algo que leí me parece alucinante".
Baby Julius. Rodrigo Barba interpreta al Julius de 4 años de edad.
Voy con mi libro de Bryce por el brazo mientras paseo por la locación cuando anuncian que van a empezar. Todo silencio. Treinta adultos cool con tatuajes, ropa holgada, alguna con una playera de David Bowie detrás de las cámaras y al frente un cumpleaños en 1947 o 1948. Y los globos reventando. "¡Corte!". Y vuelta a empezar. Otra vez silencio. Por los rieles la cámara se acerca. Es la llegada de Julius al cumple de sus primos. Apenas dos segundos y "¡Corte!". Otra vez. Una niña se ha metido en el encuadre. Otra vez silencio. Otra vez la enorme cámara en el riel avanzando lentamente a la orden de acción. "¡Corte!". Y luego de un silencio la directora pregunta: "Marco, ¿qué paso?". Y vuelta a empezar. Cuesta que los niños estén quietos pero la cosa avanza bien después de una hora. "¡Queda!".
Ahora todo se mueve a otra habitación. Es la mesa del cumpleañero. El momento de soplar la torta. Hay gelatina de la época y un pastel que parece un sueño de 1950. Es pleno siglo XX y vuelvo a caer en los niños sin celular por más de una hora. Utópico. "¿Queda?". Preguntan después de varios intentos. "¡Queda!" Todos suspiran con alivio. Es hora de almorzar.
Me paseo por el lugar y me pregunto dónde habrán conseguido las serpentinas. En una habitación aparte, un rótulo proclama 'NO PASAR'. Es el lugar reservado para Bryce. Porque Bryce viene para una toma, un cameo. Da curiosidad saber cómo será. De repente me han dado unas ganas de ir al baño. Cuando bajo las escalera de baranda de hierro fundido me encuentro al hombre. Va en silla de ruedas, flanqueado por la directora y una señora mayor sonriente. Es la primera vez que lo veo. Pero la naturaleza es más fuerte y tengo que buscar un baño.
“¿Y sigue escribiendo?", pregunto a la enfermera de Bryce mientras todo el mundo ha vuelto a sus lugares y Bryce se encuentra listo para su cameo. "Ya no, ya no". Se va apurada. Todos no podemos dejar de verlo, quizá los únicos inocentes de saber quién es sean los niños que no dejan de reventar los globos mientras un par de adultos no deja de inflarlos en una carrera por preservar el ambiente. "¿Queda?". "Queda". Escena 28, plano 1 take 3.
Estreno. Está planeado para que sea este 2020 ya que se cumplen los 50 años de Un mundo para Julius (1970).
Ahora sí, el momento final. Todo el equipo se pone al lado de Bryce sonriente para la foto de rigor. Los protagonistas, los actores del día, la directora, producción, cámaras, todos. Una gran sonrisa y varias fotos y Bryce en medio sin sonrisa pero divertido. El siglo XX y la era milenial apretujada alrededor del autor que marcó época. A los minutos Bryce se retira. Pasa rodando su silla de ruedas entre las serpentinas y los globos y toda esa arquitectura ¿Mudéjar? ¿Mozárabe? ¿Otomano tardía? Y yo mirándole, y todos mirándole mientras se va lentamente. Aprovecho para meterme a la habitación prohibida. Esta amueblada de maderas antiguas las paredes, huele a madera, hay candelabros (¡Cuántos candelabros he visto hoy!), lámparas desmontadas, una butaca Windsor y un par de sillones y un juego de té con galletitas a medio comer anuncia que ese es el lugar de un escritor. Toda una época.
Desde la ventana de la habitación prohibida veo el comienzo de la Arequipa y a dos pasos la 28 de Julio. Hay congestionamiento. La gente no para de andar y me pregunto si más allá no estará Zavalita preguntándose cuándo nos jodimos. Lo cierto es que adentro está Julius y la torta de cumpleaños no se ha partido aunque se hayan soplada veinte veces las velas de cumpleaños.