Revista Cultura y Ocio

Crónica del Café Libertad 8 (Alegoría)

Publicado el 06 noviembre 2014 por Vivelibro @infoviveLibro
Un relato de Manuel Enríquez 
Antes de presentarla ya intuía que el relato que iba a leer no sería de su agrado. Carlos la hubiera definido como un ratón hiperactivo. Menuda, de ojos pequeños rodeados por unas gafas redondas, melena corta y manos inquietas que no paraban de moverse un solo instante. Era la primera vez que acudía al Café de Libertad 8.
Crónica del Café Libertad 8 (Alegoría)
—Me llamo Mari Puri y me han dicho que aquí se leen cuentos –fue su presentación—. He traído uno. Lo titulo Serenata triste por las almas que no son y me gustaría leerlo. Pero no me presentes como Mari Puri —continuó sin darse tiempo para respirar—, no me gusta. Prefiero mi pseudónimo habitual. Flor de Nirvana. Es mucho más acorde con mi verdadera personalidad… Me pusieron Mari Puri por una…
Carlos había dejado de escucharla y asentía con la cabeza. “Joder, vaya tía petardo, pensó, y ni siquiera está buena”. Apuntó el nombre.
—Está bien, Mari Puri —se oyó decir—, leerás en cuarto lugar… Ella se le quedó mirando por encima de las gafas.
—Por favor. Ya te he dicho que no me llames Mari Puri, No me gusta. Prefiero Flor de Nirvana.
—Está bien señorita Flor de Nirvana —repuso el camarero con un claro deje de pitorreo—, ¿Qué querés tomar?
—Nada, no quiero nada —contestó ella mientras se subía las gafas con elíndice—. Vengo a leer, a deleitar a estas buenas gentes con algo de mi creatividad. Quiero que, con la ayuda de mi cuento puedan descubrirse a si mismos, saber en qué pueden mejorar y cómo hacerlo. Que tomen conciencia de su propio ser, que…
—Mira guapa —la interrumpió Carlos por segunda vez—. Todo esto está muy bien, pero resulta que esto es un bar. ¿Entendés? Un bar, un garito. No una sucursal de “psicólogos sin fronteras”. Aquí la gente viene a leer sus cuentos, se toma sus copas, charlan, escuchan otros relatos, beben, y yo cobro porlos tragos . Así todos somos felices y después todo el mundo a su casa.
—En resumen —dijo la mujer mirándole por encima de las gafas— , un ejemplo claro del materialismo pragmático que pasa por encima de conceptos más sublimes y espirituales. 
—Pues sí, será materialismo pragmático o cualquier otra boludés. —Carlos se encogió de hombros y pasó una bayeta sobre el mostrador—. Pero… ¡sabes? Esto es un laburo y esa guita es la que me permite comer, pagar la luz, alquileres, impuestos… Es igual, una copa más o menos no me arruinará —dijo tratando de inculcar un poco de paciencia a sus palabras.
—Está bien —interrumpió ella—. Ponme un vaso de agua, sin gas.
—¿No te sentará mal al hígado? —respondió mientras se disponía a vaciar el contenido de una botella.
Ella pegó un grito.
—¡No! Ese vaso está sucio.
Carlos miró brillar el vaso al trasluz de uno de los focos. Negó con la cabeza incrédulo.
—¡Pe… pe... pero el vaso está perfectamente limpio. No tiene ni una sola mancha!
—Si —dijo ella con seguridad—. Esos que “parecen limpios” son los peores. En cada milímetro de ese vaso hay millones de bacterias que están buscando un hábitat adecuado para multiplicarse. No seré yo ese hábitat. No tomaré nada. Gracias.
Se alejó hacia el fondo del local con paso resuelto. Carlos miraba el vaso, miraba la botella de agua abierta y la miraba a ella con los ojos encendidos.
—Cálmate, chico —se dijo en voz baja—. Una boluda más. Leerá y se marchará y con un poco de suerte quizás sea asesinada esta misma noche por alguien con menos paciencia que yo y no la vuelva a ver. Respiró profundamente antes de dejar el vaso en el mostrador.
Cuando Flor de Nirvana inició la lectura, Carlos se percató de inmediato de qué iba a ir el cuento. Un relato de esos de chinos sabios con respuestas llenas de sabiduría. Un cuento de los miles que circulan por la red. Al menos —pensó—, tiene una ventaja. Esas historias son pesadas pero cortas.
Eso fue hacía casi tres horas y la mujer no paraba de leer y de sacar hojas de un porta-folios del que no se separaba. Carlos contempló con desesperación como la gente iba abandonando el local sin haber leído sus propios relatos. “Son como ratas —dijo para sí—. Huyen abandonando el barco ante la menor señal de alarma”. Estaba solo ante el peligro. Él, la mujer y ese interminable cuento al que había dejado ya de prestar atención hacía ya mucho rato. Se acercó hacia ella y se quedó unos instantes mirándola fijamente. Ella levantó la vista de la hoja. 
—Perdón… ¿Pasa algo?
 —No —contestó con la máxima tranquilidad posible—. Solamente que… ¿Falta mucho para terminar?
—¿Qué quieres decir con que si falta mucho?
—Pues eso, nada más —contestó el argentino—. Llevás tres horas leyendo y hace más de una que se marchó el último de los clientes. Todavía tengo que limpiar antes de echar el cierre y marcharme a casa.
Ella respiró profundamente antes de contestar.
—En resumen: Una huida.
- ¿Una huida? —dijo Carlos extrañado— ¿De qué?
—De ti mismo. No quieres escuchar cosas que sabes te van a lastimar, que van a permitirte hacer una introspección de tu propio ser. Tienes miedo de lo que puedas encontrar…
—¿Encontrar? —el hombre bufó—. Pero… Yo no estoy buscando nada. Solamente me quiero ir a casa. Estoy cansado y…
— Censura —afirmó la lectora con tono tajante—. Eso se llama censura. Negarme la posibilidad de expresarme libremente, de dejarme manifestar opiniones en contra de las estructuras básicas del estado. Mira, mono. Te calé a primera vista. Bajo una apariencia liberal, un espíritu fascista anida en tu alma.
Carlos tiró el trapo con rabia.
— ¡Ni fascismo ni cojones! Me quiero ir a casa. ¿Entendés? Y vos vas a dejar de leer esa huevada que no me interesa en absoluto.
— Comprendo, fascista y falócrata… Estos conceptos siempre van juntos. Pero, te pongas como te pongas, voy a terminar mi relato y si intentas sacarme a la fuerza gritaré y diré que me has querido violar…
—¿Violarte yo? ¿Estás loca? No te tocaría ni con un palo aunque fueras la última mujer del mundo. Mirá, linda… Hagamos un tratito. ¿Sí? —miró su reloj— Tenés.. ¿Qué te parece media hora? Terminá el cuentito y andate a casa. Seguro que mamá, esa viejita linda que te parió está ahora preocupada pensando en vos.
—Terminaré cuando llegue el momento. Ni un minuto antes. Tengo cosas que transmitir a este público que me escucha.
—¿Público? ¡No hay nadie! Acá estamos tú y yo solos y maldito el caso que te estoy haciendo. No hay público, ¿Entendés?
Ella bajó los ojos y miró la página. Pareció recapacitar pero de inmediato levantó la cabeza para volver a encararse con su interlocutor.
—Me escucha la naturaleza, me escuchan los animales, las plantas, el cielo y las nubes y las estrellas… Ese es mi público. Carlos pegó un puñetazo contra el atril.
—¡Estamos en Madrid, barrio Malasaña! Aquí no hay nubes, ni cielo, ni plantas ni estrellas, ni putos animales! Solamente coches, contaminación, farolas y yo, como un gilipollas aguantándote. ¡Está bien, querida! Tu público te escucha. Seguí, seguí leyendo. Si pude aguantar a Videla, también podré hacerlo contigo…
Dos horas después, comprobó que esa chica era cien veces peor que el general. “Pero… esta mujer es increíble, ni come, ni bebe, ni mea ni… ¿Será un alien?” De todas las necesidades fisiológicas que se le ocurrían solamente ejercitaba una con maestría: Joder. Esa chica llevaba seis horas jodiéndole. No iba a aguantar ni un minuto más.
—Está bien, vos ganás. Yo me marcho. Si terminás, un favor, apagá la luz y cerrá la puerta. No importa que me roben. Prefiero eso a seguir escuchando pavadas. Quizás fue una premonición porque, justo en el momento de abrir la puerta, un sujeto con cara de pocos amigos se dirigió hacia él.
—Pasa adentro —le dijo mientras le apuntaba con algo que parecía ser un revólver—. Esto es un atraco -continuó.
—Joder, qué noche. Lo que me faltaba.
—¡No quiero oír ni una sola palabra! —gritó el atracador mientras le empujaba con violencia. 
—¿No? –Carlos sonrió y se encogió de hombros—. Pues a ver cómo lo haces. Yo llevo seis horas intentándolo.
—¡Joder! ¡Que te calles! ¿Quién es esa tía que no para de hablar?
—Una cliente. Está contando un cuento.
—¿Un cuento? —contestó el atracador extrañado mientras se rascaba las cejas con el cañón del arma— ¿A quién?
—Pues antes a mí, y ahora a ti también.
El atracador se dirigió al fondo del local. Flor de Nirvana seguía su relato como si la cosa no fuese con ella.
—Oye, mona. Deja esos papeles y ponte aquí junto al otro, donde yo pueda controlaros.
—¿Me dice a mí? —replicó la aludida con absoluta indiferencia.
—No, se lo digo a la madre que parió al papa. ¡Joder, pues claro que te lo digo a ti!
—Ya, pero es que yo no puedo. Estoy leyendo un cuento y todavía no lo he terminado.
—¡Me toca los cojones ese cuento! Mira, esto es un revólver calibre 38 y o te callas o te vuelo la cabeza de un disparo. ¿Entiendes?
—¡No hay huevos! —se escuchó decir a Carlos desde el extremo de la sala.
—¡Ven pacá, tío listo! Solo falta que te des el piro y avises a la pasma. Aquí los dos, juntos y callaos.
—Juntos —respondió Carlos a la vez que Flor de Nirvana reiniciaba la lectura—. Juntos es posible pero callados lo dudo. Al menos ésta.
El atracador perdió la paciencia y movió el arma para apuntar a Flor de Nirvana que seguía leyendo y a Carlos que se encogió de hombros en señal de impotencia. —¡Joder, me cago en to lo sagrao! ¿Queréis obedecerme de una puta vez? ¿Dónde se corta este jodío micrófono? —
Allí, en el cuadro de mandos que está en la pared detrás de la barra. Apuntó al lugar indicado. Un fogonazo salió del cañón y el retumbar del disparo inundó todo el local. Los altavoces dejaron de sonar pero la mujer siguió leyendo impasible.
—¡Te callas de una maldita vez! ¡Tú! ¿Dónde está la caja?
—Debajo del cuadro que acabas de joder con tu disparo. Oye, tío, ¿Te has dado cuenta que con ese cañonazo habrás despertado a todo el barrio?
—¡Me cago en el barrio, me cago en esta tía loro y me cago en ti! ¡Dame la recaudación o te vuelo los cojones!
—Ya voy, estate tranquilo ¿Querés?
Carlos se dirigió hacia la caja registradora pero no tuvo tiempo de llegar. Al instante un ruido de sirenas aproximándose se dejaron escuchar nítidamente desde la calle.
—¡La madre que los parió! ¡La bofia! Agarró a la mujer por la cintura y apuntándole a la cabeza la sacó del local. Ella seguía hablando mientras era conducida de esta manera.
—¡Me llevo una rehén! Si me siguen, la mato. Juro por Dios que la mato!
—No hay huevos, volvió a repetir el argentino.
Fue la última vez que Carlos vio a los dos. Un año más tarde recibió una carta. Abrió el sobre. En su interior una invitación que comenzó a leer:
La boda se celebrará en la prisión de Alcalá Meco y la novia, Flor de Nirvana, tiene el gusto de invitarle a la ceremonia, acto durante el cual, leerá uno de sus relatos. Adjunto a la tarjeta, una nota manuscrita. En ella se podía leer: “Gracias a ti, encontré a la mujer de mi vida. La condena ha sido solamente de seis años y espero poder salir el año que viene”.
¿Seis años? —Pensó el argentino mientras, sonriendo, rompía la invitación. Seis años, chaval, te ha caído la perpetua.

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